Chile: ¿crisis de la modernización o crisis de las expectativas? Carlos Peña
Carlos Peña González es abogado, magíster en sociología, Doctor en Filosofía y profesor universitario. Los chilenos lo conocen por sus columnas periodísticas. Es Rector de la Universidad Diego Portales y columnista dominical del diario El Mercurio. La revista Poder lo elegió el columnista más influyente y la encuesta del diario La Segunda 80 años, como el intelectual más influyente del país.
Peña, por estos días, se encuentra como profesor invitado en la Universidad de Leiden, en Holanda. Conversamos con él poco antes de la conferencia que ofreció en el Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, CEDLA, de la Universidad de Ámsterdam.

Me agarro del título de su exposición en el CEDLA: ¿Qué pasa en Chile, crisis de la modernización capitalista?
Lo que tenemos en Chile es una paradoja, consistente que los chilenos manifiestan una alta satisfacción con sus trayectorias personales vitales, pero por otra parte tienen una opinión más bien amarga sobre las instituciones y el entorno político y social chileno. Están simultáneamente integrados a la modernización pero parecen tener una visión apocalíptica de ella. Contentos con los frutos de modernización pero incómodos y molestos con las instituciones.
Es un fenómeno que hay que explicar y que se puede hacer de las dos maneras que están presente en la arena política nacional.
Por una parte hay quienes piensan, voy exagerar los puntos de vista para que queden más claros, que todos los síntomas dan cuenta de una profunda crisis del modelo de modernización chileno. Que sería extremadamente desigual, que favorece a una absurda e irrisoria concentración de la riqueza, de las más altas del mundo. Todo esto habría generado una reacción subterránea en la sociedad cuyas manifestaciones más evidentes serían las protestas estudiantiles que ha vivido Chile desde el año 2006 en adelante con el sentido de torcer el rumbo de la modernización, yendo a experiencias distintas a la que hoy día tenemos, a modelos más socialdemócratas, provistos de derechos sociales. Algo más parecido al viejo sueño del Estado de Bienestar.
Este diagnóstico está instalado fuertemente en parte de la izquierda, en parte del gobierno y en intelectuales próximos al gobierno.
En cambio, hay quienes piensan que el conjunto de fenómenos que estamos viviendo son en realidad una muestra de la propia modernización, que habría estimulado y desplegado en el conjunto del país un cambio de expectativas que son muy superiores a las que tenían hace 20 o 30 años atrás. Expectativas fruto del bienestar. De manera que estaríamos en presencia, más bien, de una radicalización de la modernización capitalista. Producto de su éxito las demandas que se dirigen a las instituciones son consecuencia del mismo desarrollo.
En esta segunda línea se ubican no solo parte de la derecha -porque la derecha no tiene grandes diagnósticos intelectuales sobre este tipo de problemas- pero sí parte de la izquierda, de la élite concertacionista que condujo la modernización durante los últimos 20 años .
Se puede entender el gobierno de Bachelet de esas dos formas. Si uno a atiende la retórica, a la manera en que se expresa, deberíamos inscribir al gobierno de Michelle Bachelet y la propia Presidenta de la república, en la primera línea. Si uno atiende al tipo de reformas que promueve y a la disposición que tiene de moderar esas mismas transformaciones, uno claramente la inscribe en la segunda línea.
De manera que es un gobierno que no abjura ni descree de la modernización capitalista, aunque tiene una retórica contra ese tipo de modernización.
La dictadura duró 17 años. Uno a veces tiene la impresión o la certeza que las dictaduras se van pero dejan herencia. No me refiero precisamente a ciertos artículos de la Constitución, sino a la forma de vivir, a la cultura. ¿Hay mucho de eso en Chile todavía?
Sin duda alguna. Si uno da un vistazo global a la historia social y política de Chile, uno puede hacer la siguiente periodificación, muy gruesa por supuesto pero ilustradora: por una parte aparece, en el primer centenario, es decir fines del XIX comienzos del XX una gran crisis, que es la del viejo orden oligárquico, lo que se llamó cuestión social y que se configuró principalmente por la aparición en el paisaje social chileno del proletariado urbano industrial. Esta crisis fue resuelta por Alessandri y la capas medias en el llamado Estado de Compromiso, que dio origen a un momento de gran estabilidad política que va desde comienzo de los 30 hasta 1970, más o menos. Período que coincide con la Constitución de 1925 y con la hegemonía política de las capas medias, a través del Partido Radical. Durante todo ese lapso siempre gobierna el centro. A veces aliado con la izquierda, otras con la derecha, pero siempre el centro.
Se acaba en 1970 con el término del Estado de Compromiso. Estamos en el momento en que el Presidente Salvador Allende es electo. Como dijo Aníbal Pinto, había solo dos caminos: o usted cambiaba radicalmente la estructura productiva de Chile, que fue el intento del Presidente Allende, poniendo esa estructura productiva a la altura de un sistema político muy expansivo o usted cerraba el sistema político y emprendía una revolución capitalista.
Lo que ocurrió en Chile fue una revolución capitalista. Pinochet, los militares, y los grupos de derecha se hicieron del poder en 1973. Hubo una larga lucha por la hegemonía de la dictadura, que culmina en 1976 y hasta 1980 con la hegemonía de los grupos neoliberales que emprenden un proyecto de revolución capitalista.
Las huellas y el influjo, la estela de esa revolución, que fue muy exitosa, dura hasta hoy. O sea, la dictadura chilena resulto modernizadora, en el sentido capitalista de la expresión y los rastros perduran hasta el presente. No es casualidad que hacia fines de la dictadura, aunque cueste recordarlo, para el plebiscito (1988) Pinochet obtuvo el 43% de los votos, en una elección bastante competitiva.
Durante el siglo XX la derecha prácticamente gana una sola vez con Jorge Alessandri. Durante todo el Estado de Compromiso el centro modera a la derecha. El decir, la derecha tiene hoy en Chile una presencia cultural muy fuerte, no es que la gente sea de derecha cuando uno le pregunta espontáneamente, pero el partido más grande es la UDI.
Sigamos con el tema de la derecha. Sería injusto decir que hay una sola, pero hay una bastante conservadora y a Chile le haría muy bien que experimentara una modernización de carácter liberal, republicana, con aspiraciones que no sean solo económicas, clasistas, etc. ¿Por qué no ocurre?
Nunca ha habido en Chile una derecha extremadamente liberal. La hubo alguna vez. La derecha modernizó en el XIX parte de las instituciones políticas. Lo que ocurre es que durante el siglo XX se gestan dos derechas. Por una parte, una social cristiana con Eduardo Cruz-Coke y por otra, una más ortodoxa desde el punto de vista económico, monetarista. Liberal económicamente, pero no de clase, de linaje. Una derecha con tinte más empresarial, más modernizadora, entre comillas y una derecha socialdemócrata. La derecha logró ser hegemonizada por el grupo más empresarial, de tinte más burgués, en el sentido económico, no el cultural de la expresión.
Una derecha que abrace sin reservas la democracia, el pluralismo social y político, que sea culturalmente liberal, es todavía minoritaria en Chile. Recién surgen grupos, desprendidos tanto de Renovación Nacional como de la UDI que se han propuesto crear ese tipo de derecha. Pero no ha sido fácil, hacia fines de la dictadura el intento de generar esa corriente por parte de Andrés Allamand fracasó estrepitosamente. La derecha fue hegemonizada por la UDI, por los grupos más conservadores vinculados a la tradición dictatorial.
El propio Piñera, que tal vez es, dentro de las figuras de la derecha, el más genuinamente liberal, fue maltratado por la derecha persistentemente. Logro ser Presidente y, al final, tomó venganza de esa derecha. Recordemos que los llamó cómplices pasivos de la dictadura y otras cosas semejantes. Pero Piñera es hoy un líder que no logra hegemonizar al sector.
Una derecha liberal, a la europea, está por construirse en Chile.
La otra cara de la medalla. ¿Tiene un dilema existencial la izquierda chilena? En el sentido que ha sido impulsora de lo que se vive en el país y, simultáneamente, descree del modelo.
Es que cuando mira hacia atrás y observa su propia historia de los últimos 20 años, se avergüenza. Eso no deja de ser paradójico, porque los pasados dos decenios, con defectos y todo han sido los más exitosos de la historia social y política de Chile. Nunca las mayorías, que son las que importan, habían experimentado cambios más radicales en sus trayectorias vitales en un lapso tan breve. De apenas una generación. Antes los cambios sustanciales, las condiciones materiales de subsistencia de las personas tomaban ciclos de 40 años. Acá, en el curso apenas de una vida, los chilenos experimentaron cambios radicales. Expandieron el consumo, grandes mayorías lograron acceder a la vivienda propia, la pobreza disminuyó a niveles que eran inimaginables históricamente.
Cuando termina la dictadura la mitad de los chilenos vive bajo la línea de pobreza, hoy se empina apenas entre el 11 y 14%. La pobreza múltiple es de las más bajas de América Latina.
Si uno revisa todos los indicadores del Chile contemporáneo y los contrasta con aquellos que existían hace 25 años atrás, no cabe duda alguna que en un lapso, que está ahora al alcance de cualquier persona de 60 años, las personas han experimentado cambios sustantivos. La movilidad intergeneracional ha sido gigantesca. La distancia que media entre las condiciones materiales de la existencia de los hijos respecto de los padres son muy altas.
Todo es fruto de la gestión modernizadora de los gobiernos de la Concertación.
Pero algo ha ocurrido y este es el tema digno de ser explicado, para que la Concertación mire esta realidad y se avergüence de ella. Salvo algunos sectores, cuyo miembro paradigmático es Ricardo Lagos, que se enorgullecen de esa obra y la explican como una modernización de tinte socialdemócrata, el resto de la izquierda parece más bien haber tomado distancia de su propio trabajo histórico. No deja de ser sorprendente.
Los historiadores del futuro se van a preguntar, pero ¿qué le pasó a la izquierda? ¿Qué país era éste en donde la izquierda se avergonzaba de lo que había hecho?
Hay un motivo y es la causa más irritante: es que, de alguna forma, con todos los éxitos que ha habido en Chile, no se ha logrado reducir la desigualdad. Sigue siendo un país extremadamente desigual, comparado con cualquier región del mundo. El 1% más rico captura prácticamente el 30% de la renta. En Holanda será el 6% de la renta. Y quizás, la incapacidad de reducir la desigualdad será la gran deuda de la modernización de Chile.
Pero a pesar de eso, lo que sabemos luego de las investigaciones de Thomas Pikkety, El capital del siglo XXI, es que la concentración del ingreso a favor del uno por ciento más rico está creciendo en todos los países.
El tema de los escándalos. Sabemos del caso Penta que comprometió al mayor partido, la UDI, en una franca connivencia y convivencia entre empresarios y políticos. Y he aquí, que poco después aparece el caso del hijo de la Presidenta. En el imaginario popular la expresión va a ser o es la siguiente: “ve, son todos iguales, pue” ¿Tienen razón?

Son casos distintos. Creo que el efecto que producen, efectivamente, es el que usted señala. O sea el daño es muy grande, gigantesco. Bastaría recordar que cuando la Presidenta asume, el 14 de marzo del 2014, hace un discurso desde el balcón de La Moneda y exclama: “el gran adversario de Chile se llama desigualdad”. Quien la acompaña en el balcón, es su hijo, que tres meses antes había hecho la operación bancaria, que es de las muestras más palmarias de las claves mudas de la desigualdad. Es una escena terrible. No sabemos cuánto daño va a causar, pero creo que bastante y va a ser inevitable que cuando la Presidenta hable de desigualdad la gente recuerde a su hijo, que hechó mano a la forma más irritante de la desigualdad que es el parentesco para obtener ventajas económicas. Esa es la verdad.
Así y todo se trata de fenómenos distintos. Si uno compara el caso, con todo lo irritante, con los efectos devastadores que podría producir, es diferente del caso Penta. Este último no es llamativo porque hayamos descubierto que la derecha tiene relaciones cercanas con la oligarquía financiera o la burguesía dominante. Por favor, sería estúpido y absurdo sorprenderse por eso. Lo sorprendente es que estamos en presencia de un partido político que es capturado por un grupo empresarial. Además, un grupo empresarial dominado por dos personas.
No es tanto la coincidencia de intereses, es la subordinación casi total de una organización a los intereses de dos personas, Délano y Lavín, que financian al partido, deciden qué candidatos son aquellos que merecen la pena cuáles no y todo por mediación de una de las figuras más antiguas de la UDI que es Jovino Novoa.
Es un caso de envilecimiento del sistema político, lo que lo hace incomparable con el caso de la Presidenta. Desde el punto de vista de los efectos previsibles se podrían equiparar y decir: mire, en realidad, el común de las personas que no hacen estas disquisiciones conceptuales va a considerar que esto es exactamente lo mismo y seguramente así va a ocurrir. Pero desde el punto de vista analítico uno tiene que hacer la distinción. El caso Penta es complicado y significativo de la manera cómo los que poseen el dinero han logrado, no ya cooptar, si no subordinar a un partido político. El caso Dávalo es de picardía vergonzosa, simplemente.
Uno es retrato de familia y el otro es foto de un particular.
Es lamentable. Esto muestra cuan veleidosa es la política. Pensemos que hacia fines de enero de este año, la Presidenta Bachelet había logrado remontar en popularidad y había dejado atrás todo el mal momento que habían significado los tropiezos en la tramitación de las reformas educacional y tributaria. Había terminado el mes aprobando la reforma educacional contando ya con una reforma tributaria y con una derecha derrotada en todos los planos. Es decir, la derecha estaba en el suelo, no podía ser peor. Cualquier observador desaprensivo habría dicho que por fin la derecha ha desaparecido de escena. Y a poco andar surge el caso Dávalo que transforma todo el escenario y la derecha está nuevamente respirando. La política es así.
De todos sus comentarios semanales en El Mercurio he escogido uno porque me llama, por decir lo menos, poderosamente la atención. Si uno tuvieses que elegir cuál era una de las mayores aspiraciones de los chilenos al asumir este gobierno, diría, sin pensarlo dos veces, la reforma educacional. Ud. dice en el comentario, mire, en un primer momento, ni va a mejorar la educación ni se va a ver afectada la educación privada. Al contrario, la educación privada se verá fortalecida. Es decir, ese escenario es algo así como, no solo que no está a la altura de las expectativas, es que se está haciendo una reforma muy modesta y pobre.
Yo lo creo genuinamente. En Chile, para entender la índole de la reforma, la situación es la siguiente: tenemos un sistema escolar en que menos del 50% de la matrícula está en el sector municipalizado, el sector estatal. Un 52% asiste a escuelas privadas que son de una triple índole: las hay con fines de lucro, donde va el 7% más rico de la población; escuelas íntegramente pagadas. Del resto más o menos un 23% son escuelas con fines de lucro y las otras son subsidiados, subvencionadas, sin fines de lucro.
Qué hace la reforma. Deja incólume el 7% de la educación pagada, que es donde van los hijos de la élite. Eso no se altera. Se suprime el 20 y tantos por ciento de educación privada con fines de lucro subsidiada. Para concretarlo permite que los actuales sostenedores de esos colegios puedan comprar los muebles donde funcionan. Con lo cual lo que hace es una gigantesca transferencia de recursos, vía subsidio, a sostenedores privados. Si usted mira para atrás, no hay en la historia de Chile ningún intento de reforma educacional que transfiera tal cantidad de recursos al sector privado. Entre otros a la iglesia.
Que alguien me explique de qué manera una reforma educativa que se esfuerza por hacer gratuita íntegramente la educación privada, transfiriéndole recursos y fortaleciendo en consecuencia el sistema privado subvencionado…que alguien me explique en qué sentido eso favorece a la educación pública, en el sentido estatal de la expresión. Yo no lo entiendo.
Algún día, los historiadores del futuro mirarán para atrás y dirán: pero que gobierno de izquierda era ese que fortalecía la educación religiosa.
Buena parte de los proveedores de educación es la iglesia Católica. Parte de los colegios de esta iglesia son íntegramente gratis y otra parte pertenece a lo que se llama financiamiento compartido. Es decir, la iglesia recibe subsidios estatales pero además cobra un adicional a las familias. Lo que hace la reforma es suprimir el financiamiento compartido. Pero no es que la iglesia, como ejemplo, vaya a recibir menos, sino que el Estado va a pagar ese dinero. Con lo cual, en realidad, lo que está haciendo el Estado es fortalecer a los proveedores privados y subsidiados de educación.
Yo comprendo que la política obligue a celebrar la reforma, pero no estiremos el engaño más de la cuenta.
Va a pasar lo mismo que con la ley de educación primaria obligatoria de 1920 con la que se llevó a cabo una gran reforma que tuvo el objetivo de fortalecer la educación pública. El resultado fue que en 1940, 1950, la educación privada había crecido más que la pública.
Algo similar podría pasar en Chile porque la educación municipalizada tiene un bajísimo prestigio. Y lo que ocurre hoy día es que concentra a los sectores más pobres, que no pueden pagar la cuota adicional para trasladarse al sector privado. Si usted ahora lo que hace es tener un sector municipal desprestigiado, y trasforma en totalmente gratuito el sistema subsidiado, porque el Estado cubre aquello que deberían pagar los padres, toda la gente que está hoy día en el sector municipal va a trasladar sus niños prontamente al sector privado. Porque el gran error de la reforma educacional, que se advirtió tarde, fue comenzar por esta reforma al sector privado, transfiriéndole recursos en vez de hacerlo primero al sector público.
¿Es muy serio el problema de los indígenas?
No es un problema serio cuantitativamente. Representan escaso porcentaje de la población, buena parte de esas comunidades se ha aculturizado y vive en la gran ciudad. Pero este tipo de problemas no se miden cuantitativa sino cualitativamente. Desde ese punto de vista es un problema gravísimo, entre otras cosas porque se trata de un problema que se arrastra ya demasiado tiempo.
Este fue el gran problema que intentó resolver el presidente Patricio Aylwin con la Ley Indígena. Más tarde y habiendo fracasado ese intento, el presidente Ricardo Lagos formó una comisión, Verdad Histórica y Nuevo Trato, que yo integré. La tarea era proponer al Estado un arreglo que permitiese resolver la cuestión indígena. Ese informe, desgraciadamente, cayó en un mar de indiferencia. Ni el gobierno del Presidente Lagos lo hizo suyo como tampoco el gobierno de Bachelet.
Hoy tenemos este problema delante nuestro sin, en lo inmediato, capacidad de resolución.
En el informe aquel se sugerían tres cuestiones fundamentales:
- Reglas para asegurar la participación política de los pueblos originarios, siguiendo la experiencia nuevo zelandesa o canadiense
- Habían diversas formas de reparación económica, particularmente para aquellos pueblos que habían sido despojados de las tierras que en algún momento se les asignaron bajo título de merced. Había suficiente evidencia histórica de que el despojo había ocurrido y nuestra opinión era que el Estado debía indemnizar
- Y en tercer lugar se sugerían diversas formas de reparación a la memoria, porque en la historia de Chile existe el mito de que en Chile no hay indígenas. De que somos un país más bien parecido a Inglaterra que a Bolivia; un país culturalmente homogéneo en donde la Nación tiene un peso extremadamente fuerte. Todo eso que acabó ahogando la identidad indígena. Nosotros proponíamos que se corrigiera esa visión. Nada de eso se ha hecho.
Tenemos en el problema indígena uno de los temas pendientes de la democracia chilena, porque la verdad es que no es posible tener una democracia prestigiosa y digna de ese nombre sin construir formas que permitan, al interior de la democracia, una convivencia plural entre diversos grupos. La democracia hoy día en el mundo, Holanda es un fantástico ejemplo de eso, o es multicultural o no es democracia.
Es imposible concluir una entrevista con usted, realizada en Holanda, sin preguntarle sobre el caso que se ventila a 70 kilómetros de donde estamos conversando, la demanda boliviana por salida al mar.
Yo lo he pensado poco, pero tiendo, para hacer primeramente una apreciación jurídica, que los argumentos de Bolivia no son tan débiles ni tan torpes como suelen presentárseles. En Chile existe una rada convicción de que Bolivia está fantaseando con sus argumentos jurídicos y la verdad es que no son tan fantasiosos. Hay alguna evidencia del derecho internacional y en el derecho interno de los países, en que si usted genera expectativas en otra persona fuerte tiene luego que responder a ellas. De manera que el argumento de los derechos expectaticios, como dicen los bolivianos, no es tan estúpido como en Chile se ha divulgado.
Por otra parte, me parece que el caso de Bolivia hay que verlo, particularmente el tema del mar, en el contexto más general de las relaciones de Chile con el resto de la región de América Latina. Chile ha tenido en general el prejuicio de no ser latinoamericano o de tomar distancia de América Latina y creo que hay que abandonar ese prejuicio y para eso hay que favorecer y ojala, ofrecer a Bolivia formas de colaboración que le permitan una salida permanente, expedita al mar, en el marco de una política exterior más amistosa con América Latina que la que Chile hasta este momento ha tenido.
Muchas gracias por el artículo. Buscaba esta conferencia