Bartolomé de las Casas, con la cruz, pero sin la espada
“Matar ni robar indios nunca se tuvo en estas Indias por crimen”
¿Qué sentido tiene escribir otra biografía sobre Bartolomé de las Casas? Su figura ha merecido semblanzas desde el mismo siglo XVI, con valoraciones contradictorias entre la del fraile defensor de los indígenas, la perversidad de un enfermo artífice de la Leyenda Negra, el usurpador de la voz indígena, el abanderado de un imperialismo eclesiástico en América, el protector de los indios. El profesor español Bernat Hernández ha conseguido con su nueva obra Bartolomé de las Casas un abordaje plural de la fascinante vida del dominico.
La presencia de las Casas en los medios de comunicación y en los debates más actuales es duradera, ya sea por la complejidad intelectual de su obra, sus tesis pioneras sobre las condiciones de la guerra justa, los matices a la noción de barbarie en contextos coloniales, sus apelaciones a la tolerancia entre culturas, sus proyectos de misiones cristianas fundamentadas en la evangelización pacífica o sus doctrinas políticas sobre los derechos de la comunidad de súbditos ante la soberanía del monarca. La magnitud de sus actividades en la corte y en Indias ha suscitado el interés de especialistas muy diversos, al margen de las lecturas posibles que surgen de su enorme producción escrita, empleada como fuente de primera mano por historiadores.
El peso de su opúsculo Brevísima relación sobre la destrucción de las Indias ha desfigurado su proyección histórica, reduciéndolo a defensor de la población nativa del Nuevo Mundo, cuando no creador de la Leyenda Negra hispanoamericana. Por el contrario, sabemos que tuvo una producción intelectual mucho más amplia y plural, que circuló en forma de exposiciones verbales, por escrito o impresas a lo largo de su vida, tanto en el ámbito español como en el Nuevo Mundo.
Los adversarios de Bartolomé llegaron a acusaciones extremas como la de calificarlo de fanático enfermo, obnubilado por su dedicación a los indígenas, pero también por un trastorno paranoico. Hubo quienes le deseaban una pronta muerte. Las Casas seguía adelante porque se sentía tocado por la mano del Señor en su misión de defensa de los aborígenes.
Pero desde el comienzo también hubo quienes lo defendieron con vigor. Por ejemplo, Servando Teresa de Mier dijo que “Las Casas es la conciencia denunciadora de la tiranía o de la injusticia, insignia de las libertades contemporáneas”.

La vida de Bartolomé de las Casas resulta difícil de abordar, porque hay que desprenderse del peso de su autobiografía. Como autor legitimó prácticamente todas sus acciones públicas desde el fuero privado, al legarnos por escrito la opinión propia sobre su trayectoria. Su pluma fue un instrumento imprescindible para el éxito de sus iniciativas religiosas y políticas, tenaces en el ámbito cortesano y en los territorios americanos. Sus implicaciones personales son inextricables de ese legado escrito. Hasta el punto de que una lectura de su producción nos revela una suerte de autobiografía plenamente justificadora de una longeva existencia (1484-1566), en la que el testimonio de quien estuvo físicamente en Indias desde 1502, y de quien participó activamente en el gobierno del Nuevo Mundo entre 1516 y 1566, resulta abrumador.
Su vida apareció marcada por crisis de conciencia, en las que el personaje se veía abocado a sucesivas conversiones, de soldado a señor de indios, de clérigo de conquista a fraile predicador, de dominico a obispo de Chiapas, con una renuncia final al episcopado para concentrarse en la labor del activismo jurídico de defensa a ultranza de los nativos americanos y de denuncia política del dominio de Indias.
Sin embargo, hubo opciones estratégicas y tácticas, y estas fueron forjando una personalidad que se desenvolvió con habilidad en los escenarios religiosos, sociales y políticos de su época.
Según algunos europeos su papel en la esclavitud africana en el Nuevo Mundo merece severa crítica, pero otros consideran que su retractación e ideas humanistas son una mayor fuente de inspiración que conducirán finalmente, por ejemplo, a la Revolución Francesa.
Su vida mantiene el trazo firme en decisiones que se desplegaron en diferentes ámbitos. El arbitrista que elaboró balances contables sobre la viabilidad económica de sus propuestas de poblamiento encaja a la faz del inventor de repúblicas basadas en la introducción de negros esclavos o en la creación de la orden de los caballeros de la espuela dorada, pero también afín al misionero y al pastor de la Verapaz o de Chiapas en donde se preocupaba de cada detalle de la evangelización, como que había que predicar la palabra sagrada con dulzura y mansedumbre.
Hay una indudable continuidad entre el providencialismo que marca los años finales de su existencia con el que alimentó sus intenciones de dirigir sobre el terreno la evangelización de China y Japón, cuando se propuso abandonar el Nuevo Mundo con destino a la frontera de Asia en 1543.
La historia no acaba aquí, vuelve siempre a comenzar, para que miremos con otros ojos el cuantioso legado que nos ha dejado. Bernat Hernández nos muestra a un Bartolomé inserto en las circunstancias que le tocó vivir y luchar. Si algo es seguro es que con esta obra aprendemos a conocer mejor a una de las figuras históricas emblemáticas de la conquista y la colonia española en América.