Mejor pobre que indio
Arturo Arias, profesor universitario, investigador y escritor dedica parte de su actividad al estudio de la literatura indígena de América Latina y particularmente de su país, Guatemala. La pervivencia del desprecio a la mayoría nacional es uno de principales acicates para su empeño académico. El autor acaba de estar en Holanda para ofrecer una conferencia, en el Instituto Cervantes, en la ciudad de Utrecht, con el título Las nuevas narrativas indígenas del continente como desafío de los parámetros occidentales.

El título de este artículo es un dicho popular en Guatemala. A lo mejor no valdría la pena agregar nada más. La sola enunciación nos ahorra muchas explicaciones. Imaginárselo en boca de los blancos ya es execrable, pero vale la pena imaginárselo en boca de mestizos, de ladinos. El índice de racismo alcanza en Guatemala grados tan elevados que es frecuente escuchar que el país no ha tenido ni tiene un problema indígena.
Al referirse a la creación literaria a Arias le gusta el término Abya Yala, de origen panameño, del pueblo Kuna, que significa “tierra en su plena madurez” o “tierra de sangre vital», y es el nombre originario que le dieron los ancestros al continente; mientras que América es el nombre escogido por los colonizadores.
Varios de los mejores escritores de la región optaron en el siglo XX por el indigenismo. Célebres son los casos del premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, compatriota de Arias, como los del peruano José Miguel Arguedas o la mexicana Rosario Castellanos o el ecuatoriano Jorge Icaza, entre muchos otros. De alguna manera fueron los herederos de Bartolomé de las Casas, de Antonio de Montesinos. Gente de propósitos nobles que intentaron alumbrar zonas que habían sido oscurecidas por el poder.

El fallo de fábrica de ese movimiento era insoslayable, se trataba de gente que hablaba en nombre de… sin proponérselo los indigenistas al querer darle voz a los sin voz, suplantaban una voz y en ocasiones desde el escaso conocimiento de la cultura indígena. Esa anomalía es la que desean superar los escritores indígenas de hoy, para ello han puesto en marcha en diversos países un proceso de descolonización literaria, cuya meta es la recuperación de la memoria, la soberanía de las letras. Como dice el poeta guatemalteco Humberto Ak’Abal
De vez en cuando
camino al revés:
es mi modo de recordar.
Si caminara sólo hacia delante,
te podría contar
cómo es el olvido.
Los temas básicos de estas creaciones son, en la primera generación de escritores, recurrentes: el pueblo oprimido que busca mantener su dignidad durante cinco siglos de colonización, el trauma de la conquista, los abusos del estado republicano, la crisis de los estados nacionales, la relación comunidad-tierra. En síntesis, la larga lista que da cuenta del trauma histórico colectivo. A esa veta central se adhiere la menos importante del amor, la naturaleza y la musicalidad de las letras.
Se trata de una apropiación y de una búsqueda, porque son artistas imbuidos de realidad y comprometidos con ella. Es una literatura que no pueden alejarse de las circunstancias de estos pueblos sin traicionarse a ellos mismos. No se mal interprete, el anhelo es alcanzar las cimas altas de la literatura, la excelencia de la palabra, no la del panfleto barato. Pero está demasiada fresca la sangre de las masacres, demasiado viva la discriminación. Es realismo porque el realismo supera con creces a la ficción.
Para los mayas, la búsqueda, a partir de sus valores culturales es el de una lógica diferente a la del consumo y el exclusivo crecimiento material. La mayoría ha estudiado lingüística porque ellos mismos traducen sus libros. Decir en español, la otra lengua, lo que realmente se quiere, exige estudio, comprensión de las normas, manejo de las técnicas narrativas.
He aquí un ejemplo de la experiencia poética traducida del quechua al español. Su autora es Dida Aguirre del Perú. Mullaca.
Blanca mullaquita
mullaca moradita
de cabellera,
ojos
florecitas
amarillas
espinita del tankar,
en la
orillita del río
nudoso agarrado
creces
arbolito del quinual
¡maqta ja!
ni el río bravo de crecida
ni el huracán
pueden mover tu tronco
Espinita de las tunas
mes de mayo
tuna blanca, roja tunita
sólo en ayni
gavilán
préstame tus alas
de pueblo en pueblo
para
buscar
a tí mi negrito
que sólo vives allí
en el mensaje
onírico de mi coca.
Yuraq mullakachalla
mullaka moradalla
chukchachayuq
tancar kichkachalla
qellu sisachalla
ñawiyuq
mayu patachampi
kipu kipu watasqa
qeñua sachachalla
nisiu maqtasu
wiñanki
manam jatun mayupas
wayra muyuypas
kikikinmanchu
kulluykita
tunas kichkachallay
mayu killapi
tunas yuraq
puka tunascha
qellinwara riprachaykita
aynikusqayki
llaqtan llaqtan
maskanaypaq
yanallay
kuka musqasqallaypi
yachariq kaqta.
Esto nos lleva a la aspiración de modernidad. Ellos no quieren volver a un pasado mítico, a un período prehispánico por decirlo cínicamente. Lo que quieren es ser modernos para preservar mejor lo propio. Arias ofrece el ejemplo de una mujer indígena a la que se le pregunta si prefiere lavar la ropa a la orilla del lago o en una lavadora. «En una lavadora sin duda» y si no la tiene es por falta de recursos o de electricidad.
Modernización y preservación. No es acaso el camino del mestizaje cultural, el mismo que nació con la biblia maya el Popol Vuh, originalmente una obra de pinturas con jeroglíficos que los sacerdotes interpretaban al pueblo para mantener vivo el conocimieno del origen de su raza y su religion, más tarde traducido por fray Francisco Ximenez y en el que ya se constatan en el contenido las influencias culturales hispanas.
En definitiva lo que estos escritores buscan es lo mismo que sus comunidades, que los dejen ser. Acercarse a la literatura indígena es, según Ricardo Arias, asistir a una experiencia reveladora, en la que aprendemos muchas cosas que ignoramos de nuestro país y de nuestra gente.