Hijas e hijos de represores argentinos se rebelan contra los padres
Fueron al menos 488 los centros de detención clandestinos durante el Proceso de Reorganización Nacional en Argentina. Es decir que como mínimo hubo dos mil quinientos represores en servicio a tiempo completo entre 1976 y 1983. La historia del terrorismo de estado se tejió con sangre de al menos nueve mil personas. El informe conocido como «nunca más” consigna en palabras la magnitud de lo ocurrido: “tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje».

Paulino Furió, fue jefe de la División Inteligencia (G2) de la VIII Brigada de Infantería de Mendoza, acusado de la desaparición forzada de treinta y dos personas, veintinueve de ellas definitivamente desaparecidas. Cuando le comunicaron la sentencia de cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad, Furió dejó en claro su posición: “no estoy arrepentido, volvería a hacerlo”.
La hija no pudo soportarlo, se rebeló en contra del progenitor. La conciencia ético moral rompió el lazo filial y Liliana, por sobre la imagen de padre, comenzó a ver al asesino represor. Hizo pública la historia y otros hijos de represores tomaron contacto con ella. Así surgió, a mediados de este año 2017, Historias Desobedientes, hijas, hijos y familiares de genocidas.
Es un capítulo que faltaba en esta historia, como tantos otros que aún no emergen a la luz, que permanecen callados o silenciados.
En la declaración de principios de Historias Desobedientes se intenta explicar las circunstancias traumáticas que viven sus fundadoras:
Algo tenemos que ver con ese espanto. Es algo siniestro, ominoso, por su cercanía, por su cotidianeidad. Lo familiar, lo conocido – en muchos casos lo amado- regresa a nosotros con una sensación de extrañeza y contenido terrorífico que nos produce angustia.
Somos historias improbables, inimaginables. somos parte un pueblo que lucha por su destino. somos los hijos y los hijos de los hijos que venimos a poner palabra donde se quiera imponer silencio, memoria donde quieran instalar olvido. Nos sumamos desde siempre y para siempre al reclamo de justicia que, de la mano de nuestras madres y abuelas, familiares y sobrevivientes se pudo abrir camino luego de décadas de impunidad.
Liliana recibió la llamada telefónica desde Holanda cuando, en moto, se acercaba a casa. Lo primero fue contarle que cuando uno lee su historia la conclusión no puede ser otra que lo suyo ha sido una verdadera conversión, no en el sentido religioso del término, sino en la muy humana conversión motivada por el horror de conocer la verdad.
Habla Liliana
La verdad es que ha sido un camino duro, doloroso, una suerte de revelación. Es tremendo. Cuando condenaron a mi padre él dijo que no se arrepentía de nada. Algo parecido me dijo a mí.

La confrontación con mi padre, hace unos cinco años, estuvo muy motivada porque me encontré en París con una mujer argentina, oriunda de Mendoza. Me la encontré de casualidad en un supermercado. Ella me contó algunos detalles de su huida de la Argentina con dos bebés. Me habló de la lucha por encontrar el cuerpo del padre de los hijos. Eso me marcó de una manera tan tremenda que tuve todo tipo de enfrentamientos con mi padre, porque él es muy machista, muy castrense, poderosamente milico.
Me armé finalmente de coraje y fui a pedirle por favor, a rogarle que fuera consciente del dolor, de los crímenes que habían cometido, que me dijera algo para esa gente que todavía sigue buscando a los nietos, que las abuelas con tanto esfuerzo van recuperando, pero todavía faltan trescientos y pico. Que me dijera donde están los cuerpos de los jóvenes a los que las familias no han podido dar humana sepultura. La respuesta fue tajante, horrible.
Ir en contra del padre por una razón tan poderosa y justa como esta no excluye el dolor que siente una hija por el desgarro. Duele todavía y mucho. Lo sanador no solo son las terapias, sino fundamentalmente el encontrarse con otras personas que pasan circunstancias parecidas, hijas, hijos, esposas, van asomándose a pesar del dolor y del miedo.
Liliana no ha visitado nunca al padre en la cárcel porque por edad y estado de salud tiene domicilio por cárcel, lo que incrusta en la familia toda la desdicha del pasado.
Y junto al padre, la madre. La hija está segura de que la madre sabía en términos generales lo que ocurría, ignoraba los detalles, pero el marido la había convencido de que el país estaba en guerra con todo el horror que eso significa.
En fin, que ella sigue apoyando a su marido
Liliana. Es doblemente doloroso, porque con ella tuve un vínculo muy amoroso, por eso es mucho más difícil de asimilar.
El colectivo historias desobedientes quiere tres cosas fundamentales: memoria, verdad y justicia.
Memoria para qué…
Estamos convencidos que sin memoria un pueblo no tiene salvación, porque transmite a las futuras generaciones todo el horror que tapa.
Sin memoria no hay vinculación a nivel humano.
No tenemos un análisis certero y afectivo. Es tremendo que un pueblo no pueda elaborar tanto dolor y que justifique lo injustificable.
Cuánto de esto será consecuencia del rumbo horroroso que toma la humanidad. En el resto de América Latina no hubo juicios de la manera contundente como en Argentina, o el caso de Francia, con lo que hizo en Indochina y Argelia, en Brasil y en otros tantos países.
Tal vez tiene que ver con esta neurosis generalizada de querer negar el pasado, en lugar de enfrentarlo y sanearlo.
Cuál es el valor práctico de conocer la verdad de lo sucedido con las víctimas del terror de estado.
Para nosotros es algo visceral. Hemos tenido información fidedigna, nos hemos reunido con familiares y víctimas de nuestros padres. Ellos nos han contado el horror que perpetraron los nuestros.
Cómo no estar desesperados ahora que quieren tapar todo o cambiar el relato desde el propio estado, como si fuera posible hacer de cuentas que no ha pasado, con todo el sufrimiento que causaron y que aún sigue vigente. Cuántas abuelas que continúan buscando a sus nietos, cuantas buscando los restos de sus seres queridos. Como hijas e hijos de represores no podemos soportar el dolor y la impunidad.
Yo me salgo siempre de las fronteras. Soy anarquista feminista. Los límites nacionales cooptan tanto las mentes como los dogmas religiosos. Esto es para mi tan obvio que no logro entender como la gente se pasa la película como si nada sucediera.
Cuando hablamos de justicia hay que decir que Argentina es un ejemplo en la materia en América Latina. Hasta septiembre de 2016, había 2.541 personas imputadas, 723 condenadas y 76 absueltas en relación con delitos cometidos durante el “terrorismo de estado”, según datos del ministerio público. Eso es lo que hay, qué es lo que falta.
Quedan muchas personas por ser enjuiciadas. Incluso hay mucha gente impune por falta de pruebas. Muchos cuerpos han desaparecido, en otros casos los torturaban con el tabique, que era una bolsa o un trapo para impedirles respirar. Quiero decir que a veces las pruebas son muy difíciles de obtener.
Pero que logremos resolver dos o tres casos de impunidad es muy motivador.
Ustedes, las integrantes de historias desobedientes presentaron al congreso un proyecto de ley para modificar los artículos 178 y 242 del código procesal penal que impide denunciar o testificar a familiares directos y cónyuges.
Si usted no sabía lo que hacía su padre durante la época del terror, qué podría declarar ante los tribunales.
En mi caso particular mi padre está con cadena perpetua, con lo cual no aportaría ni restaría nada. Sin excluir que tengo relatos familiares que dan testimonio de que él de alguna manera confirma los hechos en los que participó el ejército, la policía y los organismos de seguridad.
Hay casos, en otras familias, en donde estos tipos hablaban abiertamente de lo que hacían. Como es el caso de mi compañero Pablo Verna (su testimonio, si fuera admitido por un tribunal, daría como resultado una investigación a su padre, Julio Verna, un médico militar, quien le confesó el año 2013, en una confrontación padre-hijo, que había tenido participación directa en el terror de estado) Incluso hay una hija que encontró una capucha y otras cosas que no le dejaban tocar que eran parte del botín de guerra.
Hay muchos elementos que darían tal certeza de que los involucrados no podrían seguir diciendo que no sabían, no vieron, no estuvieron.
Alcanzado este punto puede haber gente que escuchando a Liliana Furió, directora y documentalista, concluya que se trata de una mujer amargada, resentida. En tal supuesto es conveniente aclarar que la denuncia, la lucha por la memoria, la rebeldía son actos de optimismo, acciones para la vida, no para la muerte.
Precisamente familiares y gente conocida puertas adentro utilizan términos como resentimiento, odio, frustración y otros, para descalificarnos. Nada más alejado de nuestras motivaciones. Todos lo que integramos el colectivo estamos relacionados con aspectos creativos, artísticos, somos muy dinámicos, muy positivos de cara a la vida.
Todo ello está vinculado a principios éticos morales reafirmados por la convicción personal de que, en Mendoza, cuando mi padre era responsable, hubo picana (instrumento que da descargas eléctricas y se aplica en las zonas más sensibles del cuerpo, como genitales, pezones y dientes) apropiación de niños, desparecieron de personas que sus familiares nunca han podido enterrar.
¡A mi qué carajo me importa si se trata del Papa, de mi padre o del presidente del mundo! No tengo manera de negociar con eso.
Yo sé que usted ha dicho que no se puede perdonar lo imperdonable y -esto lo digo yo- nadie tiene derecho a administrar el dolor ajeno; pero dicho lo cual, permítame poner al frente de su convicción, esa otra convicción que dice que lo único que vale la pena es perdonar lo imperdonable, no por vocación religiosa, sino como regalo que se hace la víctima a sí misma, para deshacerse del dolor que la sigue como una sombra.
Es una reflexión profunda e interesante. Quiero hacer una diferenciación taxativa que me parece fundamental. Una cosa es que pueda perdonar a mi padre por sus errores paternales. Puedo llegar incluso a comprender que él fue parte de una maquinaria monstruosa, y pensar de una manera más sanadora.
Lo que no es factible, porque tenemos una obligación con la sociedad, con la humanidad. Con esa humanidad que no cree en el individualismo, esa mentira de la modernidad.
¡Como vas a perdonar a alguien que reivindica el horror! De que perdón estamos hablando.
A nivel político, a nivel judicial no concibo el perdón. Los culpables son gente que dice que lo volvería a hacer.
La dedicación por las víctimas y sus familiares, la lucha por la búsqueda de los desaparecidos y de sus hijos secuestrados ha contado con gente de lo más diversa, pero es evidente que la mayoría de las acciones tiene rostro de mujer.
La mujer ha sido doblemente oprimida y eso no es un dato menor a la hora de rebelarse contra lo inadmisible. Como contrapartida hemos sido depositarias de los cuidados, de lo afectivo, de lo amoroso por excelencia. Eso hace que al estar mejor conectadas con ese mundo que al hombre le ha sido vedado, en gran medida, en la construcción del macho. Lo nuestro son actos de amor por la vida.