La nueva ola feminista en Chile crece con las estudiantes

Las jovenes universitarias chilenas salieron masivamente a las calles el miércoles 16 de mayo. El lema central es Contra la violencia machista, educación no sexista. Es decir, la lucha es en las aulas y en la calle. En Radio Media Naranja conversamos con la profesora, escritora y filósofa chilena Olga Grau, cercana a los temas de niñez, género, sexualidad, filosofía, educación y literatura. Ella es profesora e investigadora del Departamento de Filosofía y del Centro de Estudios de Género y Cultura en América Latina de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

Manfistación multitudinaria de las mujeres en Santiago de Chile

Si hay lucha por los derechos de las mujeres, es porque la democracia no es tan democrática, ya que nos los alcanza a todos por igual. Espero no sonar muy machista cuando le digo, pero ¡cómo se ha avanzado!

Es cierto que hemos avanzado. Ese mismo avance significa un momento de reflexión crítica para el feminismo y de comprensión de lo que ha sido su historia. En este momento estamos mirando hacia atrás el camino recorrido. Además de las mujeres que hemos sido y somos parte del feminismo hay otros grupos, de la diversidad sexual, de los movimientos indígenas, que también miran el movimiento realizado por las mujeres feministas. Nos desafían a abrir nuestras propias categorías de análisis -por ejemplo, la de la interseccionalidad, categoría que la instalan las feministas negras. Asimismo, la exigencia de mirar articulación clase, sexo, género, etnia, raza. Lo etario. Cómo es de importante pensar en términos de la edad de las personas.
Por cierto, hay avance, podemos constatarlo. Incluso hay quienes consideran al feminismo la única revolución exitosa. Sin lugar a dudas, el feminismo ha puesto una marca en la historia.
Si nos vamos al siglo XIX, comienzos del XX, no es menor el haber triunfado en las luchas sufragistas, que abrieron un espacio para la opinión, para el gesto político de participación y elección de las mujeres en los procesos políticos. Se trató de uno de los primeros avances que tuvo una connotación transformadora.
Después ha habido olas de procesos basados en batallas que han librado las mujeres, que han dejado una fuerte impronta en la sociedad en su conjunto.
Claro que todo aquello genera movimientos reactivos. La sociedad se ha ido conservantizando con las alianzas entre la derecha y la iglesia católica u otras iglesias. Aunque las élites se entienden más con la iglesia católica que con las protestantes. Eso ha hecho que comience a circular un imaginario, ciertos enunciados, que tienen su cuota de atracción en sectores de la población

Cuáles.

Sectores de clase media, que han ascendido en este último tiempo a tal condición, y también ocurre en algunos medios populares. Es que las cosas son mucho más confusas y complejas de lo que parecen. No tenemos algo así como hilos luminosos por los cuales transitar con certeza.

O sea que podríamos decir que junto a la ola de feminismo se vive hoy una ola de antifeminismo.

Por supuesto. Hace poco entré a internet para ver qué pasaba con la huelga de mujeres en España , una acción sorprendente. El efecto fue que, en diversos medios de comunicación se organizaron debates con fuerte presencia de mujeres antifeministas. Cuando hablan se refieren a las feministas de una forma muy negativa y sacan a relucir la expresión de “la ideología de género”, como una forma de desprestigiarlas, como si con ella se estuviese trastocando la realidad, en el sentido de percibirla de manera deformada.

A propósito, se crispa la discusión en Chile sobre la Ley de identidad de género que busca la autonomía sexual, entre dos posiciones antagónicas: la de los que argumentan que el proyecto de ley está teñido con la ideología de género, para desprestigiarlo; y los que creen que se trata de avanzar hacia una sociedad más inclusiva, respetuosa de la autonomía y la libertad individual, para lograr su aprobación. Podría decirse que se enfrentan dos maneras de entender la vida en sociedad.

Y sumaría al tema de la vida en sociedad, lo que significa el deseo. Eso es lo que está en juego, el deseo de identidad. El deseo de ser quien creemos o sentimos ser.
Es una magna y complicada materia. He estado pensando en el tema, porque me invitaron a reflexionar sobre una obra que se pondrá pronto en escena. Se llama Los arrepentidos, del dramaturgo sueco Marcus Lindeen, y que será dirigida en Chile por el director Víctor Carrasco, quien me invitara a esta reflexión. En Suecia, el estado sueco paga los gastos del tratamiento completo de transformación sexual. De esa metamorfosis -podríamos decir- de una persona que siente su identidad puesta en un cuerpo que le resulta ajeno.
Los arrepentidos es el diálogo de dos personas que de manera testimonial inspiran la obra. Pasado el tiempo quieren revertir el proceso. Uno de ellos lo logra, pero el otro no, porque el estado ya no está tan convencido de que hay que volver a financiar la operación.
Los arrepentidos, a mi juicio, nos pone precisamente ante un problema altamente filosófico, el de la identidad.
Estos casos están muy juzgados porque la sexualidad es la que prima. Y como ya sabemos, hay todavía una mirada muy torpe de la sexualidad. Pero, en definitiva, ¿podemos resolver exactamente lo que somos? La sociedad nos demanda constituirnos unitariamente, en identidades fijas, también previsibles, coherentes. Hay cosas muy complejas de analizar, que reclaman más tiempo, porque uno se construye a sí mismo o a sí misma un tanto fantasmalmente, de lo que uno cree ser y de lo que los demás suponen que uno es.
Regresando al origen de la pregunta, la identidad de género, relacionando con una materia que ya conversamos: la derecha dice que de 14 a 18 años niñas y niños no tienen la suficiente madurez para decidir por sí mismos su identidad registral, que tendrían que estar acompañados por los padres para decidir aquello. Nuevamente nos encontramos con la idea de la inmadurez de la niñez, de juzgar que no están en condiciones de resolver sobre su propia existencia. Nuevamente, los límites impuestos por los adultos.
¿Qué pasa? ¿Es realmente así, o se les podría dar lugar en una toma de decisión? Según una psicóloga, a quien escuché recientemente, niñas y niños, cuando se perciben a sí mismos en otra identidad, se sienten perturbados desde los cinco años por aquello que se les impone como vestimenta, como gestos. Se sienten en una identidad obligada.
Al lado, el agregado de vituperios, violencia. Los propios niños, por haber asimilado todos los patrones culturales pueden ser muy crueles con quienes no se sienten ajustadas o ajustados a lo que señala su cuerpo. Un cuerpo al que se apunta, por desgracia, solo genitalmente. Se pone en los genitales la condición de la sexualidad. Lo que es una estrechez. La sexualidad es mucho más compleja que la presencia, la visibilidad, la anatomía, e incluso la fisiología que significan los órganos sexuales.
Respecto de la identidad, hay aquí mucho prejuicio, ignorancia, que hace que se entre en el terreno del debate pequeño, debate que podría ser mucho más atractivo en otras condiciones. Como lo sería reflexionar sobre el deseo, la supuesta e impuesta identidad. Todos de alguna manera poseemos dimensiones inexploradas. Por otra parte, cuántas cosas hubiésemos querido ser y hacer, cuántos caminos vislumbrados, iniciados, y sin recorrer. A mí me habría gustado ser cantante, por ejemplo. Era parte de mis deseos, en un momento vivido como una herida de no serlo y, ahora, como pérdida.

La filósofa y profesora Olga Grau
La filósofa y profesora Olga Grau

La violencia contra las mujeres, también llamada de género o machista, ha sido y es piedra angular del debate y la acción feminista. ¿Es imaginable que los asesinatos de mujeres son un tipo de respuesta de los hombres al avance en el tema de los derechos de la mujer, de su mayor independencia?

Hace poco estuve en unas jornadas de feminismo y democracia, en Florianópolis, en el sur del Brasil. Discutimos con una muy estimada historiadora argentina. Conversamos sobre el acrecentamiento de la violencia, lo que señala también una antropóloga argentina, Rita Segato. La historiadora decía que no podemos ser enfáticas al respecto, porque no existe mucha investigación en tanto en el pasado no se tenían datos. Que la información emerge hace muy poco. No obstante, yo recuerdo que, en los noventa, en el SERNAM, el Servicio Nacional de la Mujer de Chile, se hablaba de que de cinco mujeres una era maltratada. Luego eran cuatro y ahora se tiene el dato de que son tres. Entonces, tenemos datos. Sabemos qué hay un acrecentamiento.
Debemos referirnos, además, al tipo de ensañamiento. Ella me decía que antes se hablaba de crímenes pasionales que eran atroces. Pero, al pensar en casos cercanos, acá en Chile, uno puede sentir que hay una mayor crueldad, como ha sido el caso de Nabila Riffo.
Por lo demás, una sabe en su propio medio académico, de cómo están más expuestas las estudiantes a ser abusadas por sus propios compañeros, violadas incluso. Podríamos argumentar que antes no había denuncia. Hoy sí. No sabríamos, por lo tanto, cuán verdadero es decir que hay un acrecentamiento de la violencia. Más allá de la discusión, lo que nos debe interesar es que la hay. Y que cobra dimensiones muy crueles, que dañan a las personas por mucho tiempo. Ojalá, no irreparablemente.
Pese a todo, las mujeres han ganado mayor seguridad en sí mismas. Se habla de empoderamiento, el que habría que entenderlo no solo como el que se refiere al espacio político, público o privado, sino también a las dimensiones afectivas. Las mujeres están en mejor disposición de enfrentar el abuso y tomar distancia de esas experiencias.
Cuando trabajaba en La morada había, entre diversos talleres, un taller de violencia doméstica . Recuerdo que al final de año se hacía una presentación de los talleres que cada cual había tenido a su cargo. Cuando le tocó el turno a ese taller, se presentaron unas mujeres que salieron a escena con palos. El ejercicio consistía en tirar el palo y que otra mujer lo recogiera, lo que se hacía con gran seguridad y destreza. Era algo tan especial que luego lo repetí en la universidad en un taller con estudiantes, realizado por una actriz de teatro, para movilizar un aprendizaje de desinhibición y de ganar mayor seguridad. Lanzar el palo da una sensación de fuerza. Recogerlo también. Tiene que ver con la fuerza física de que somos capaces, pero que tiene efectos psicológicos. Cuando vi esa experiencia del taller de La Morada, me hice muchas preguntas. Una no menos importarte fue: qué curioso que esto pase en un taller de mujeres para enfrentar la violencia. Lo hablé con una señora que en ese tiempo venía a mi casa. Le relato lo sucedido y ella me dice: “yo lo encuentro muy bueno”. Y ahí me cuenta su historia. Desde los 17 años en que se casó, su marido la maltrataba y la golpeaba. Ocurrió por años. Hasta que un día ella agarró un palo con el que le pegó en la mano. Se la dejó con un dedo medio quebrado. Él se sintió tan ofendido que se fue de casa. Luego regresó, le pidió perdón y nunca más la golpeó.
Esa mujer se empoderó a través de la fuerza aplicada en un cuerpo castigador, en un cuerpo que la violentaba.
Eso nos hace pensar en que la fortaleza que necesitamos puede ser de muchos tipos para enfrentar la fuerza bruta.
Muchas mujeres se separan cuando toman conciencia que son maltratadas, maltrato que puede tener muchas formas de expresión. Otras no se dan cuenta porque están disminuidas y desestimadas ante sí mismas, en situación de dependencia afectiva o económica o por malentender el amor. Por eso sigue siendo muy importante la organización de talleres de autoconciencia. Tienen gran valor porque suponen procesos de reflexibilidad de las condiciones en las que cada una vive, en espejeo con las demás. La experiencia propia nunca es tan propia. También está en otras.
La conversación es fundamental porque ayuda a reflexionar, a saber.

Hace ocho meses surgió el movimiento Me Too, Yo también, para denunciar la agresión y el acoso sexual. ¿Qué razones dieron origen a esta decisión de encontrar la fuerza para denunciar a sus victimarios?

Justamente, lo que moviliza es el deseo… para gritar: ¡ya no más! Ya basta. El despertar definitivo y colectivo. Es una nueva ola de feminismo, podría decirse, para el cual habrá que inventar un nombre.
Unas mujeres inteligentes y polémicas de la Librería de Milán , llamadas feministas de la diferencia sexual, en contraposición a las feministas de la igualdad, escribieron hace muchos años un manifiesto. Rescataría un aspecto de esa propuesta, en que hablan del fin del patriarcado. Enunciado declarativo, pero a partir de un deseo político: de ganar fuerza entre mujeres y con quienes estén dispuestos a asociarse, a ser cómplices en la tarea de poner fin al patriarcado. Lo interesante que puede derivarse de esa propuesta, es que cada cual lo tiene que dar finalizado en sí misma o sí mismo. Cuando hablamos de empoderamiento de las mujeres tiene que ver con todo esto: declarar muerto el patriarcado en una misma. Eso hace posible el recorrido que puede hacerse en solitario o junto a otras personas. Es un movimiento que se da en Chile. Lo percibimos en las estudiantes de las universidades que se organizan en agrupaciones, o en los colectivos de mujeres cuando salen a la calle. ¡Basta! Lo que, es verdad, puede dar lugar a algunos excesos.

Exactamente. Hay gente crítica, no machista, que dice, cuidado con el automatismo condenador. Una mujer denuncia y, sin mayores trámites, el acusado es culpable. Lo que va en contra de toda justicia.

Completamente de acuerdo. Con una precisión: nuestro sistema patriarcal tiene recursos para autodefenderse y reproducirse. Le hablo de casos en que me ha tocado estar muy cerca de mujeres muy jóvenes que han sido violadas. Pero ellas no supieron denunciarlo a tiempo, no se atrevieron, dejaron pasar un tiempo en el que se perdieron las pruebas. Entonces la justicia declara: no hay evidencias, por lo tanto, este joven es inocente.
Es cierto, nadie puede ser condenado judicialmente hasta que no se pruebe su culpabilidad, pero en nuestro sistema es difícil probar la culpabilidad. Ya lo sabemos. Se trata de diversas circunstancias, pero cuántos culpables andan sueltos.

Estoy de acuerdo con usted en que las pruebas físicas no van a aparecer, más si se trata de agresiones físicas. La justicia debería ponderar. Quisiera ir más allá. Usted sabe que no hay un feminismo, hay varios. Uno que llama poderosamente la atención es aquel que condena toda expresión crítica hacia el feminismo, con anatemas de machista, imperialista, conservador, sin detenerse a pensar que a lo mejor las críticas son válidas y dignas de ser tenidas en cuenta.

Ciertamente. Nosotras, entre feministas, hablamos sobre esto. Nos parece que hay una emergencia de un feminismo que puede ser llevado a un extremo, que no ve ni reconoce ciertas operaciones críticas que son necesarias.
No se puede ser feminista sin un espíritu crítico. Lo digo, porque en todo orden de cosas, y de manera generalizada, somos muy apresuradas y apresurados para llegar a conclusiones. No vemos ciertos matices antes de juzgar. Hay que detenerse a ver determinados factores antes de pronunciar juicios con tanta certeza.
Eso sí, tendríamos que decir, respecto del feminismo hay muchos prejuicios. Algo que nos puede parecer muy extremo en la perspectiva feminista, juzgado con prisa, es algo que habría que considerar. Creo que tenemos que ponernos siempre en lugares de comprensión. Incluso de los gestos extremos. Muchas veces esas manifestaciones radicales tienen origen en un dolor muy profundo.
Por ejemplo, me parece que dentro del feminismo lésbico ha existido a veces el componente de: “ningún hombre”. Incluso en algunos encuentros feministas se ha rechazado la presencia de hombres que están en políticas de la diversidad sexual o trans, aunque no solamente por parte de ellas. No se les ha dejado entrar. Ahí, me parece, estamos frente a posiciones un tanto cerradas.
Toda esta realidad es de ondulaciones, en la que no podemos mirar en línea recta. Siempre hay algo en lo que profundizar. Muchas feministas lésbicas han sufrido mucho, y de muy diversas maneras, el propio temor o inhibición, el rechazo, el ocultamiento. Desde la infancia, en las mismas familias, no han tenido posibilidades de expandirse. Han sido muy juzgadas. Por eso no deberíamos extrañarnos que algunas de ellas digan: ningún hombre.

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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