Los niños, sal de cualquier tierra, víctimas de cualquier conflicto

Tuvo más que suerte que varios millones, logró salvarse junto a su familia, mientras la Shoá diezmaba a los suyos. La huida comienza en Bélgica, pasa por Francia y termina en Uruguay. Ese peregrinaje de privaciones, ese vivir escondida en un ropero, de sentir el olor del miedo y de la muerte, del hambre, transcurre paralelo al amor y a los deseos de vivir. Lo cuenta en el libro La niña que veía los trenes partir, escrito por Ruperto Long, escritor y político uruguayo

Charlotte Grünberg, es hoy madre, autoridad universitaria y testimonio vivo de un período maldito.

Retomamos su peregrinaje a la libertad subiendo a los Alpes hasta Saint Pierre de Chartreuse, un pueblito espectacular.

En ese último período de unos meses largos, tuvimos algo parecido a una vida cercana a lo normal, porque era un lugar tranquilo, con excepción de que yo me agarré la tuberculosis porque ahí había sanatorios especiales para tratar la enfermedad

Lo más importante para mí fue que una de las dos piezas donde vivíamos tenía una ventana que me permitía ver las casitas a lo lejos, iluminadas de noche e imaginarme como sería la vida dentro del chalé, y además salir con mi padre a recoger fruta silvestre. Hasta que todo se rompió en un segundo. Una mañana salimos y vimos que, literalmente, todo estaba tapizado por el ejército alemán. Hubo una razzia en el edificio donde vivíamos. Subieron hasta el primer piso y se llevaron a toda la gente y no subieron al segundo, en donde estábamos nosotros. No hay manera de explicar por qué pasan esas cosas: cómo se zafó mi hermano de un arresto, cómo mi padre logró salir de un campo italiano; cómo se salvó la familia cuando los nazis llegaron solo hasta el primer piso. No soy religiosa, me da trabajo encontrar racionalmente respuesta a estos hechos. El caso es que sobrevivimos.

Volvimos a Bélgica en el 45 y todo había sido saqueado. Lo que no esperaba era la reacción de la gente en la periferia de Lieja. Los que colaboraron con la ocupación se sentían incómodos y optaron por no tratarnos. No querían era oír que nos había pasado. Mucho peor que esa evasión social fue la actitud de un zapatero que tenía cinco hijos. Un día nos esperó en la puerta de su negocio y nos dijo: “Ustedes sobrevivieron. Seguramente tenían más plata. Yo vivo solo con un hijo. Mi esposa y los otros cuatro murieron”. Nunca voy a olvidar eso, sentí culpabilidad por algo que no me resultaba claro a la vista de nuestra huida de tres años y pico en circunstancias tan violentas como la vivida.

Cuando mi padre se fue a Bélgica su familia se vino al Uruguay y no los veíamos, no sé, como 20 años. Vinimos todos a conocer a los abuelos. Acá nos encontramos con algo diferente sobre la Shoa. Aquí existió solamente en los libros, o a veces en las noticias. Por eso no entendieron que ese grupo humano que venía era gente quebrada y con necesidad de hablar. Ellos fueron un muro de silencio. Ni preguntas hacían, lo que fue muy difícil. Se cuidaban de ese dolor. Pero no solo ellos, todo el Uruguay, judío o no, un lindo país con pocos problemas hasta ese momento no había dado el paso de pensar que, si hubieran aceptado que habláramos hubiéramos tenido solidaridad. En todo caso yo tuve la propia. Conocí a José a los pocos días de haber llegado. Esa es la razón por la que estoy en el Uruguay, mientras que mis padres querían volver a Bélgica, pero en esos tres años supimos que es una familia. Los cuatro, con nuestra desconfianza, nuestros temores, nuestros miedos. Nos quedamos.

Después de todo, usted ha logrado crear una familia, ha logrado ser la máxima autoridad de una universidad importante del Uruguay (Universidad ORT) ¿Significa que el pasado ha quedado atrás?

No. Imposible. En la familia de mi madre todos murieron en Polonia. Cargar con todos los muertos sin sepultura es algo que no se puede olvidar. No hay manera. El paso grande me ayudó a darlo mi madre, que era religiosa. Se pasó los tres años y tanto recordándonos que el odio autodestruye. Es la lección que perdura como guía de mi vida. He tratado siempre de impedir que eso me pase. Pero estos abuelos que vinieron a ver a su hermana y a su hija en Bélgica. Esa dama, mi abuela, no me puedo imaginar lo que debe haber sido Auschwitz para ella. Son imágenes imborrables.

¿Quiere decir, que de vez en cuando las cicatrices vuelven a abrirse?

Sí. Cada vez que sucede algo atroz, lo último, usted se imagina que es Ucrania. Me tiene absolutamente desesperada de dolor, porque si observa las imágenes de gente joven, preciosa, con hijos, que son la sal de cualquier tierra y como siempre también las víctimas de cualquier conflicto. Estos niños, los veo dando vueltas por el mundo, arrojados en búsqueda de asilo o perdidos en los grandes movimientos de gente. Es algo que me perturba.

No se aprendió nada. El niño sigue siendo la víctima, el judío sigue siendo víctima. El antisemitismo es algo que no disminuye, todo lo contrario.

¿No tiene la impresión de que esa idea que tenemos que después de Auschwitz todo será mejor, es una gran ilusión?

Las verdades se basan también en ilusiones cumplidas. Lo que sí creo es que la educación es el factor fundamental. Por más que se repita no hay nada superior a la educación para tratar de lograr, aunque sea parcialmente, un mundo más equilibrado. Pero si usted asiste a debates educativos, es desesperante. Terminan siendo combates ideológicos.

Entonces, así exista una billonésima posibilidad de que el mundo sea mejor, hay que hablar y participar. Porque es la única manera de mirar más allá de la ignominia, de la desgracia y de la desesperación. Aquí, la indiferencia es lo peor que nos puede pasar.

Concuerdo totalmente. Mi profesión es la educación. El problema es cómo llegamos a instrumentalizar algo adecuado, que inhiba tanta indiferencia, que los programas sean útiles para los cambios tan rápidos de este mundo. Queda mucha gente en el camino y es muy fácil de engañar. Y esos niños son víctimas desde el nacimiento, la mala o la buena suerte del hogar donde les toca aterrizar, la cuna o su ausencia. Todo eso es muy duro y la solución pasa a través de una buena organización de la sociedad, además de la buena voluntad de todas las partes. Resulta difícil pensar en la solución cuando vemos lo que está pasando en Ucrania.

Si Charlotte Grünberg cuenta su historia es porque desea que sea una advertencia, que cuando el otro no cuenta como prójimo se lo puede atacar y destruir. Jesús tiene razón: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37)

Este programa ha sido posible gracias a la decisiva colaboración del Centro Recordatorio del Holocausto del Uruguay

Los seres de luz

Hemos convocado aquí al autor de La niña que miraba los trenes partir, el escritor y político uruguayo, Ruperto Long.

He leído las críticas sobre el libro y si hay algo en lo que coinciden todas es en que se trata de un esfuerzo esperanzado, un canto al amor y a la vida en circunstancias trágicas. Puedo imaginar que tamaña pretensión no ha sido sencilla.

En principio, cuando uno mira el fenómeno de la Segunda Guerra y en particular la Shoá, desde afuera, diría que es algo oscuro. Sin embargo, cuando se sumerge en las vivencias empieza a descubrir lo sucedido, la forma en que la gente encaró la vida en esa circunstancia extrema, donde no se sabía lo que iba a pasar dentro de una hora. Lo que estaba en juego era la vida personal, la de su familia. Ahí se empieza a descubrir una cantidad de seres de luz, de gente con buen final, muchos otros no, desdichadamente; pero todos tuvieron en común una ilusión y el empeño para encontrar en mil formas y circunstancias una luz a dónde llevar a su familia.

Uno descubre que aquellas vidas son historias de amor, de solidaridad, de mano tendida. Es verdad que podemos centrarnos en lo otro, en lo que más conocemos: la crueldad, el Ziklon B, los hornos, la indiferencia, la denuncia; fenómenos terribles de los que hay memoria. Pero más allá hay tanto o más, más luz que oscuridad cuando observamos en perspectiva. El libro, de alguna forma refleja eso.

Hay que ir encontrando esas historias, no quedarse con el caparazón, indagar lo que hubo detrás, lo que pasó antes.

Tiene usted la impresión de que, en general, en América Latina el tema de la Shoa no forma parte de las prioridades históricas del conocimiento. Se lo pregunto por una razón personal, cuando hice mi enseñanza secundaria, media, no había una asignatura histórica que enseñara la Shoá.

Es así. No está integrado a la formación básica un hecho que es probablemente el más trágico de la historia de la humanidad. Y si no lo es, es uno de los más trágicos. ¿Cómo podemos ignorarlo? ¿Cómo podemos pensar que eso no sucedió, o que es una exageración o una manipulación? Dejo de lado la intencionalidad. Sí aprendemos mucha historia como la grecorromana, pero no de esto que formó parte muy cercana de nuestra cultura, porque la Shoá, que tuvo su eclosión en Europa, generó ecos y reflejos en cantidad de países de América Latina.

Algo se ha progresado a raíz de la fecha establecida por las Naciones Unidas, porque antes las conmemoraciones vinculadas a la Shoá eran sólo de la colectividad de origen judío. La decisión de la ONU llevó a que hoy día los países en torno al 27 de enero organicen actos de conmemoración. Pero en la parte educativa es donde hay que apuntar más, porque tenemos que sensibilizar a los que vienen detrás nuestro, para que seamos todos más humanos, valga la redundancia.

A propósito de sensibilizar, de concientizar. He tenido la fortuna de hablar con varios sobrevivientes, la mayoría de ellos fallecidos hoy. Si hay algo que los caracterizaba era la vocación de vida, de dar testimonio, el anhelo de que esas cosas no volvieran a suceder. Han partido defraudados.

Muchos de los sobrevivientes dieron testimonio amparados en la ilusión de la famosa frase “un pueblo que no recuerda su pasado está condenado a repetirlo” que es una verdad enorme. Sin embargo, a menudo no se la tiene presente. Pretendemos olvidar porque es más fácil y no nos complicamos tanto la existencia. Pero felizmente hubo personas que dieron testimonio y ellas nos ayudan a comprender la tragedia humana desde dentro.

Ahora, cuando uno mira al mundo en su conjunto después del holocausto, hubo una cantidad de genocidios, de persecuciones de pueblos, con el asesinato de decenas y hasta cientos de miles de personas. Pero lo que nos sorprende es ver, no hace tantos años, el fenómeno de inmigración masiva como consecuencia de la guerra en Siria, y las balsas cruzando el Mediterráneo, con niños cayéndose al mar. Y ahora, en pleno siglo XXI, una guerra en la que un país invade a otro y, para resolver el conflicto, lo bombardea. Empezamos a ver a miles de niños que aparecen en internet: “¿usted quiere recibir a un niño, quiere ayudarlo?” Cuando uno recuerda lo que fueron los prolegómenos de la Segunda Guerra, no puede evitar la comparación.

¿Cómo se cambia eso? Somos siete mil millones de personas. Diría que tiene que ver mucho con el “Trabajo Hormiga” como este que hacemos ahora, difundir, sembrar la tolerancia, la importancia de respetar al otro. En el ámbito internacional construir redes con los organismos que, llegado el momento, puedan impedir estas tragedias. Pero no es fácil. La verdad es que coincido con usted en que el panorama no luce para nada alentador.

Para concluir, me contradigo para terminar con optimismo, porque, sabe, tengo la certeza que usted ha dado en el blanco cuando ha dicho: tal vez la mayor esperanza esté en los hechos de la cotidianidad, donde se habla de la libertad, de la democracia, de combatir cualquier dictadura, sea de izquierda o de derecha, de tratar de llamar la atención de aquellos que son indiferentes. No son los héroes del pasado que se rasgaban las vestiduras y ofrecían su vida. Ahora se trata de sumar voluntades y conciencias.

Totalmente de acuerdo. Esa pequeña lucha de todos los días es la más importante. Acá no va a venir un salvador, ni un gran estadista a arreglar las cosas. Es una construcción que da mucho trabajo, porque siempre está la tentación de imponerse al otro, lo que se traduce en cosas ideas, actitudes.

Tenemos que construir la tolerancia, aunque trato de ser realista. Una persona muy religiosa que me escuchaba dijo: “no es la tolerancia, es el amor al prójimo”. Sí, pero empecemos por la tolerancia por aceptar al otro y, después, si podemos, vamos a tratar de quererlo también. Seamos y esperemos que esa siembra pequeña de buenos frutos.

Que nos dice la Shoa a los días que corren

De la interpretación de La niña que veía los trenes partir a una mirada histórica. Andrés Serralta, historiador uruguayo.

Hannah Arendt dijo en alguna ocasión: “No debería haber pasado. Sucedió algo con lo cual no podemos reconciliarnos”. Fue aproximadamente 50 o 55 años atrás. ¿Se puede reconciliar la humanidad con la Shoah?

Tenemos que recordar todo lo que hizo Hannah Arendt en la cobertura de juicio a Eichmann, sacó conceptos principales de lo que había reflexionado, entre ellos la banalidad del mal. Todo lo que tiene que ver con la supuesta obediencia debida en que el burócrata intenta escudarse en que siguió órdenes para dar cumplimiento a aquello que estaba instruido y que él era solo un engranaje más en la maquinaria de la muerte. Con lo cual, según las palabras de Eichmann, estaba prácticamente desprovisto de voluntad y solo atinaba a hacer aquello que se le encomendaba. Desde ese punto de vista, lo que tiene que ver con la reconciliación, debe reflexionar sobre la Shoah para intentar comprender algunos de esos elementos para reconciliarnos con nuestra realidad y a partir de allí, elaborar un pensamiento propio que nos permita alejarnos de esos comportamientos.

¿Qué enseñanzas podemos obtener de ese proceso para hoy? impedir que vuelvan a suceder este tipo de episodios en la realidad. Denunciar aquellos actos en los que se pueda estar gestando un proceso con aspectos similares a la Shoá o con otros genocidios.

Mi pregunta estaba orientada a esto que usted llama lo que deja como enseñanza la Shoah para los tiempos que vivimos. Si le hago la pregunta es porque hay aquí y allá signos peligrosos para la humanidad.

Creo que más que una visión pesimista, es una visión parcializada de la realidad que soslaya avances indudables que ha tenido la humanidad con respecto a la sanción y a la condena social de estos procesos. Dista mucho de ser perfecta. Continúan existiendo expresiones de intolerancia, de discriminación y no hay quien pueda negar eso. Pero aún así, debemos reconocer que en numerosos países se ha legislado, criminalizado este tipo de prácticas. Lo más trascendente es que estas actitudes en donde antes eran avaladas ahora son objeto de condena social. Aunque pueda parecer un avance insuficiente, no es menor, porque en muchos casos contribuye a salvar vidas. Es un hecho más que destacable.

Incluyendo en esta reflexión la aparición de movimientos neofascistas y neo nazistas.

No es que han aparecido, siempre han estado con mayor o menor visibilidad. Siempre han tenido un número de adherentes.

Después está en lo que tiene que ver con qué entendemos por ese tipo de movimientos, porque muchas veces hay agrupaciones de distinta índole que son englobadas bajo ese término, como parte de una prédica política. Muchas veces esa imprecisión es utilizada como un arma política para etiquetar a determinados movimientos con tal o cual adjetivación, para imponerles carga simbólica sin que necesariamente lo sean. Eso no significa que no haya que estar vigilante con respecto a este tipo de movimientos. Pero también debemos estar alertas si lo que se está etiquetando como tal realmente lo es. Las dos cosas son importantes y una no tiene que ir en desmedro de la otra.

Muchos sobrevivientes de la Shoá han fallecido. Y la mayoría de ellos de una edad bastante alta. 98 años. 100 años o más. Lo que demuestra un importante amor a la vida de aquellos que sobrevivieron una experiencia tan terrible como esa. Paralelamente existen y voy a nombrarle solo dos figuras que me parecen representativas y emblemática del caso, Primo Levi y Jean Amery, que terminan suicidándose. Como si para cierto sector de las víctimas, el peso de la responsabilidad y del dolor sufrido es mayor que la necesidad de sobrevivir.

Dentro de lo que significó la adaptación de los sobrevivientes a la vida de posguerra hubo diferentes etapas. El sobreviviente debió enfrentarse a que, en muchos casos, terminó en un campo de desplazados. Muchas veces retornó donde no estaban ni las personas de antes porque habían sido asesinadas, ni tampoco tenía acceso a sus antiguas posesiones porque le habían sido sustraídas. También existía un entorno social que, habiendo vivido la Segunda Guerra Mundial, no estaba receptiva para nada a seguir escuchando acerca de violencias. La gente, lo que quería en su enorme mayoría, era intentar olvidar y continuar sus vidas. El mundo quería seguir avanzando y aún en los casos que querían hablar, tenían poca receptividad social a ese discurso acerca de lo que habían vivido. Unos optaron por otra estrategia. Hubo sobrevivientes que jamás contaron una palabra ni a su familia ni a nadie lo que había sucedido. Sobrevivieron merced al silencio.

Se encontró múltiples variantes, tantos como sobrevivientes había para ejecutar sus estrategias del día después.

Debemos tener cuidado de admirar todo lo que tiene que ver con lo que atravesó el sobreviviente para evitar idealizarlo, recordemos siempre que es una persona como usted y como yo, que atravesó por todos esos horrores y que tuvo otra realidad de excepcionalidad, para reconstruir su vida después de ese horror. Los sobrevivientes tuvieron que enfrentarse a las mismas pulsiones, a los mismos miedos, a los mismos entornos de incertidumbre que encara una persona cuando quiere reconstruir su vida tras las peores circunstancias.

Después de la Shoá, efectivamente, hubo un tiempo prolongado en que la humanidad en su conjunto quería seguir adelante y olvidarse cuanto antes de los horrores del pasado. Hasta que llega un momento en que comienzan a aparecer obras de teatro, películas, los testimonios de los sobrevivientes. Usted dijo al pasar, quienes enseñamos esto, que entre paréntesis es una excepción, no es común en América Latina que se enseñe el tema de la Shoá. ¿Tiene usted la impresión de que las nuevas generaciones, uno, conocen el tema? dos, ¿les interesa?

En primer lugar, no hay estudios de opinión ni encuestas que nos revelen, con un grado de aproximación razonable cuál es el grado de conocimiento que tienen los jóvenes. Las encuestas que hay son extra regionales y lo que muestran, sin intentar extrapolar los resultados, pero haciendo una conjetura, digamos que razonablemente, podemos decir que no, que en su mayoría no lo conocen. Si a eso le sumamos la experiencia personal de enseñar acerca del proceso, le diría que se podría sacar una hipótesis que habría que probar que evidentemente, la mayoría de los jóvenes no conoce este proceso.

La segunda pregunta que usted formuló es de otra naturaleza, porque para que algo le interese a una persona, primero tiene que conocerlo. Si lo ignora completamente, no hay ninguna chance de que le pueda interesar porque no sabe de su existencia.

Después está si le interesa depende de muchos factores, no tanto de índole personal como de la forma en que le es transmitido lo que supuestamente le tiene que interesar del proceso en general y en especial, qué contacto tiene con su propia realidad. Por ejemplo, si a usted le interesa el hielo, pero no sabe que en muchos planetas de nuestro sistema solar su superficie está compuesta por hielo no querrá saber nada de esos planteas porque su interés es el hielo. Entonces ¿cómo despertar el interés? Creo que lo central está en, primero, exponer la información y, después, ponerla en contexto para que la persona asuma qué implicancias con su vida tienen las decisiones que se tomaron en ese contexto. Pongo un ejemplo que tiene que ver con la ontología, con nuestra profesión desde el punto de vista ético. Supongamos que usted no tiene ningún contacto con las ciencias del hombre. Pongamos por caso que usted es ingeniero y dice, y esto para qué me importa. Está dentro de su legítima esfera de decir qué es lo que le interesa a usted, y suponer que no tiene nada que ver con su realidad. Pero para hacer el campo de concentración se necesita un ingeniero, se necesita un arquitecto, un albañil y todas las otras profesiones que intervienen para lograr que eso funcione para el fin que fue concebido, la muerte masiva. Allí empieza la esfera de interés. Un señor que era ingeniero, la misma profesión que yo desempeño, eligió hacer eso. ¿Yo estaría dispuesto a lo mismo? Cómo actuaría yo como docente, si me piden que ejecute medidas dirigidas a la discriminación sistemática de diferentes grupos de población, que era en definitiva lo que propugnaba el docente adoctrinado por el régimen nazi. No solo ese régimen. Podemos poner muchos otros ejemplos en los que se implementan esas decisiones. Allí es donde entra el porqué me puede interesar. ¿Por qué es útil para mi vida?

Creo que ese es el mayor valor que puede aportar al hoy la enseñanza de esta historia.

 

 

 

 

 

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

Un comentario en «Los niños, sal de cualquier tierra, víctimas de cualquier conflicto»

  • el 29 de agosto de 2022 a las 13:10
    Enlace permanente

    Definición de crisis: oportunidad que aprovechan entre otros, los supermercados para enriquecerse a costa de sus propios clientes, a quienes pasan la factura de pandemias (Covid) y guerras (Ucrania).

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Resuelva la operación: *