Murió Alain Touraine. Amó a América Latina sin renunciar jamás a su condición de francés

Sobre la Europa de hoy reclamó el abandono de la apatía, de la autocontemplación del ombligo, de negarse, dijo, la crisis se profundizará y Occidente perderá todas las ventajas históricas que lo caracterizan. En el plano económico, la política ecológica da respuestas al suicidio colectivo; en el plano social y cultural, el mundo feminista se opone a las contradicciones morales de la existencia que sigue dominada por los hombres. En el terreno político la idea es que más allá del gobierno de la mayoría, está el respeto a las minorías y su reconocimiento integral

Alain Touraine

        Es original Touraine cuando asegura que la persistencia de los llamados modos de comportamiento preindustriales, junto a patrones altamente sofisticados de relación social, a los que debiera sumarse el peso del estado en la articulación del proceso de desarrollo económico, no pueden explicarse con la teoría de la modernización. Se refiere a la supuesta «irracionalidad», al peso de la «tradición», y a la presencia de comportamientos preindustriales tal y como se observan desde la teoría de la modernización.

No abordamos aquí la crisis migratoria, ni el renacer del populismo de ambos polos. No obstante, los principios democráticos con sus fortalezas y debilidades son parte indisoluble de los actuales dilemas que agudizan los problemas que despuntaban cuando realizamos la entrevista. Corresponde a la lectura rellenar las casillas vacías.

En el 2010 Touraine recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Al concluir su discurso reiteró la principal razón de su trabajo y de su vida: “nuestro futuro depende de combinar la defensa de la pluralidad de las culturas con el universalismo de los derechos fundamentales, políticos, sociales y culturales”.

Antes de marcharme de su oficina en París saqué del maletín una botella. “Le he traído de regalo un vino chileno, de esos que a usted le gustan, con la diferencia que éste es de un sabor y aroma que está más allá de lo que podríamos denominar habitual. Decirle esto a un francés, me hago cargo, es una osadía o una pretensión abusiva. Pero es la forma de expresarle mi sincero agradecimiento por esta conversación”.

Respondió: “Seguro. No me cabe la menor duda que usted tiene razón, porque por lo que veo se trata de un vino chileno que pide degustación parsimoniosa. Mi presente para usted es que le he regalado una hora de mi vida”. Lo dijo con picardía, con cariño.

Entre su veintena larga de obras figura “Qué es la democracia”, publicada en 1994. Sobre ella gira esta entrevista que es un tributo a un hombre sabio y querido.

 Usted menciona tres condiciones básicas para la democracia: la representatividad de los gobernantes, que los electores sean y se consideren ciudadanos y la limitación del poder de los gobernantes. ¿Por qué no figura de forma explícita, en esta primera definición, el componente económico?

La democracia no es un tipo de sociedad -del tipo que me guste- ni tampoco que guste a la mayoría. Muchos alemanes eran nazis en los años treinta. Eso no significa que el nazismo fuese un régimen democrático. Tampoco diré que un gobierno que mejora la situación económica de su pueblo sea, por definición, democrático. Ese fue precisamente el caso de Hitler. Ese fue el asunto, algo más complicado, del gobierno de Stalin.

Sería un error olvidarse de que la democracia no es una manera de hablar de la sociedad. Es un concepto político. Ahora, por supuesto que hay que introducir variables económicas y sociales. Si digo representación de la mayoría, me parece lógico imaginar que la gente, no es en general partidaria de un aumento de la riqueza de la minoría dominante.

Usted puede intentar imaginar que un sistema democrático es aquel que organiza las condiciones para una sana redistribución del ingreso. Pero, la democracia no dice, se debe redistribuir de tal o cuál manera. La democracia afirma que tenemos que crear instituciones para que los deseos y las necesidades de la mayoría de la población se expresen libremente. La humanidad está interesada en su bienestar material. Entonces, el contenido de una acción o gobierno democrático va a tener elementos económicos significativos, pero ello no es parte de la definición.

En la idea de la democracia destaca la limitación del estado y la protección de los derechos humanos. Cómo olvidar que el principal adversario de la democracia ha sido en el siglo XX el totalitarismo. Para combatirlo ¿lo fundamental sería reconocer los límites del poder del estado?

La democracia no se basa en un principio único, es tridimensional. Después de todo el eslogan más conocido del régimen democrático fue inventado en Francia, en 1848: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Esa me parece la mejor definición porque significa que no hay un solo principio. Necesitamos tener libertad e igualdad. Sabemos que ambos conceptos no son las dos caras de la misma moneda, porque la libertad puede aumentar las desigualdades. La idea de igualdad presupone una limitación y control fuertes, así como impuestos para hacerla posible.

El dilema es cómo combinar libertad e igualdad. No en el aire, no en la ilusión irresponsable, sino en una nación concreta. Por eso la fraternidad, la solidaridad, están vinculadas a la idea de ciudadanía. Soy responsable -no de manera abstracta- del país en donde participo como ciudadano.

La democracia es exactamente lo contrario de un régimen político basado en un solo principio.

Agreguemos el tema del pluralismo. La laicidad para emplear otra palabra fundamental. La primera constitución importante, la de los Estados Unidos, es, desde el primer día, una constitución laica. Democracia significa que la unidad de la ley, del poder, está fundida con el pluralismo y los intereses económicos, con valores morales y costumbres culturales. Así, igualdad es un principio de integración. Todos somos iguales ante la ley. Unidad.

Libertad es un principio de diversidad. Es reconocer diferencias que deben ser tratadas dentro de un lenguaje común, que es el de las leyes votadas y aprobadas por la mayoría. Pluralidad.

Cómo puede el mundo moderno fundar, a partir del pluralismo cultural la libertad. Caer en el nacionalismo puede llevar a formas extremas, a las que no se puede escapar. La libertad está amenazada por todas las concepciones que identifican al individuo con el conjunto natural e histórico de las concepciones al que pertenece. De esa manera se hace al individuo esclavo de esas colectividades. 

La democracia es por definición multiculturalista. Si no hay pluralismo económico y cultural, no hay democracia. Ahora, si hay solo diferencias no hay sociedad. De manera que es preciso combinar la unidad, basada en principios universales -los derechos del individuo, la igualdad elemental de todos los seres humanos, la ausencia de discriminación, el rechazo de toda forma de racismo- y a la vez, preservar la mayor libertad posible.

Si el objetivo es aumentar la libertad de cada uno y hacer a la política cada vez más representativa de las demandas sociales, sin el ánimo de ser pesimista, da la impresión de que estamos mal encaminados, porque en muchas partes los espacios de libertad son cada vez más mediatizados. La política está más preocupada de administrar la crisis que de atender las demandas sociales.

Tal vez no exactamente con los mismos términos, pero en general estoy de acuerdo. Eso es grave porque vivimos en un mundo en el que casi todos dicen que ha progresado la democracia. Es cierto que hay más elecciones libres, lo que supone menos autoritarismo que antes.

Pero, entre menos autoritarismo y más democracia creo que hay una diferencia bastante grande. Estamos en un sistema de laissez faire, laissez passer, con un mercado político más abierto. Sin embargo, la democracia es mucho más que eso. Precisamente en el tema de la representación en los países más desarrollados, desde Japón hasta Estados Unidos, pasando por Italia y Francia, lo que observamos es una pérdida de la influencia política. La gente no le tiene confianza. Confía en dos cosas: el mundo del mercado, que es el del consumo y, por otro lado, el mundo de la identidad cultural. “Yo trabajo más o menos bien entonces compro blue jeans, Coca Cola, computadora y viajo a Grecia. Al mismo tiempo me siento noruego, o protestante, judío; hombre o mujer, heterosexual, homosexual, viejo o joven”. Es decir, tengo un cúmulo de identidades fragmentadas y a la vez pertenezco al mundo globalizado. Entre las dos cosas: nada. Un gran hoyo negro, vacío. Lo social, lo político, todos los instrumentos que una comunidad producía y transformaba la sociedad, al parecer han desaparecido. ¿Quiénes llenan ese vacío?

Estamos definidos por un tipo de esencia, de memoria, de raíces, y a la vez somos definidos por el mundo de la producción y del consumo, aunque el ser humano como ser político no existe más.

Atravesamos una crisis de representación derivada del desencanto que se manifiesta en la ausencia de participación.

La política no interesa a nadie, ni dentro de la vida privada, ni del funcionamiento del sistema social y económico. Mientras no haya ataque desde afuera no hay riesgo fundamental. Pero, qué pasa cuando hay que defender a la democracia. Por qué en Alemania, en la década del 30 no se resistió el ascenso resistible de “Arturo Ui” como decía Bertolt Brecht. Porque era una sociedad tolerante, abierta, moderna, pero en donde el sentido de responsabilidad ciudadana había desaparecido por la crisis económica, por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. En muchos otros países ocurrió lo mismo y ahora igual es así. Mientras la gente esté apegada a una fuerte identidad, es sencillo movilizarla. Los movimientos antidemocráticos convencen más fácil que los democráticos.

Decía usted que una de las formas de defender la democracia es convivir dentro de un pluralismo cultural, ajeno a visiones pervertidas de nacionalismo. En varios estados europeos se exhiben estos signos de debilidad frente a la diversidad cultural. ¿De dónde surge esta flaqueza?

Básicamente, una población cualquiera se encierra en sus intereses y valores cuando se siente insegura de su porvenir. El mundo europeo tiene problemas económicos, que comparados con otras realidades no son dramáticos. Lo que hay es el grave problema de lo nacional. Somos los inventores del estado fuerte, sólido. Ahora resulta que ese estado se ve deteriorado por las empresas multinacionales, por el sistema financiero, por la cultura de masas, por las redes digitales y una pérdida de la identidad nacional.

Qué sucede cuando los actores políticos no están sometidos a las demandas de los sectores sociales y pierden representatividad. Desequilibrados los políticos pueden desvincularse tanto de la sociedad como del estado. Ahí comienza un único objetivo, el incremento de su propio poder. El fenómeno se engloba hoy en el término corrupción.

Corrupción es una palabra oscura en la cual se mezclan dos problemas distintos. Hay corrupción individual, de quienes exigen plata como precio y recompensa por su diligente poder. El hecho principal es el sistema de financiamiento de los partidos, que son organizaciones poco representativas, por lo que reciben escasa contribución de sus miembros. La solución es actuar como empresas políticas, lo que es ilegal. El partido se transforma en una máquina que no sirve a la gente.

Los partidos que tenemos, en general, se definieron de forma sana como representantes de sectores sociales surgidos de la sociedad industrial. Hay países en donde aún se habla de partido obrero y partido burgués. Es arcaico, pero tiene el mérito de poner de relieve la importancia de la representatividad. El caso es que actualmente no estamos más en la sociedad industrial. No hay empresas y obreros. En un país como Francia el sector representa 35% de la población. Qué pasa con el 65% que no son ni empresarios ni obreros. Funcionarios, técnicos, médicos, abogados, vendedores, etc.

Nuestros partidos socialistas, liberales, serán reemplazados, poco a poco, por organizaciones que responderán a las nuevas orientaciones de la sociedad posindustrial. Vivimos una mutación del sistema de partidos.

Mientras tanto el procedimiento de intermediación política está en crisis y el modo de democracia es el de opinión a través de los medios de comunicación y de los soportes digitales. En este escenario los periodistas e internet tienen a veces un poder más grande que los partidos políticos.

Hoy la sociedad es como una maratón. En el centro un pelotón corre cada vez más de prisa. Delante van las estrellas que atraen la atención. Detrás, los mal alimentados, mal equipados, víctimas de calambres o de aprietos cardiacos que van siendo excluidos de la carrera.

El modelo dominante que triunfa en América Latina y en la Europa poscomunista, como en el occidente rico, se caracteriza por la violencia y el conflicto. Al igual que a comienzos del siglo IXX son sociedades que se sienten amenazadas por las clases peligrosas. Los sectores medios bajos y altos, tienen como respuesta al miedo el rechazo a las reivindicaciones de los grupos más precarios.

En el momento actual hay dos maneras de analizar una sociedad. Si está dominada por un conflicto, interno o externo, consideraré democrática la resolución del conflicto cuando esta coincide con la mayoría de la gente. La otra visión dice que la sociedad es más o menos homogénea, pero que, dependiendo de los países, hay un 20,30,40, 50% de la gente que está marginada, excluida o en el sector informal.

Dudo que una visión democrática pueda satisfacerse en términos de participación o marginación. Porque si defino -con buena voluntad, y de manera respetable a la gente como excluida- es una decisión negativa. No tienen trabajo, ni una vivienda decente, no tienen seguro social, tampoco educación. Eso significa que no pueden ser protagonistas. Planteada así la cuestión podemos empeñarnos, por ejemplo, en decir que necesitamos una cruz roja social para evitar que gente se muera de hambre o viva mal. Pero lo que fue tradicionalmente la base de la democracia no era eso. Fue la protesta de una mayoría contra una minoría dominante, grupos que controlan recursos, influencia política, los medios de comunicación. Los otros, la mayoría tiene que desarrollar una acción social en contra del sistema de dominación. Es ahí donde encontramos una tensión entre mayoría y minoría en aras de un proceso democratizante.

En síntesis, a pesar de la visión humanitaria del mundo, tengo serias dudas que ella pueda fomentar un espíritu democrático. Es un espíritu generoso, justo, o admirable, pero se aplica, y no es por casualidad, en países en donde no hay democracia. En este caso es mejor que nada, pero Rony Brauman, uno de los fundadores de Médicos sin Fronteras ha criticado los límites de su propia acción.

La misión humanitaria es muy positiva en un período de organización de la vida política, pero es solo un paso.

¿Es sorprendente que existan amplios sectores que apoyan políticamente a aquellos cuya visión de vida no se merece ese respaldo?

 En donde hay una gran proporción de marginados o excluidos existe una fuerte posibilidad de que esta gente apoye a gobiernos no democráticos. Los pobladores de las barriadas, de los pueblos jóvenes, de las poblaciones marginales pueden y de hecho votan a quienes, al final del camino, no los representan. Tenemos la vieja teoría sociológica de los tiempos de Hitler, en los que el Führer no se apoyó en la clase obrera, que militó y actuó en su contra, sino en los marginados, los desempleados. Toda masa desestructurada busca el apoyo de un demagogo.

Al mismo tiempo tiene gran difusión el discurso que desprecia a los pobres. Son flojos, borrachos, violentos. Lo que es una ideología antidemocrática, porque endosa la culpa a los pobres. Entonces los miserables no merecen solidaridad nacional.

Una democracia que no se preocupa del 60% que está fuera, deja a tan inmenso porcentaje en manos de demagogos.

Hay quienes aseguran que hay una relación indisoluble entre democracia y desarrollo. Pero hay quienes, de forma abierta o encubierta ven méritos en el autoritarismo para imponer el desarrollo en los países menos avanzados.

Dos cosas complementarias. Primer punto, la teoría general con mayor difusión es la que sostiene que la democracia presupone desarrollo y la integración nacional. Esa es la concepción clásica. Yo defiendo la idea opuesta: el desarrollo no es condición de la democracia, sino su consecuencia. La democracia es necesaria para llegar a buen puerto.

Hay desarrollo si hay tres cosas: fuertes inversiones, redistribución sostenida del producto del trabajo colectivo y una conciencia de responsabilidad colectiva.

Ciudadanía y redistribución son dos elementos imprescindibles. En el caso de algunos países latinoamericanos, se producen grandes inversiones, pero eso en lugar de devenir en fuerza de transformación de la sociedad, se pierde, porque va a bancos extranjeros o a consumos de lujo, o a corrupción de funcionarios o políticos. Se anula de esta manera la capacidad del pueblo, a través del sistema democrático, para ampliar el mercado interno en lo económico.

En consecuencia: sin democracia no hay desarrollo. La Unión Soviética se reconstruyó, se modernizó, pero la ausencia de democracia significó burocratización, ausencia de conciencia de lo que necesitaba el pueblo. Estos factores estimularon la paralización y a partir de los años 70 comenzó su declive definitivo.

El segundo aspecto de su pregunta. Por supuesto que un régimen autoritario puede ser agente de desarrollo. Napoleón lo fue para Francia. Catalina la Grande para Rusia. Federico para Prusia. Hay muchos ejemplos. El caso opuesto es el raro. Ahí nos encontramos con los burgueses holandeses. Holanda, que es la madre de la modernidad es uno de los pocos casos, si no el único, de un proceso de modernización estrechamente vinculado con otro de liberación nacional y democratización social.

Lo que pasa es que en muchas naciones las economías y las sociedades no superan la fragmentación, sea esta feudal, de tipo tribal, o étnico. Y a menudo un gobierno autoritario puede representar la formación de un estado nacional autoritario, no democrático, pero de un país integrado. Donde hubo el duque, el marqués, el señor, cada uno con su tierra, con sus siervos, su ejército, el país era un territorio troceado. Cuando aparece un líder autoritario no creará desarrollo, lo que hará, en ciertos momentos de la historia, es la integración nacional. Y esta concreción es ineludible para el éxito del desarrollo. Una vez que tenemos unidad la democratización es un paso imprescindible para el bienestar de los pueblos. Está en mi libro Qué es la democracia:

“pienso que los valores morales deben regir la organización social, Debemos reencontrar nuestro papel de creadores, de productores, y no solamente de consumidores. En América Latina la economía de mercado no garantiza por sí misma la democracia ni el desarrollo. La democracia tiene como fin principal asegurar la igualdad no solo de los derechos sino también de las posibilidades”.

 

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Resuelva la operación: *