Se juega con fuego cuando se exacerba a la población peruana
El mensaje presidencial de Dina Boluarte, el pasado 28 de julio, estuvo caracterizado por su larga extensión, tres horas y ocho minutos. Casi todos los males del Perú fueron endosados al caído, Pedro Castillo. Pidió perdón por las muertes durante las protestas entre diciembre y febrero (49 personas perdieron la vida), sin asumir responsabilidad personal. Solicita al Congreso atribuciones especiales para combatir la delincuencia y, ausencia casi total del tema sobre la violencia en contra de las mujeres

Eduardo Dargent Bocanegra es máster en filosofía política (Universidad de York, Reino Unido). y Doctor en ciencia política por la Universidad de Texas en Austin. Es profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Dargent aborda en esta entrevista algunas de las razones que explican la crisis política y social que afecta al país andino.
Profesor Eduardo Dargent, según la reciente encuesta del Instituto de Estudios del Perú, el 91% rechaza a los congresistas. Pareciera que los parlamentarios hubiesen desertado de su responsabilidad social y estuvieran abocados exclusivamente a conseguir los beneficios que da el poder. Esta realidad alcanza tanto a la derecha como a la izquierda.
Hay una profunda la sensación de crisis. El desprestigio del Ejecutivo y del Congreso es altísimo y pareciera no importarle a nadie. Los políticos dicen: “tengo legitimidad legal. Gané para el periodo correspondiente”. La sucesión constitucional ha sido normal. Salió Pedro Castillo, entró Dina Boluarte y acá estamos. Podemos simular que actuamos como políticos, en nombre del bien común. Pactar agendas que mencionen democracia, trabajo, servicios sociales, no a la corrupción. En el fondo lo que la población ve es un altísimo desprestigio y una pérdida de legitimidad política
No es solo un caso legal. Es también como la gente se reconoce o ve a sus representantes. Eso se ha perdido, sin que las circunstancias hayan llevado a grandes manifestaciones de malestar ni de un rechazo categórico. Con esos números un gobierno no se sostiene como tampoco el Congreso. Habría sobradas razones para presionar una salida constitucional de adelanto de elecciones, pero hasta ahora no se ha producido. Recién, la última semana hubo marchas, no masivas, pero sí fuertes y plurales que tal vez abran una puerta a esa presión.
Por ahora convivimos en una situación en la cual hay una baja legitimidad y cierta resignación ciudadana frente a la crisis.
No deja de ser chocante que quien asumió la presidencia del Perú para preservar la democracia sea hoy la que encabeza un gobierno autoritario. Como dicen las viejitas, el remedio ha salido tan malo como la enfermedad.
El Perú es una realidad compleja, porque los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta del 2021 despertaban serias dudas sobre su compromiso democrático. Keiko Fujimori hizo una campaña Macartista, negó el resultado de las elecciones. Pedro Castillo llegó con un “partido leninista sesentero” con concepciones muy duras, atrapado en unos debates que parecieran de hace 40, 50 años.
El gobierno de Castillo estuvo desde el inicio atacado por una oposición feroz, no democrática, pero mal que bien, ahí andaba el país.
Con tanta fragmentación, tanta pluralidad de organizaciones y pragmatismo de muchos de estos grupos, Castillo consiguió apoyo suficiente en el Congreso para mantenerse. Le censuraban ministros, pero tenía un apoyo para continuar porque predominaba la idea de que si se caía se podía caer todo. El extremo pragmatismo se expresa en los parlamentarios: no nos muevan mucho, que no queremos irnos. Eso sostuvo a Castillo, que luego intenta dar un golpe el día que sale más información sobre sus vínculos con un pago de coimas y otras ilegalidades. Es el golpe más torpe de la historia de América Latina. Tan inútil que mucha gente cree que no hubo golpe, que más bien fue un contragolpe del Congreso contra Castillo. Pero Castillo intentó un golpe sin ningún apoyo.
Entra Dina Boluarte con el pacto con el Congreso de Nos quedamos todos. Un mensaje fatal para el Perú. Fatal, porque por un lado había gente que apoyaba a Castillo. Él nunca fue un presidente popular, pero tuvo adeptos. Llegó a tener 30% de respaldo, especialmente en zonas rurales, que sintió los hechos como una afrenta en la que el Congreso le había dado un golpe a Castillo. Por otra parte, Boluarte planteó una agenda que no era solo democrática, también hablaba de cerrar el Congreso, ello exacerbó a la población, dando lugar a protestas que fueron reprimidas violentamente, con acciones que de verdad pensé que no se podían dar ya en este país. Después no hubo reacción por parte del Estado, el Ejecutivo no renunció, no cayó ni un ministro, se puso el tema bajo la alfombra y más bien ha sido la prensa internacional y la prensa peruana independiente las que han levantado el tema de lo que fue la represión de diciembre y enero último (15 demócratas de la Cámara de Representantes exhortó al gobierno del presidente Joe Biden a suspender toda la asistencia de seguridad federal a Perú debido a un patrón de represión contra las protestas antigubernamentales)
Dina Boluarte tenía el discurso de que salvó la democracia contra el golpista, pero en verdad ella era parte del grupo de Pedro Castillo. Ella exacerbó los ánimos en los meses previos y ahora es la mejor amiga del Congreso y está blindada por éste, cometiendo actos que son claramente antidemocráticos.
La presidenta Dilma Boluarte ¿es una mandataria o una mandada?
Es una gran pregunta, porque de una parte está capturada por el Congreso. Creo que hoy por hoy el Congreso manda en la relación entre ambos. Ella vive asustada de lo que el Congreso puede hacer, no tiene una bancada propia. Lo que hay es un pacto de no agresión.
De otra parte, también es cierto que es un ejecutivo que no obedece ni está compuesto directamente con las fuerzas del Congreso. No hay que restarle responsabilidad a Dina Boluarte. Ella, de alguna manera ha optado por esa alianza. No es que ella está presionada para quedarse. Si renunciara, el Congreso tendría que buscar una salida constitucional y es ella la que ha optado por quedarse. Entonces, si bien creo que el Congreso peruano desde el año 2016 ha ganado un poder muy grande, institucionalmente, se trata de un poder que no está centrado en la fiscalización democrática ni mucho menos, sino en variados intereses pequeños que son los de los congresistas, algunas de ellos mafiosos o extraños. Todo para lograr acuerdos y cosas que huelen muy mal.
Es importante señalar que existen ciertos acuerdos conservadores, con una agenda compartida por la izquierda y la derecha. Se llama a veces izquierda progresista, pero no tiene nada de ello. Es una izquierda que se da la mano con la derecha en temas vinculados a los derechos de la mujer, a la diversidad sexual. En eso hay un gran acuerdo y en el tema de quedarse hay unanimidad.
Parte del poder está a la vista en el Congreso. Hay voces que aseguran que otra parte importante del poder en el Perú de hoy lo tiene en sus manos el sector más conservador y neoliberal del país. ¿O hay que matizar esta observación?
Es impresionante como este gobierno con poca legitimidad recibe el apoyo o tolerancia de sectores empresariales, de medios de comunicación que tenían un modo para fiscalizar a Castillo y tienen otro para hacerlo con Dina Boluarte. No hablo de la radicalidad de los medios alineados. Me refiero a medios que tenían una mejor práctica antes del 2021 y que ahora, desde la campaña electoral, se volvieron anti castillistas, con lo que le hacen un favor porque terminan convirtiendo en héroe a quien no merece serlo. Ayudan a la construcción de esa imagen del que se opone a los grandes poderes.
Sí, es el grupo de poder empresarial, si se quiere, que en los años 90 apoyo a Fujimori, pero en tal caso con mucha mayor popularidad la de Fujimori. Lo que vemos hoy es casi: “no te voy a apoyar con entusiasmo, pero voy a hacerme de la vista gorda. No voy a meter varios temas porque nos sacaste de algo mucho peor para nosotros”.
Durante ocho años. Entre 1992 y el 2000, Alberto Fujimori desmanteló las instituciones del Estado democrático, llevó la corrupción a altos niveles y se rodeó de personajes siniestros, algunos de ellos asesinos. Hoy asistimos a un nuevo proceso de desmantelamiento institucional, pero con un gobierno qué, en apariencia, que cuenta con la legalidad y que actúa dentro de la Constitución.
El desmantelamiento lo venimos viendo desde el 2016 frente a un Pedro Pablo Kuczynski que cayó en crisis con el caso lava jato y que mostró la alta corrupción del Perú. Un presidente debilitado no pudo sostener los ataques que recibía desde el Congreso con una amplia mayoría fujimorista. El sucesor de Kuczynski, Martín Vizcarra, gana popularidad, pero no reconstruye institucionalidad. Ojo, una institucionalidad precaria, no hablamos de Suecia. Sin embargo, había algunas áreas, ciertos controles, ciertos temas, que, dicho sea de paso, los empresarios y los inversionistas saludaban cierta salud macroeconómica.
El congreso de esos años fue volviéndose más irresponsable en términos fiscales, en golpear a las instituciones.
Sería un error ver el Congreso como un agente empresarial. Está cargado de intereses informales, ilegales, de corto plazo, que se han convertido en un poder en sí mismo y que ataca a una serie de reformas del Estado, la del transporte, la del servicio civil, la universitaria, porque afectan a los intereses económicos de estos grupos. A eso se le suma el gobierno de Castillo, que no defendió esas reformas, las dejó caer, debilitó el Ministerio de Transporte, el de Vivienda por actos de corruptelas. Agreguemos el gobierno de Boluarte, que por estar bien con el Congreso no resiste ni revierte muchas de estas cosas.
En el caso peruano, incluso para los que aprueban a Boluarte, porque consideran que se eliminó el peligro marxista, cometen el error de no darse cuenta de que lo que hay es un statu quo que horada las bases de la estabilidad económica, de actores y de profesionalismo en el Ejecutivo, que, como digo, siendo de bajo nivel, algo de lo que nos quejábamos antes del 2016, pero que era mejor que lo que se está creando hoy, en donde hay grupos de intereses plurales, muy vinculados a economías informales. El Perú es un país de altísima informalidad o de servicios de baja calidad. Se suma una empresa más grande, formal, que le interesa poco la estabilidad macro, sin darse cuenta de los costos de esta inestabilidad micro. Lo que se debilita es el Estado en su capacidad para poner un poco de orden. Tenemos un sistema político que privilegia favorecer algunos intereses inmediatos de la población: que no te cobren impuesto, que no se regule el transporte, que no…, pero para el mediano plazo construimos un mundo donde la convivencia va a ser muy compleja y con severos efectos económicos.
El malestar social se expresa en las marchas, como la del pasado 19 de junio, y en este sentido es muy difícil cuestionar la validez de estas expresiones populares. Por otro lado, todo hace suponer que no serán las protestas callejeras las que van a resolver por sí solas la crisis nacional. ¿Qué hace falta? Esta pregunta se sostiene en el hecho de que el gobierno o no escucha o no entiende o cierra los ojos a la gravedad de la situación y ello hace inviable el mínimo diálogo posible.
Hay diferentes soluciones a la crisis que no necesariamente son mejores. Podemos imaginar que todo este desprestigio es capitalizado por un actor que logre combinar alguna de estas agendas. Generalmente estos centauros latinoamericanos populistas no los vemos venir, los imaginamos asociados al pasado. Pero de repente llega alguien como Rafael Correa, un guayaquileño que recoge la agenda quiteña, que corta el país de una manera que no sospechabas.
Creo que hay posibilidades de que en el Perú este enorme desprestigio lleve a la popularidad alguna agenda más radical, que mezcle el malestar con la política, con el malestar por la delincuencia. Mano dura o algo de ese estilo. Es una posibilidad. Otra es que esto dure y se siga degradando, que de por sí es malo porque no es una solución a la crisis. Se convoca a elecciones, la gente, dada la polarización, vota por personajes que pueden cambiar las caras y los partidos, pero siguen siendo los mismos. Y con un Congreso que tiene esta característica de la que hablo, muy penetrado por actividades informales, ilegales. Son políticas sin miradas de largo plazo para salir del momento actual.
Sin embargo, creo que sí es necesario que haya calle. Si no hay calle en torno a ciertos ideales comunes y luego encontrar grupos políticos que canalicen la protesta y se conviertan en una opción representativa, veo muy difícil el cambio.
Muchos sugieren reformas legales, pero para ello si no existe quien las empuje, la hagas aprobar y respetar, muy probablemente no tenga éxito. Para que las normas y las reglas funcionen deben tener quienes se encarguen de que esas reglas funcionen.
Otra alternativa es una representación democrática más amplia en el Congreso. Con gente de centro, de derecha, de izquierda, con ideas compartidas de que no se debe robar, de que hay que controlar los intereses particulares y de que la profesionalización del Estado no es algo malo, sino que puede ser positivo para los países.
Diría que la clave está en cómo lograr que la calle se exprese más, que presione para que los personeros asuman que están jugando con fuego. Me gusta decir esto ahora que no hay grandes protestas ni nada, pero la gente cada vez se siente más cansada. Y si el día de mañana me dicen que una masa actuó violentamente contra la representación política, no me voy a sorprender. Están jugando con fuego al momento de exacerbar. Eligen una mesa directiva ilegítima del Congreso, de bajísimo nivel, con unas personalidades que no tienen ni remotamente la capacidad, además de estar cuestionadas. Si el día de mañana esto explota van a decir, ¡exceso de la población! Aunque en realidad lo que hacen es cargar a la población.
La calle puede crecer más y ojalá las próximas elecciones en este ambiente de división ideológica, de liderazgos radicales, no nos ofrezca liderazgos que, pareciendo novedosos, terminen reproduciendo la misma cantinela.
El mejor escenario es que dos o tres grupos democráticos logren construir cierta representación política, quizá ganar la presidencia y reconduzcan la vida, por lo menos, al Estado anterior.
Contra lo que decía la izquierda, de que el problema del Perú es el neoliberalismo, creo que debería quedar claro que esa izquierda ha contribuido a destruir lo que más o menos había sin generar nada nuevo. Muchos de los criterios neoliberales siguen ahí, pero estamos en una situación bastante peor.
Ojalá sea un momento de reflexión para las élites políticas de darse cuenta de lo que pasa. Hay cosas como el combate a la corrupción, la construcción del Estado, y las políticas públicas nos pueden beneficiar, mientras discutimos otros temas importantes en un ambiente menos degradado.
En las últimas semanas he leído numerosos comentarios, análisis sobre la crisis del Perú y muchos de ellos son francamente alarmistas en el sentido de que la situación es gravísima. Pero escuchándolo a usted, me da la impresión de que la situación es grave, pero no estamos al borde del abismo. ¿Me equivoco?
Creo que nos hemos acostumbrado a una situación en la cual nos vamos degradando y aún hay espacio para la degradación. No veo que haya entre las élites económicas, empresariales conciencia del daño a las posibilidades económicas del país. Como a nivel político, todavía la cosa puede descomponerse más. Estos grupos informales, ilegales, pueden seguir ganando poder y convertirse en actores que no solamente funcionen a través de mecanismos institucionales o de corrupción, sino incluso con violencia engarzándose con una criminalidad creciente.
La sensación no es que vamos a caer en el abismo, sino que caemos de a poco. Si no hay una reacción política que permita enfrentar de mejor manera la criminalidad organizada, la corrupción, la degradación del Congreso, los efectos serán nocivos para la economía y la inversión.
Hay quienes lo ven como que eso era un problema de Castillo. Como era izquierdoso, espantó las cosas buenas que teníamos. No es solamente eso, no es solo tener un presidente que no entiende de economía internacional o que no atrae inversiones. Es también el país que se puede volver repelente a las inversiones y a la estabilidad.
Degradamos la comunidad política y no estamos todavía en el abismo. Podemos caer más si no hay una pronta reacción.