Voz, pandemia, lenguaje, emociones y otras hierbas

La sanación por la palabra, las reacciones inconscientes derivadas de la escucha, el surgimiento de emociones orientadas exteriormente. Son algunos de los muchos aspectos vinculados al lenguaje que están de moda. Este año que se cumple un siglo de la radio vale la pena detenerse, aunque sea brevemente, en la voz y en la palabra. Nos acompaña el doctor Adolfo García es Atlantic Fellow del Global Brain Health Institute de la Universidad de California, San Francisco; Codirector del Centro de Neurociencias Cognitivas de la Universidad de San Andrés; Investigador del CONICET; y creador y director de la Maestría en Lenguaje y Cognición de la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.

Doctor Adolfo García

En realidad, es todo un descubrimiento. Una intuición que aparece en distintos momentos de la historia, en diversos grupos de personas, pensadores, incluso en gente de a pie. Hay pensamientos que irrumpen en nuestra conciencia de modo disruptivo cuando surgen momentos de ansiedad o cuando nos figuramos escenarios que son irreales pero que igualmente nos generan estrés o nos llevan a realizar algunas acciones.

Creo que tiene más larga data de lo que hoy podríamos pensar desde una mirada más eurocéntrica, Si uno se remonta en términos de áreas de investigación, ya el psicoanálisis ponía un peso muy fuerte sobre procesos inconscientes que podían estar o no relacionados con el lenguaje y nuestra comunicación verbal, pero que ciertamente se reconocían como uno de los determinantes del fluir de nuestro pensamiento, de nuestras conductas y demás.

Incluso antes de la eclosión de las neurociencias, de este campo que busca encontrar correlatos neurobiológicos de nuestro pensamiento, lenguaje, motivación, nuestra toma de decisiones, etcétera.

Hubo y hay todavía corrientes estrictamente científicas que también investigan procesos no conscientes como la ciencia cognitiva, la psico lingüística, incluso la neuropsicología. Una demostración típica y cabal de lo que digo son los estudios de presentación subliminal. Puedo mencionarle a usted dos palabras y pedirle que las clasifiques. Por ejemplo, el nombre de un animal, un gato, y el de un mueble, mesa. y le digo cuando vea una palabra, presione una tecla. Ahora, antes de eso, yo le puedo presentar otra palabra durante unos brevísimos milisegundos. Tan rápido es eso que usted ni siquiera se va a dar cuenta de que vio esa otra palabra. Yo le voy a preguntar después. José, antes ¿vio usted una palabra distinta? Me dirá que no. Aunque usted no tiene conciencia de que la vio su sistema visual y su cerebro si la registra. Si esa palabra que yo puse es por ejemplo otro animal, va a responder más rápido a gato porque su cerebro lo que hizo fue una acción proactiva de modo no consciente. Información relacionada con animales y eso predispone a su sistema a reconocerlos más rápido.

Con esto quiero decir que efectivamente las neurociencias nos permiten investigar sobre procesos inconscientes y su relación con el lenguaje. Pero esto no es patrimonio ni exclusivo de las neurociencias, ni tampoco uno que surgió con ella.

En el año 2002, Michael Haneke estrenó un filme que logró el Oscar a la mejor película extranjera, Amor. Y hay allí una escena en la que Jean-Louis Trintignant está afeitándose. Desde el dormitorio Emmanuelle Riva se encuentra en la fase terminal de una enfermedad muy dolorosa y dice, ¡duele, duele! Aparece el marido, se sienta a su lado, le toma la mano y comienza a contarle una historia trivial, en un tono neutro. El caso es que al cabo de algunos minutos la mujer se calma. Claro, uno podría decir bueno, debe haber ayudado mucho a tranquilizarla ese tono desapasionado. Pero yo tengo, no sé por qué, la creencia de que hay algo mucho más importante que aquello. Y es que el cerebro, de una u otra manera reconoce la voz, no el tono, no el ritmo, no la voz de esa otra persona que le habla, si no que asimila los sentimientos que viajan en la voz, así no se expresen. Y eso es lo que en definitiva calma a la mujer.

No creo que esté desubicado para nada. Siempre que tenemos una intuición de cómo explicar algo, tendemos a sobre posicionar aquello que nos parece que lleva la batuta en la explicación.

En general, los fenómenos de la cognición y de la conducta son multideterminantes. Es decir, son varios factores que inciden en ellos. En el caso que narra, podemos apreciar esos distintos aspectos. Uno de ellos tiene que ver con lo que usted menciona. Pero, pensemos primero que somos seres sociales. Ante todo, el contacto con otra persona de por sí es algo que nos ancla y nos ofrece seguridad. La pertenencia al grupo extiende los recursos de que disponemos para enfrentarnos a problemas grandes o triviales. Entonces, la mera presencia, el simple hecho fáctico de estar con otra persona de por sí podría ser algo que contribuye a bajar los niveles tensionales.

Fuera de eso, por supuesto, hay mucha información que uno puede extraer e inferir al escuchar la voz de otra persona, y esa información está presente en los rasgos de la voz. Es cierto, reconocemos la voz de las personas. Nuestro sistema auditivo y el de procesamiento fonológico son sensibles a la identidad de la voz. Es un rasgo que aparece muy tempranamente en niños recién nacidos. Por ejemplo, se muestran efectos de direccionamiento atencional cuando escuchan una melodía con la voz de su madre, mucho más importante que cuando oyen la voz de una enfermera o incluso del padre. Esa voz que ha resonado en el útero durante los nueve meses de gestación y después del parto posee un valor distintivo del incipiente repertorio cognitivo del bebé.

También somos muy sensibles a las voces a las que nos exponemos cotidianamente. La voz de nuestro padre, de nuestra madre, de nuestro hijo, amigo o colega.

La voz, más allá de la identidad personal tiene un cúmulo de información. Es el caso de las ondulaciones. Uno puede poner pausas en los enunciados, elevar la entonación y de repente bajarla y generar otro tipo de cadencia. Todos estos cambios en la altura tonal, en la pausa, tienen valores comunicativos que no se autoexplican. Se relacionan con el entorno en el cual se los expresa. Una entonación que va hacia arriba o hacia abajo en un contexto determinado, en función de las palabras que utilizamos y del lazo social en una situación concreta, comunicará distintos elementos y algunos de ellos pueden tener valor terapéutico.

Una cosa más, porque somos seres sociales y sensibles a muchos tipos de señales, también podemos, inconscientemente, alinear la cadencia de los procesos cerebrales a otros ritmos y otras cadencias externas. Vale decir, incluso la forma en que oscilan distintas señales cerebrales puede alinearse con ritmos ajenos, que pueden ser musicales o estar dados por el compás de una voz. De este modo, si la narración de ese actor fue en voz pausada, sin exabruptos, es posible que parte de lo que contribuye a la reducción de los niveles de ansiedad tenga que ver con el acoplamiento de señales corporales internas a la unicidad del estímulo externo.

El día 27 de agosto se celebraron 100 años de la radio y casualmente quien inaugura mundialmente la radio, es una emisora de su país, Argentina. ¿Tiene algo que decir la neurociencia que explique la fama mantenida, sostenida de la radio durante un siglo?

Entiendo que no. Creo que sería bueno que no haya algo derivado de las neurociencias.

¿Por qué?

Primero porque es un fenómeno demasiado amplio. La subsistencia de un medio de comunicación es algo que responde mucho más cabalmente a fenómenos de orden social, institucional, tecnológico, acaso incluso político y económico, que al tipo de fenómenos de los que se puede ocupar robustamente la neurociencia.

Digo que sería bueno que no haya explicaciones neurocientíficas porque existe una tendencia creciente en los últimos años a tratar de explicar todo desde la perspectiva neurocientífica, como si las neurociencias fueran el ojo de Dios para dar cuenta de por qué Messi yerra un penal, porqué nuestro perro se acurruca debajo de una silla o porque el yogur de frutilla tiene más adeptos que el de vainilla. Y eso es insostenible. Es una mala divulgación científica que tenemos que sancionar porque lo que sucede es que se confunden las nuevas aproximaciones de una disciplina con una especie de conocimiento omnipotente que puede explicarlo todo. No es así.

De hecho, cuando uno piensa en las restricciones con las que realizamos experimentos en neurociencias, donde llevamos 50 o 100 participantes, en el mejor de los casos a un laboratorio, los tenemos quietitos mientras aprietan botones para responder a ciertos estímulos que usamos para analizar su actividad cerebral. Esta es la matriz social compleja en la cual se dan estos fenómenos, tan alejados de la subsistencia de la radio, a pesar de los avances tecnológicos audiovisuales.

Desconozco alguna razón neurocientífica que explique el fenómeno y ojalá mi ignorancia no sea por falta de conocimiento de lo que hay, sino simplemente porque no hay razones al respecto.

Permíteme insistir desde otro punto de vista. Le he dedicado en los últimos años bastante programación al tema de la exterminación de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial por parte del nazismo. Una parte significativa de los sobrevivientes se transformó producto de la experiencia que vivieron en testimonios de lo que allí sucedió. La hecatombe que estamos viviendo, esta pandemia del coronavirus, a lo mejor tiene también fuerza transformadora.

Son situaciones sociales tremendamente distintas. Por un lado, hubo un ejercicio focalizado deliberadamente sobre un grupo social, mientras que la pandemia es ciega a la raza, género, etnia, sexo, nivel educativo. Más allá de las teorías conspirativas en boga, no se trata de un ejercicio llevado a cabo por seres malvados. Nos encontramos ante un infortunio y forma que impacta en las personas directamente afectadas es muy distinta.

Ahora, respecto de la pandemia en particular, todo cambio social masivo impacta en nuestra mente. Es más, todo cambio, por trivial que sea, en nuestra vida cotidiana tiene repercusiones en nuestra mente. El cerebro es tremendamente plástico y no hay evento, por más efímero que sea, que no impacte plásticamente en el cerebro. Ello implica algún tipo de reconfiguración de su estructura, sus conexiones, sus patrones de oscilación u otra dimensión funcional.

En la pandemia pensemos qué prácticas han cambiado. Número uno, estamos pasando mucho más tiempo aislados, hay mucho más sedentarismo. Los ejercicios corporales son esenciales para optimizar el funcionamiento del cerebro. El ejercicio promueve la oxigenación e incide en los factores que van en contra de elementos neuro tóxicos. Eso impacta directamente en nuestro rendimiento cognitivo, nuestro ánimo, nuestra toma de decisiones y demás.

El segundo tema es que pasamos mucho más tiempo frente a las pantallas y esta exposición, se sabe, tiene distintos efectos ópticos. Algunos de ellos pueden ser perniciosos. Otros tal vez no. El hecho de que estemos, por ejemplo, en la enseñanza, que mediar las clases con educación a distancia, posibilita para que no todo sea lúgubre en esta narración, que distintas universidades pueden acceder a profesores de otras universidades a lo largo y ancho del mundo. Es una consecuencia positiva.

Pero también se ha documentado que la pandemia ha impactado en los niveles de estrés, en la manifestación y autopercepción de las emociones. Se evidencia una mayor prevalencia de emociones negativas.

No menos relevante son los efectos diferenciales en diversos grupos. Las personas de la tercera edad y sobre todo los pacientes con enfermedades neurodegenerativas están sujetos a los efectos del aislamiento o a la distancia social. Hay evidencia emergente, incluso, que muestra que en pacientes que han testeado positivo con el Covid 19 padecen alteraciones estructurales a nivel cerebral.

En términos de la palabra el hecho de que estemos comunicándonos cada vez más mediante elementos virtuales en desmedro del cara a cara implica impactos comunicativos. Yo, por ejemplo, en este momento estoy moviendo mis brazos y no soy un títere sometido al azar del viento. Son movimientos con valor comunicativo que extienden o complementan mensajes a los que usted puede acceder solamente mediante mi palabra de este momento. Si estuviéramos cara a cara en torno a una mesa de café, usted no estaría vedado de esos gestos comunicativos y habría elementos que estarían siendo parte de la escena.

Pero no solamente tiene que ver con la pandemia, puede ser mucho más grave todavía. Es decir, cada vez más las nuevas tecnologías, las redes sociales disminuyen el contacto cara a cara, y de esa manera se profundiza el yo y el ego. Facebook es una página especial de autobombo. ¿No estamos de una u otra manera, primero limitando a la comunidad, al hecho de estar juntos, de vernos, de tocarnos? Y ¿no estamos afectando de una u otra manera cierto comportamiento cerebral?

Seguramente sí. Hay muchos estudios sobre cómo se reconfiguran distintos patrones cognitivos a la luz del uso sostenido de las nuevas tecnologías, sobre todo las redes sociales. Sí, es cierto. Me gusta esa metáfora que usted pone de que las redes sociales o Facebook como una plataforma para el autobombo. Pero no sólo es eso, porque también es una plataforma para que otros hagan un bombo direccional sobre nosotros. Básicamente en las redes sociales dejamos una cantidad de información abrumadora que es capitalizada. Es un insumo muy valioso para las empresas. Cuando estamos en Facebook, las publicidades que vemos no son las mismas que le llegan a mi tía o a mi esposa o a mi primo. Ahí las empresas encuentran cómo optimizar su autobombo dirigiéndolo a las personas que son más susceptibles de responder positivamente.

Cuando pensamos en términos colectivos, nuestros procesos de decisión, nuestras reacciones mentales y sociales son muy orientadas. Nuestras toma de decisión está condicionada. Muchas veces sentimos que nosotros decidimos autónomamente porque soy yo el único que decido. Sin embargo, es terrible como somos de permeables a la influencia de factores externos. De hecho, se ha demostrado que distintos ejercicios de manipulación deliberada de noticias falsas o sobre énfasis de ciertas noticias en desmedro de otras, puede alterar la balanza del proceso decisional individual, y, lo que es más preocupante, acaso comunitario, como sucede en las elecciones políticas.

Sí, el autobombo de las redes sociales resuena en ambas direcciones y a veces es tan estridente que nos ensordece y no nos permite apreciar realmente cómo nos está impactando.

Una cosa más sobre la pandemia, porque yo incluía también un ángulo que no hemos tocado. No son pocas las personas que tienen el convencimiento que vamos a salir mejores, que seremos mejores seres humanos una vez que pase la pandemia.

No lo sé. Las preguntas sobre el futuro, por más desarrollo que se encuentren los algoritmos de inteligencia artificial que nos permiten tejer predicciones sobre qué pasará, se me escapan. Sobre todo, cuando se trata de cuestiones tan complejas como la pandemia. Cómo va a redefinirse la condición humana después del evento. Seguramente hay un dejo de escepticismo y de negativismo de mi parte. Lo que sí es lícito es pensar en lo que ya se comienza a ver. El cambio en las configuraciones de la dinámica interpersonal cotidiana; las formas cómo se tejen las relaciones comerciales, qué tipo de negocios van a poder operar normalmente y cuáles no. Qué profesiones van a suponer mayor riesgo y cuáles no.

Lo que en realidad me preocupa más es cómo esto puede acentuar las brechas entre distintos estratos sociales o cómo pueden generarse nuevas brechas comunitarias. También el impacto económico va a ser desigual según el nivel de ingreso existente prepandemia.

Entonces dudo de que la especie humana realmente sea tan virtuosa como para generar de esto un motivo de superación. Que me perdone Zaratustra. Lamentablemente la historia nos muestra que tenemos bastantes indicios de que el resultado puede ser negativo. Ojalá este equivocado y encontremos buenas aristas a futuro. Pero bueno, dejemos que sea el tiempo el que nos diga que sucederá.

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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