Atención AMLO: el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones.

Andrés Manuel López Obrador, AMLO, ha hecho una carrera con abundantes recursos populistas, aunque que se trata de un camino meritorio porque después de todo esa lucha ha sido en contra de estructuras de poder firmemente afianzadas, nada menos que las decanas del PRI. La carta forma parte del recurso retórico demagógico, indigenista y nacionalista.
Además, cuando los mexicanos asisten a la escuela aprenden una historia en la que son víctimas del imperialismo español. José Álvarez Junco, historiador español, conoce el arraigo de las lecturas nacionales.

Las narraciones autocomplacientes son normales en los sistemas educativos de muchos países. En naciones tan sofisticadas como Holanda, los tercios de Flandes siguen siendo el coco, y se continúa presentando la lucha contra Felipe II como gesta unánime del pueblo holandés. Cuando aquello tuvo características de una guerra civil, en la que la sociedad holandesa estaba dividida. Como siempre, la facción que triunfa impone su versión. O sea, normal.

En el caso de México se añade el elemento de haber sido una tierra colonizada. Los países que fueron súbditos de un imperio, sometidos por otro país, tienen una relación compleja con su pasado. Es casi inevitable el relato: “estábamos todos unidos en contra del opresor al que finalmente logramos expulsar gloriosamente”. Esa es la manera de dar respuesta a una realidad en la que los pueblos que habitaban el México prehispánico estaban divididos.

No deja de ser sorprendente el momento para el envío de la carta al rey de España y al Papa. España es socio privilegiado de México. En 2018, la exportación española alcanzó 4.560 millones de euros. El mismo año las importaciones mexicanas a España llegaron a

4.775 millones de euros aumentando un 17,6% en relación con el 2017. No es exagerado decir que las relaciones comerciales bilaterales pasan por uno de sus mejores momentos. Lo mismo puede decirse de los vínculos políticos.

Transcurridos los días desde el 26 de abril, fecha en la que el presidente López Obrador comenzó a hablar de la necesidad de una reconciliación con España basada en la petición de perdón por parte del rey o el estado español, los detractores de la carta son cuantiosamente más que los defensores. En lo interno la publicación mexicana El Financiero establece que López Obrador mantiene un nivel de aprobación del 78 por ciento y una desaprobación que alcanza 19 por ciento, pese a la solicitud que hizo a España de pedir disculpas por los agravios cometidos durante la Conquista. La solicitud se sitúa entre las acciones más impopulares del mandatario. De acuerdo con la más reciente encuesta nacional telefónica, el 59 por ciento de los consultados expresa una opinión desfavorable a la misiva. En contraste, el 27 por ciento ve esa acción con ojos positivos.

La reacción mayoritaria del exterior es que se ha tratado de un despropósito que enturbia de forma torpe las relaciones mutuas y no aporta nada a los pueblos indígenas a los que se supone pretende defender.

Al catedrático José Álvarez Junco[1] le parece que López Obrador tiene muchos problemas que resolver diariamente y que esta es una especie de cortina de humo que lanza para ocultar la complejidad de esos desafíos con los que lidia a diario.

La carta del presidente mexicano hay que leerla también como un hito más en la moda de revisar la historia para condenar ciertos hechos y protagonistas. El derribo o retiro de estatuas de Cristóbal Colón, la búsqueda de cambiar el nombre de calles holandesas que llevan apelativos de personajes comprometidos con la época de las colonias de las Indias Orientales. El propósito no puede ser más evidente, mantener las heridas abiertas para recurrir a ellas cuando las circunstancias lo requieran. Ello no tiene nada que ver con analizar el pasado para recuperar verdades escondidas, como lo demuestran varios casos de dictaduras que pretendieron borrar los rastros de sus crímenes mediante el recurso de la desaparición y el silencio.

La búsqueda de la verdad no tiene comparación factible con las aspiraciones nacionalistas.

El nacionalismo que vuelve reacciona a la globalización. Cada día tenemos una identidad más global. A los partidarios de identidades sencillas y primarias eso los pone muy nerviosos.

 Carlos Antonio Aguirre[2] sociólogo mexicano no se siente sorprendido por la carta intempestiva del presidente

 Déjeme decirle que no me sorprendió. Soy crítico del presidente y en las pocas semanas que lleva de su mandato se contradice con lo que prometió en la campaña electoral. Manipula a la opinión pública para justificar lo que no tiene justificación. Un caso. Dijo durante toda su campaña que no iba a militarizar al país, que devolvería a los militares a los cuarteles. Propuso una nueva figura, la Guardia Civil, que, ahora, en el noventa por ciento está compuesta por militares. Entonces, lo que hace es cambiar el nombre, y en vez de llamarle policía militar pese a que el organismo obedece totalmente a la estructura militar, la llama Guardia Civil. Pretende con eso que cumple lo prometido, pese a que militariza el país. Prometió que no iba a impulsar, sino detener una termoeléctrica que se construye en el estado de Morelos. Montó una consulta amañada y escasamente representativa para sacar adelante el proyecto.

Por eso no me sorprendió la carta. Es que como una cortina de humo para encubrir la actitud servil que ha tenido con Trump y las políticas agresivas de los Estados Unidos.

Quienes cuentan la historia de manera sencilla, en la que los malos son muy malos y los buenos muy buenos, consiguen muchos adeptos momentáneos que buscan evitarse tener que pensar. El caso de los historiadores actuales, como José Álvarez Junco es distinto

Se reacciona en contra de la narración de los historiadores actuales que es más compleja, matizada, y poco nacionalista. Es decir, nosotros contradecimos la pretensión de los nacionalismos de proyectarse hacia el pasado a tiempos inmemoriales.

En España se enseñaba a los niños que el Cid Campeador luchaba por España contra los musulmanes. No. El hombre era un especie de condotiero que desenvainaba la espada en favor de quien le pagaba y, algunas veces, eran reyes musulmanes.

Nosotros, los historiadores, tendemos de ver el pasado de forma conflictiva, enrevesada. Muchas de las guerras se presentan como gestas unánimes de independencia de un pueblo contra el opresor extranjero, y ocurre que debemos aclarar, por ejemplo, que en la guerra de la independencia española contra Napoleón no estaban todos unidos, había un gran sector, en especial el de las élites que estaban a favor de José Bonaparte, lo que contradice los estereotipos nacionalistas. Así, ellos se sienten obligados a reafirmarse ante estos peligros. Pero, creo que a la larga tienen la batalla perdida.

Tal vez quienes primero tendrían que pedir perdón es el estado mexicano, porque es él que se ha ensañado con los comunidades indígenas tras la consolidación de la independencia.

Del lado mexicano Aguirre sabe que los indígenas no son vistos con buenos ojos.

Lopez Obrador sigue las políticas indigenitas estatales del siglo XX. Un antropólogo mexicano decía que el mejor indio es el indio muerto, el aborigen del pasado. Aspiraba con ello a hacer consciencia que hay quienes pretenden glorificarlo diciendo que es parte de nuestras raíces, de las más nobles tradiciones, de nuestra identidad nacional, pero, al mismo tiempo, se lo margina, explota e ignora.

AMLO no establece leyes para las empresas canadienses, europeas y norteamericanas que se apropian del territorio, que ensucian las aguas, depredan los bosques. Ignora los reclamos de los indígenas vivos y reivindica a los de ayer. En ese sentido es legítimo decir que primero tendría que pedirles perdón a los indígenas vivos antes de reivindicar a los del pasado.

Entonces, ¿qué hacemos para proyéctenos al futuro?

No hay duda de que la invasión a México y América Latina fue un acto feroz y hay historiadores que la han calificado de genocidio. La magnitud de la destrucción fue atroz. No debemos ignorarlo ni voltear la cabeza, o asumir que no pasó nada. En eso no hay duda alguna.

Pero me parece que él lo hace equivocadamente. Nosotros sabemos que en España se discute cómo los españoles asumen el trauma de su guerra civil. En Alemania se debate cómo las nuevas generaciones deben entender el fenómeno de Hitler y el nazismo. Normalmente estas cosas se discuten diplomáticamente y una vez que se establecen acuerdos, se publicitan. Pero volvemos al mismo problema, los estados en general, no solo el mexicano, nos dan versiones light y políticamente correctas de los hechos. Esa la razón por la que estado español no reconoce de forma profunda y radical a las víctimas de la guerra civil.

Los estados no son aptos para resolver estas cuestiones. Es más bien la sociedad civil la que tiene que conocer la historia, para luego marchar más allá que sus propios gobiernos.

¿Y el fin perverso?

López Obrador quiere que pidan perdón el 2019, para que, con miras al 2021, que es la fecha de la caída de Tenochtitlán podamos conmemorarla todos unidos y reconciliados. Así, la demanda de pedir perdón es para hacer una celebración en la que el presidente se dará la mano con el rey, con el gobierno español y la iglesia católica. Todos hermanados sobre algo que no es para celebrar. Es para recordarla como una gran tragedia y pensar qué podemos hacer para que no se repita.

Los defensores de la argumentación del presidente de México han encontrado razones loables en la intencionalidad de AMLO. Aseguran que la referencia a la conquista no es un fin en sí mismo, sino el recurso propicio para enviar un mensaje a España y a otros países: México ya no es conquistable, quienes deseen invertir, sobre todo las empresas, no esperen poder hacer lo que quieran, por el contrario, deberán ajustarse a las leyes de una nación soberana. Álvarez Junco coincide con esta voluntad.

En eso tienen toda la razón. Lo que pasa es que no creo que la actitud de las empresas españolas de este momento sea asimilable a la del ejército de Hernán Cortés. En la medida que esas empresas intenten aprovecharse o partir de situaciones de privilegio, el presidente de México, con todo el derecho y la razón, tiene que impedirlo, denunciarlo y defender al país, pero en esos términos y no refugiándose en sucesos de hace 500 años.

 Si para algo sirve la historia es para aprender de ella, cómo recurrir al pasado para aprovechar las experiencias vividas en beneficio del presente. En este sentido Álvarez Junco recurre a los principios.

Lo que tenemos que condenar es la conquista, la invasión, el uso de la violencia para dominar a un pueblo. En la medida que el presidente de México pida eso, tenemos que condenar lo sucedido. La discriminación contra minorías culturales o lingüísticas. Las realidades de opresión, de limitaciones de los derechos humanos. Estoy con él al cien por cien, como debería estarlo el gobierno español. Si para eso sirve el estudio del pasado, bienvenido sea.

 

Es en ese terreno que tenemos que entendernos, para que no vuelvan a ocurrir situaciones de injusticia y opresión como las que registra la historia.

 

 

[1] José Álvarez Junco ​ es escritor e historiador español, que ha sido catedrático emérito de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Políticos y Sociales en la Universidad Complutense de Madrid. Wikipedia

[2] Carlos Antonio Aguirre Rojas es científico social, investigador y Profesor de la Universidad Autónoma de México.

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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