El jardín Pandémico. Benjamín Fernández Bogado: entre la belleza y el caos
El jardín pandémico, es el título del libro recientemente publicado en versión digital en Amazon, escrito por Benjamín Fernández Bogado, paraguayo, uno de los grandes periodistas de América Latina
Es un contrapunto, un acercamiento original a la pandemia que tiene contra las cuerdas a la humanidad.
Sobrevuela al texto la necesidad de un cambio de rumbo, consensuado a través del diálogo, que se esmere en garantizar una armonía entre la libertad y la justicia social; en cerrar con voluntad la grieta abierta entre el gobierno, los políticos y la sociedad.
El coronavirus ha puesto, en un escaparate iluminado, las grandes miserias, la corrupción y las carencias. Fernández Bogado tiene fe en la capacidad de búsqueda de los humanos para encontrar respuesta a los grandes desafíos que plantea la vida
Benjamin, creo que lo primero que se impone para hablar de El Jardín pandémico es aclarar el título, porque si no hay gente que lo va a malinterpretar, dirán, pero cómo es posible que él hable de un jardín cuando estamos frente a una de las pandemias más terribles que ha sufrido la humanidad.
El título es una provocación a la lectura, pero al mismo tiempo también define su contenido. Es un ensayo político que como tal aborda el problema de la pandemia desde una doble dimensión: desde el ambiente caótico, corrupto, que en muchos casos rodean a situaciones como éstas. El desorden, el hartazgo, la depresión, la decepción frente a la contradicción que supone un jardín, que es en donde uno contempla una muestra de estética para empezar, de orden, de confianza, de optimismo, de belleza.
En esa doble dimensión hay un recorrido para reflejar cómo ha tocado la pandemia los paraguayos y a los latinoamericanos en general. Cómo hemos abordado al Covid desde la perspectiva de un jardín que vive con nosotros en nuestras casas y que exhibe todo lo opuesto a lo que es la frustración, la fealdad, el pesimismo de la vida cotidiana y más aún en tiempos de pandemia.
El libro camina por dos avenidas que se extienden paralelas y que luego se unen en el jardín con su orden, con su estética, con su belleza; y la pandemia, con su depresión, decepción e inconformismo.
A propósito, justamente de este tipo de binomios es de lo más comentado durante todos estos meses de pandemia. Miradas contrapuestas de aquellos que tienen el convencimiento de que el virus va a sacar lo mejor del ser humano y que saldremos fortalecidos como humanidad. Y de otro lado, aquellos más escépticos, entre los que me encuentro, que piensan que, si emerge, que está saliendo lo mejor del ser humano, pero también está sale lo peor, todo aquello que se padece en las tragedias que ha sufrido la humanidad. Lo más cercano seguramente en sentido global debe ser la Segunda Guerra Mundial. Lo mejor y lo peor del ser humano.
Ninguna situación similar en la historia de la humanidad ha supuesto el triunfo de un aspecto sobre el otro. Lo que sí se ha podido percibir con mayor claridad es la notable capacidad de resiliencia del ser humano ante situaciones como estas. La última experiencia pandémica que tenemos es la gripe española de 1918 a 1920, que, si la miráramos en términos estadísticos, fue brutalmente superior en magnitud y colapso humano. Se habla de una cantidad de muertos que fluctúa entre 50 y 100 millones de personas. Llevamos 10 meses de pandemia, casi un año, y todavía no hemos alcanzado dos millones de fallecidos a nivel global. O sea que relativamente hemos hecho bien la tarea. No sé si en la comprensión del tamaño del problema, pero ciertamente en la capacidad de respuesta de nuestros laboratorios que buscan fórmulas de solución a través de las vacunas o, tal vez, nuestra capacidad de inmunológica ha crecido a lo largo de este tiempo.
Hay otras cuestiones que también surgen en tragedias como ésta. Si leemos el texto de La peste de Camus, vamos a ver que muchas de los dramas que ocurrieron en la Argel natal de este gran escritor francés se subraya la ambivalencia entre lo peor y lo mejor, con un agregado, pero el resultado final nunca es igual a lo que existía antes de la pandemia.
Conclusión, las grandes tragedias del siglo XX, la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, incluso en los casos endémicos de enfermedades, el ser humano ha buscado fórmulas de superación y ha tratado de encontrar sistemas de organización que sean diversas y distintas. Por ejemplo, hoy cuestionamos la idea del ámbito de la libertad y nos preguntamos cuánto espacio debe tener el Estado para restringir la circulación, la movilización o el contacto con otras personas. Algunos temen que esto pueda ser la antesala de alguna nueva fórmula fascista que se justifique como la única manera de orden posible o de previsibilidad. Se trata de un tema esencial. No hay que olvidar de que los fascismos en Europa surgen como resultado de lo que no se hizo correctamente después de la Primera Guerra Mundial. No hubiera habido Hitler en la Alemania devastada en lo económico si se hubieran hecho las tareas que sí se emprendieron después de la Segunda Guerra Mundial. O sea que vamos aprendiendo en función de nuestros errores. Lo que sí veo, Pepe a lo largo de este tiempo de Coronavirus es que no hemos podido encontrar una valoración del otro. La idea de la alteridad de Hannah Arendt de percibir al otro como un valor en sí, no ha sido para mí bien subrayado durante este tiempo.
El Estado ha cambiado muy poco en su naturaleza. Sigue asumiéndose como un poder que está por encima de los mandantes y no como debería ser, que los mandatarios, como su nombre lo indica, respeten el mandato, restrinjan su facultades y aumenten hasta el sacrificio la vocación del bien público. Si evaluamos al conjunto de los estados latinoamericanos, han sido muy escasos los ejemplos en donde se han restringido los desmedidos ingresos salariales de las élites frente a unos pueblos devastados en términos económicos.
Todavía no sabemos la magnitud que la pandemia tendrá en términos económicos, pero yo sí puedo asegurar que lo que va a salir de esto en términos políticos no va a ser nunca igual a lo que habíamos conocido con anterioridad.
Qué bueno que menciones este tema porque es coincidente con la aparición hace pocas horas atrás de un informe muy interesante e importante de la Organización Internacional ÍDEA, que destaca una crisis democrática sobre la que ya teníamos. Como que las cosas van a peor, ha aumentado el nivel de pobreza, como consecuencia del retroceso económico de los países. Entonces, en realidad no soy tan relativamente optimista como tú. Creo que, si bien es cierto que la humanidad ha aprendido como dice el historiador israelita, que es un irredento optimista, digamos en toda su subdivisión nacional e internacional, creo que las cosas son más matizadas. Es decir, que estamos frente a un gran desafío. Seguramente vamos a salir bien desde el punto de vista de la salud. Pero no me parece que podemos poner igual énfasis e igual éxito en los aspectos social y político.
Los gobernantes no quieren cambiar el sistema que conocen y que disfrutan hasta este momento. Pero hay un sector social que ha creído que eso no se podía cambiar, que era imposible de transformar y que inclusive es distraída con las nuevas tecnologías, que reducen la participación en actividades políticas transformadoras del orden que conocíamos, es el sector joven. La juventud va a ser la más afectada por las condiciones económicas. Ya lo es. Y va a significar mirar no solo la perspectiva desde lo social, de lo que me importa en el otro, sino de lo que yo padezco. Asumir esa realidad los va a llevar a participar de una manera mucho más vigorosa, mucho más notable. El proceso ya está en marcha, de los tres países más desiguales de América Latina, Brasil, Chile y Paraguay, en Chile hubo una movilización enorme de gente joven en el 2019 que ha forzado a un cambio de algo que era obvio para nosotros mirándolo desde afuera: la Constitución de Pinochet. Pero tuvo que ocurrir algo tremendo para que los chilenos se den cuenta de que había una crisis de representatividad y que era vergonzoso tener una Constitución redactada en los tiempos de la tiranía de Pinochet. En Brasil pasa algo parecido y Brasil se resiste con un Bolsonaro que dice en estos días que la vacuna podría transformar a alguien en un yacaré; o provocar el crecimiento de barbas a las mujeres, o concluir convirtiendo en homosexuales a los hombres.
Cosas como éstas, estoy seguro de que Bolsonaro, sin una pandemia no se hubiera atrevido a tanto, ni Trump hubiera subestimado a su país y ser derrotado por siete millones de votos por un hombre casi anciano como Biden. O sea, creo que los pueblos van aprendiendo y sacando conclusiones en las que podríamos estar colocándonos en el nicho de los optimistas.
Mi percepción es que nunca tantos jóvenes han hecho tanto por lo político en Chile, en Brasil, en Estados Unidos, como consecuencia de gobernantes que han creído que era posible mantener inalterado el viejo orden.
En eso tienes toda la razón. Los héroes de los países latinoamericanos en estos momentos son los jóvenes que han salido a protestar. Salvo ese pequeño sector, pequeñito e insignificante, pero que causa tanto daño, y que provoca tantos males a los bienes públicos de los países. Porque cuando se destruyen los autobuses, cuando destrozan las estaciones del metro, no son la gente más adinerada la perjudicada, muy por el contrario, es la gente más humilde que tiene que levantarse temprano para ir a trabajar, y no tiene cómo hacerlo porque unos desalmados, diciéndose revolucionarios salen a hacer esas tropelías que deberían condenarse cada vez con mayor energía para, justamente, defender y resaltar a los otros, a los que verdaderamente quieren cambiar las cosas, pero no a través de la violencia y el delito.
En el libro El jardín pandémico retrató algunas de las cuestiones que son contradictorias con las que convivimos, como si junto a nuestra “normalidad” grandes ricos norteamericanos decían, por ejemplo, no podemos seguir pagando tan pocos impuestos. El hombre más rico de los Estados Unidos decía: Mi secretaria, paga más impuestos que yo y la situación no puede continuar de esta manera. Cómo puede ser que el hombre más rico del mundo viva en un México donde la mitad de su población se encuentra por debajo de la línea de pobreza. O sea, estas cosas no hubieran sido tan pornográficas, obscenas, ofensivas si no nos encontráramos en estas condiciones.
Esto no puede continuar y no va a continuar si la transformamos de manera pacífica y a través de un debate democrático y político. Si no lo hacemos, vendrá un orden autoritario o fascista que volverá de nuevo al viejo círculo de las represiones y de las persecuciones como característica central.
En el jardín pandémico hablo sobre la idea de que en muchas de las cosas que debemos resaltar son aquellas que forman parte de nuestra riqueza cultural, de nuestro elemento aprendido y aprehendido. Los gobiernos autoritarios que, aunque lleguen a caballo del descrédito de la democracia, siempre terminan con peores consecuencias que las que hemos padecido. Miren ustedes el caso de Venezuela. Hace más de 21 años Hugo Chávez llegó a caballo del descrédito de Acción Democrática y COPEI. En qué ha terminado uno de los países con una de las mayores riquezas mundiales en términos de hidrocarburos. A caballo al galope llegó Daniel Ortega en Nicaragua, sobre la base de no repetir la estructura autoritaria de la dinastía de los Somoza. Y ¿en qué se convirtió Daniel Ortega en la actualidad?
O sea, si observamos ejemplos de ese tipo, veríamos que los pueblos tienen que aprender y entender de estos procesos de transformación fracasados. La pandemia nos impele a reflexionar sobre dos cuestiones que siempre son el caldo de cultivo de reacciones de este tipo. La inequidad y la extrema pobreza. Necesitamos una transformación, pero una transformación que arroje más libertad, más democracia.
Benjamín, para concluir, de lo general a lo particular, tu país, Paraguay, es uno de los buenos alumnos durante este período. Lo ha hecho no más o menos, lo ha hecho bastante bien. Las cifras están allí. El éxito es considerable. ¿Por qué?
Paraguay es joven. Es uno de los dos países más jóvenes del mundo. El otro se llama Sudán del Sur, que es una nación nueva en África. 60 por ciento de la población paraguaya tiene menos de 30 años. Eso marca una diferencia muy grande. El joven generalmente tiene mejores anticuerpos, mejor capacidad de resiliencia ante situaciones adversas. La población mayor es bastante limitada si uno observa los dos mil y pico de muertos que tenemos en estos nueve meses de pandemia. El 80 por ciento de las defunciones se corresponde a personas mayores de 55 años. O sea, la cuestión poblacional ha sido un factor importante.
Segundo, es un país bastante obediente. Hay que recordar que Paraguay viene de una larga dictadura como la de Stroessner. Yo he nacido bajo la dictadura y aún recuerdo en mis tiempos de juventud que dos personas juntas en la calle convocaba a la policía con sus patrulleras a ordenar que nos disolviéramos. Cada uno a nuestras casas. Suena paradójico, pero la cuestión del distanciamiento social, de no juntarnos en grupos, es otra cuestión que va con la naturaleza del paraguayo.
Además, somos un país cuya vida social se cocina principalmente en las casas, a diferencia de los argentinos, de los chilenos, de los uruguayos que hacen vida social en bares, en la calle.
Estos tres elementos marcan una divisoria importante. El Gobierno ha procurado ganar cierto nivel de autoridad, pero ha caído en los típicos hechos de corrupción, en la compra de insumos provenientes de la China, que se convirtió en un escándalo nacional que estuvo a punto de acabar con la administración.
No es un acto baladí dar crédito a la población con las características enumeradas como una de las cuestiones centrales de la capacidad nacional de resiliencia, acreditada por el hecho que, después de Uruguay, somos el país con menos cantidad de víctimas en términos de población en la región.