Alberto Vergara-Paniagua: Perú, un país de deudos y deudores
Es profesor del Departamento Académico de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad del Pacífico, del Perú. Autor de libros y articulista de diversos medios internacionales. Alberto Vergara-Paniagua tiene la capacidad de explicar de forma sencilla y amena, realidades complejas. Una de ellas es la crisis peruana. En esta entrevista hay argumentos para entender lo que pasa

“Que dé un paso al costado, hay que sacarlo, debe renunciar, hay que vacarlo”. Estas son solo algunas de las expresiones para referirse al presidente Pedro Castillo. ¿Tan mal lo ha hecho en estos siete meses?
Lo ha hecho muy mal en una serie de sentidos. Para mí el más grave es el de no haber comprendido dos problemas políticos graves: Uno, más acotado, vinculado a la campaña electoral. No comprendió que se reclamaba la grandeza de un líder que serenase a un país altamente crispado. En un momento en el cual, tras una segunda vuelta muy agresiva, entre Keiko Fujimori y él, incluso con la lamentable postura de la derecha peruana de decir que había fraude cuando no existía ninguna prueba ni indicio para defender tal posición, creo que lo que correspondía a alguien con grandeza era llamar a la unidad nacional. Tratar de construir una nueva atmósfera que acabase con la tóxica de la segunda vuelta. Y no lo hizo. Más bien decidió poner un primer gabinete que buscaba prolongar el ánimo convulso, poner un premier como el señor Guido Bellido (29 de julio al 6 de octubre del 2021) era una provocación al país. Intolerable incluso para sectores que habían votado por Castillo, lo cual demuestra un ánimo sectario de alguien que cree que puede ganar prolongando la agudización de la confrontación.
El segundo punto es revelador de saber, pero no asumir como debería lo que significa que alguien como él, de su extracción rural, de una de las provincias más pobre del Perú, de ese país tradicionalmente excluido de la esfera pública, del poder económico político, llegase a la Presidencia. No entender que todos esos rasgos no son herramientas para la construcción de un discurso populista desvinculado de políticas para reivindicar a esos sectores y no convertirlos en un vulgar maquillaje retórico sin ninguna hondura para asumir su papel en la historia.
No entro en las designaciones de asesores, ni en la corrupción, ni en tanta menudencia a la que estamos expuestos cada día. Estoy pensando en algo más grande y por lo tanto, me parece que lo ha hecho muy mal.
Para ser gentiles podemos decir que la vacunación anduvo bien. El ministro de Salud (Hernando Cevallos), que ya se fue, dio continuidad, profundizó y mejoró lo que recibió como política de salud del ministro del presidente Francisco Sagasti (Óscar Ugarte) pero luego la columna del debe es mucho más amplia que la del haber.
En siete meses, cuatro gabinetes, 21 ministros despedidos. Récord de un ministro que dura tres días. Pero la crisis del Perú viene de lejos. Por lo menos de seis años atrás. Es como si un virus malhadado se hubiese metido en la cabeza de los políticos. Y por eso no es extraño que usted se pregunte en su artículo Enemigos ínfimos, ¿por qué los políticos optan por la autodestrucción? Yo me limito a pedirle una respuesta.
A veces evaluamos a los políticos desde las reglas que quisiéramos. Que las observen, respeten, y no desde las cuales actúan. Eso que llamamos autodestrucción tal vez para ellos es simplemente la forma normal de funcionar en un régimen donde el oxígeno del ecosistema es el cortoplacismo. Entonces, estos políticos pigmeos agarran lo que pueden mientras los dejan. Entendido así, no es autodestrucción, es simplemente el funcionamiento del sistema. “Ya se acabará este momento en el que estoy en el poder y, probablemente, se acabe pronto. Así que lo que tengo es un derecho de rapiña con caducidad limitada”. “Qué me importa si en dos años todo el mundo me repudia, quién sabe dónde estaré”. Por lo tanto, hacen lo que pueden para beneficio propio, con una temporalidad muy acotada y claro, se autodestruyen. No tienen vocación de supervivencia. Así que para ellos no es un mal negocio.
Si en el Gobierno hay ineficacia, estulticia, ignorancia, incapacidad, eso no quiere decir que la oposición sea la Congregación de las Hermanitas del Sagrado Corazón, empeñadas desde el primer día en sacar del poder al Presidente.
Desde antes del primer día, para ser justos.
Es una degradación general. Es un sistema político en caída libre desde hace mucho. Salvo algunas veces, si tuviésemos un muralista como los mexicanos, pintaría algo que se llamaría La decadencia o La degeneración. Y, ahí, arriba, en una esquinita, estaría la vida política electoral, pero sería solo una partecita del fresco.
El proceso hay que comprenderlo desde la segunda vuelta, que recogió dos de las peores versiones de nuestra cultura política y ganase quien ganase nos iba a poner en problemas distintos, pero igual de reñidos con la democracia y el Estado de Derecho. Lo fundamental es eso. Tenemos una situación general en la cual distintas formas de esa decadencia compiten entre ellos.
De hecho, creo que los peruanos lo saben. Lo que pasa es que la realidad polarizada tiende a borrar de la vista lo evidente. Es como la historia de los dos pececitos jóvenes, que cuenta David Foster Wallace que se cruzan con un pez mayor que les dice: ¿cómo está el agua muchachos? Ellos continúan nadando un rato. Luego, uno de le dice al otro ¿qué demonios es el agua? A veces lo más evidente y lo más natural no lo vemos. Creo que la segunda vuelta generó que los peruanos no vieran el agua y que no la vean todavía.
Cuando la popularidad del presidente se encuentra en el 25%, la cifra ilustra dos cosas: una, el desgaste del capital político que tenía el presidente Castillo hace meses. Pero lo otro, y lo más grave de todo, es que la mayoría de sus votantes, gente pobre, ve una vez más con frustración la realidad y, una vez más, canceladas sus ilusiones. Mala cosa.
Pésima. Por eso la decepción del votante de este sector peruano excluido, marginal por razones de pobreza, de racismo, de segregación, que el presidente no ha tenido la entereza de representar con dignidad. Salvo como un discurso para generar lástima, para no ser evaluado de manera drástica. Pero en la práctica se ha comportado como un pillo más, como otro más. En ese sentido, pues defrauda las ilusiones de ese sector de la población. Tiene toda la razón. Eso abona aún más en la frustración, la falta de legitimidad.
Tampoco hay que exagerar en el sentido de que el presidente Castillo tuvo 19% en la primera vuelta. No es que fuera un aluvión. Nunca despertó un sentido de representación de casi idolatría que tuvieron algunos líderes populistas latinoamericanos. Me acuerdo haber estado en Bolivia cuando Evo Morales era presidente e iba a la reelección. Allí había una devoción, un fervor llamado Evo. Aquí nunca hubo eso, la verdad, creo que lo que hubo fue también un fenómeno, que no es la primera vez que ocurre, en el que mucha gente confunde la alegría de haber derrotado a Keiko Fujimori con la satisfacción de que haya ganado su rival. Ahí tenemos un problema, porque nos olvidamos del agua.
Para salir de la crisis se necesita, al parecer, en primer lugar, que los protagonistas, fundamentalmente políticos reconozcan su condición y asuman un papel dialogante. Eso exige una regeneración espiritual, y lo digo en el sentido laico más amplio, es decir, un cambio de mentalidad política. Profesor, muy difícil pedirle eso a estos.
Muy difícil, y sin embargo, no hay de otra. O mejor dicho, es muy difícil pedirles porque en política muy pocas veces alguien regala algo. En general, lo que hacen los representantes es ceder y por lo tanto, el desafío principal está en la ciudadanía de obligarlos a ceder.
En un sentido profundo, creo que para empezar, la expresión que usted ha mencionado de regeneración espiritual, sí, pues, en el fondo es eso, una regeneración del alma política del país que sólo puede comenzar si es que hay una ciudadanía que sienta que se le está faltando el respeto y si la ciudadanía no se lo hace saber a los políticos, ellos continuarán haciéndolo.
Toca usted el próximo punto que quisiera abordar. Siempre cuando hay crisis, toda la responsabilidad se suma y se acarrea hacia los políticos. Y sin embargo, detrás de ello y en forma mucho más amplia, hay una sociedad que también es responsable.
Por supuesto, Siempre trato de subrayar eso, porque una sociedad en la cual creyéramos que solo es responsable el presidente o la oposición, sería una sociedad de menores de edad. La responsabilidad es general. La principal recae en el Presidente de la República, que fue elegido y tenía que comportarse como tal. Pero, por su parte, la oposición de derecha se inventó la idea del fraude. Y el comportamiento de una izquierda que se suponía que era democrática y que, por unos cuantos puestos, dinamitó todos sus ideales en un mundo político en donde son más caros los intereses materiales particulares, terrenales, en fin, toda esa corrupción que también tiene que ver con una ciudadanía que no se manifiesta, que además ha sido masacrada por la pandemia. El Perú es probablemente el país que ha sufrido en mayor medida tanto económica como sanitaria. 209 mil fallecidos. Un país de deudas y deudos. Eso también influye en que el ánimo sea de resignación, de desaliento. Pero una sociedad adulta, responsable, debería poder plantearle unas líneas rojas a la clase política. También es cierto que la precarización de la vida social y económica está ligada a esto, sea la informalidad o la incapacidad de crear buen empleo. Probablemente para mucha gente un trabajo en el Estado es la única forma de tener un salario decente. Nuestra estructura económica genera desigualdad. Muy pocas empresas grandes y formales dan buen empleo. Y luego tienes un océano de microempresas informales que no generan buen empleo.
La voracidad con la cual se asalta al Estado también tiene que ver. No excluyo responsabilidades, ni digo que haya que pasar por agua tibia la corrupción. Pero la corrupción también se explica por la forma en como organizamos nuestra vida productiva.
Le cuento, me gusta finalizar con alguna nota de esperanza sin torcer la realidad. ¿Ve algún antecedente allá, aunque sea en el fondo, una lucecita que anime a pensar que un país como el Perú sale de esta crisis para bien de la gente, de su pueblo?
Creo que sí, pero a condición de entender algo básico. Para mí la tarea principal en este momento en el Perú es detener el declive. Ni siquiera creo que estemos en una situación para ponernos a pensar en el desarrollo o en la profundización de la democracia, en la expansión de los derechos cívicos.
Tiene que surgir algún tipo de proyecto, de plataforma que defienda la posibilidad de una salida. Que le ponga frenos a esto. No pienso en un gran partido político, un gran movimiento, pero algo que ayude a organizar para que la ciudadanía ponga esas líneas rojas a los gobiernos y canalice el malestar, el desaliento, la rabia que hay en la gente.
Un proyecto político para el Perú sería en este momento, formar algo que yo llamaría la MPC, la Mesa Por la Cordura. Se podría hacer, pero se requiere gente que asuma el desafío.
En una política tan mediocre, tan chiquita, una plataforma inteligente que cuando haya elecciones al Parlamento pueda meter entre 10 y 12 congresistas, ya sería bastante para para detener lo peor. Construir lo mejor, tiene otro precio. Creo que no hace falta tanto, se requiere un poco de organización de corazón y de que gente valiosa también acepte algo que es muy difícil, entrar a ese lodazal que es la política peruana en este momento. Pero si no, la parte menos generosa del país, va a seguir a cargo.