Víctima escuchando los gritos de un torturado; “que se muera pronto, que se muera y no les dé el gusto de seguir sufriendo”

El revisionismo en Chile no es solo de hoy. A mediados de noviembre de 1973 Valeria Varas comenzó a ser torturada. Cuando la soltaron y le dieron la ciudad por cárcel algunos familiares y amigos le dijeron de estaba loca, que cómo se le ocurría inventar esas cosas terribles. Se fue del país y desde entonces vive en Costa Rica.

La Comisión Nacional sobre prisión política y tortura, registra su caso: 25376. Varas Rojas, Ilse Valeria CI: 800530865. Recientemente un dictamen de la justicia chilena le da la razón, la declara víctima de crímenes de lesa humanidad. A Valeria esta sentencia la reconforta porque se impone la verdad sobre la pretensión de restarle importancia a lo ocurrido

Por citar solo el ejemplo más reciente, La diputada chilena Gloria Naveillán, del partido Social Cristiano (en Radio Cooperativa) dijo que los abusos en contra de las mujeres durante la dictadura, “son denuncias que no están probadas” […] Más adelante agregó, “yo no creo que sean sistemáticos. Creo que eso es parte de una leyenda urbana”. Tan grotescas declaraciones han llevado incluso a gente de la derecha chilena a rechazarlas con energía.

Quienes piensan como Naveillán revictimizan a las mujeres abusadas porque les niegan incluso las razones de su pesar.

Esta entrevista es una gota de agua en el lago de las iniquidades. El listado víctimas de prisión política que la Comisión Valech es de 27.255, año 2004. Aproximadamente el 92% habrían sido torturados. No son todos: “La Comisión está consciente que, pese al elevado número de víctimas y casos de detenciones y torturas reconocidos, ellos no constituyen la totalidad de personas que sufrieron prisión política y tortura durante el régimen militar”.

Valeria tiene “la suerte” de poder dar testimonio. Los 3200 asesinados y los 1.162 desaparecidos, no pueden narrar su martirio.

Mi nombre es Valeria Varas. Estoy viviendo en Costa Rica. Me vine de Chile, después del golpe, después de que fui detenida. Me vi obligada a hacer esto. Yo estudiaba diseño industrial en Valparaíso. En ese momento tomé la opción de apoyar el gobierno de Allende. Era una estudiante de izquierda en un tiempo en el que todo estaba polarizado. La escuela de diseño era muy pequeñita. Esto ocasionó que cuando vino el golpe de Estado, las personas que no eran de izquierda habían hecho listas de las que sí lo éramos y nos empezaron a buscar.

Así llegaron a la pensión en donde estaba hospedada. Mi familia estaba viviendo en Quillota, aunque nosotras éramos originarias de el Norte, de María Elena (oficina salitrera declarada en el 2008 monumento nacional) Antofagasta. Me fueron a buscar, pero no me encuentran. Como se había cerrado la universidad, me fui a Quillota. Una compañera vio mi dirección y me fue a avisar de que si no me entregaba me irían a arrestar.

En ese momento estaba sola en un negocio que tenía mi mamá, una fuente de soda, con mi hermana de 15 años y mi abuela. Decidí entregarme, porque yo pensaba, aparte de ser de izquierda, qué me puede pasar más que, no sé, me controlen, me tomen los datos. Pero igual jugaba entre dos situaciones: que podía pasar eso o podía ser sumamente terrible. Es así como decido ir para que no llegaran a la casa y le pasara algo a mi hermana que era adolescente o a mi abuela que estaba en una silla de ruedas.

Nunca me imaginé lo que vino después. Fue terrible, algo así como entrar al infierno de Dante. Hoy en día se quiere minimizar lo que pasó. Duele profundamente porque yo vi y viví cuestiones horrendas que estoy dispuesta a contar entre lágrimas y lágrimas.

Me llevaron primero a la Academia de Guerra y ahí, a los gritos, no paraban en todo el día y toda la noche, donde mataban y torturaban gente.

A las mujeres nos desnudaban, hacían lo que querían con nosotras. A mí me pusieron tanta electricidad que, en un momento, cuando me dieron un pequeño respiro, me tiraron al suelo donde estábamos todas los detenidos políticos. Yo creía que había terremoto porque saltaba y saltaba. Y no lo había, sino que era mi cuerpo el que temblaba por la cantidad de electricidad que me habían puesto. Me pusieron ratas en los pechos. ¿Por qué una persona detenida política, una joven de izquierda, te podían hacer cuestiones de ese tipo? Me colgaron de los pies. Me daban golpes, me pateaban. En un momento comenzaron a estrangularme. Me pusieron algo en el cuello y yo en ese momento pensé que me moría. Hasta que de pronto como que me resucitaron. Lo que recuerdo palpablemente es que uno de los torturadores decía: “qué lástima, se nos iba a ir cuando estábamos recién empezando”.

A nadie se justifica, ni siquiera un gran líder o lideresa política, que se la trate de esa manera.

Vi gente que sacaron de ahí prácticamente muerta. A uno que le perforaron el pulmón. Recuerdo que en un momento no sabía si era de día o de noche, porque nos tenían con vendas en los ojos. Pero en un momento supe que era de día porque me mandan a limpiar las salas de tortura. Fue encontrarse con uñas, con trozos de cabello arrancados con piel del cráneo, pedazos de dedos. Todas esas muestras eran el testimonio de una maldad infinita.

Lo más doloroso es que es gente que te las topas en la calle. Cuando salí en libertad provisional, iba al dentista a Valparaíso y Viña del Mar. A los oficiales con sus parejas, con sus señoras e hijos, me los topaba paseando en la avenida Perú, en las calles centrales de Viña, mientras tú sabías de las barbaridades y perversiones que hacían después.

Me pasaron al barco el Lebu. Al montón de mujeres nos tenían en unos camarotes. Había solo dos camillas en dónde se acostaban las de mayor edad o las que ya llevaban mucho tiempo detenidas. El resto, permanecíamos apelotonadas en el suelo. Cada tarde oíamos cuando tiraban los excrementos de los hombres, porque ellos no tenían baño. Nosotras, por lo menos teníamos un mini baño.

Vivíamos en medio del dolor y el horror. Sabíamos que en cualquier momento nos llamarían para llevarnos a torturar. Esa era para nosotras la sala de espera al infierno. Súmele el miedo, porque cuando te subían a esos vehículos para llevarte a la academia los choferes hacían lo que querían con una. Todos sacaron sus tajadas de perversiones para realizarlas con nosotras y con los hombres. Mucho después hablando con una compañera que trabajaba el tema de la memoria, me dijo que a los hombres les era más difícil reconocer las cosas que les habían hecho y por las que habían pasado.

Estamos en el mero mero centro de los torturadores. Veíamos toda la noche como moría gente, cómo llegaban las niñas chiquitas de los colegios y las abusaban. Una muchacha estudiaba Derecho, su padre era abogado. No era de izquierda, pero defendía, asumía casos porque veía que estaban pasando cosas y buscaba defender a algunas personas. Como no le podían hacer nada él, porque además era conocido, detuvieron a la hija y a su amigo, y lo obligaron a violarla frente a ellos.

Ese lugar se había transformado en un centro de desahogo de perversiones de militares y de marinos. A una amiga la obligaron, en Valparaíso, a que el tío la violara, para que ellos pudieran ver.

Hay un marino que llegaba a mi casa cuando “me dejaron en libertad” aparte que me acosaba y pedía dinero me dijo una vez que todo lo que hacía se los habían enseñado profesionalmente en escuelas en Montevideo y en lugares similares especialistas norteamericanos. Les aseguraban que ninguna de nosotras iba a ser igual después de la tortura.

¿Por qué nos hicieron todo aquello? Y lo más terrible, porque pretendían que toda la gente que pensaba de esa manera dejara de hacerlo. Que nos volveríamos locos y nos suicidáramos, si era idealmente rápido. O, lentamente, que nos trastornáramos sin remisión posible.

Pese a ese pasado reciente hay quienes echan de menos a la dictadura. Dicen que no pasó nada o casi nada. Pero ahí están los lugares de infierno (Hasta la fecha se sabe de 1.168 Centros de detención y/o tortura en Chile, cifra asumida tras años de investigación. La cifra no es definitiva, porque no son todos los centros que existieron. Por ahora son de los que se tienen noticia)

Había un oficial que torturaba y después nos llevaba los nuevos testamentos para que leyéramos y oráramos.

Me gustaría evitarme el resumen. Palizas, abuso sexual, ratas en los pechos. ¿Cuánto duró todo aquello?

Yo perdí la capacidad de acordarme de nombres, de fechas, de tiempos. Creo haber estado como dos meses o más. Y súmale las muertes. O sea, no es bonito estar toda la noche escuchando como matan, como piden ayuda, y tú ahí, en un camastro o en el suelo, tratando de ver cómo ayudar, o más bien diciendo: “que se muera pronto, que se muera y no les dé el gusto de seguir sufriendo”. Mientras me imagino que afuera los familiares ruegan que sobreviva, que no se muera. Esas contradicciones que atormentan te persiguen, ilustran dimensiones poco conocidas del mal.

¿Es muy difícil recordar?

Muy, se toma tiempo, pero es necesario. Es sanador y a estas situaciones no se les puede poner fecha. A veces se nos dice: ¿porqué se demoró tantos años en recordar? O ¿Por qué tardó tanto en denunciar? Yo colaboré con un instituto que trabaja con mujeres. Ahí aprendí que, por ejemplo, los abusos sexuales, el incesto o las agresiones a las mujeres o a hombres o a los niños no pueden prescribir, porque ficticiamente el ser humano le pone un límite al recuerdo. Pero la memoria está ahí. Va a querer expresar en palabras cuándo sea su tiempo y no hay plazo para eso.

En este libro, Que no se lo lleve el viento (imprenta Kanito, Chile, 2021) cuento algunas de las experiencias que padecí. Muchas de las torturas las escribí para sanar, para elaborar lo que me había pasado y poder seguir adelante.

Lo dijo al pasar. Un oficial le contó que lo que buscaban eran no solo la destrucción física, sino también la destrucción espiritual.

Así es.

Sin embargo, usted tiene dos hijos. Me da la impresión -ya me lo dirá usted- que ellos son de una u otra manera, el símbolo de que no han logrado su propósito.

Yo escribo poesía, teatro, y prosa. Casi todo gira en torno a este tema, porque, como decía Sábato, el arte salva de la locura. La escritura me ha salvado de muchas cosas. A uno de mis hijos le gusta un poema que dice que el que yo recuerde los salva también a ellos. Porque ellos también son víctimas, como lo son nuestras familias. No alcanza con decir que hubo no sé cuántas miles de víctimas en Chile (Según los últimos antecedentes del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) de Chile, las víctimas superan las cuarenta mil personas). Multiplique la cifra por la familia. Los míos se quedaron en Chile, mis sobrinas, mis sobrinos, mis hermanas, mi madre en su momento.

En algún lado escuché unas palabras muy bonitas: también es un acto revolucionario sanar físicamente y buscar momentos de felicidad. Todos los seres humanos nos merecemos una vida digna.

¿Es posible superar el trauma?

No es el trauma, son los traumas. No es que tú vas a una terapia porque viviste una experiencia amarga, aquí estamos frente a un montón de cosas. Tienes que superar el montón de traumas. Y lo que uno tiene que hacer es saber que están allí y que es preciso aprender a superarlos, a alejarse de ellos, hacer cosas que te llenen para que el cúmulo de traumas no aflore, porque no te mereces que afloren. En ellos viven los torturadores, los asesinos. Es Pinochet y sus militares buscando cómo quedarse en tu mente, jodiéndote la vida para siempre. Y el montón de recuerdos tienes que manejarlos día a día. Hacer ese acto revolucionario con tu vida, probar ser feliz.

“Las compañeras de celda me buscan y no me ven. Yo me trato de tocar y no me siento. Han llegado miles de monarcas a cobijarme. Son tantas que salimos volando, volando por la ventana diminuta y viajamos por el cielo azul. La gente se sorprende, a estas tierras Nunca había llegado esta especie de insecto. Levantan la vista y apuntan con el dedo. Pero tampoco me ven. Y como no me ven,

sigo volando

cubierta por ellas

por sobre el mar

escapando del dolor”.

Si no existiera la capacidad de escribir y de inventar, no me habría cubierto de mariposas monarcas y no habría volado.

 

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Resuelva la operación: *