Enzo Traverso: La relación indisoluble entre igualdad y libertad puede ser la condición básica para la renovación de la izquierda

Los perfiles de la izquierda se han desdibujado, incluso han llevado a muchos a sentirse huérfanos en el mundo globalizado. Era difícil que ocurriera de otra forma tras la derrota del socialismo realmente existente, que se desmoronó a partir del nueve de noviembre de 1989, después de 28 años de separación geográfica y humana en Alemania. Una evolución menos espectacular pero de gran significación es la conversión de la social democracia europea hacia políticas liberales que hoy la hacen indistinguible de concepciones incluso neoliberales. Es cierto que siempre hubo sectores de la izquierda que mantuvieron una distancia crítica del régimen totalitario de la ex Unión soviética, condenaron las purgas, las matanzas que eliminaron a millones de personas, las violaciones de los derechos humanos y las invasiones de Hungría y Checoslovaquia. Todo ello no evita que los alcance las consecuencias del derrumbe de la URSS. Como lo hacen las tiranías de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Melancolia

No obstante Enzo Traverso no es un hombre pesimista que escribe Melancolía de izquierda con espíritu derrotista. Por el contrario, su evaluación del siglo XX, que fue el siglo de dos conflagraciones mundiales, también fue el tiempo de las revoluciones. Y nadie puede pretender recuperar el futuro si no va más allá de la autocrítica local, sino extrae de la historia lo que fue mal. Desde las concepciones equivocadas, pasando por las relaciones entre el poder, la igualdad y la libertad, la relación con los vencidos, hasta el papel de la democracia.

No son las herramientas teóricas y prácticas del siglo XIX las que se necesitan para encarar los desafíos del siglo XXI, salvo aquella premisa central que está en el origen del socialismo: “hay que entender el mundo para transformarlo”.

Enzo Traverso, un hombre de izquierda, fuera de toda sospecha, recurre a la relación entre la historia y la memoria, al arte pictórico, al cine, a los pensadores, a la literatura, a la comparación entre el ayer y el hoy para poner la mirada más allá del justo duelo, de la pena y transformar la melancolía en la fuerza renovadora de aquellas ideas que, a través del tiempo, hombres y mujeres defienden y luchan para hacer del mundo un mundo mejor.

He aquí algunos ejes centrales de su libro Melancolía de izquierda.

Uno. La generalizada actitud de centrar la reflexión y la acción política en la memoria de las víctimas, lleva involuntariamente sino al olvido a la postergación de los ideales, precisamente por los cuales murieron esas víctimas. No basta el dolor que es muy grande y justo. Cómo se sale del duelo.

Primero es preciso distinguir entre víctimas y vencidos, porque el enfoque sobre las víctimas casi se volvió una obsesión. En las últimas décadas surgió un nuevo papel sobre el lugar que tienen las víctimas de genocidios en el mundo occidental y en particular las del holocausto en la memoria. La memoria del holocausto se transformó en un paradigma memorial, que fue progresivamente extendiéndose a otras formas de violencia.

Esta superposición condujo a un eclipse de los vencidos debido al papel dominante de la memoria de las víctimas.

Se trata de una realidad contundente en Latinoamérica, porque allí la memoria de los vencidos de las dictaduras militares y de los conflictos sociales y políticos recientes fueron reinterpretados como memorias de genocidios o violencias asimiladas a genocidios.

Todo ello supone una completa reinterpretación del pasado, una revisitación y una lectura diferente de esas experiencias históricas.

Este importante fenómeno hay que subrayarlo. La globalización de la memoria implica a la vez formas de olvido. Las víctimas en contra de los vencidos.

Dos.

El libro Melancolía de izquierda es una suerte de inventario de lo que salió mal. Como si usted quisiera antes de plantear cualquier renovación de las ideas socialistas, hacer un balance -para muchos doloroso- de lo que no ayudó en nada a los ideales libertarios. No hay futuro sin autocrítica.

La autocrítica fue abundante. En diversos países hubo procesos de duelo de las derrotas del siglo pasado de diversas formas, pero no tenemos un balance global de un siglo de revoluciones que fueron globalmente derrotadas, que, por lo demás, todas se caracterizan por las tentativas de tomar el cielo por asalto. Tal fue uno de los rasgos compartidos en todos los continentes.

El siglo XX que hoy se dibuja en nuestra conciencia histórica como el de las guerras, de los totalitarismos, de los genocidios, fue también el siglo de las revoluciones. Vale decir, millones de seres humanos se transformaron en sujetos históricos e intentaron cambiar la cara del mundo. El siglo XX no es solo el de la revolución Rusa, el de la revolución China, el de la revolución Cubana, es también el siglo de la descolonización. Es un siglo de luchas de emancipación que fueron derrotadas y de las que no hemos tenido un balance de las pérdidas  .

Esta carencia es un elemento de parálisis, un obstáculo para elaborar, construir nuevos proyectos de liberación. El proceso de duelo de las derrotas sufridas todavía perdura. La izquierda intentó suprimir, evitar o buscar otras rutas de salida como las de la resignación, y en algunos casos de la traición o si prefiere la capitulación.

La melancolía no es una enfermedad de la izquierda. Es el reconocimiento de lo que ocurrió y a la vez del hecho de que el pasado revolucionario movilizó un conjunto de afectos. Esta melancolía se dirige no tanto a las formas de organización, a los aparatos, a las ideologías, a lo que fue la izquierda en su dimensión política institucional; se refiere más precisamente a la nostalgia de una utopía que existió, a una esperanza, y a  un sentimiento de poseer la capacidad para cambiar el mundo. Es la nostalgia o la melancolía de una época en la cual se actuaba colectivamente.

Esta melancolía, para mí, no es algo paralizante o negativo. Es un sentimiento que puede involucrar un trabajo de reflexión intelectual y política de lo que ocurrió en el pasado.

Dice usted, con otras palabras, que es posible cambiar esa melancolía en una fuerza positiva y movilizadora.

Sí, en el sentido de que la melancolía no es necesariamente resignada. Si quiere puede ser la búsqueda de una reactivación, el recurso capaz de pensar nuevos diseños inscritos en la realidad del presente, adaptados al mundo global que es el nuestro hoy día. No se trata de renegar del pasado sino de pensarlo críticamente, así como de salvar las dimensiones emancipadoras del ayer, especialmente las del siglo XX.

Enzo Traverso

Tres. Bien merece estar entre los ejes centrales de su libro la reparación de una ausencia decisiva en el pensamiento de izquierda que tiene que ver con el ser como centro de preocupación, como razón de ser de la lucha, y no incluirlo en un engranaje superior, llámase pueblo, proletariado o lo que sea.

Hay que repensar un conjunto de categorías analíticas, de claves de interpretación del mundo que fueron forjadas en el siglo XIX. La cultura de la izquierda en el siglo XX fue la renovación de una manera de acercarse a un abanico de ideas, de valores que aparecieron en el siglo anterior.

Hoy necesitamos otras clase de pensamientos y de concepción de la realidad. Lo que quiero recuperar y valorizar es un principio que apareció con el nacimiento del socialismo: “hay que interpretar el mundo para cambiarlo”. [i]

Esa conexión entre pensamiento crítico y acción política, es una clave fundamental. Es lo que necesitamos. El problema no es una ausencia o debilidad del pensamiento crítico, porque es muy vivo, rico, sofisticado. Pero falta el vínculo entre esos razonamientos y la acción política con los movimientos colectivos que existen en varios horizontes, que no encuentran caminos de superación porque les falta el lazo que los una a las ideas del futuro.

Yo intento en mi libro dar algunos ejemplos: porqué fracasaron las revoluciones árabes, porqué el movimiento alter mundialista no buscó formas de organización global o no desembocó en un nuevo proyecto general. Eso son los problemas de hoy.

El otro ángulo de mi consulta tenía que ver con esa necesaria recuperación de la complejidad del ser humano.

Es una cuestión (risas) y yo no estoy seguro de poder responderla. Digamos que he abandonado el optimismo un poco ingenuo que era un corolario de una visión teleológica de la historia que dominó la cultura de la izquierda en siglo pasado, que nos otorgaba la ilusión de marchar en el sentido de la historia.

Creo que la izquierda no puede reinventarse con este tipo de ilusión. Todos sabemos que el futuro es una incógnita, que nadie posee el futuro. Lo que tenemos es la certidumbre de que sin cambiar el modelo de civilización que es el nuestro, el futuro será una realidad de catástrofes. Esta es la única certeza. No tenemos la seguridad de que seremos capaces de modificar la situación.

Este cambio cultura se produjo. No hay ilusiones ingenuas sobre el futuro, aunque ello no implica una visión pesimista o alguna variante de pesimismo antropológico. No se trata de poner en cuestión un diagnóstico que fue hecho en el pasado basado en las potencialidad emancipadoras de un sector de los seres humanos, lo que Marx llamaba el proletariado. Hoy habría que redefinir este concepto. Digamos las capas oprimidas. Tenemos que ser conscientes que esas potencialidades hay que transformarlas en actos concretos. Es un desafío, una apuesta.

Cuatro. La falta de respuestas específicas en lo que se refiere al poder y cómo propiciar modelos antiautoritarios, antidictatoriales.

Es un problema que toca directamente a la actualidad. Pensemos cómo se dibuja el mundo con Donald Trump en Estados Unidos, con Jair Bolsonaro en Brasil, con Narendra Modi en India, o Xi Jinping con el régimen muy autoritario en China, con Vladimir Putin en Rusia, y con la proliferación de la extrema derecha, racista, xenófoba en la Unión Europea que asume posiciones gubernamentales en diversos países.

Este contexto de crisis de la democracia es altamente preocupante y plantea la defensa de la democracia.

No estoy seguro que se pueda contestar esta materia diciendo: vuelve el fascismo, porque lo que vemos es algo distinto con respecto al fascismo clásico. En cualquier caso lo deseable es una respuesta política que, de algún modo, se puede comparar con la toma de consciencia y la movilización antifascista que se produjo en los años de entre guerra.

Un paréntesis. Usted ha dedicado obras al tema del fascismo. Y acaba de decir, lo que sucede hoy es algo distinto. Con otras palabras: no estamos frente a una inminente vuelta del fascismo.

No creo que se pueda hablar de un regreso del fascismo, porque todos estos movimientos son heterogéneos. Hay diferencias entre los xenófobos racistas y los neonacionalistas europeos con lo que acontece en Latinoamérica por ejemplo, o en Asia. No veo parecidos al fascismo histórico que tiene ciertos rasgos compartidos a pesar de las disparidades. Había ideas diferentes entre el franquismo de España y el nazismo de Alemania.

Hoy, por ofrecer un ejemplo: el motor de los ideales radicales en Europa es su crítica al neoliberalismo. Es un juicio reaccionario, autoritario, que se inspira en el llamado populismo soberanista. Es diferente al fascismo que tenía otros rasgos y que lo caracterizaba, entre otras cosas, una dimensión militarista, expansionista, imperialista, que no está presente en las actuales derechas radicales.

Los enemigos designados por la nueva derecha son otros con respecto a los chivos expiatorios señalados por el fascismo de la década de los treinta. La derecha radical de la actualidad es mucho más islamófoba que antisemita.

No existe una extrema derecha militarizada.

La violencia del fascismo fue producto de la gran guerra y de la brutalización de la cultura europea entre 1914-1918. En fin, hay un conjunto de elementos disímiles. Las formas de movilización no son las mismas. No vivimos más en el contexto de cultura de masas, de movilización de las bases. Estamos en una realidad de expansión de esos movimientos a través de los medios de comunicación digital del siglo XXI.

Hay que pensar que el fascismo del siglo XXI será otra cosa de lo que fue el fascismo en el siglo XX. Yo hablo de posfascismos, de movimientos que no solo llegan después del fascismo sino que a la vez son de otra naturaleza. Posfascismos porque no podemos interpretarlos sin ponerlos en relación y comparación con los fascismos clásicos.

Ahora, en ciertos casos particulares hay una continuidad, pero desde el punto de vista genealógico Donald Trump no llega de una tradición fascista. Mateo Salvini y Víctor Orban tampoco vienen del fascismo clásico. Son un fenómeno nuevo.

Paso a la segunda parte de nuestra conversación. Las diferentes corrientes de izquierda se han caracterizado por su lucha por la igualdad. ¿No está precisamente aquí su más noble aspiración y su mayor limitación. Luchar por la igualdad y olvidarse de la libertad ha sido causa de las peores derivas totalitarias?

Sí, es un diagnóstico que simplifica un poco…

Lo sé. Exagero.

Es también el planteamiento de un gran filósofo liberal de izquierda, italiano como Norberto Bobbio. Es el planteamiento de un pensador francés, crítico marxista, Etiene Balibar que elaboró el concepto de equaliberty», igualdad-libertad.

La izquierda para renovarse tiene que pensar la libertad y la igualdad como indisociables. Efectivamente esto pudiera ser el punto de partida, la condición básica para una renovación de la izquierda. Para salir de este atolladero de un mundo dominado por el neoliberalismo, que es una manera de desarrollar espantosamente las desigualdades, sin asegurar de ninguna manera la libertad, aunque el liberalismo clásico fue capaz de pensar la libertad en contra de la igualdad.

La historia del socialismo en el siglo XX es la búsqueda de sociedades mucho más igualitarias que las del capitalismo, a pesar de las desigualdades que también existieron en el socialismo real, pero que no fueron comparables a las del capitalismo, pero sin libertad y hasta con formas de autoritarismo, de totalitarismo. El totalitarismo soviético o al de Cuba, son dos ejemplos cercanos.

Yo comparto su diagnóstico. Pensar la igualdad-libertad es la condición para una reinvención que le permita a la izquierda recuperar un futuro en el siglo XXI.

Es cierto que la izquierda tiene una identificación ineludible con todos los vencidos de la historia. Con todos aquellos que han perdido hasta la vida por sus ideales. Pero hay otros vencidos, aquellos que en lugar de darle mayor libertad y bienestar a sus pueblos lo han sojuzgado, los han acallado. Gestas que comenzaron como actos emancipadores de la humanidad terminaron en las peores tiranías. No hablo solo de la ex Unión Soviética. Me refiero también a Nicaragua, a Venezuela, a Cuba.

Seguro, pero a partir de esta constatación,  que es objetiva, se pueden sacar conclusiones diferentes. Se puede decir, esa es la demostración de que no hay ninguna posibilidad de emancipación porque todas las revoluciones desembocan en regímenes autoritarios y, en consecuencia, la revolución misma y las mismas luchas de emancipación son un vehículo privilegiado para el autoritarismo o el totalitarismo. Esta es la conclusión del pensamiento conservador. De Alexis de Tocqueville, en el siglo XIX, a Max Weber, quienes dijeron que intentar cambiar el mundo es la forma más rápida para transformarlo en una pesadilla. Ese no es mi planteamiento.

Precisamente, volviendo a su pregunta anterior, no tengo una visión pesimista y antropológicamente negativa de la humanidad. Creo que hay que pensar una alternativa, no solo de sociedad, como ocurrió en el pasado, en el que el socialismo se concibió como un cambio de organización de sistema político en el mismo marco civilizatorio. De una cultura industrial, tecnológica, cuyo de eje fue el desarrollo de las fuerzas de producción.

Hoy hay que idear un cambio de civilización. Este es el dilema: hay que hacerlo con la conciencia de que las tentativas del pasado fracasaron. No se puede pensar una lucha de emancipación sin tener en cuenta la experiencia vivida y sin ser conscientes de que si esa lucha triunfa, el problema no está resuelto, porque muchas revoluciones triunfantes devinieron en sistemas autoritarios de opresión.

La tarea es mucho más difícil y complicada de lo que pensaron nuestros ancestros. Pero no veo otra opción. La alternativa es la resignación a un mundo con una certidumbre amenazante, estamos marchando aceleradamente hacia la catástrofe.

A ver si le he entendido bien. Una vez lograda una victoria, ese no es el fin del camino, es el comienzo porque lo que hay que hacer es no volver a repetir los errores del pasado.

Seguro. Desde la antigüedad existe el aforismo, “historia magistra vitae”[ii]. Sacar las lecciones del pasado es necesario, indispensable, pero sacar las lecciones de la historia no nos inmuniza, no es la solución del problema.

Sabemos muy bien que países como el mío, Italia, que durante un siglo y medio fue una nación de emigración, es hoy un país xenófobo con los inmigrantes. Sabemos muy bien que países de Latinoamérica que conocieron dictaduras militares caen nuevamente en regímenes antidemocráticos y autoritarios como se ve en Brasil.

Cada vez nuevas generaciones se enfrentan a problemas inéditos, y el hecho de vivir en un mundo que tiene una historia muy larga no es ninguna garantiría de capacidad para solucionar los problemas.

Existen, tiene usted razón, una gran diversidad de expresiones de izquierda. Me atrevo a aventurar que todas ellas pueden dividirse en dos grandes sectores, los que creen en la democracia, es decir en la harmonización de la igualdad, con la libertar y la fraternidad, y los que consideran a la democracia como parte indisoluble del capitalismo y por tanto, por decir lo menos, es un sistema sobre el que hay que tener una enorme desconfianza.

Digamos que en la segunda mitad del siglo XX cuando había una parte del mundo controlada y dominada por lo que se llamaba el socialismo real que era un sistema muy autoritario y antidemocrático, en aquel momento la socialdemocracia planteaba un proyecto de transformación social del capitalismo en un sistema con rostro humano, limitando las desigualdades, estableciendo formas de progreso social en un ámbito democrático. Ahí tiene el Estado de Bienestar como excepción histórica, mérito en gran parte de la socialdemocracia progresista al término de la Segunda Guerra Mundial.

Después de la Guerra Fría la social democracia se transformó en el social liberalismo, en una corriente política que ya no se podía distinguirse del liberalismo clásico. Todos los partidos socialdemócratas plantearon la idea de que la democracia estaba orgánicamente conectada al capitalismo y acompañaron en todas las latitudes, desde Estados Unidos a Europa Occidental pasando por América Latina (si pensamos en los países más desarrollados de la región) a las formas neoliberales de implementación de las desigualdades sociales.

Entonces, la disyuntiva que usted planteaba, cómo conectar libertad e igualdad que aparece como un principio lógico, básico, hasta ahora ninguna fuerza política ha sido capaz de hacerlo.

 

Yo sé que no es fácil, cómo movilizar las emociones, el sufrimiento, la evaluación de las derrotas, para redimir el futuro, para rechazar esa idea que quiere hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

        Primero hay que reconocer que esos afectos, las pasiones como el sufrimiento, el dolor, el duelo, son sentimientos legítimos que no hay que reprimir o ocultar. Durante largo tiempo la izquierda tuvo una cultura bastante autoritaria con connotaciones virilista, de género, machista, tenía que presentar una fachada de fuerza. Ello la llevaba a esconder, a ocultar sus emociones.

Como usted es chileno, conocemos en tal caso la historia de una izquierda radical, el MIR, que tuvo tiempo para reconocer una derrota sufrida y decir, fuimos el partido de los combatientes, entonces somos más fuertes, no podemos capitular ante emociones y sentimientos que nos debilitan. Conocemos las consecuencias de todo eso.

La legitimidad de los afectos que pertenecen a la cultura de la izquierda son parte de la convicción de que no se puede cambiar el mundo solo con ideologías, proyectos, organizaciones y modelos. Hay que movilizar deseos, esperanzas, sentimientos de fraternidad, el goce de actuar colectivamente para cambiar las cosas. Por cierto, eso no puede ser el sustituto de una falta programática, de una ausencia de pensamiento crítico, de interpretación de la realidad. Hay que combinar ambas cosas.

Hay que pensar formas de organización muy diferentes con respecto a las del pasado, en las cuales los afectos tengan posibilidad de expresarse, porque la cultura de la izquierda y de la izquierda radical en el siglo XX fue una moldeada por un paradigma militar de la revolución, que surgió con la revolución rusa y que se fortaleció con las revoluciones en Asia, en China y en América Latina con las guerrillas. Todas esas organizaciones militarizadas eran movimientos que tenían, por su misma naturaleza rasgos autoritarios y un poco machistas. Entonces hay que repensar todo aquello.

Hay que salir de una visión que nadie hoy puede reivindicar o proponer que no fue elaborada críticamente, para sacar lo que se puede salvar de esas experiencias y lo que hay que rechazar radicalmente.

El historiador Enzo Traverso (1957, Piamonte) estudió en la Universidad de Génova. Fue profesor de la Universidad de Picardía y de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París. Es profesor de historia moderna europea en la Universidad de Cornell, Nueva York. Se trata de uno de los más importantes historiadores de las ideas.

[i] Tesis 11 de Feuerbach, 1845: “Los filósofos no han hecho más interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.

[ii] La historia es maestra de la vida y testigo de los tiempo. Cicerón.

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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