La iglesia católica chilena se juega su futuro en el Vaticano
El principal medio de comunicación de Chile dijo que el Cardenal Francisco Javier Errázuriz no viajaría a Roma para asistir a encuentros decisivos con el Papa Francisco. El pontífice quiere acordar con los obispos chilenos entre el 14 y el 17 de mayo, todas las medidas que sean necesarias para evitar en el futuro delitos de acoso y agresión sexual. Según cercanos al arzobispo emérito de Santiago, este estaría cansado de las polémicas, además de no estar obligado a ser parte de los encuentros, por lo que decidió, en primera instancia, restarse a la cita. Luego cambió de opinión.

Hay razones muy respetables para la determinación de cardenal: no hay habitaciones disponibles en el lugar del diálogo. Además, hace solo dos semanas el obispo estuvo en el Vaticano en el grupo C9, integrado por cardenales que asesoran al papa en la reforma de la curia romana. Allí le entregó al pontífice un documento sobre los delitos de Karadima y su repercusión en el país. El último argumento para justificar su ausencia es que los obispos eméritos, como él, deben pagar personalmente los gastos de traslado y estadía.
Nada que alegar.
Ahora, a la vista de los antecedentes las cosas pueden verse desde otra perspectiva.
Los hombres de iglesia hicieron tres promesas en la ceremonia de los votos monásticos: pobreza, obediencia y castidad. Esos compromisos son de rigor. Pero hay otros tres tan importantes como los primeros: Obediencia a Jesucristo, quien, sin género de dudas, condenaría sin matices el abuso sexual a menores. Comunión con la feligresía, que abandona hoy los templos porque le resulta imposible el pasaje de la misa en que tiene que repetir a coro que respeta a la santa iglesia católica; y obediencia al Vaticano, cuya autoridad no le ha sido impuesta sino aceptada con alegría por curas y creyentes.
Es difícil imaginar que un hombre de iglesia, incluso un cardenal, pueda solventar con sus bienes personales un viaje y estadía al Vaticano. Es igualmente difícil imaginar que un cardenal, y para más inri, que se apellida Errazuriz no tenga seguidores solventes, que pueden pagar esos gastos superfluos.
La segunda, la devoción al rebaño, al que Jesús considera los privilegiados de la salvación. Toda acción que atente en contra de la defensa de los desvalidos es también una traición al salvador. Los apóstoles fueron enviados a los cuatro puntos cardinales para pregonar la buena nueva y defender a los humildes. No puede haber cansancio ni pausa en esta tarea. Cuando surgen lobos en el rebaño, cuando se oculta a los creyentes la práctica de los demonios en contra de los inocentes, cuando se calla, la iglesia, pilar de la cristiandad, se hace cómplice del pecado.
La obediencia al Vaticano, la de los curas, no se guía por servicio activo o condiciones eméritas, cuando la gravedad de los problemas pone en cuestión el futuro de la fe.
Los círculos cercanos al cardenal Errazuriz hablan de cansancio ante la polémica. Es erróneo calificar de polémica acusaciones de agresiones sexuales en contra de menores. Polémica es una controversia irresuelta entre concepciones antagónicas legítimas. Aquí estamos frente al delito infamante del abuso a niños y jóvenes inocentes. No es polémica, es señalamiento criminal con testigos de cargo.

El cardenal emérito Errazuriz, no tiene la posibilidad, tiene la obligación de asumir la responsabilidad de tan graves señalamientos. Su investidura le exige, Cristo mediante, una actitud de humildad que no aparece con la claridad que se espera.
Ahora, cuando concluyo el artículo, el cardenal debe haber arribado al Vaticano. Cambió de opinión, decisión loable la de dar la cara. Lo que todos saben es que su actitud ha sido por lo menos negligente y ha llevado al Papa a tomar en público una actitud equivocada, que ha reconocido y enmendado después de la investigación, ordenada por él mismo, a cargo del arzobispo Charles Scicluna. Las conclusiones son concluyentes: violación de niños y protección a los autores por parte de la jerarquía. No solo es el caso de Fernando Karadima, ni de quien presenció los hechos sin denunciarlos, el obispo Juan Barros, también Scicluna escuchó a otras víctimas de abusadores de las órdenes religiosas de los Hermanos Maristas, Salesianos y Franciscanos.
Cómo extrañarse que los católicos chilenos le nieguen su corazón a la iglesia, que no en la fe. Según un estudio del mes de enero de este 2018, de Latinobarómetro, solo un 36% de los ciudadanos cree en la iglesia. Antes de los escándalos la cifra era del 60%.
El resultado de este proceso sinodal con 31 obispos chilenos es de importancia decisiva para el prestigio y credibilidad del Papa Francisco, pero sobre todo es fundamental para la iglesia católica entregar al mundo una señal clara en contra de los casos de pederastia y de sus encubridores. Si para ello es preciso reformar la iglesia católica chilena, en hora buena.