Monseñor Romero, santo y mártir de América
Ha sido un camino largo, difícil, como son las cosas cuando valen la pena. Su proceso de beatificación fue retenido durante años por prelados conservadores, temerosos que la figura de santidad de Romero fue percibida como legitimación de la teología de la liberación. Hasta en eso es santo, malinterpretado, rechazado, criticado por su compromiso con los pobres. No pudieron impedirlo porque la mayoría encabezada por el Papa Francisco logró hacer entender que es una alegría grande que la iglesia de América Latina considere, desde ahora, mártires a quienes mueren por amor a Dios, la iglesia y su pueblo. Concluye así el ciclo histórico que consideraba mártires únicamente a los que morían por negarse a renunciar a su fe. La tierra y el cielo están de fiesta.
Concluye también el ciclo de una contradicción, porque los salvadoreños ya habían beatificado de hecho a Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Particularmente lo hicieron los sectores que sufrieron a manos del Ejército y civiles ultraderechistas durante la guerra civil salvadoreña, entre 1980 y 1992.
No podía ser de otro modo, había que llamar urgente a San Salvador al obispo Gregorio Rosa Chávez, que siempre ha estado en todas las jornadas por la dignidad de su pueblo, por la búsqueda de la paz, por continuar la senda de Monseñor Romero. En los primeros segundos de nuestra conversación telefónica dijo algo que atraviesa el corazón: “mira, mira, ustedes ayudaron a que a monseñor no lo mataran por segunda vez, guardando su memoria”. No deseo desmerecer a nadie, pero esta acotación es de las más bellas que he recibido en la vida.
Acto seguido el obispo Rosa Chávez leyó el decreto que lo declara beato. Como dijo, “es cortito. Es primicia mundial”:
“Atendiendo el deseo de nuestro hermano arzobispo de San Salvador en América, y de sus demás hermanos en el episcopado, para colmar la esperanza de muchísimos hermanos cristianos, habiendo hecho la consulta del caso a la Congregación de los Santos, en virtud de nuestra autoridad apostólica, facultamos para que el venerable siervo de Dios, Óscar Arnulfo Romero Galdámez, obispo y mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico del reino de Dios, reino de justicia, fraternidad y paz, en adelante se le llame beato, y se celebre su fiesta el día 24 de marzo en que nació para el cielo, en el lugar y el modo establecido por el derecho. En el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén. Padre en Roma, junto a San Pedro, el día 14 de mayo fiesta de San Matías Apóstol, del año 2015 y firma, Francisco”.
Lo tienes en primicia mundial, José. Por algo será.
Un segundo más tarde Rosa Chávez esboza una reflexión:
“Romero es un santo que el mundo necesita, un santo de reconcilio. Un santo que es voz de los que no tiene voz. Un santo que es el deber de la dignidad humana, el mártir de los derecho humanos. Por tanto, estamos en plena sintonía con el mundo de hoy, que necesita modelos como en que ser ver, como Romero. Un santo de dimensión planetaria. Mañana será un fiesta planetaria, no cabe duda.
Todo el mundo habla de un antes un después del 23 de mayo. Hay un terremoto espiritual que se va acumulando en energía positiva para cambiar tantas cosas que aquí deben cambiar. En este terremoto hay gente que antes odio a Romero, hizo fiesta cuando lo mataron, pensó que era un agitador y un comunista y ahora descubre que es lo que dice el Papa. Esto leído ante un pueblo con el poder del Santo Padre tiene un impacto, no solo para nosotros, sino para toda la tierra. Entonces, estamos maravillados de lo que este obispo latinoamericano, obispo de toda la iglesia, nos está regalando. Tuvo que llegar él para que esto fuera posible”.
Hay fiesta en la tierra y fiesta en el cielo. Óscar Arnulfo Romero está entre los suyos, santos, mártires, servidores para siempre de sus pueblos.
Ahora corresponde una semblanza cercana del santo. Roberto Cuellar es actualmente colaborador jurídico de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador, fue Director del Instituto Interamericano de Derechos Humanos y estrecho colaborador del arzobispo Romero. Su visión ilumina la labor del obispo santo de América.

JZ.- Hagamos memoria, ¿desde cuándo que usted conoció a Monseñor Romero?
RC.- Fue exactamente en 1977. Recuerdo muy bien que los Jesuitas estaban preocupados por la representación judicial a raíz del asesinato del padre Rutilio Grande en ese mes de marzo sangriento en El Salvador. Un hombre bueno, un sacerdote que servía a todos los obispos, fue asesinado cuando se dirigía a su parroquia campesina a celebrar misa en el Departamento cercano a San Salvador en la población de Aguilares y Guazapa. Fue acribillado a balazos con dos acompañantes. Ese asesinato, al iniciarse precisamente el arzobispado y la jefatura de Romero como Arzobispo de San Salvador, lo impactó. Los jesuitas buscaban representación judicial y nosotros, un grupo de jóvenes estudiantes avanzados, abogados; habíamos constituido un grupo de ayuda para la gente pobre, que no tenía con qué pagar servicios judiciales. Los jesuitas nos presentaron con Romero y él desconfió más de nuestra juventud que de nuestros conocimientos legales. Ante tanta abominación, ante tanta violencia, estos jóvenes no van a poder con esto. Fue la primera vez que nos vimos y después él nos conquistó para trabajar en el servicio jurídico llamado en aquel entonces Socorro Jurídico, del Arzobispado de San Salvador.
Desde ahí en adelante hubo una unión muy estrecha con los servicios sociales y legales del arzobispado, comandados precisamente por el Arzobispo Romero, hasta su muerte el 24 de marzo de 1980. La iglesia me designó para que siguiera todas las investigaciones, entre otras la dolorosa autopsia de monseñor.
JZ.- Habla usted de 1977, de tal manera que ¿todavía no se había producido la conversión como se la llama, de un hombre conservador dentro de la Iglesia de El Salvador, a transformarse en el baluarte de los pobres?
RC.- Creo que ahora es un buen momento para rememorar la base de lo que fue el hombre bueno, el hombre misericordioso, el arzobispo honesto y el demócrata religioso por convicción que no viene de la conversión. Tenía tanta confianza en un joven en aquel momento, que le servía en asuntos legales, que me di cuenta realmente que el Arzobispo era, antes de llegar a ser Jefe de la Iglesia Católica, un hombre que contagió a muchos con lo que él llamaba misericordia, acercamiento a la gente pobre. Quizás no tenía la dimensión política que al final se comprendió como el compromiso de su fe cristiana con los derechos de los pobres, pero Romero cuando fue Obispo de Santiago de María, poco antes de tomar posesión de su cargo en el Arzobispado de San Salvador, abría frecuentemente la casa para los campesinos pobres, cortadores de café, en aquellas zonas que en El Salvador son las más frías del país. Campesinos miserables, despojados, hambrientos, encontraban refugio en la casa del Arzobispo conservador, en la casa del que no había cambiado y no se había convertido. Yo no encontré ningún obispo en aquella época, no supe de ninguno que abriera las puertas de su casa y que, convencido ideológicamente de la transformación política del país, tuviera gestos de misericordia sistemáticos y permanentes, como lo hizo Romero con la gente más pobre.
JZ.- Usted ha dicho algo fundamental, nos viene a revelar algo que de hecho una inmensa mayoría entre los cuales me incluyo, no sabíamos. Es decir, siempre habíamos pensado que no solo era un cura conservador, que no solo era un hombre que no tenía ideas de izquierda, sino que al no tenerlas no le importaban los pobres. Y usted dice: eso es totalmente falso: Romero siempre estuvo preocupado por los pobres.
RC.- Mire, tuve una experiencia particular. Cuando lo nombraron Arzobispo, nosotros ya servíamos a los Jesuitas en nuestros tiempos libres. Pro bono le llaman en Estados Unidos el servicio a la gente pobre. Los jesuitas nos armaron un remolino en la cabeza y nos dijeron que había que hacer un trabajo de servicio social con la gente más comprometida con los pobres. Entonces, hicimos ese servicio sin dejar de ganar en el negocio jurídico en nuestras oficinas legales. Yo trabajaba con mi papá. Cuando nombraron a Romero, mi padre, que conocía bastante bien a los obispos, abogado muy conocido en El Salvador, me dijo: “mira, acaban a nombrar a un arzobispo que ni es conocido. Pero no te confundas, ahí tienes a un hombre bueno; no de los que les simpatizan a ustedes que andan gritando por las plazas, pero tienes a un hombre que va a dar mucho que hablar, un hombre que quiere el diálogo, pero que no le tiene miedo a nada; que trata de cerca al campesinado, que escucha con afecto y no echa de menos la permanencia, la cercanía del ejemplo de su pueblo y de la gente más cercana. Cuidado hijo, -me decía- no se confundan, tienen a un gran hombre de arzobispo.
Eso me impactó. Luego fui conociéndolo personalmente y nos contagió; no solamente con la defensa de los derechos humanos, que era pionero en ese sentido, sino con una misericordia activa y una protección personal a los presos políticos. El no solamente los acogía, los trataba, les buscaba medicamentos, les buscó asilo y refugio también.
Al final dejó un legado resumido en su discurso en la Universidad de Lovaina en febrero de 1980, un mes antes de morir, cuando le otorgaron el Doctorado Honoris Causa, planteó precisamente su opción preferencial por los pobres, en aquel discurso afirmó la dimensión política de la fe de los derechos de los pobres. Para mí ese fue el gran salto cualitativo de Romero; no hablar únicamente de los pobres, sino hablar, como pionero, de los derechos de los pobres. O sea, todos hablamos de los derechos humanos, pero él me decía que eran específicos los derechos de los pobres. Un pensamiento realmente avanzado, como decía él ‘en búsqueda de nuestra fe cristiana a través de los derechos de los pobres’. “No es etéreo Roberto, esto no es -me decía Romero- una cuestión de invento. Los derechos de los pobres si no se pueden hacer justiciables, no son derechos”
JZ.- Sé que se fueron acumulando los antecedentes para que la peor represión, para que los sectores más reaccionarios del país, decidieran en algún momento deshacerse físicamente de Monseñor Romero, pero se tiene la creencia todavía que fue en ese discurso cuando él ruega, pero luego exige que se pare la represión, la gota que rebasó el vaso para decir ‘a éste lo tengamos que matar ahora’.
RC.- No puedo decir, y a pesar de que estuve tan cerca de los hechos, no puedo asegurarle como otros se atreven a hacerlo de que ese fue el último motivo, la causa última para decidir con premeditación y alevosía el asesinato de Romero, el magnicidio del Arzobispo, el 24 de marzo, a las 6.21 de la tarde en el hospital la Divina Providencia. Fue, como Ud. bien señala una acumulación de factores y de hechos en los cuales la personalidad de Romero era incuestionable; un hombre que como arzobispo no se acomodó. Eso les pegó fuerte a las clases más ricas de El Salvador. Le quisieron regalar casa, carro, cositas, y con toda discreción y elegancia él agradecía, “pero no gracias”. O sea, no era un obispo tradicional, sino un obispo como los tiempos lo demandaban. Increíble. Es lo sensacional de Romero, no sus discursos, sino su forma de ser, su personalidad.
En segundo lugar se fue a vivir realmente con los más desvalidos a una casa hospital en donde le pidió a las religiosas Carmelitas Descalzas que ya casi todas murieron, que le acogieran, que lo recibieran entre los enfermos más pobres y terminales del hospital. Eso en El Salvador de la época, en donde la gente de muchos recursos disponía de las voluntades de cualquiera, incluidas las voluntades de mucha gente de las iglesias en el país… fue una bofetada. No se acomodó. Se fue a vivir realmente con los más desvalidos y no se intimidó; fue un hombre sin miedo como lo bautizaron en el New York Times de esos años. El primer artículo que salió en el New York Times de El Salvador era ese ‘Un Arzobispo sin Miedo’.
Tanta gente pobre que no tiene cómo ni con qué pagar servicios jurídicos tan esenciales para sus derechos, tanta gente pobre que se cobijó en su ayuda protectora, conflictos de tierras, conflictos laborales, causas penales, conflictos en las cárceles, despojos, líos sindicales, embargos injustos. Esa acumulación que la fue expresando desde el púlpito; que la fue expresando en el magisterio, llevó a que los poderosos dijeran: ‘con este hombre no podemos realmente’
Ahora, por supuesto que la homilía del 23 de marzo, es de las pocas que yo asistí personalmente, fue impresionante. En ella el Arzobispo Romero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, lanza un mensaje contundente de lo que eran en aquel entonces la proclamación de derechos humanos sin que existieran cortes ni comisiones, ni convenciones, ni protocolos, ni tratados más que la Declaración Universal de Derechos Humanos. No solamente fue la proclamación, sino también la conminación a las autoridades judiciales precisamente a insubordinar a las bases del ejército a fin de que no cumplieran una orden de matar. Ese fue el sentido.
No se imagina la discusión que tuvimos la noche anterior, el sábado, cuando él decidió hacer un llamamiento -no sabíamos como lo iba a hacer él, pero él quería en aquel entonces, pedirle a los soldados, que no mataran. Usted pídalo, pero él terminó al final exigiendo: “les ruego, les suplico, les ordeno, en nombre de Dios, cese la represión”. El llamamiento fue como la gota que rebalsó la paciencia de los sectores más fuertes del país.
Al día siguiente, lunes 24 de marzo, hablamos por teléfono con el Arzobispo y me pidió ir a verlo al mediodía para discutir un documento y preparar su defensa ante la declaración pública del comité de prensa de la fuerza armada indicando y señalando que el Arzobispo Romero había cometido delito, y delito de justicia militar.
JZ.- ¿Conocemos, finalmente, a todos los responsables del asesinato de Monseñor Romero?
RC.- Hay una lista de 12 a 15 personas que aparecieron en todos los procesos que sin duda se levantaron. El más confiable es el proceso de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, es el Caso 11481 que siempre lo tengo a la mano y lo estudio, donde se elabora todo un informe y se presenta todo tipo de investigaciones que se llevaron adelante en el caso del Arzobispo. No hay un listado específico de acusaciones. Luego la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas investigó el caso del Arzobispo Romero. Nunca jamás se abrió un expediente judicial en El Salvador. El expediente a la muerte de él en el Juzgado 4° de lo penal, prescribió. Usted sabe a los 15 o 20 años de una acción penal prescribe, no se extingue la responsabilidad, pero sí la persecución del delito. Sé que en Estados Unidos abrieron procesos, en uno de ellos se menciona a Álvaro Rafael Saravia, que estaba involucrado y mencionado frecuentemente dentro de las listas, pero no hay certeza, con pruebas fehacientes, es decir, si ésta persona fue la que asesinó al Arzobispo Romero. (Tiempo después de esta entrevista se supo que fue un ex miembro de la Guardia Nacional, Marino Samayoa Acosta, el autor de los disparos que ultimaron a Romero)
Yo estuve ahí en el sitio del asesinato, en el altar, en la investigación entre las nueve y las tres de la mañana aproximadamente y la policía no colaboró en absoluto; al contrario no confiábamos en la policía de entonces.
Se dice por supuesto que un grupo de militares, entre otros el mayor Roberto D’Aubuisson confabularon y complotaron para asesinar al Arzobispo. Ahí hay testigos de ese complot, hay civiles involucrados también en esas listas. Pero a ciencia cierta el Arzobispado de San Salvador y la Iglesia Católica del país han seguido atentamente todas las investigaciones que se han hecho.
Usted me diría, bueno y por qué usted no tiene datos más fehacientes, datos más probados a pesar de que fui uno de los que representó en el primer momento a la Iglesia en el juzgado 4° de lo penal. Mire, fue un hecho conocido, pero un hecho con el que todos tenían temor de meterse en El Salvador.
JZ.- Usted sabe que se conseguido finalmente la canonización de Monseñor Romero, ¿usted concuerda con eso habiendo conocido al hombre?
RC.- A mí me llevaron a declarar al proceso de canonización como testigo de su trabajo en derechos humanos. Me costó mucho porque, mire francamente le digo que no creo en santidades ni en santos. A él lo conocí como una persona muy humana, muy digna, de convicciones democráticas. Siempre nos decía Romero que cuando le preguntaban a él qué era la democracia, decía que era la sociedad en la que no solo es declarado ni permitido ser persona, sino que es exigido ser persona y con derechos de ciudadanía. El hecho de que él haya colocado la dignidad humana en el centro de lo que es cualquier gobierno con un pensamiento lúcido, estratégico y precursor, creo que él sí fue realmente el pionero de la causa de derechos humanos en El Salvador. Yo no le puedo decir francamente a usted José, qué criterios son para la santidad o para la canonización de Romero. Sí quiero que esté en los altares desde mi fe cristiana. Creo en símbolos, en identidades, y Monseñor Romero es eso: símbolo, identidad de la historia de El Salvador y de quienes le tratamos, yo tuve la dicha enorme de esa cercanía, le recordamos con afecto y echamos de menos la permanencia de su ejemplo y sus enseñanzas, hoy en este momento en que hay un vacío ético en las relaciones políticas, sociales en nuestra América también.
El pueblo ya lo hizo parte de su símbolo y de su identidad de fe cristiana ahora.