Hoy pagamos el olvido de lo humano en El Salvador
El beato Romero es inseparable de las víctimas, de los pobres, de los que sufren. A ellos dedicó su vida y por ellos es mártir de su fe. El padre José María Tojeira, encargado de la Pastoral Social de la Universidad Centroamericana, UCA, habla aquí de las causas de la violencia que padece el país.

La beatificación del pasado sábado fue impresionante. Seguramente monseñor Romero estaba feliz porque estuvo rodeado de los suyos, el pueblo de El Salvador. Quiero creer que la ceremonia también ha sido un rescate y una dignificación de las víctimas.
Yo creo que sí, porque a monseñor Romero no se le puede separar de la gente que murió asesinada, de la gente que él defendió. De hecho el nombre de Rutilio Grande, de Nelson y Manuel, los dos campesinos que murieron con Rutilio salieron mencionados varias veces durante la beatificación (El 12 de marzo de 1977 el padre Rutilio acompañado por Manuel Solorzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus, de 16, fueron emboscados y asesinados por escuadrones de la muerte). Es también mencionada la gente que motivó a Romero a hablar, a hacerse presente, a luchar por los derechos humanos.
La beatificación de Romero abre una puerta para ese modelo especial de santidad que es la concretada en los derechos humanos de los pobres, de los débiles. Un tipo de santidad política no partidaria, pero sí de construcción de una sociedad más digna.

Repito aquí palabras dichas el cuatro noviembre de 1979 por Arnulfo Romero: “Muchos creen que este llamamiento del amor es ineficaz, es insuficiente, es débil; y esto es tan real que algunos periodistas que me entrevistan me preguntan mucho esto: ‘y usted que predica el amor ¿cree que el amor puede resolver esto? ¿No cree que no hay más camino que la violencia, si en la historia sólo la violencia es la que ha logrado los cambios?’ Yo les respondo: Si, de hecho ha sido así, es un hecho que prueba que el hombre no ha usado todavía la fuerza que lo caracteriza. El hombre no se caracteriza por la fuerza bruta, no es animal. El hombre se caracteriza por la razón y por el amor”. Padre Tojeira, en mayo del 2015, hay un promedio de 21 homicidios diarios en su país. Es como para creer que la parte animal del hombre todavía está muy presente.
Creo que en los acuerdos de paz que fueron fruto precisamente de esa Cultura de Paz, de la necesidad de amarnos y de comprendernos los seres humanos, dejamos fuera el tema de justicia, el de la dignidad de la persona, el tema de los derechos básicos del ciudadano en el campo económico y social, que monseñor Romero propugnaba como también lo hacían su sucesor Rivera y Damas o los jesuitas asesinados de la UCA. Ellos decían que eran temas que tenían que estar presente en la mesa de negociación.
Ahora estamos pagando ese olvido de la persona humana y el amor al prójimo que se concreta en los derechos humanos, económicos y sociales. Lo pagamos por nuestra desidia, nuestra pereza a la hora de trabajar fuerte y luchar con más energía en ese campo. Creo que la muerte es precisamente el resultado del crecimiento tanto de la desigualdad como de la conciencia de desigualdad que se ha ido dando en el país. Ya existía antes y ahora lo hace con mayor claridad.
Al no tener la lucha por la dignidad de la persona una salida política, con la velocidad adecuada, ha despertado esta violencia que ha sido permanente después de la guerra civil. Hubo un momento que sí disminuyó pero a partir del 96-97 volvió a acelerarse de un modo brutal, y con altibajos, estamos dónde estamos, en un período muy fuerte de violencia.
Tiene usted toda la razón cuando señala que la injusticia, la falta de participación, la falta de respeto son causas reales de la cultura de la muerte. ¿No le parece que habría que agregar a la lista la ausencia de una auténtica reconciliación en el sentido preciso del reconocimiento del otro como ser humano y no como enemigo?
En parte sí. Pero yo extendería más el tema porque para reconocer al otro como prójimo es necesario el reconocimiento de la verdad del otro, en el sentido de que hay que ver a las víctimas del pasado como personas humanas. Y algunas instituciones de este país han sido incapaces de reconocer la verdad de las víctimas.
Es increíble que el ejército salvadoreño haya sido incapaz de pedir perdón por las barbaridades cometidas. Es increíble que algunos militares que participaron en masacres reciban todavía hoy honores de héroes. Es increíble que un partido como ARENA que ocultó tantos crímenes y que participó en algunos siga negando el pasado y continúe diciendo que son luchadores por la libertad construida sobre la sangre de víctimas inocentes.
Creo que la gente tiene que reconocer más a fondo la barbarie que existió y las responsabilidades personales y grupales. Una sociedad que no reconoce la barbaridad, la brutalidad, el crimen, está condenada a repetir la brutalidad y el crimen.
27 de marzo del año 2000, es decir hace más de 15 años, usted hizo una denuncia penal con nombres y apellidos sobre los señalados como autores del asesinato el 16 de noviembre de 1989 de los sacerdotes jesuitas. No los voy a nombrar a todos pero sí a quien representaba de una u otra manera al conjunto, Ignacio Ellacuría. ¿Qué respuesta ha tenido de parte de justicia?
La justicia calló en ese momento en una tremenda contradicción. Poco antes de que presentáramos la denuncia la Sala de lo Constitucional, en El Salvador, había dicho que la ley de amnistía que se dio inmediatamente después de publicado el documento de la Comisión de la Verdad, no cubría los delitos de lesa humanidad ni tampoco aquellos que fueran cometidos en el gobierno durante el cual se había decretado la amnistía. Apoyados en esa realidad en que los asesinos de los jesuitas y actores intelectuales no estaban cubiertos por la amnistía y que los delitos de lesa humanidad no prescribían, presentamos el caso nuestro.
La respuesta de todo el sistema judicial, porque pasó por todos los niveles hasta llegar a la Sala de lo Constitucional, fue que el crimen había prescrito, porque una ley secundaria en el país dice que todo crimen prescribe a los diez años. A pesar de que el Estado salvadoreño ha firmado convenios internacionales que reconocen la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad. Es decir, a sabiendas, la Sala de lo Constitucional, en el año 2002, prevaricó, que significa dar sentencias injustas a sabiendas.
Eso es lo que pasó, sin que hubiera absolutamente ninguna consecuencia para esa sala corrupta de la Corte Suprema.
Volviendo al tema prioritario en El Salvador, la violencia. Le señalo dos extremos: hay gente que plantea la necesidad de un involucramiento más directo y con mayores atribuciones por parte del ejército para parar la ola de violencia, con la justificación de que hay que despolitizar el tema. En el otro extremo hay quienes advierten que es un riesgo que muchas de las acciones represivas que se están llevando a cabo contra los pandilleros se están haciendo fuera de la ley y entonces es la población civil la que sale afectada. Cuáles son a su juicio los principales pasos que se deben dar.
Yo confío mucho en la prevención, en la extensión y mejoramiento de la calidad de la educación, como uno de los caminos fundamentales por los que hay que apostar. Pero además estoy totalmente en contra de la participación del ejército. Al contrario, creo que El Salvador no debería tener ejército y que algunos miembros sanos del ejército deberían pasar por un proceso de reeducación, llamémosle así, para formar parte de la Policía Nacional Civil. Eso reforzaría a la policía y nos ayudaría con una economía más racional a combatir el delito desde la investigación seria. Uno de los grandes déficit de la policía es la fuerte dificultad que tienen para la investigación.
Técnicamente hay que revisar la legislación, porque no puede ser que solo el 5% de los homicidios cometidos lleguen a sentencia condenatoria, al final de los procesos. Ese es un signo de impunidad absoluta que anima a que la muerte sea una solución fácil para resolver problemas. Eso hay que cámbiarlo.