“EL HOMBRE QUE AMABA LOS PERROS” o como ser funcional al régimen (Carta abierta a Leonardo Padura)
Rtte: Juan Gaudenzi
¿Compasión?
Consideraciones formales aparte, en “El hombre que amaba a los perros” su único aporte ontológico a la archiconocida historia de Liev Davidovich (a “León Trotski”) y Ramón Mercader del Rio (a “Frank Jacson” ,“Jacques Mondard”, “Ramon Pavlocich”) – los lectores no tenemos la culpa de que, por ser cubano, usted recién la haya descubierto a finales de los 80’s. o principios de los 90’s. – consiste en pedir compasión para el asesino.

Semejante pretensión está planteada desde el mismo título de su novela y se repite, una y otra vez, con tantos personajes rodeados de perros. ¿A qué me refiero?
Cito a Enrique Lynch, filósofo, escritor y profesor de estética en la Universidad de Barcelona:
“Es significativo que en su manifestación más pura, este extraño sentimiento –la compasión– aparezca asociado a nuestra relación con seres con los que no podemos tener comunicación simbólica alguna como no sea el vínculo imaginario en virtud del cual pensamos que los animales nos quieren, nos desean, nos extrañan o nos son fieles, del mismo modo como nosotros queremos, deseamos, extrañamos y nos forjamos lazos de fidelidad con nuestros semejantes. A falta de un lenguaje común, por mucho que nos apiademos de ellos, nada nos permite asegurar que los animales sienten lo mismo que nosotros. Así pues, nuestra relación con ellos, incluso aquella que los tiene por objeto de nuestra compasión, se sostiene en una conjetura acerca de su sensibilidad”.
¿Y sabe usted quien puso de moda esta antigua supuesta virtud cristiana?
Nada más ni nada menos que George W. Bush (hijo) quien recurrió a la idea de compasión como uno de los lemas fundamentales de su campaña presidencial en el 2000. Un ‘compasivo’ personaje que tenía en su currículum el haber firmado más de un centenar de sentencias de muerte, en calidad de Gobernador del Estado de Texas.
Como descarto que Ud. se refiera al concepto budista de compasión, no queda otra que la exhortación judeo-cristiana a “llorar con los que ríen y sufrir con los que sufren”. Es decir que usted pretende, sin un ápice de vergüenza, que nos hagamos cargo del “sufrimiento” de Ramón Mercader después de haber cometido uno de los crímenes más aberrantes de la historia del siglo XX y lo compartamos con él.
¿Quiénes? ¿Los lectores en general? No; especialmente los cubanos ya que, como Ud. mismo lo dijo en su discurso de agradecimiento por el Prix Carbet de la Caraibe, esta novela está dirigida sobre todo a sus compatriotas.
Entonces, en un contexto sociocultural donde – como lo señala el sociólogo y filósofo esloveno Slavoj Zizek en su libro Bienvenidos al desierto de lo real – “… la iconografía revolucionaria de la Cuba actual este llena de referencias cristianas: los apóstoles de la revolución, la elevación del Che a una figura similar a Cristo, el Eterno (lo “eterno” es el título de una canción de Carlos Puebla dedicada a él)…” no es casual que Ud. apele a la religión para intentar rescatar de la ignominia, la repulsión, el asco más profundo, el recuerdo de Ramón Mercader.

Y – esto debe quedar bien claro – no se trata únicamente de un sentimiento del protagonista de su novela (en la ficción todo se vale), sino que es Leonardo Padura quien concluye su Nota Final manifestando su esperanza de, además de “aportar algo sobre cómo y por qué se pervirtió la utopía, provocar compasión”.
¿Qué pretende con ella?
Considero varias hipótesis:
A. Hacer creer a tantos cubanos desinformados o engañados sobre la verdadera naturaleza y propósitos del stalinismo – de un stalinismo que perduro después de la muerte del Sepulturero y que, como el nazismo, no puede explicarse por la ambición de poder , la locura, la voluntad, de un solo hombre – que Mercader, como tantos otros miles de sicarios, desde el italiano Vittorio Vidali hasta el mexicano Alfaro Siqueiros (cuando no auténticos revolucionarios como, hace algunos años, pretendió presentar al primero en la prensa mexicana un plumífero a sueldo de La Habana) , fue una víctima más del sistema, es decir del terror contrarrevolucionario.
Aunque, para ser honestos, usted mismo, Sr. Padura, niega esta posibilidad, al poner en boca del jefe directo de Mercader estas palabras; “El día en que mataste a Trotski sabias por que lo hacías, sabias que eras parte de una mentira, que luchabas por un sistema que dependía del miedo y de la muerte ¡A mi no puedes engañarme!”.
B. Con el fracaso de la Revolución Cubana (desde el asesinato de Mella, la alianza con Batista – dos ministros en su Gabinete -, la incondicionalidad de Blas Roca y Carlos Rafael Rodríguez, las políticas del Frente Popular y la “Coexistencia Pacífica”, hasta la suicida teoría del socialismo en un solo país, la defenestración y entrega del Che, la subordinación del proletariado y los órganos de poder popular al Estado y de este a Moscú, la prohibición y represión de cualquier disidencia – incluida la trotskista -, la persecución de intelectuales, artistas y homosexuales, el stalinismo también causó estragos en el Caribe y América Latina toda) y su paulatino retorno al capitalismo, usted contribuye a preparar psicológicamente a sus compatriotas para semejante viraje. ¿De qué manera? Utilizando el concepto de “compasión” como lo interpretaron Nietzsche y Freud.
Para el primero “….la compasión está en contradicción con las emociones tónicas que elevan la energía del sentimiento vital; influye de manera deprimente. La fuerza se pierde cuando se compadece. Con la compasión se crece y multiplica la pérdida de fuerza que el dolor supone aporta a la vida. La compasión hace que el dolor se torne contagioso y, en ciertos casos, produce una pérdida total de vitalidad y de energía…”
¿Para lo que se viene es indispensable esta pérdida total de vitalidad y de energía en el pueblo cubano, señor Padura? ¿Es necesario evitar a toda costa la tragedia que Aristóteles recomendaba como purgante, cada tanto, para expulsar ese estado de “peligrosísima morbosidad” que es la compasión?
Si nos remitimos a Freud, señor Padura, esta Ud. propagandizando otra fantasía más (por no llamarla mentira) en la Isla de las Fantasías. Porque el padre del psicoanálisis llamo la atención sobre la imposibilidad lógica y antropológica del cristiano amor al prójimo.
C. Esta tercera hipótesis tal vez sea la que más se aproxima a la verdad. ¿Y si en lugar de compasión para Ramón Mercader, lo que Ud. pretende es compasión para usted mismo, como privilegiado sobreviviente del desastre; funcional al sistema en su actual limpieza de las secuelas del stalinismo y en el camino de regreso a la explotación del hombre por el hombre después de tantas penurias y sacrificios inútiles. Compasión para sus miedos y su oportunismo (¿por qué no hizo públicas sus denuncias contra Stalin y sus simpatías por Trotski con Fidel en la cima del Poder?) E, inclusive, para el poder (con minúscula) y el Poder (con mayúscula) en tanto que, quien siente y reclama compasión lo hace invariablemente desde una posición de superioridad?
En una conferencia pronunciada en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, Zygmunt Bauman sembró la duda sobre el llamado “trabajo social” cuando sostuvo que hoy en día el trabajador social profesionalizado, es decir, el individuo que se dedica a paliar de forma sistemática y organizada el sufrimiento de los demás –pongamos por caso, el enfermero o la asistente social, el médico que acoge a los inmigrantes ilegales llegados en las pateras o la trabajadora social que hace de mediadora en el conflicto que enfrenta a dos pandillas de delincuentes de los suburbios o que atiende a los drogadictos que vagan por las calles de las grandes ciudades–, es el último eslabón de una cadena de exclusión de la marginalidad; mejor dicho, es la pieza que completa un complicado engranaje que sirve para “proteger”a la sociedad tardocapitalista de los desechos humanos que ella misma produce y, por lo tanto, es cómplice en la consolidación del sistema de la injusticia y la exclusión sociales.
¿Se ha convertido Ud. en un compasivo profesional y, por lo tanto su función consiste en proteger al régimen castrista de los desechos humanos, tipo Ramón Mercader, que – aunque usted afirme que no tuvo opción – acogió y cuido con esmero al asesino de Trotski?
Por este camino, sr. Padura, el riesgo es que usted termine pidiendo compasión para Posada Carriles, una vez muerto este engendro del Imperialismo.