Nelson Mandela, el maestro que deja un legado de lucha por la paz.
Las palabras que siguen están basadas en otras palabras, las propias del Tata. A través de ellas aprendamos que la vida, en el más noble de sus propósitos, es una búsqueda incesante de la paz y la libertad.
No hay camino fácil de la libertad en ningún lugar, y muchos de nosotros tendremos que pasar por el valle de la sombra de la muerte una y otra vez antes de llegar a la cima de la montaña de nuestros sueños»
Madiba es joven cuando a fines de 1961 asume la jefatura del brazo armado del ANC, el Consejo Nacional Africano. Lo hace porque, al igual que otros, no ve posibilidades de alcanzar nada a través de la lucha pacífica. Sus actos de sabotaje intentaron golpear el corazón económico del país o a sus principales símbolos. No es un intento de justificar su empleo de la violencia afirmar que evitó expresamente matar gente. Son estos atentados los que servirán para imponerle una condena que sirva de ejemplo para todos aquellos que se atrevan a levantar la mano
en contra del apartheid: cadena perpetua. Desde ese momento el régimen carcelario intentará destruirlo moral y espiritualmente. Eliminan su nombre y pasan a llamarlo un número, 466/64. Habían aprendido de los nazis que la humillación más certera es aquella que roba a las personas su condición de ser humano. No tener nombre es como no existir. No tener nombre facilita a los verdugos el trato humillante.
Después de escalar una gran colina, uno se encuentra sólo con que hay muchas más colinas que escalar.
Nunca hubiese aceptado que lo victimizaran. Por eso aquellos 27 años de cárcel tuvieron doble consecuencia. Fue severo el régimen de aislamiento, la tuberculosis que contrajo es una brizna ilustrativa de la mísera condición de su reclusión. El plan para matarlo, denunciado oportunamente por Londres, nos habla del odio o el temor que le tenían. En esos años Madiba crece a una altura solo alcanzable por los grandes hombres. Día a día, imperceptible pero ciertamente, sus estudios de derecho en la prisión, su reflexión constante lo llevan a concluir que la lucha armada, lejos de lograr sus propósitos, lo alejan del objetivo de conseguir una democracia multirracial para su país. La violencia del hombre blanco no puede ser el ejemplo a seguir por el hombre negro.
La prisión es una tremenda educación en la paciencia y la perseverancia
Allí, entre las paredes del enclaustramiento Mandela encontrará el camino a seguir, que de un modo preciso es un regreso a Gandhi, al que admiraba de joven, pero ahora esa admiración se ha trocado en sabiduría de un hombre físicamente precario pero de una fortaleza espiritual ajena a las claudicaciones. Ha cambiado de vereda pero no de destino. Sigue siendo el mismo subversivo de siempre, solo que ahora el ofrecimiento de libertad a cambio de la aceptación de la segregación racial no tiene la más mínima ocasión de conseguir doblegarlo, “Porque ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás”.
«Los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo».
La solidaridad internacional de los Estados, no todos, ni siquiera la mayoría; la solidaridad de la gente, ahora sí de la mayoría, de los grandes organismos internacionales, la de los artistas e intelectuales fue el agua que regó su voluntad indeclinable. Su condena, para mayor escarnio del gobierno racista se transformó en una antorcha de la libertad, una libertad aprisionada y a punto de concluir.
Si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo. Entonces él se vuelve tu compañero.
Mandela sabía que para terminar con la segregación racial había que hablar con sus inventores y guardianes. Por eso estuvo dispuesto a la negociación si esta conducía a la muerte del apartheid. Dada la presión internacional, la lucha no violenta interna, el declive institucional, el Tata encontró, pese a todos los pesares, un aliado en el presidente sudafricano, Frederik De Klerk, quien pactó una salida democrática para Sudáfrica.
La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar, el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario
Desprogramación del rencor. Aspiración del tamaño de una montaña. Sería sencillo responder que se trata nada más que de eso, de una aspiración, un buen deseo imposible de alcanzar. Nelson Mandela lo dice después de 27 años de cárcel, sabiendo que sus palabras favorecen a sus verdugos. Vivir del odio, por legítimo que sea, es condenar la vida propia y la de los nuestros a una existencia miserable. Ser mejores que los tiranos es seguir el ejemplo de Mandela.
En el curso de mi vida me he dedicado a la lucha del pueblo africano. He combatido la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He promovido el ideal de una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas puedan vivir en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir, hasta lograrlo. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir
Quienes vivieron ese día de 1990 o lo vieron por televisión, en que Madiba fue liberado asistieron a una fiesta popular, de cánticos y bailes del pueblo. Su líder, su guía había abandonado la prisión para desarticular el sistema segregacionista más oprobioso de la tierra. No el único, por desgracia. En pleno siglo XXI hombres discriminan a los hombres, hombres discriminan a las mujeres, estados discriminan a los extranjeros, partidos políticos persiguen creencias religiosas, Estados condenan a la homosexualidad.
En todo caso su libertad no fue consecuencia de sus concesiones, sino de sus exigencias. Mandela se convierte, acto seguido, en el primer presidente negro de Sudáfrica, elegido por voto universal, en 1994. Frederik De Klerk lo acompaña en la vicepresidencia desde donde contribuye eficientemente a desmontar el aparato represor blanco. Juntos reciben el Nobel de la Paz en 1993.
Una prensa crítica, independiente y de investigación es el elemento vital de cualquier democracia. La prensa debe ser libre de la interferencia del Estado. Debe tener la capacidad económica para hacer frente a las lisonjas de los gobiernos. Debe tener la suficiente independencia de los intereses creados para ser audaz y preguntar sin miedo ni ningún trato de favor. Debe gozar de la protección de la Constitución, de manera que pueda proteger nuestros derechos como ciudadanos».
Así como su esfuerzo prioritario fue la convivencia armónica entre seres de distinto color, no dejó nunca de opinar sobre todo aquello que gravita sobre la calidad de la democracia. Mandela siempre supo de los artilugios recurrentes de ciertos gobiernos para acallar la opinión crítica, para perseguir a los periodistas independientes, para cerrar los medios que denuncian irregularidades y actos ilegales del gobierno.
«La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad».
Fue un luchador, fue un soñador con los pies en la tierra, fue un ejemplo para todos y jamás abandonó su convicción primera, estar juntos a los humildes.
Una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada.
Como estadista siempre supo que el primer deber de todo gobierno verdaderamente democrático es buscar los caminos que conducen al bienestar de la población, a la satisfacción de las necesidades básicas de libertad, alimentación, vivienda, educación, salud.
Sería charlatanería concluir diciendo que Mandela vivirá por siempre entre nosotros. No lo es intentar seguir su ejemplo, difundir su pensamiento, aprender de las adversidades de la vida.
Recordar a Mandela es recuperar la esperanza en los hombres.