Homenaje al señor de las letras: Álvaro Mutis
Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Así se expresaba Álvaro Mútis, servidor de la poesía, escritor de novelas que perduran. Hay tiempo para vivir pero rehusamos de algún modo el tiempo para morir. Tenía noventa años cuando falleció el 22 de septiembre.
He olvidado las circunstancias de cómo alcance sus datos personales para solicitarle una entrevista. Lo que sí recuerdo es que nos vimos por vez primera en París, en un hotel al cual él solía llegar desde hace muchos años. De talante cordial reía con naturalidad, era sincero en sus expresiones, apasionado en ciertos temas que consideraba vitales en la vida.
Álvaro Mutis estaba convencido que para él lo mejor era separar el trabajo de subsistencia de las labores de la literatura. No lo dice exactamente así pero en el fondo estaba diáfano el rechazo a las pleitesías, a los favores pendientes, a la complacencia con las letras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
No puedo dejar de mencionar aquí una anécdota singular que le ocurrió a Mutis en su visita a Holanda a un evento y ciudad que omito por razones, espero, entendibles. Cuando terminamos de grabar nuestra entrevista mi dijo que se alegraba enormemente de verme por, seguramente, yo podría ayudarlo a resolver una situación engorrosa. Por supuesto, le respondí. Dígame. Me contó que lo habían alojado en la pieza de un hotel cuya última limpieza databa probablemente de hace varios años. Pensé que exageraba. Me llevó a verla. Me convencí que él había sido más bien modesto en su apreciación. Lo extraordinario era que los organizadores estaban en otro hotel. Ese sí de cinco estrellas. Hablé con una coordinadora de la reunión. Le dije que otro invitado que fuera Álvaro Mutis ya se habría marchado sin dejar ni siquiera razón de su partida. Que este señor si todavía estaba allí era por puro amor a la poesía. La mujer resolvió con diligencia el tema en pocos minutos.
Dejamos lo intrascendente diciendo que Mutis creía firmemente que había que amar la vida para entender la muerte y que el hombre estaba lejos de ser el dueño absoluto de su destino.
Corto aquí la introducción porque lo mejor es escuchar lo que nos dice Álvaro Mutis: