Carmen Aristegui, una voz libre en un país en el que se mata a los periodistas
Free Press Unlimited, Libertad Ilimitada de Prensa ha tenido la Buena idea de invitar a Holanda a la periodista mexicana Carmen Aristegui. Productora de reportajes de investigación sobre corrupción en las altas esferas del poder, incluido el presidente de la república, Aristegui ha conseguido una audiencia de millones de personas que la siguen con fidelidad y cariño.
Antes de ser echada del aíre por MVS Radio 102.5 FM, los oyentes suspendían sus labores para escucharla con atención. El público mexicano que asistió al teatro De Balie, en Ámsterdam, la aplaudió largo rato de pie, para expresarle su reconocimiento. ¿Por qué? La razón es sencilla, poderosa, Carmen Aristegui no se ha inclinado ante el poder, no hace concesiones graciosas al delito y tiene el suficiente coraje para realizar un periodismo crítico e independiente en un país señalado por Reporteros sin Fronteras, como uno de los más peligrosos de la tierra para ejercer esta profesión. La sociedad aprecia cuando el periodismo hace el mayor esfuerzo para ofrecer una información confiable.
Los elementos conspiradores en contra de libre de prensa y expresión en México son:
El asesinato de 82 periodistas entre el 200 y el 2014, aunque pueden ser más porque resulta difícil establecer una cifra exacta debido a la intención sostenida de las autoridades de presentar los casos como de delincuencia común o saldo de cuentas entre forajidos.
Ahí está el dinero público que sirve para premiar o castigar al mundo mediático mexicano. Está práctica influye decididamente en la línea editorial que adoptan aquellos medios de comunicación deseosos de encontrarse entre los privilegiados y adversarios, por principio, de toda información que puede irritar al poder. Los insumisos ya saben que no pueden esperar nada mientras mantengan su crítica.
El presidente Enrique Peña Nieto prometió, al inicio de su sexenio, que reglamentaría el uso del presupuesto publicitario nacional. No cumplió su promesa.
Una tercera práctica es silenciar a los periodistas molestos a través del despido, como ha sido el caso de nuestra entrevistada, en el que el poder político, por mano amiga, la echa del aíre.
Finalmente, el caso más generalizado es la autocensura por sobrevivencia, inducida e interiorizada mediante el miedo o la amenaza directa.
El conflicto laboral con MVS llegó a la justicia mexicana, la que en primera instancia se orientó a darle la razón al equipo de Carmen Aristegui, pero luego, recurriendo a una queja menor, se decidió desestimar el juicio. Con otras palabras, se le cerró la puerta a la posibilidad de argumentar, de plantear puntos de vista diferentes a los de la empresa. Esta denegación de justicia llevó a que los despedidos decidieran, acompañados por periodistas de otras nacionalidades iberoamericanas llevaran el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Es esencial aclarar que no se trata únicamente del incumplimiento de un contrato laboral sino de incumplimiento de ley mexicana y de los tratados internacionales que protegen la libertad de prensa y de expresión mediante leyes y disposiciones aprobadas por el estado mexicano. Me explico. Los propietarios de MVS, lo son de los bienes inmuebles que poseen, de las cuentas bancarias que llevan su nombre, pero no son, repito, no son propietarios del espectro eléctrico que el estado le ha entregado en concesión. El espectro eléctrico es propiedad del estado, vale decir, de todos los mexicanos.
Estamos frente a un tema fundamental porque apunta al corazón del actual sistema de administración de las concesiones radiales. A tal grado que mucha gente de buena fe cree sinceramente que el concesionario es el propietario y puede hacer con ella lo que le venga en gana. Cultualmente han aprendido que el «dueño» puede hacer lo que quiera. No es así o no debería ser así. Por el contrario los concesionarios deberían tener una conducta que armonizara los legítimos y necesarios derechos comerciales con los legítimos y necesarios derechos de la libertad de expresión y de prensa, de la erradicación de la censura, cualquiera sea la forma que esta adquiera, y del compromiso mayor de responsabilidad social con la audiencia, destinatario privilegiado de la radiodifusión.
Este es el alegato que ejemplifica Carmen Aristegui. Los intereses son cuantiosos, tanto económicos como políticos, pero llegará el momento en que la discusión se imponga, no para estatizar los medios, como seguramente algunos pretenderán presentar, sino por el contrario, para desestatizarlos. Para sumar al papel de los estados en la concesión y en la regulación del espectro eléctrico, las voces plurales de la sociedad en instancias concertadas que respondan democráticamente a las exigencias de este tiempo.
El mérito de Aristegui va más allá de sus investigaciones periodísticas y apunta a poner sobre la mesa uno de los temas que puede ayudar a que los mexicanos y los latinoamericanos tengamos mejores y más medios de comunicación independientes de cortapisas que menoscaban la libertad de expresión y por ello, la democracia. Una dicusión de esta naturaleza solo puede prosperar si sus protagonistas se ponen como objetivo la gente y no las capillitas ideológicas.
Todo esto y las especificaciones están en la entrevista.