Robin Williams: Nanu Nanu, qué pena

 Hoy sabemos mucho pero no todo. El actor había caído, una vez más, en una profunda depresión tras su paso por una clínica de rehabilitación en julio recién pasado, en donde se había sometido al programa de los 12 pasos contra la dependencia. Sufría trastorno bipolar, de allí sus arrebatos de euforia seguidos de una amargura infinita, todo en el lapso de escasos minutos.

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Dicen sus amigos y conocidos que era un hombre bueno. Numerosas de sus películas responden a la solidaridad, a la amistad, al acompañamiento a los necesitados de una mano franca. Veamos:

En la sociedad o el club de los poetas muertos, es profesor de literatura. Su vocación lo lleva a persuadir a través de la poesía a unos muchachos que están descubriendo la vida y de pronto sienten el llamado de la libertad y la fuerza de las palabras. Carpe Diem: “Vivid el momento. Coged las rosas mientras aún tengan color pues pronto se marchitarán. La medicina, la ingeniería, la arquitectura son trabajos que sirven para dignificar la vida pero es la poesía, los sentimientos, lo que nos mantiene vivos”.

En otra actuación su voz tronante se expande por la selva del sudeste asiático en las madrugadas de soldados enviados a combatir en una guerra de la que apenas saben nada, salvo los grados de crueldad que pueden alcanzar los hombres.  A voz en cuello su saludo es bálsamo para la desolación y el presentimiento de la derrota: ¡Good morning, Vietnam!

En Despertares, recreación de la vida real, es el doctor que echa mano a un medicamento experimental para tratar a pacientes de encefalitis letárgica. Robert De Niro interpreta al enfermo que despierta a la razón y se proyecta con una inteligencia superior.

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Su voz cautiva encarnando al travieso genio de la lámpara maravillosa de Aladino; así como los niños de todas las edades reconocen en Hook al mejor Peter Pan del mundo de nunca jamás.

La magia del cine permite que el héroe infantil se transforme en la señora Doubtfire, un hombre disfrazado de mujer encantadora que, como niñera, se las ingenia para ver a sus hijos tras la separación de su esposa.

Y allí está El indomable Will Hunting el joven díscolo pero genial que ha extraviado la razón de su rebeldía. Williams lo ayudará como psicólogo a encontrarse a sí mismo.

Patch Adams, también es médico, aunque atípico. El Patch de la vida real estaba convencido que la risa es parte indispensable de la terapia para enfermos graves. Así fue regando alegría en salas de pacientes que olvidaban, aunque fuera por unos minutos, la magnitud de sus padecimientos.

Curioso, ayudar a los demás pero incapaz de ayudarse a sí mismo producto de la dolencia síquica. Como si su alma no pudiera con su cuerpo. Hasta que decide aniquilar al cuerpo para intentar salvar al espíritu.

Frecuentemente no entendemos la depresión porque la confundimos o la usamos como sinónimo de pesadumbre, de amargura. La depresión destruye nuestro mundo afectivo, hace añicos los mecanismos que nos permiten disfrutar de la vida. La enajenación nos hace extraños a nosotros mismos y nos lleva a odiarnos, hasta el extremo a veces de conducir a la muerte. Robin Williams lo sabía. Por eso asumió en la pantalla los papeles de personajes compensatorios para su honda pena, de gente plena de energía y alegría interior, capaz de contagiar a los demás con su optimismo, cuando al mismo tiempo, fuera de cámara, él se estaba rompiendo de angustia vital.

Alguien decía con razón que para entender mínimamente lo que significa la depresión había que hacer la prueba de recordar el día más triste de nuestra vida y luego multiplicarlo por cien.

El que Robin tuviera graves problemas económicos indica mala administración y malgasto en adicciones, pero también aprovechamiento de esos amigos falsos que aparecen con el olor del dinero para usufructuar de generosidades aleladas.

Su mujer, Susan,  ha pedido que lo recordemos solo como los nombres que asumió en la ficción. Es una solicitud de amor compartida pero agregaría que hay que meditar también en sus últimos minutos, en la desesperación de cortarse las venas, en el manoteo de la correa para asfixiarse, en la ausencia de una nota explicando su decisión definitiva. No escribió nada probablemente porque pensó que no tenía nada que decir a quienes lo habían dejado solo. Se sintió abandonado, así no fuera cierto. La percepción en esas circunstancias es siempre malvada, máxime si se ve agravada por la aparición del Parkinson.

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Quiero decir que si bien es cierto que es el esfuerzo propio del paciente el único que puede sacarlo del foso, es asimismo indispensable estar atentos y acompañarlo, sentarse a su lado para decirle palabras de aliento o para compartir su silencio. Velar porque tome sus medicinas y a cada mínima evolución positiva celebrarla con entusiasmo para que vislumbre que es posible salir adelante. No es fácil, pero la defensa de la vida nunca lo ha sido.

Si me hecho el propósito de escribir sobre Robin Williams es porque muchas de sus películas grabaron en nosotros experiencias que nos ayudan a entender mejor tanto a la vida como a los seres humanos. Y que haya decidido salirse de la cancha no debe dejarnos impasibles a los espectadores. Nos dio mucho para pensar y disfrutar. Recordarlo es un deber de gratitud.

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José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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