Holocausto: 77 años más tarde. Una lección pendiente

Déjame que hable en tu nombre. Que busque las palabras imposibles para contar tu dolor. Los que aprendieron a odiarte robaron un futuro irrepetible. Fueron por ti en todas partes. Usaron a los tuyos para llevarte de la mano a la muerte.
Hicieron humo con lo sagrado. La raza, la sangre, la tierra no valen nada al lado de tantos corazones. Déjame recordarte como advertencia para los que estamos de vuelta, olvidándote. A punto de repetir tu partida con otros rostros, otra piel, otras excusas.
Sí, aquí estamos de vuelta, listos para volver a odiar.

Habla un sobreviviente

David Galante, ¿cuántos años tiene usted?

85 años.

Y ¿dónde nació?

En la isla de Rodas, Grecia.

Entonces, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, usted tenía…

Alrededor de 18 años.

Fue deportado junto a su familia.

Exactamente. Éramos siete. Padre y madre, tres hermanas, un hermano y, yo.

Y de todos ellos…

Nos salvamos mi hermano y yo. Mi padre y mi madre fueron eliminados de entrada al llegar al campo.

El mismo día…

Cuando se hacía la selección el mismo día en Auschwitz, fueron eliminados. Y mis tres hermanas, mi hermano y yo fuimos para el trabajo. Pero lamentablemente mis tres hermanas no aguantaron. No sabemos si fallecieron de hambre, de frío, de enfermedades. Nunca llegamos a saber.

¿Qué trabajo era?

Eran muy duros. Hacía mucho frío. La comida era muy poca, prácticamente nula. Esto nos iban reduciendo a esqueletos hasta que no aguantábamos más. Entonces ahí nos iban eliminando. Había selecciones permanentemente. El método que tenían era hacernos trabajar al máximo y cuando ya no rendíamos más, nos eliminaban.

Usted ha pensado muchas veces ¿cómo logró salvarse?

Lo pensé, pero le puedo decir que fue por pura suerte. Traté personalmente de buscar la manera de sobrevivir.  A esta edad, 18 años, uno tiene el espíritu de luchar para sobrevivir. El lema nuestro era pasar un día más de vida. Cada día en la misma forma. Yo escribí un libro y el título es justamente este: un día más de vida.

¿Cuánta gente se salvó con usted?

Cuando nos llevaron al campo éramos alrededor de 1800. Nos salvamos 150. El resto, la mayoría murió en la primera selección. La gente mayor, las criaturas, los que no eran aptos para el trabajo era eliminados. Los que quedamos para el trabajo éramos cerca de 400 y de ellos nos salvamos 150.

¿Usted pude explicarse hoy la magnitud del mal que pueden perpetrar los seres humanos?

Ese fue el acto más cruel, el genocidio más grande de la historia. Y eso se debe a que el mundo entero, en esa época, miraba hacia otro lado mientras sucedía.

Se desentendían de la muerte del vecino.

Exactamente. A pesar de que sabían lo que estaba sucediendo nadie hacía nada. No movía un dedo para hacer algo. En historia de la humanidad va a quedar así.

Y usted cree que las cosas han cambiado para que no vuelva a ocurrir algo así.

Pienso que no, que todavía esos genocidios se siguen perpetrando en otras latitudes. Quiere decir que el hombre no aprendió lo que fue la lección del holocausto. En otros lados, en África, en la ex Yugoslavia, se sigue perpetrando esas matanzas.

El daño físico, el daño moral de las víctimas ¿tiene remedio?

No tiene remedio. Le voy a explicar. A nosotros nos liberaron las tropas soviéticas en Auschwitz, pero lo hicieron físicamente, porque nuestras almas, nuestros corazones, nuestro espíritu, todos nuestros ideales han quedado en el campo, porque allí hemos perdido a toda la familia. Hay un dicho de Elie Wiesel: “Todo aquel que ha estado en Auschwitz nunca podrá salir de él. Y el que no ha estado, nunca podrá entrar en él “. Nosotros lo sentimos así.

¿Cómo?

Uno siente que tiene una carga que es la que debemos transmitir a las futuras generaciones. Esa es nuestra misión, testimoniar, contar.

¿Usted sigue teniendo pesadillas?

No. Y sabe por qué, porque hace unos quince años que comencé a hablar. Estuve cincuenta años sin poder decir nada de lo que me sucedió. Cuando llegué a la Argentina la gente no me creía. Decía que había vuelto loco de la guerra. Entonces me encerré en mí mismo y me dediqué a trabajar. Cuando empezaron a salir películas como, la lista de Schindler, la gente empezó a querer saber qué sucedió. Y ahí, un grupo de sobrevivientes empezamos a contar cómo fueron las cosas. Y yo me daba cuenta que en la medida que hablaba me sentía mejor.

Se lo pregunto porque hay mucha gente que dice que hay que dejar al pasado en paz.

El pasado no se puede dejar, porque si lo dejamos en el futuro se repite. Es preferible seguir recordando para que las nuevas generaciones puedan seguir luchando”.

Arriba: Efraim Zadoff, David Feuerstein, María Pía Lara. Al centro: Jacobo Drachman, David Galante Abajo: Francisco Veiga, Jorge Semprún

Nunca nos enteramos
Jorge Semprún fue muchas cosas, pero será recordado como a él le hubiese gustado, un escritor testimonial. Perteneció a las minorías que se opusieron al fascismo. Su paso por Buchenwald lo contó en El largo viaje. Semprún sabía que la mayoría buscaría refugio en el desconocimiento, en la ignorancia inducida.

“En un primer momento es verdad que no se enteraron porque no quisieron enterarse, no quisieron saber. Hay un mecanismo de no saber porque no se quiere saber. El silencio sobre esas cosas es porque uno lo ha querido.

Tampoco se trata de que nos pasemos la vida recordando a los muertos de uno y otro bando, porque no saldríamos nunca de la guerra. Seguiríamos en eso que los españoles hemos tenido la tendencia de decir siempre de la guerra civil: “nuestra guerra” como si fuera la única de la que podríamos apropiarnos por lo menos gramaticalmente, “nuestra guerra”. Las guerras de los demás, la Primera Guerra Mundial, la otra guerra Mundial son otro cantar. Seguramente en algunas familias, la gente de mayor edad sigue diciendo “nuestra guerra”, pero el fenómeno del olvido voluntario, a la vez sincero y a la vez oportunista, es una práctica generalizada. Creo que en todos los países donde ha habido dictaduras se puede encontrar el mismo problema.

Se da porque se encuentran frente a la disyuntiva imposible, es decir, si la gente dice “yo sabía” se supone que podía haber hecho algo. Ese es el problema, ¿verdad?

Ese es exactamente el problema. Tengo sobre ese tema concreto una anécdota. En el mes de abril del año cuarenta y cinco, el once de abril, el ejército americano, el tercer ejército del general George Patton, libera el campo de Buchenwald. Al día siguiente el mando militar americano organiza una visita al campo de concentración para la población civil de la ciudad de Weimar. La famosa ciudad de Goethe, la ciudad de la cultura. Además, todos los archivos de la historia cultural alemana están allí.

Me fijo en un grupo del cual el guía es un teniente del ejército americano que habla perfecto alemán. Va explicando a ese centenar de paisanos, mujeres en su mayoría o niños, porque los hombres en edad militar están todavía en la guerra que no ha terminado, aún están movilizados. El oficial los lleva hasta el patio del crematorio donde están centenares de cadáveres amontonados como troncos.

Las mujeres alemanas comienzan a gritar y a llorar, a decir “no sabíamos, no nos habíamos enterado”. El teniente les dice tranquilamente: “no sabíais porque no queríais saber, ¿no habéis visto los trenes que pasaban por Weimar desde hace años? ¿No habéis visto o vuestros maridos o hermanos no han visto trabajadores deportados que compartían en la fábrica tal y cual el trabajo con vosotros? ¿No habéis percibido el humo? No sois culpables, pero sois responsables”.

La escena se quedó grabada en mi memoria.

El teniente americano era un judío alemán que se llamaba Rosenberg, a quien he puesto en uno de mis libros con el nombre de Rosenveld porque como no sabía si vivía todavía, para protegerle incluso de mis posibles errores de memoria. Una lectora del libro en inglés lo identificó y me dijo “ese es Rosenberg”.

El hombre está vivo todavía y tenemos correspondencia.

El teniente americano se expatrió, salió de Alemania en los años treinta, se hizo americano, se alistó en el ejército para hacer la guerra antifascista contra su propio país como combatiente de la libertad. Claro, por eso hablaba tan perfecto alemán.”

El fascismo no es la creación de un loco asesino. Por el contrario, es una alternativa coherente a la democracia. Levantada con los pilares de la pureza de sangre, la superioridad de un pueblo, el espacio vital, el enemigo predilecto y el uso sistemático de la violencia para llevar a cabo sus propósitos. La destrucción de los judíos se inspiró, entre otros, en Lutero: “seremos culpables de no destruirlos”.

Para ultimar a los judíos se recurrió, en forma de escalada a cuatro recursos mediante cuatro instituciones.

Primero, la expropiación o compra de los recursos financieros de los judíos.

Luego, su exclusión de la sociedad con la inevitable pauperización que ello suponía.

En tercer lugar, la concentración en guetos e identificación mediante la estrella amarilla, que ponía a sus portadores en condición de total indefensión y terror.

Y finalmente, la deportación a los campos de concentración para ser eliminados mediante el trabajo forzado, el hambre, las balas, la horca, el ciclón B, la incineración o la fosa común.

Las cuatro instituciones perpetradoras de la Shoa fueron: la burocracia, el empresariado, las fuerzas armadas y el partido.

Nazis y América Latina
Efraim Zadoff, Doctor en Filosofía sobre la historia de la educación judía en Argentina y Rabino laico humanista, ha investigado ampliamente la actitud de los gobiernos de América Latina con la inmigración de los judíos en los años previos y durante la Segunda Guerra Mundial:

“América Latina fue uno de los lugares, durante los años treinta, en los que todavía se permitía el ingreso de judíos. Sin embargo, empezaron a limitarlo. Decían, tenemos gran simpatía, pero no podemos porque tenemos circunstancias muy especiales que nos impide recibir judíos. Aclaremos que el subcontinente no cerró del todo las puertas. Desde 1933 y hasta 1945 pudieron inmigrar a esa región 120 mil judíos.

Ahora, cuando se decía que no, las instrucciones que enviaban los ministerios de Relaciones Exteriores a sus sedes diplomáticas eran racistas. Decían, los judíos van a perjudicar, a dominar a nuestra sociedad. Hay que tener cuidado porque el judaísmo no solo es cuestión de religión, es algo de raza.

En otro sentido, algunos cónsules latinoamericanos en Europa, durante la Shoah, intentaron ayudar. Por un lado, hasta 1941, en la otorgación de visas. Es el caso de Souza Dantas, embajador de Brasil en París, que entregó visas a judíos, a pesar de la prohibición expresa de su gobierno.

Después de 1941, cuando ya no se podía emigrar, surgió la posibilidad de elaborar pasaportes en los que se certificaba que el propietario era ciudadano de ese país, y el poseerlo servía como documento de protección. Los alemanes veían a las personas con esos pasaportes como candidatos para un canje de prisioneros. No lo enviaban a Auschwitz o a otros campos de exterminio. Por ejemplo, judíos que tenían pasaportes latinoamericanos comprados o entregados por bondad. Estaban en el campo de Westerbork (noreste de los Países Bajos) Y se los deportaba a Belgen Belsen (Baja Sajonia, Alemania) Un campo para canjear prisioneros.

Puedo mencionar al cónsul Manuel Antonio Muñoz Borrero, de Ecuador, a quien investigué. Fue reconocido como Justo de las Naciones. Había sido castigado por el gobierno de Quito por su desobediencia. Hace un año lo rehabilitaron post mortem. El cónsul Rudolf Hugli de Paraguay, José María Barreto, de Perú. El Cónsul Arturo Castellanos de el Salvador. Algunos cobraban, otros no lo hacían, y otros cobraban lo mínimo porque esa era la única fuente de subsistencia que tenían. De ese modo se salvaron cerca de mil judíos.

Las autoridades latinoamericanas que expresaban su antisemitismo recibieron posteriormente a nazis célebres y otros menos célebres.

Todo esto hay que ponerlo en el contexto de la huida o, entre comillas, del “salvamento de los nazis”, por los países del mundo, no solo los de América Latina. Estados Unidos, Gran Bretaña, la ex Unión Soviética. Había mano de obra muy calificada. Científicos que encontraron también refugio en países árabes, en Siria, Egipto.

Es cierto. Probablemente la razón por la cual los países latinoamericanos recibieron a estos asesinos que se escaparon de Europa: croatas, belgas, la famosa vía de escape que pasaba, en cierto modo, por el Vaticano (el obispo Alois Hudal ayudó a huir, entre otros, a los comandante de Treblinka, De Sobibor, y Drancy. Posteriormente también, a Adolf Eichmann) Es gente de ideología nazi, que hasta el día de hoy, sabemos en que en el sur de Chile, de Argentina y de Brasil hay algunas colonizaciones que son conocidas como de raíces alemanas nazis.

Es lamentable y, en gran medida, fue por simpatía ideológica. Sí”.

Seguir contando
Elie Wiesel, célebre sobreviviente de la saña nazi, que dedicó su vida a contar el horror, no pudo evitar decir: “podemos comunicar algunos retazos, algunos fragmentos, pero no la experiencia. Lo que hemos vivido nadie lo conocerá, nadie lo comprenderá”.

Sin embargo, nos enteramos, tratamos de aprender con sus vivencias. Así lo cree, la profesora mexicana María Pía Lara, autora de un libro iluminador, Narrar el mal.

“Me parece una cita semejante a las que muchas veces dijo Primo Levi: “Nosotros, los que sobrevivimos a los campos de concentración no somos testigos verdaderos. Nosotros somos los que, a través de la prevaricación, la habilidad o la suerte, nunca tocamos fondo. Los que estuvieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron o regresaron sin palabras.”

Sin embargo, él no dejó nunca de escribir sobre el Holocausto, de escribir libros cada vez mejores, uno superaba al otro y era sobre lo mismo. Puede ser que la gente que lo padeció siempre tendrá una percepción de qué existe un tramo que es incomunicable. De acuerdo, pero tenemos asimilado totalmente Auschwitz dentro del imaginario social de una manera que no ha dejado de redundar.

Es importante seguir examinando el pasado para entender el presente y construir el futuro. Se trata de algo fundamental, porque nunca hay un punto final en la interpretación de la historia. Y ésa es la mejor y más humilde posición que podemos tomar.

La única manera de articular esta apertura de interpretación es permitiendo que vengan otros a contarnos historias diferentes sobre lo que nosotros pensábamos inmutable y que, de alguna manera, nos incita a mirar lo ocurrido desde un ángulo distinto.”

Nuevas realidades

En Europa el fin de la Segunda Guerra Mundial no significó la desaparición de las ideas de inspiración fascista. Lo comprobamos ahora. No es el renacimiento, ni los fantasmas del pasado, es el reestreno de la ultraderecha. Actualizada, con lecciones aprendidas, oportunista. El Relator Especial de Naciones Unidas para la Libertad de Religión, Ahmed Shaheed, en una declaración de hace escasos días: “Estoy altamente alarmado al ver cómo ciertos líderes religiosos y políticos mal utilizan la pandemia (Coronavirus) para propagar odio a los judíos y otras minorías”. El antisemitismo no tiene fronteras.

Aunque es preciso aclarar que el hoy no es el ayer. El historiador español, Francisco Veiga Rodríguez:

“De momento no se esperan las marchas de uniformados con camisas pardas y correaje. No se esperan nuevos Mussolinis o nuevos Hítleres. No se espera el fascismo histórico. Ahora tenemos algo diferente, no necesariamente menos peligroso. Lo cierto es que lo que se aprende en cierto momento es lo que asume una determinada generación, pero sus hijos ya no han vivido eso. Nadie escarmienta en cabeza ajena. A la tercera generación se agota el recuerdo. Hay, hoy en día, alumnos que tienen veinte y pico de años, que desconocen muchas cosas que nosotros creíamos que iban a permanecer siempre en el recuerdo.

Eso, por un lado, después, la realidad cambia. Es decir, el neofascismo, o la nueva ultraderecha aprendieron la lección. Su gran basa es haberse distanciado muy conscientemente de los modelos del pasado. Hoy existen muy poquitos movimientos ultranacionalistas o ultraderechistas que asumen la herencia de Mussolini o de Hitler. Ponen una gran distancia: ¡nosotros no tenemos nada que ver con aquello!

La Guardia Magyar (2007-2009) en Hungría, que tenía unas organizaciones paramilitares, con uniforme y que desfilaban por las calles de Budapest, empezó a tener problemas legales y se disolvió. Luego apareció el mismo partido, con el mismo nombre, pero sus militantes ya no iban por allí con uniforme paramilitar sino con americanas y corbata, con un aspecto urbano típico de hombres de negocios, con grandes sonrisas y eslóganes mucho más pacíficos. Pero continúan teniendo los mismos objetivos. Es decir que las estrategias de los partidos radicales cambian al tiempo que se pierde memoria.

¿Podemos tener nuevamente Auschwitz? No sé, pero sí hemos tenido Ruanda, en 1994, que fue un genocidio que superó en matanzas día, a cualquiera de los balances que hubieran hecho los nazis en sus campos de exterminio. No se hizo con cámaras de gas ni con trenes que llegaban puntualmente, sino con vecinos armados de piedras, palos, machetes y, sin embargo, la eficacia fue tremenda.

Nos hemos quedado colgados de un modelo del cual intentamos defendernos para que no vuelva a pasar, y probablemente no ocurrirá, pero pueden pasar cosas mucho peores, aunque no tengan el mismo patrón. Nos hemos querido vacunar de un pasado determinado, pero no nos vacunamos de un futuro que puede ser mucho más peligroso y devastador.”

El exterminio de los judíos es símbolo del mal absoluto. A la vez es un dilema teológico. Ahí están las palabras desesperadas de Germain Tillion, célebre resistente francesa: “desde el fondo del abismo te llamamos y no respondiste”.

Tzvetan Todorov recuerda en Insumisos (Galaxia Gutenberg, 2015) a la holandesa Etty Hillesum para resaltar uno de sus principales mensajes, el amor al mundo y el rechazo radical al odio. “Amor a la vida, incluso en lo que puede tener de más atroz, y rechazo del odio, incluso por aquellos que son responsables de las persecuciones y del exterminio. Enfrentada al mal no intenta destruirlo en los demás, sino prohibirle el acceso a sí misma”.

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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