Nicaragua: la relatora de los derechos humanos, la ama de casa y la excomandante guerrillera
Daniel Ortega, no puede creer, no le cabe en la cabeza que las protestas sociales en su contra sean consecuencia del malestar social acumulado durante sus años de gobierno. Por eso no duda en calificarlas de acciones terroristas, de creer que estudiantes y manifestantes que lo rechazan son “sectas satánicas”. Gente convencida por el demonio de que el gobernante representa lo que no sería, el mal.

De este modo es factible pensar que es cierto cuando el presidente de Nicaragua dice que “muchos templos fueron ocupados como cuarteles para guardar armamento, para guardar bombas y para salir atacar y asesinar”
La otra posibilidad es que se trate de alguien lo suficientemente torpe como para creer que su narración pueda ser aceptada por gente ajena a sus incondicionales. Ortega ha dado muestras de habilidad y sagacidad para mantenerse en el poder. Sin embargo, carece de la voluntad para hacerse cargo que la mayoría del pueblo le ha dado la espalda. Error típico, no ver la realidad sino lo que se quiere ver.
Pese a la represión sin límites ahí están los jóvenes en las calles, los trabajadores, los campesinos. Podrán ser golpeados hasta el cansancio, podrán meterlos en la cárcel, incluso darles muerte, pero no podrán arrancarles de dentro los deseos de libertad. Nicaragua se desangra, pero no se rinde.
Podrán perseguirlos y aplastarlos, hacerlos chillar de dolor, pero no conseguirán doblegar el hartazgo ni la rebeldía.
Ortega parece un esperpento de sí mismo.
Qué lejos quedaron los tiempos en que el pueblo lo tildaba cariñosamente a él y a los suyos de “los muchachos”. Sí, los jóvenes revolucionarios que concitaban tantas esperanzas, tanta fe en que derrocado el tirano Somoza otros gallos cantarían.
Qué cerca la imagen del dictador sobrepuesta sobre la imagen del exrevolucionario. Somoza mató estudiantes, Ortega, es de no creerlo, ha matado a muchos más. Somoza mandó torturar, Ortega también. Somoza acumuló riqueza a costa del pueblo. Ortega acumula riqueza en nombre del pueblo.
Pedí a una amiga en Nicaragua que me ayudara a ubicar a una mujer de pueblo, de esas que no tienen pretensiones de celebridad ni deseos de salir a la calle para correr el riesgo de una golpiza o algo peor.
Cuando logré llamarla, lo que más me llamó la atención fue cuando dijo que lo que Somoza se había demorado años en deteriorar al país, Daniel Ortega lo ha conseguido en pocos meses. Que la situación es horrible porque la persecución a los jóvenes termina a veces con la muerte. Que hombres armados no habían dejado levantar cadáveres de campesinos rebeldes con la consecuencia que los cuerpos estaban siendo devorados por zopilotes. Todo dicho sin rebuscamientos, sin propósitos ideológicos, palabras surgidas del dolor, de la angustia de esa mayoría que no puede dormir en paz porque los que velan por la noche son los mismos que los acosan todo el día.
La mujer a la que no puedo verle la cara concluye diciendo que la radio dice que Ortega no está dispuesto a adelantar las elecciones. Que se aferra al poder. Busco en internet y ahí están las palabras del presidente: «Nuestro período electoral finaliza con las elecciones de 2021, cuando tendremos nuestras próximas elecciones». Hacerlas ahora, dijo, crearía “inestabilidad, inseguridad y empeoraría las cosas».
Vale decir que, según Ortega, no adelantará las elecciones por el bien del país. Todos los dictadores dicen siempre lo mismo. No permanecen en el poder por voluntad propia, es el corazón filantrópico el que los conmina a sacrificarse.

Es probable que algunos sectores de la izquierda latinoamericana sigan empecinados en respaldar lo inaceptable, como si condenar a la deriva dictatorial de Ortega fuera una traición a las causas revolucionarias.
Dora María Téllez, la comandante 2 de la revolución sandinista se encarga de poner las cosas en su lugar: “yo no reconozco como izquierda legítima a fuerzas que justifican la represión indiscriminada contra un pueblo. Es decir, creo que uno de los paradigmas éticos de la izquierda es acompañar a los pueblos en sus demandas. Eso es absolutamente esencial. Mientras un pueblo demanda justicia y democracia los que respaldan al represor y asesino, para mi están fuera del paradigma ético de la izquierda.
Es realmente una vergüenza que haya gente que se dice de izquierda que respalde a un asesino confeso como Daniel Ortega.
Si usted quiere medirse en algo, mídase con respecto a lo que usted quiere. ¿Quiere que en Francia anden unas fuerzas paramilitares de cualquier partido, sin ley ni orden, recorriendo las calles matando a personas por lo que piensan? No. Ah, entonces no lo quiera para Nicaragua. ¿Usted quiere que en España haya fraudes electorales? No. Pues entonces no quiera eso para Nicaragua. ¿Usted quiere que quien gobierne se robe el dinero en Holanda? No. Pues no lo quiera para Nicaragua.
Si la izquierda o quien se dice de izquierda no es capaz de pararse sólidamente a la defensa de los derechos humanos, incondicionalmente, que se revise. Porque entonces no estamos hablando de izquierda, sino de estalinismo».
Antonia Urrejola Noguera, relatora de derechos humanos para Nicaragua de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en su reciente visita a Managua, hace un par de semanas, pudo comprobar el salto negativo que había dado el gobierno desde el primer informe de la Comisión. En ese documento del 22 de junio del 2018 se establecía que los grupos armados fieles al presidente Daniel Ortega estaban disparando a la cabeza o al tórax, es decir, el propósito era matar. Hoy se ha pasado a una represión selectiva consistente en la búsqueda, captura, tortura y a veces asesinato de los manifestantes, con el objetivo de descabezar el movimiento, y amedrentar a la población. Esta estrategia preocupa grandemente de la Comisión Interamericana porque se basa exclusivamente en la fuerza, es ajena a cualquier proceso jurídico democrático e impide la búsqueda de una solución a la crisis política y humanitaria mediante el diálogo y la negociación.
Estas circunstancias nacionales sumadas a la persecución abierta a la iglesia llevan a los obispos a interpelar al presidente a que diga si quiere o no que la iglesia sea mediadora de eventuales negociaciones.
Así están las cosas tras más cien días de protestas. Más 300 muertos, incontables desplazados, criminalización, amenazas y amedrentamientos.