La cumbre de Panamá pareciera destinada a inaugurar una nueva época americana
Cuba y Estados Unidos se sientan a hablar para despedir al pasado. El Presidente de los Estados Unidos a la búsqueda de una nueva relación con la región. Reconocimiento explícito del papel de la sociedad civil en el destino de los pueblos. Los méritos están a la vista y han opacado a las dificultades que son múltiples y difíciles. Superada la alegría volverán los dilemas del crecimiento, la exclusión, la seguridad, la corrupción, la conculcación de espacios democráticos, la persecución del que no piensa como el poder, entre otros temas gruesos.
En el ámbito de las palabras hubo un fragmento del discurso del Presidente Barak Obama, en el foro social de Panamá, que resume el sentir del mandatario para con américa Latina y El caribe:
“Quiero decirles que cuando los Estados Unidos ve que hay espacios que se cierran a la sociedad civil, nosotros haremos todo lo posible para abrirlos. Si se hacen esfuerzos para aislarte del mundo, intentaremos conectarte con los demás. Cuando se te calla, nosotros probaremos hablar junto a ti. Y si te oprimen, querremos ayudarte a fortalecerte. Si te esfuerzas para lograr cambios, los Estados Unidos estará junto a ti a lo largo de todo el camino. Nosotros respetamos la diferencia entre nuestros países. Los días en los que nuestra agenda en este hemisferio partía del principio de que los Estados Unidos podían meterse impunemente en todo, son días pertenecen al pasado”.
Aquí está condensada la estrategia. Respeto a la diversidad pero solidaridad con la sociedad civil de los países y no solamente con los gobiernos. Lucha por la inclusión, por la libertad de expresión, en contra de las tiranías y a favor de los cambios. Y, especialmente, desde un plano más simétrico sin las pretensiones intervencionistas del pasado.
Consecuente con esta línea de actuación Obama habló con Raúl Castro para comenzar a cerrar un capítulo de total ineficiencia en política exterior y normalizar relaciones con la isla reconociendo las diferencias. Al mismo tiempo habló con disidentes cubanos para remarcar el propósito que al final de cuentas sea el pueblo cubano el que escoja su destino.
Para Enrique Iglesias, quien fuera Secretario ejecutivo de la CEPAL, ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo BID, y Secretario General de la Secretaría General Iberoamericana, es un error creer que América Latina debe mantener distancias con los Estados Unidos. No solo no se puede, sino que no se debe. Iglesias cree que las cumbres pueden contribuir a la democracia y a los derechos si los participantes son capaces de autocrítica y de hablar las cosas con sinceridad entre ellos. En ese sentido hay que seguir el ejemplo de Europa, que cuando los gobiernos de la Unión Europea tiene diferencias, las ventilan abiertamente con todos los argumentos sobre la mesa.
Permítanme repetir aquello de : “los días en los que nuestra agenda en este hemisferio partía del principio de que los Estados Unidos podían meterse impunemente en todo, son días pertenecen al pasado”. Si eso es así estamos en el punto de partida de una nueva relación multilateral de Estados Unidos con América Latina y El Caribe. No va a ser fácil. La voluntad expresa y expresada en Panamá debe pasar por instancias en las que Obama no tiene todas las cartas ganadoras. No obstante las futuras dificultades no le quitan un ápice a la importancia de lo ocurrido. Así también lo entiende José Miguel Vivanco, Director para las américas de Human Rights Watch, quien se reunió, más de una hora con Obama junto a los Presidentes de Costa Rica y Uruguay, y grupos de líderes regionales de la sociedad civil, en distintas áreas, no solo en derechos humanos.
Fue ese un encuentro distendido, amplio, en donde se tuvo la oportunidad de entablar un diálogo directo con el Obama y los otros Presidentes, sobre la necesidad de fortalecer el trabajo de la sociedad civil, su rol en tareas que comprometen y que importan a la comunidad toda; la necesidad de apoyar este trabajo y específicamente de cómo enfrentar algunas campañas que se desarrollan, no solo en la región, sino que también en otras latitudes para limitar, debilitar el trabajo de la sociedad civil, particularmente el de aquellas que se dedican a la investigación y documentación de temas relacionados con derechos humanos y corrupción.
¿Existe una voluntad expresa del presidente Obama de respaldar a la sociedad civil, tal y como lo; dijo en Foro Social de Panamá?
El Presidente Obama fue extraordinariamente elocuente, la reunión fue sin papeles ni discursos. Me dio la impresión que su compromiso es absoluto, genuino, fue muy sincero, en el sentido de que estas tareas, para él, las de la sociedad civil y la experiencia propia que tuvo cuando joven en Chicago, en actividades civiles le parecen centrales. Incluso, al igual que los medios de comunicación, lo dijo tanto en público como en privado, cumplen una misión fundamental, pero con la que podemos estar mañana en desacuerdo, con las críticas, las opiniones, pero son totalmente imprescindibles en cualquier sociedad democrática, en toda sociedad abierta.
Realmente fue una gran oportunidad para todos los que estábamos allí, el intercambiar estas ideas, y comprobar que tanto el Presidente Obama, como los de Costa Rica y Uruguay, son muy firmes en sus compromisos democráticos.
La mayor parte de los grandes medios de comunicación no ha dudado en calificar la cumbre de Panamá como el inicio de una nueva era, una nueva relación entre los Estados Unidos como el gran socio de los países latinoamericanos. ¿usted comparte ese optimismo?
Lo que comparto es algo de ese optimismo, porque creo que lo que allí ocurrió es que los grandes perdedores fueron lo del ALBA, encabezados por Maduro, Correa y compañía. Y, Cristina Fernández, a la que ya hay que situarla clara y derechamente entre los miembros del ALBA. La intención de ellos fue ir a crucificar al Presidente Obama. No fueron para tratar los temas que realmente importan, como por ejemplo el descalabro que se produce con los escándalos de corrupción en países grandes como México, Brasil, Argentina, así como en algunos más pequeños como Chile y otros. El abuso y la concentración de poder. No. Ellos fueron con una agenda precisa.
Sin embargo, creo que les sorprendió a ellos y a todos los que estábamos allí el discurso de Raúl Castro que, simplemente, le rindió un homenaje al Presidente Obama. Dijo que era un hombre honesto, que él le pedía hasta disculpas, que no tenía ninguna responsabilidad. Es decir, lo legitimó, lo convalidó en términos que nadie pudo haber imaginado. Eso les quitó el piso, los dejó completamente descolocados a este grupito de líderes que fueron allá a repetir discursos trasnochados, de ataque a los Estados Unidos como si nada hubiera cambiado, como si Obama fuera Bush o Reagan.
Creo que en ese sentido la relación que se pueda entablar entre la administración Obama y el gobierno de Raúl Castro genera una dinámica muy distinta que fuerza a América Latina a enfocar esta relación en términos bastante más conciliadores y constructivos.
Sé que el Presidente Obama tuvo un buen gesto al reunirse con, a lo menos, dos disidentes, representantes de la sociedad civil de Cuba, pero eso no le quita en absoluto el protagonismo a Raúl Castro. ¿Va por buen camino la normalización. Vamos a llegar a mayores espacios de libertad en la isla?
No lo sé. Esa es la gran apuesta y la gran interrogante. No creo que sea razonable pretender que una mejoría en las relaciones entre Washington y La Habana con restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas traerá como consecuencia natural una mejoría en el record de derechos humanos de ese gobierno, que es deplorable. Allí no existen libertades públicas, no hay un concepto de sociedad civil, no hay libertad de expresión ni de asociación, no hay derechos políticos ni sindicatos. Todo lo controla el gobierno, es un régimen totalitario a la antigua, de los que felizmente quedan pocos. Eso no va a cambiar, como tampoco la naturaleza del régimen.
Lo que puede cambiar es que al eliminarse el pretexto, la distracción que ha representado durante estos cincuenta años una política de embargo, de aislamiento que, por cierto, ha sido un fracaso total, al empezar el desmonte de esta política se abran las posibilidades, por primera vez, que el resto de las democracias occidentales de Europa, de América Latina en particular le pongan atención, ya no tanto a la política exterior de los Estados Unidos a las que estaban comprometidos a demonizar constantemente, porque ahora habría un cese de ella, sino empezar a colocarle las luces al record deplorable de derechos humanos y a la falta de libertades públicas en Cuba.
En ese sentido la esperanza es que multilateralmente existan las posibilidades para demandar cambios en Cuba. Y que el gobierno cubano se vea mucho más expuesto cada vez que reprime a la sociedad civil, a los opositores por actividades que, en cualquiera del resto de los países de América Latina, son perfectamente lícitas y legítimas.
No podemos dejar fuera de este balance a dos países, uno es Venezuela. Ahí está la carta de más de 20 ex mandatarios latinoamericanos pidiendo respeto por derechos humanos, libertad para los presos políticos; en pocas palabras, que cambie la situación en Venezuela. Sin embargo, del resto la verdad es que son excepcionales las manifestaciones de los mandatarios de la región.
Es cierto, pero se están dando algunos progresos. El Presidente Santos ha mencionado en más de una oportunidad la necesidad de liberar a Leopoldo López, uno de los más importantes presos políticos. El gobierno actual de Uruguay de Tabaré Vázquez tiene una actitud distinta a la de su predecesor José Mujica en relación con el caso de Venezuela y le ha enrostrado sus déficit democráticos y en materia de derechos humanos. La misma Presidente Dilma Rousseff, en una entrevista en Panamá, con la periodista Patricia Janiot de CNN, reconoció que habría que liberar a los presos. No dijo presos políticos, pero todo el mundo entendió a quienes se refería.
Creo que esta campaña que armó Venezuela a propósito del decreto del Presidente Obama que establece sanciones a siete funcionarios corruptos y violadores de derechos humanos en Venezuela cometió el error, diría inexcusable, de incorporar una frase que señalaba a Venezuela como una amenaza para los Estados Unidos, error que la Casa Blanca intentó corregir horas antes de la Cumbre de las Américas.
Ese error les dio bastante oxígeno para armar una campaña nacional e internacional pidiendo la derogación del decreto.
Creo que luego de la cumbre, especialmente por los intercambios de discursos y la reunión entre Raúl Castro y Obama, esa campaña pierde sentido y se genera una situación distinta donde una vez más los focos se van a colocar más en la situación que se vive en Venezuela y no en estas distracciones o supuestas conspiraciones que existen para desestabilizar a Venezuela, como lo sostiene Maduro cada vez que se enfrenta a un micrófono.
Si el caso de Venezuela es grave, no lo es menos el caso de México.
Es muy, muy grave. El Presidente Obama hizo alusión pública y privada sobre la necesidad de mantener algunas consistencias básicas cuando se habla de derechos humanos, especialmente por parte de los gobiernos, más si se trata de los Estados Unidos, en el sentido de que no solo se hable de derechos humanos cuando se trata de ciertos países y de los aliados se ignora el tema. Que es, lamentablemente, una de las prácticas que ha habido en los Estados Unidos durante muchos años. Obama dijo, podemos hacer más, nuestras inconsistencias en estas materas no ayudan, perjudican.
En esta y en otras reuniones Peña Nieto se las ha arreglado para pasar inadvertido e invisibilizar la situación interna que, lamentablemente, es gravísima; quizás de la peores crisis en materia de derechos humanos en la historia contemporánea de México.