Se alzan las voces de los pueblos originarios de Guatemala

“Su silencio, señor presidente, es un insulto al pueblo de Guatemala, que ha respondido con valor y decisión a través de lo que posiblemente sean las movilizaciones masivas más grandes de nuestra historia”. Palabras de Bernardo Arévalo de León, presidente electo de Guatemala, en medio de las protestas populares. Por su parte, el sector empresarial organizado en la Fundación para el Desarrollo, FUNDESA, llaman a terminar con el bloqueo de las carreteras y a respetar la voluntad popular, “la cual fue manifestada con claridad por medio de las urnas”

Los dirigentes indígenas que encabezan las manifestaciones han levantado el bloqueo de los caminos. No obstante, aseguran que las protestas continuarán por otras vías para exigir la renuncia de cuatro funcionarios del ministerio Público y el respeto de la voluntad popular expresado en las urnas.

Así, la rebelión popular ha derivado en expresiones artísticas callejeras, en expresiones de arte, en bailes. Como si la defensa de la democracia cobrara mayor vigor con la fiesta y la sonrisa.

Carlos Figueroa Ibarra, guatemalteco, es sociólogo y experto en procesos políticos y violencia en Guatemala.

Los planes A, B y C del núcleo del Poder o el Pacto de corruptos, como lo llaman, ha fracasado virtualmente. Ese sector no ha optado jamás por la resignación. Muy por el contrario.

En efecto, lo que estamos viendo es que el llamado Pacto de corruptos, que es el nombre coloquial y periodístico que le ha quedado al bloque en el poder en Guatemala, está constituido por los grandes empresarios, por los funcionarios corruptos de turno, ya que van rotando según el partido que gane, por el narcotráfico y por la derecha neofascista. Ese bloque ha sufrido varias derrotas. La primera derrota fue que un candidato que nadie tenía en perspectiva, Bernardo Arévalo, del partido Movimiento Semilla, se coló para el balotaje, quedó en segundo lugar y pasó a la segunda vuelta. La otra derrota se produjo cuando no pudo evitar que Bernardo ganara aplastantemente en la segunda vuelta. La tercera tentativa es lograr ilegalizar el partido semilla y crear una situación institucional mediante un golpe de Estado técnico que impida que Bernardo Arévalo acceda a la presidencia el 14 de enero. En esto también ha tenido serios problemas para conseguirlo, porque lo que ha ocasionado es este levantamiento, esta enorme rebelión popular indígena que observamos ahora en Guatemala.

El Plan C tiene serias dificultades porque cuenta con un rechazo popular muy grande al que se suma el establishment internacional. Naciones Unidas, la OEA, la Unión Europea, el Departamento de Estado de los Estados Unidos están totalmente en contra de los planes del Pacto corruptos. Se encuentra aislado nacional e internacionalmente, pero todavía puede dar coletazos. No está derrotado. Una salida inteligente para ellos sería dar por perdida esta batalla, aguardar que asuma el gobierno electo y a partir de ahí poner en marcha la receta que le han aplicado las derechas a los gobiernos progresistas: desgaste total, uso de la mayoría en el Poder Legislativo para impedir las reformas, crear condiciones de ingobernabilidad. Sin embargo, por el momento no han abandonado la posibilidad de que Bernardo no asuma la presidencia.

Si se tomara una fotografía en este momento a los protagonistas, ellos aparecerían en extremos opuestos e irreconciliables. Y, sin embargo. La única solución democráticas es el diálogo y la negociación. Toda alternativa distinta puede conducir a la violencia y al derramamiento de sangre.

Definitivamente. La única alternativa sería que este grupo delincuencial, quiero decir, el núcleo duro en el cual está el delito económico organizado, o sea, la delincuencia de cuello blanco y sus alianzas con el narcotráfico, aceptarán los resultados electorales. Parece increíble porque normalmente se trata algo de sentido común en una democracia.

Lo que sucede es que ahora ha emergido un nuevo personaje. Hasta el momento los actores eran los del Pacto de corruptos y, de la otra acera Bernardo Arévalo con su soporte popular derivado del triunfo electoral. Esa lógica política y social experimenta un cambio sustantivo desde el 2 de octubre. Se trata de la rebelión popular que va más allá de estos dos protagonistas iniciales, que defiende el triunfo electoral, que pide la renuncia de las cabezas más visibles del Pacto de corruptos, la fiscal general Consuelo Porras, el fiscal Especial contra la Impunidad, Rafael Chiche y un juez corrupto que ha judicializado muchas causas, Fredy Orellana.

Ellos, que piden estas renuncias, que son un vasto movimiento popular en el que los pueblos originarios son el centro de la rebelión han dicho que no necesariamente apoyan a Bernardo Arévalo. Establecen una distancia. Enfatizan que se le entregue la presidencia toda vez que es el ganador de la contienda electoral. Estamos ante un matiz significativo porque hace que Arévalo, por ejemplo, no pueda ser imputado como el que cabecilla de la rebelión popular. Además, se preserva la independencia del movimiento popular.

Es, a ojos vista, evidente que el núcleo del poder, el Pacto de corruptos tiene miedo a que asuma la presidencia Bernardo Arévalo. ¿Por qué lo ven como si fuera la personificación del diablo, de Lucifer?

Arévalo es un socialdemócrata moderado que ni siquiera llega a tener la tesitura de Andrés Manuel López Obrador. Mucho menos podría identificársele con Hugo Chávez, Rafael Correa o Evo Morales. Es un líder progresista moderado. Las razones por las cuales el pacto de corruptos se empecina en mantenerse en el poder y en desconocer los resultados de los comicios, no tiene nada ver con motivos políticos o ideológicos. Las razones se encuentran con el hecho de que un nuevo gobierno como el de Bernardo les suprimiría una fuente muy importante de sus negocios, que radican en el simple, sencillo y terrible hecho de que el 40% del presupuesto del Estado de Guatemala se va por el caño de la corrupción. Imagínese José, 40% del presupuesto se va por la calle de la corrupción. Por eso, el solo hecho de que Bernardo, como lo ha prometido, haga un uso honesto de ese 40% del presupuesto, cambiaría muchas cosas en Guatemala y le cortaría una fuente fundamental al enriquecimiento ilícito.

Asimismo, el otro temor que tienen los poderosos es que una vez desplazados del ejercicio del gobierno, queden en una situación vulnerable y puedan ser sometidos a procesos judiciales por los delitos que han cometido.

Estas dos razones son las que hacen que este grupo se empecine en una lucha a muerte, literalmente. Saben muy bien quien es Bernardo, saben lo que va a hacer en Guatemala un gobierno honesto y democrático. Imagínese usted lo que eso significará para un pueblo que ha padecido tantos dolores, va a ser un enorme avance para Guatemala.

Numerosos movimientos sociales han concitado en América Latina la adhesión de amplios sectores sociales. La mayoría se agota cuando la sociedad toma distancia o franco rechazo producto de los actos de violencia. Y esto lo saben tanto los que protestan como los del núcleo del poder.

A lo que le está apostando el Pacto de corruptos es al desgaste que pueda ocasionar la manifestación popular. Ninguna manifestación ni sublevación puede durar indefinidamente. Las grandes rebeliones, los motines, que son rebeliones pequeñas y localizadas, son expresiones efímeras. Las rebeliones de envergadura tienen un ciclo de alza popular y luego decaen. Creo que el Pacto de corruptos le apuesta a que haya un cansancio en la población. Finalmente, los bloqueos alteran la vida cotidiana de la gente.

En este momento, la población apoya mayoritariamente a los bloqueos, pero en la medida en que los rigores de éstos se incrementen, se prolonguen, pueden originar un descenso de la protesta popular. Creo que las dos partes, como bien lo ha dicho usted, saben que ese es el parámetro.

Por dar solo una fecha, desde la época de Jacobo Árbenz, es imposible pensar en Guatemala si no se piensa en el ejército guatemalteco el que hoy aparece como un actor ausente.

Efectivamente, creo que esto es algo que hay que tomar en cuenta en la nueva realidad de América Latina, al menos de la posguerra fría, los ejércitos, en la medida en que la doctrina de la seguridad nacional dejó de existir, los ejércitos también dejaron de ocupar el papel vertebral que tuvieron en casi todos los países de América Latina, excepto en México. En México fue un partido de Estado el PRI el que ejerció el autoritarismo.

En esa medida, lo que sucede en América Latina sucede también en Guatemala. En este momento el Ejército ya no tiene la gravitación decisiva que tuvo en el pasado.

Tuve la oportunidad de platicar con Bernardo Arévalo a principios de septiembre y luego en la reunión del grupo de Puebla, que concentra a más de 100 líderes progresistas de América Latina. En esa ocasión pude escuchar a Bernardo su planteamiento de que el ejército mantiene una actitud neutral, los militares en activo no se meten en este asunto. Son los militares en retiro los que participaron en la lucha contrainsurgente, los que fueron parte de las dictaduras militares los que son más activos y forman parte de la derecha neofascista en el país. Son los exgenerales, gente que tiene las manos manchadas de sangre.

Hay otro elemento con respecto a estas fechas que usted ha recordado, el 54. Yo iría todavía más atrás durante el siglo XX y lo que va del siglo XXI, las protestas populares tuvieron su epicentro en la capital del país. Sucedió con la insurrección de 1920 que derrocó al dictador Manuel Estrada Cabrera; con la Revolución de octubre del 44, que derrocó a la dictadura; hasta con las jornadas de protesta de marzo y abril de 1962. Se repitió durante la década de los setenta, parte de los ochenta. La capital fue el vórtice de la vida política. Lo que observamos ahora es verdaderamente inédito. La rebelión ha ido del campo a la ciudad. No son mestizos los que están en el primer plano, sino los pueblos originarios, los 48 cantones de Totonicapán, las alcaldías indígenas de Sololá, Paulina y otros lugares. Una alianza de Quichés con mames y otras etnias que se han organizado son los que llevan la voz cantante. Estamos viviendo un momento que nunca habíamos visto en la historia del país.

1980 es un año infausto para usted porque la dictadura del general Fernando Romeo Lucas García asesina a sus padres y a usted lo amenaza de muerte, por lo que se ve obligado a buscar refugio en México. ¿Es superable la tragedia?

Los que somos sobrevivientes de una dictaduras, los que hemos sufrido pérdidas terribles y la mía no es la peor. La peor es que te desaparezcan a un familiar, a un ser querido. Después viene el asesinato. Pero gente que tiene pérdidas, como es mi caso mío y el de mi familia la vida nunca va a volver a ser la misma. Pero uno puede volver a ser feliz. Y como dijeron los familiares de los desaparecidos argentinos, nuestra única venganza es volver a ser felices.

Esa onda marca que, como usted lo ha dicho, no es superable ¿de qué modo influye en su mirada del mundo?

Creo que influye mucho. En primer lugar, en mi caso determinó totalmente un cambio de orientación. Yo era un sociólogo dedicado a la sociología agraria y a partir de ese momento me dediqué a estudiar la sociología de la violencia como una manera de explicar el por qué había acontecido, lo que me había acontecido a mí. Por qué le había sucedido al pueblo guatemalteco y por qué siguen aconteciendo cosas tan espantosas como la que ahora estamos viviendo en Palestina.

En segundo lugar, los que somos sobrevivientes tenemos que luchar contra un problema mayor, la culpabilidad, el síndrome del sobreviviente. En mi caso fue una cosa tremenda. Mataron a una persona porque la confundieron conmigo. Tres días después del asesinato de mis padres, mataron a un abogado que se llamaba igual que yo. Lo que ha dicho la familia de esta persona es que la confundieron conmigo. Yo estaba exiliado en Costa Rica.

Y luego, finalmente, otro elemento: Uno aprende a valorar la vida y amarla y a pensar que la vida es bella.

 

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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