El derrocamiento de Allende estaba planteado antes que asumiera como presidente

Manuel Antonio Garretón Merino, sociólogo, politólogo y ensayista. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2007. Es figura sobresaliente en el debate político-intelectual, cultural de Chile y América Latina. Sus reflexiones alcanzan los procesos de renovación socialista y el rechazo irrenunciable a las dictaduras

Manuel Antonio Garretón

La conmemoración, o la rememoración, es decir, volver a visitar el pasado de estos 50 años, encuentra a un Chile dividido. La encuesta Cerc Mori dice que un 36% de los encuestados cree que los militares tuvieron razón al realizar el golpe de Estado. ¿Fue siempre así en este medio siglo que un tercio de la población chilena justifica el golpe y la dictadura?

No ha sido siempre así, sobre todo en los primeros tiempos de la democracia y en el de las primeras elecciones. Sube y baja el piso del electorado de derecha. Ese respaldo no es necesariamente la opinión pública, pero cuando usted tiene un porcentaje tan alto quiere decir que hay núcleos duros dentro de ese 44%, que tienden a irradiar lo que piensan sobre la historia, y de una cosmovisión que se encuentra hoy con la idea del orden.

Esos dos aspectos interactúan entre ellos, pero el dato central es que, en el plebiscito de 1988, el oficialismo de la dictadura, que trataba de legitimar a Pinochet a partir de una elección, votó a favor el 44% y en contra 55,9.

Fíjese en la elección que enfrentó a Boric con Kast, Boric es el primer candidato de una coalición de izquierda. Los anteriores presidentes habían sido de centroizquierda. El nuevo gobierno obtiene 55,9. Exactamente el mismo porcentaje que el plebiscito de 1988 por el No. Quiere decir que hay un clivaje en la sociedad chilena que no ha sido superado y que surgen otros clivajes desde esa época hasta ahora: de género, territoriales, medioambientales o ecológicos, y generacionales.

Cuando se trata de tener opciones fundamentales en determinados momentos históricos, ellos reproducen dos cosas: un porcentaje importante de la población en la votación y, dos, cuando se trata de momentos transformadores de la sociedad, la derecha, medios de comunicación, clase social, poseedores de los bienes de producción y distribución, en fin, los poderes dominantes que se expresan en la derecha siempre plantean desde el inicio la solución más extrema. El caso más claro es hace 50 años. Sabemos que, desde el primer momento, incluso antes de que asumiera Allende la estrategia de derrocamiento estaba planteada. “Cómo salimos de este gobierno. Cómo evitamos que llegue al gobierno y si llega, habrá que sacarlo”. Se lo dice el presidente norteamericano a chilenos que fueron a pedirle que hiciera algo.

Es una estrategia estrictamente minoritaria, que tiene su expresión desde el asesinato de Schneider (René Schneider Chereau​​, comandante en jefe del Ejército, asesinado el 25 de octubre de 1970) con los intentos de golpe de los famosos papeles de la ITT (los documentos revelaban los contactos de los agentes Hendrix y Berréeles con la derecha chilena y los planes para impedir la llegada al gobierno de la Unidad Popular) y la estrategia institucional de derrocamiento, para que en el Parlamento se votara por Jorge Alessandri, que era la segunda mayoría. Que se pudiera llamar a elecciones nuevamente en las que la derecha apoyaría a Eduardo Frei.

Después viene el paro octubre de 1972, el intento de derrocamiento institucional a través de una elección parlamentaria en que los opositores no obtienen los votos necesarios.

Todo ilustra un conflicto tal que va polarizando a la sociedad, que el centro político termina subsumido en la estrategia de la derecha. El poder militar también se suma a la estrategia para tomar el poder.

El segundo gran proyecto transformador de la sociedad chilena, que era el proceso constituyente después del estallido social, ¿cuál fue la estrategia de la derecha? Desde el comienzo rechazo absoluto con un 20%. Sin embargo, ese porcentaje llega a hacerse mayoritario y prácticamente termina con el proceso transformador, esta vez con métodos institucionales y democráticos, porque no percibía ni la amenaza de un socialismo ni los militares estaban disponibles como en el periodo anterior.

Hablemos de las derechas y de las izquierdas, en plural. Las derechas ¿han aprendido el golpe de estado sobre democracia, universalidad de derechos humanos, convivencia a través del diálogo social y la negociación política?

Es diferente según los sectores. Detrás de los distintos planteamientos de la derecha, desde el regreso a la democracia, hay tres cuestiones. Una. No quiere por ningún motivo cambiar las conquistas de la dictadura que transformaron la sociedad en salud, educación, pensiones, organización de los territorios con el sistema de regionalización, etcétera. El modelo neoliberal y una forma política, si bien no autoritaria, sí de democracia restringida. Es lo que quieren mantener. Es lo que está detrás de cualquier estrategia, solo que en algunos momentos se expresa en términos de negociaciones para impedir lo contrario y a veces pierden. Otras veces simplemente son intentos de imposición y de movilización de sectores sociales, masas que han perdido o que nunca tuvieron en los últimos tiempos contacto con el mundo político. Para ello echan mano a estrategias de miedo, de incertidumbre. Lo determinante es preservar al máximo posible la obra del régimen militar.

Aceptan que su accionar no se hace en dictadura y por lo tanto sobre la democracia y los derechos humanos hay una creciente aceptación de la democracia. Aceptemos, además, una buena voluntad, más allá de lo retórico, del rechazo a las violaciones de derechos humanos y un nunca más parcial, que es el nunca más a las violaciones sin hacer el vínculo inseparable de que no habría habido violaciones sin golpe militar.

Nos encontramos ante el rechazo al crimen histórico más importante de la historia de Chile. De eso se trata. Todo el clivaje, el bombardeo de La Moneda, la muerte del presidente constitucional y el quiebre de la democracia. En ese sentido hay una aceptación, pero sin querer entender cuáles fueron las causas de las cosas de las cuales ellos dicen, nunca más.

Tienen un problema para hacer la condena, porque saben que fueron cómplices en los asesinatos y en las torturas; fueron cómplices, porque celebraron con champagne el día de la muerte del presidente. Trasladan el negacionismo a una población que en parte vota derecha y siente como la derecha. Otra parte responde a los llamados de la derecha a que el golpe militar era necesario. ¿Por qué es así? Por la ausencia en Chile de un sistema político, cultural, educacional que haga imposible decir que Pinochet tuvo razón.

El tercer elemento es el surgimiento de la nueva derecha del Partido Republicano. Reaccionaria, conservadora, autoritaria, con un proyecto diferente al modelo neoliberal. Aquel era un proyecto equivocado, pero de desarrollo, aunque haya provocado las involuciones que conocemos. Este es un proyecto de regresión para restaurar valores culturales, sistemas de relaciones como eliminar el acuerdo que tiene Chile con los tratados internacionales sobre derechos humanos. Estamos en presencia de una derecha que es mucho más que la derecha de la dictadura. De alguna manera Kast es el representante de Pinochet en la tierra, como diría un católico.

Independientemente de todos los cambios de los pasados 50 años el gobierno de Gabriel Boric es lo más cercano a lo que quiso hacer el presidente Allende con un programa distinto, por cierto.

Esa derecha no se ha salido de los marcos democráticos, pero tiene una cohesión en torno a valores en que la democracia puede utilizarse solo como instrumento para llegar al poder. No hay una convicción democrática en términos de lo que podría tener, si la tiene, una derecha liberal.

Las izquierdas. Algunas todavía enarbolan ideas periclitadas, como si no hubiera caído el Muro ni desaparecido la Unión Soviética.

Hay personas y grupos que, de alguna manera, en relación con lo que fue, por ejemplo, el gobierno popular creen que habría que hacer lo mismo. Mejorando algunas cosas, pero sobre todo cuidando el problema del poder y por lo tanto generar de alguna manera un poder alternativo. No digo que nadie diga eso, pero es lo que estaría en cierta mentalidad, que es pensar en formas insurreccionales, y en eso, las formas son muy distintas según quienes las plantean. Algunos hablan solo de insurrección de masas y ven ahí, por ejemplo, la posibilidad en el estallido social. Nadie piensa hoy día en una insurrección armada, pero persiste una desconfianza acerca de los métodos institucionales. Ahora, ese pensamiento es estrictamente minoritario y opera básicamente como crítica a los izquierdistas que están en el gobierno y no hacen las transformaciones sobre las que habría un consenso que hay que hacerlas.

Otro aspecto de la izquierda es que tenemos por primera vez en la historia -desde que existe la izquierda y la derecha en Chile en el siglo XX- un sector de izquierda que no nace de la división de un partido. Es un dato fundamental para entender la historia. Todas las otras izquierdas, pasaban de una posición a otra, podían devenir en socialdemócratas o en general en posiciones más a la izquierda. Algunas con visiones insurreccionales. Todas habían nacido de partidos. Lo era el MIR, el Espartaco, el MAPU, la Izquierda Cristiana. Para qué decir el Partido Radical que se dividía permanentemente para ocupar el centro, la derecha o la izquierda. En cambio, aquí estamos en presencia de una izquierda que expresa rasgos, tensiones nuevas de una sociedad cambiante. El movimiento estudiantil inicial, generacional, recoge demandas de la época. Los emblemas ecológicos están ahí, las demandas feministas, aunque con autonomía. Se trata de un partido que surge menos en términos de un proyecto de sociedad y más como expresión de las necesidades de los nuevos tiempos. Todo ello lo representa el Frente Amplio.

Segundo, inicialmente tienen una postura mesiánica. Todos los partidos nacen con esa orientación, solo que cuando es fruto de una división se trata de que la respuesta es la que configura el proyecto. Aquí el propósito es relativamente inédito con enormes problemas porque tiene que enfrentar una elección presidencial, elecciones parlamentarias, y encima entender que la política no es solo movimiento social, es negociación, marcos institucionales, llegar a acuerdos, representación, priorización de una u otra cosa, formación de cuadros.

Me refiero a organizaciones que ya no pueden ser solo los partidos tradicionales, aunque tampoco la sola expresión movimientista para resolver los problemas.

Se trata un proceso de largo aprendizaje. No se hace en cinco o seis años. Recordemos, la generación que se salió de un partido, como la Democracia Cristiana. ¿Cuánto tiempo demoró en llegar a la cima? De estas cosas algo sé porque mi padre fue fundador de la Falange y de la Democracia Cristiana. ¿Cuánto tiempo demoró en llegar al gobierno? 40 o 50 años. Aquí, desde su creación, a los diez años el Frente Amplio ya está en el gobierno. Entonces hay un problema con esa izquierda, entre otras cosas, en cómo se vincula a las otras izquierdas.

El 80% de la población chilena no vivió el golpe. Existe un 41% de jóvenes que declara saber poco o nada de la dictadura militar de Pinochet. Usted lo dijo al pasar. Me gustaría insistir en esto. Sé que es más fácil decirlo que realizarlo, pero es como que hay una falla tectónica en el sistema democrático, incapaz de enseñar el acontecimiento de la dictadura para condenarla como recurso repudiable, cualquiera sea su naturaleza y justificación.

Tema importante. Partamos del dato. Me dice que hay un porcentaje que no sabe nada. Volvamos 50 o 60 años. ¿Cómo habrían tenido sensibilidad los jóvenes si eso hubiera ocurrido en aquel tiempo? Básicamente a través de los partidos que eran los que construían la visión de sociedad desde los años 30 del siglo pasado. La industrialización es el Partido Radical y el Frente Popular. La reforma agraria es la Democracia Cristiana y la Iglesia. Y por supuesto, los partidos de la Unidad Popular. La lucha en contra de la dictadura la hacen principalmente los partidos que deben convencer a la población que no quería ir al plebiscito, porque esos mismos partidos le habían dicho que todo lo que venía de Pinochet era mentira, que no había que creerlo, lo que era totalmente cierto. Son los partidos los que hacen acuerdos para participar en el plebiscito.

Es un antecedente central porque hoy los partidos no son ligazón sustantiva con la sociedad, no son escuela, ni lugares de formación de la opinión pública. Los intelectuales políticos debaten, discuten, pero no generan la imagen de sociedad, que es la cuestión primordial.

El relato sobre lo que es la sociedad y sus problemas lo hacían los partidos, también contribuía el sistema educacional público. La educación pública hoy es minoritaria (la educación particular subvencionada no ha crecido junto a la educación pública, sino que ha crecido a costa de ella. Hoy se contabiliza un abrumador 63% de oferta particular versus un 36% del sector público. CIPER). A su vez está complicada, con cómo se enseña lo ocurrido. Las transformaciones o reformas educacionales no han caminado por la acera de una cultura cívica.

Perdone que diga esto, incluso sectores de izquierda hablan de dictadura cívico militar, como si una dictadura pudiera ser cívica. Se acabó la educación cívica, pero la reemplazamos por la dictadura cívico militar. ¡Por Dios! En el discurso de Allende cuando sale el acuerdo de la Cámara de Diputados para destituirlo y que es un llamado directo a las Fuerzas Armadas para que intervengan, Allende, dice que el Parlamento se ha desviado de los valores cívicos. La dictadura lo repuso. Es una locura.

Perdone el paréntesis, porque es una de las peleas que he perdido en mi vida, como muchas otras. La dictadura era civil-militar. Si quieren militar y civil. Nunca cívica. Lo que quiero decir es que no ha habido un sistema educacional que enseñe la relación con la sociedad.

La tercera cuestión ¿dónde aprendió la gente lo que estaba ocurriendo con la dictadura? Fuera de quienes padecían la represión, la Iglesia generó opinión pública e internacional sobre lo sucedido.

Estamos en una sociedad que se estructuró de manera que hubiera siempre un sector que defendiera el golpe. Es decir, tenemos un sistema estructuralmente dividido y por eso, terminado el proceso de la llamada transición, o sea, las reformas para superar los déficits de la dictadura, desaparece el centro político y lo que hay es a quienes representan la dictadura en democracia; quienes dicen que el golpe de Estado se justificaba y los que lo condenaban. Y entre quienes dicen o piensan o no dicen nada sobre golpe de estado emerge una derecha que reivindica el tipo de sociedad que integró el golpe.

¿Es pensable superar esta coyuntura?

 ¿Cómo se puede superar esta crisis?

Creo que estamos en un momento extremadamente complejo porque el cauce que tenía el proyecto transformador que Chile estaba viviendo, el proceso constituyente, fracasó.

Por otro lado, el gobierno de Boric tiene enormes dificultades para cumplir con su programa. Hay que recordar que el proceso constituyente de alguna manera era el cauce institucional de lo que habían sido las movilizaciones y el estallido social. Y el gobierno de Boric había presentado un programa de transformaciones que se condecían mucho con ese proceso constituyente que debido a la incapacidad de la mayoría electa, de entender que una constitución de una mayoría consistía en darle un marco institucional en el cual se generara una fórmula en la que las distintas visiones del país se fusionaran. No en el sentido de perder la diversidad, pero que tuvieran un espacio y que se dejara a la política posterior ciertos principios fundamentales junto a las decisiones de cómo ir concretando esas transformaciones. Aquí se optó por una fórmula en la cual cada identidad identificaba su proyecto con la política y entonces se configuró una mayoría que simplemente no entendió la necesidad en un régimen democrático, sobre todo en una Constitución que venía en la dictadura de permitir el juego de mayorías y minorías a partir de ciertos principios que significaban terminar con la sociedad heredada de la dictadura.

El gobierno de Boris, carga, por un lado, con peso de ser minoría y por otro, las tensiones y problemas de su coalición, en la que se presenta esa percepción de si lo que no me gusta y se aprueba, entonces me voy. Es una enorme dificultad para el liderazgo presidencial. Y eso hace que esos dos elementos, la derrota del proceso constituyente y las dificultades de un gobierno minoritario para realizar su programa de transformación nos pone en una situación que tiene tres salidas.

Una primera es la regresión conservadora en democracia, que encarna el liderazgo de José Antonio Kast, una derecha muy empoderada por los resultados electorales, en el que el punto central es un nuevo proyecto. Ya no son las negociaciones con los gobiernos de la Concertación o con las posibles reformas que se podían hacer con el Gobierno de Piñera. Aquí hay un proyecto de restauración conservadora, de volver -eso hay que reconocerlo- en democracia, a la sociedad tal cual la dejó la dictadura de Pinochet. Es uno de los escenarios más posibles en la medida que apela, más allá de sus elementos programáticos y dogmáticos que se han expresado en su participación en la Convención constitucional actual, al apoyo de un gran sector que rechaza la política y que tiene sobre todo preocupaciones por su vida cotidiana, demandas de seguridad.

La segunda posibilidad de salida es una especie de crisis permanente, en la que no hay un proyecto ni de derecha, ni el proyecto transformador que expresaba el gobierno de Boric y el primer proceso constituyente, sino un permanente intercambio de disputas entre gobierno y oposición que se van rotando. Es el panorama de América Latina en el que no hay prácticamente en ningún país un proceso propiamente tal, sino gobiernos que arriban con un cierto apoyo y que luego lo pierden. Hay reformas parciales, la política más clásica y tradicional, que no da cuenta de los problemas más estructurales de la sociedad y que no tiene un horizonte en que los distintos sectores, se enfrentan. Esa realidad corre muchas veces el riesgo de formas de corrupción y por supuesto de tener una relación con la sociedad fundamentalmente precaria, inestable.

La tercera, a la cual se le ven pocas posibilidades hoy día es retomar el proceso reformador. Probablemente con una mucho mayor moderación que lo que estaba planteado en su inicio. Hay aquí tres condiciones fundamentales.

Una, la constitución de una coalición de izquierda sólida con el Partido Comunista, el Frente Amplio y el Partido Socialista, que debiera terminar con sus distanciamientos: si esto no le gusta, sobre todo a los sectores más aledaños al Partido Socialista, como el PPD, entonces se van. Creo que no es propio de una coalición de gobierno. También hay que dar garantía que en esa coalición programática los distintos sectores que la componen tienen las mismas posibilidades de tener mayor participación en la conducción o no, dependiendo por supuesto de la democracia interna de esa coalición o la democracia de la ciudadanía cuando hay elecciones nacionales. Creo que ese es un elemento fundamental que ha hecho de no existencia real la generación de enormes dificultades al liderazgo presidencial. Eso ya lo vivimos hace 50 años.

Esa coalición de izquierda tiene que ser capaz de llamar a toda una población y ciudadanía. Vinculando sus demandas particulares de vida cotidiana con un horizonte común, con una esperanza común. Son sectores que no se definen en términos estrictamente políticos. Varios se vinculaban y expresaban en el centro político, por lo que las alianzas en otra época eran más fáciles por la relación entre partidos de izquierda y de centro. Hoy día el centro ya no existe. Por primera vez en muchas décadas Chile regresa a una situación normal en muchos países en los que no hay un centro orgánico significativo, como el que tuvo Chile con el Partido Radical y posteriormente con el Partido Demócrata Cristiano hasta hace poco.

Entonces la capacidad de vinculación de est coalición de izquierda con el mundo del centro es difícil.

La tercera condición es que nada de esto tiene sentido si uno queda en el plano político, porque lo que tenemos es una gran masa, que a diferencia de otra época en la que la mayoría de la población se identificaba con opciones político-partidarias -el porcentaje de independientes no era superior de 15%- se ha reducido al mínimo, un 17%. No son los partidos los que expresan a una enorme masa ciudadana, Sino que a veces son grupos identitarios que tienden a representarse básicamente a sí mismos.

Por otro lado, la ciudadanía se expresa en términos de un cierto refugio al individualismo, en un rechazo a la elite, en demandas que tienen que ver con seguridad, con problemas de vida cotidiana, con rechazo a los grandes proyectos que no sienten que tengan que ver con lo que son sus vidas. Ello obliga a la izquierda, no solo a ampliarse en el plano político, incorporando a los sectores de centro., sino también a restablecer los lazos con una sociedad y no solo con actores organizados que siempre estuvieron con ella.

La verdad es que uno puede señalar que hay un núcleo duro de electorado de izquierda, 37%, el mismo de Salvador Allende. Es decir, en 50 años no se ha avanzado mucho en esa materia, lo que obliga a repensar las formas de la política y de relación con una ciudadanía que básicamente rechaza la política.

Hoy día da la impresión de que estamos más cerca, desgraciadamente, de la capacidad de un proyecto conservador. Dadas las situaciones de crisis que la gente siente que vive, dado incluso este problema de rechazo a lo que fue el proceso constituyente, el temor a que a que puedan venir nuevos estallidos, en fin, cualquier cosa. Ahora también puede ocurrir que precisamente ese proyecto no logre captar mayoría y entonces tendríamos el segundo escenario, que era el que yo señalaba.

 

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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