Félix Ovejero, cuando la izquierda europea pierde el norte

Desde el título se trata de una provocación: La deriva reaccionaria de la izquierda (Página Indómita,2018) No se trata de mala leche. Por el contrario, el autor, el profesor, filósofo, economista e izquierdista español Félix Ovejero despliega su crítica -en el noble sentido de la palabra- como un acto que alumbra los errores con los éxitos en la mano, para superar un crepúsculo prematuro de ideas y luchas de mujeres y hombres por el mejor modo de vivir juntos.

Félix Ovejero

El mensaje es diáfano: no se puede elaborar ninguna ideología como tampoco un  programa político eludiendo la realidad, renegando de la ciencia o la razón. El progreso de las ciencias sociales, el estudio de las emociones, las consecuencias de la revolución digital, están al alcance de la mano para sacar conclusiones sobre el presente y el mañana de las ideas socialistas. Empecinarse en mantener las mismas propuestas de los dos siglos anteriores, como si nada hubiese cambiado no es ser consecuente, es ser ignaro. Como dice Ovejero, no es bueno defender las buenas causas con malas razones. No confundir las ideas con los principios. Estos sí que son permanentes: libertad, igualdad, fraternidad. Se trata de conquistas de la humanidad en las que el espíritu socialista ha estado presente desde las primeras horas.

Hoy, cuando el desconcierto provocado por la caída del socialismo realmente existente -ese funeral de un cadáver ajeno- cuando parte de la social democracia europea abandona a su destino a sectores menos favorecidos mediante una aritmética de ocasión oportunista, el desapego político de amplios sectores populares se hace notar en las urnas, en el malestar social. No es la única causa. El descredito de los políticos a nivel planetario es una realidad. Ahora que la corrupción se conoce de forma instantánea, cuando la torpeza de los hombres públicos se vive en directo en los teléfonos, los políticos se cotizan a la baja. Lo lamentable es que el descrédito arrastra a la política, víctima de aquellos que renuncian al servicio público y la transforman en un fin privado.

Cuando la gente de izquierda se embarca en la corrupción, mata a uno de sus principales capitales: la dignidad de los que se asumen como buenos.

Muchas de las derivas de la izquierda no son consecuencia de la mala fe, ni de la traición, sino de la buena voluntad. Se cumple aquí, por desgracia, aquello de que: el camino que conduce al infierno está sembrado de buenas intenciones.

La deriva reaccionaria de la izquierda es una obra destinada exclusivamente a la izquierda europea. Ovejero, lo dirá en la entrevista, es especialmente cauto con realidades que no son las suyas. No obstante, los sectores de izquierda de América Latina y El Caribe, encontrarán en la argumentación, aproximaciones y desapegos que ayudan a entender, que advierten sobre posibles evoluciones, que iluminan lo prioritario: “habría que compensar a aquellos menos dotados, marginados, víctimas de exclusiones o que han sufrido infortunios de los que no son responsables, y a los otros, enfrentarlos a las consecuencias de sus decisiones, de los retos elegidos. De nuevo, contra la tiranía del origen”.

La mayoría de la izquierda europea, hasta hoy, no ha acusado recibo del mensaje. Puede ser que considere que la mejor forma de restarle presencia pública a la crítica sea ignorándola. Es cierto, lo que no significa que ese desdén contribuya a encarar lo inaplazable: valorar críticamente la trayectoria histórica del socialismo europeo si se quieren recrear los principios libertarios para oponerlos al nacionalismo, al populismo, al renacer de las ideas racistas, a las identidades mezquinas, a los apellidos de la democracia para conculcarla, al caudillismo, a la defensa de los particularismos en desmedro de la igualdad ciudadana, a la mentira para engañar a la gente, a la torpeza de defender ideas contrarias a la razón.

Las respuestas a la crisis de la izquierda Europea no están en oponerse a todo, a decir no, sin ton ni son. Lo más probable es que uno de los principios fundamentales del socialismo, LA IGUALDAD, con mayúsculas, sea una de las claves irreemplazables. Toda democracia que se precie debe impulsar una mayor igualdad. Es en  ese propósito en el que la izquierda puede cosechar logros para una sociedad digna, que al final de cuentas es lo que importa.

Dos pronósticos equivocados del Marxismo: imposibilidad de una sociedad de la abundancia para todos. Pese a que, todo hay que decirlo: 7,7 millones de toneladas de alimentos desperdiciados al año en España. En el Reino Unido, 14,4 millones de toneladas, Alemania, 10,3, Holanda, 9,4, Francia 9, y así podríamos seguir.

Otro error, la historia no es inexorable, por lo que el materialismo histórico es una creencia falsa.

Es decir, dos elementos centrales del marxismo que no son verdad. Y ello tiene consecuencias para los ideales marxistas. ¿Cuáles?

Diría que son más de la tradición marxista que del propio Marx. Lo que se llama materialismo histórico tiene poco aval en Marx, apenas unas líneas a partir de un texto de 1859 y poco más. Pero sí hay una convicción -nada sorprendente en un personaje del siglo XIX deslumbrado por el progreso- que cree que esa máquina va a seguir creciendo, lo que parece razonable en ese momento.

Pero la idea misma de una teoría de la historia es un despropósito porque a lo sumo podemos disponer de teorías parciales. En todo caso, la idea del inexorable progreso y la expansión ha sido parte importante de la tradición del socialismo y tiene consecuencias: si uno cree en la sociedad del futuro, en donde habrá de todo para todos, no hay que preocuparse. Para qué preocuparse de diseñar institucionalmente cómo resolver la distribución, cómo ordenar las instancias económicas, puesto que cualquier deseo va a ser satisfecho.

Ese trasfondo ayuda a entender descuidos importantes. Por ejemplo, sobre la condición humana a la que se verá como una especie generosa, o cuya mejor versión aparecerá una vez superado el capitalismo. Y resulta que somos seres complejos, a ratos egoístas, a ratos altruistas, generosos. Ese supuesto de fondo que alimenta el descuido intelectual de la tradición socialista, está enraizado en estas conjeturas que son incompatibles con el actual conocimiento de la teoría social, por más que las experiencias de robotización recuperan alguna confianza en modelos de abundancia y pueden dar oxígeno a propuestas como la renta básica

Me traslado de esquina, uno de los mayores éxitos de la izquierda es la igualdad en aspectos esenciales -hablo solo de Europa- el derecho a voto, la seguridad social, la educación y la salud. Parte de la izquierda dice que se trata de conquistas liberales, o gérmenes liberales que el socialismo luego consolidó en circunstancias históricas muy particulares. En todo caso, es como si los vástagos negaran los principales logros de sus padres.

Resulta asombroso que se ignore que buena parte del programa de la Liga de los Comunistas, que fueron los que más reclamaban, han sido conquistas sociales incorporadas hoy a las instituciones, Se niegan los éxitos de la izquierda.  Ciertamente esos logros no son cien por ciento resultado de diseños teóricos. La historia, como decíamos, no es susceptible de planificación, se dan resultados extraños, imprevistos. Por ejemplo, que el estado de bienestar sea una conquista importante no quita que tenga disfunciones, porque no es una obra de ingeniería como puede ser un puente. Por el contrario, es el resultado de zarandeos con grupos poderosos, que lleva en ocasiones a la desatención a los más necesitados.

Todo esto es así. Pero una parte de la muerte por éxito de la izquierda es la concreción de sus logros.

La ignorancia de esta realidad explica una especie de negación del progreso y, por otra parte, la búsqueda de sustitutos que conduce a la aproximación de posiciones reaccionarias, como la invocación de la tradición, la identidad, la nación, la acogida acrítica del pensamiento religioso, invocando incluso una desconfianza respecto a la ciencia.

Su libro aborda la realidad europea, no la latinoamericana, de allí que no se mencione al marxismo leninismo, de tan grande aceptación en la región. Ese sí preludia consecuencias nefastas. La dictadura del proletariado, la violencia como recurso para superar al capitalismo, el terrorismo como recurso para combatir y eliminar a los enemigos. El partido vanguardia como representante de todo el pueblo, la infiltración para debilitar a las organizaciones seudo revolucionarias. El leninismo no es el Stalismo, pero sin quererlo lo alienta, aunque nunca se imaginó la magnitud del desquicio de Korba.

De hecho mi análisis es más conceptual, lo que intento es una especie de fotografía del estado actual de la izquierda, del debate de ideas. Los planteamientos que usted señala no me resultan ajenos porque formo parte de lo que respiré en mi juventud, de una izquierda periclitada, desaparecida entre nosotros, salvo en algunos departamentos universitarios fosilizados y ajenos a los resultados de las investigaciones sociales o al análisis filosófico.

Me duelen mucho esos departamentos universitarios españoles que han tenido notable influencia en algunos países de América Latina a los que les vendieron como producto de última hora, una especie de basura intelectual que era el resultado de una falta de oxígeno, en algunos casos directamente conectado con la cultura stalinista o, en todo caso, con el doctrinalismo marxista. Me inquietaría que transitaran de eso a la parte de la izquierda que es objeto de mi crítica. A ese pensamiento posmoderno, si queremos resumirlo de algún modo, que ahora prolifera en las universidades norteamericanas, que está ya presente en España, en algunas versiones del feminismo de última hora o en cierto ecologismo precipitado.

Me cuesta opinar acerca de realidades que conozco poco, porque le estoy hablando desde Barcelona y he escuchado tantas veces decir que los catalanes estamos oprimidos, cuando es una mentira. Esta es una sociedad muy rica y diversa.

De todos modos lo que sí puedo decirle es que todo ese marco que usted me acaba de describir tan bien, es un mal camino para cualquier tradición de pensamiento, incluso para una cultura liberal que la izquierda debería incorporar, es decir, el respeto a la capacidad de discrepancia y el dotar de rigor intelectual y a veces científico a una retórica política creada circunstancialmente. Toda la jerga marxista-leninista es una escolástica que se genera apegada o en discusión, en el mejor de los casos, con la tradición del marxismo soviético y que no tiene ni pies ni cabeza. Que eso llegara a consolidarse en aulas parisinas o estructuras académicas del mundo, sería para echarse a temblar, porque se trata de gente que se despreocupa de tasar los argumentos con la lógica y las observaciones.

Tengo en mente su advertencia de cautela con realidades que son la suya. Alcancemos el caso de Chávez primero, y luego Maduro, quienes se dicen representantes del pueblo, de las más nobles aspiraciones populares. La izquierda latinoamericana podría al menos ruborizarse por tan infaustos representantes, pero un sector, el más radical continúa apoyando una realidad que nadie en su sano juicio querría para sí. ¿O me comporto como derechista cualquiera?

Lo que me inquieta sobre todo es la dificultad para apearse de iniciativas que en algún momento tenían un componente emancipador, incluso de radicalidad democrática que hace tiempo perdieron el norte. Se suma al fracaso el vano empeño por estar allí, empecinados y aguantar hasta el final. Lo que caracteriza al pensamiento racionalista es decir, me he equivocado. En todo caso lo que hay ahora nada tiene que ver con aspiraciones de libertad, con una organización cabal de la economía. Al revés, se acerca a una formulación despótica y arbitraria, que es lo que tradicionalmente la izquierda ha combatido. Lo lamentable es la porfía de algunos: “hagan lo que hagan, yo, con los míos”.

Insisto, creo que había una noble aspiración en el proyecto bolivariano inicial que ha sido traicionada, las circunstancias pueden ser las que quieran, pero el resultado final es una situación de falta de libertad acompañada de  realidades de pobreza y miseria de amplios sectores de la población.

Frente a todo esto hay un grado de responsabilidad de la izquierda española que fue a vender un cuerpo doctrinario parecido a contratar a un ingeniero que entrega productos de tercera calidad, con lo que se contribuyó a cimentar una doctrina de mala calidad intelectual y que todo el mundo académico sabía que eran ideas desahuciadas que ya nadie cultivaba.

Luego hay simpatías románticas al estilo de Noam Chomsky, que se apuntan a cualquier causa. Lo he visto defender verdaderas tonterías, incumpliendo el deber de informarse. Me parece una infamia que defienda el separatismo catalán, que es un movimiento oligárquico contra las libertades, basado en intereses  económicos.

Lectores poco concentrados, o que pasan por el texto sin detenerse a meditarlo podrían llegar a la conclusión de que usted, palabras más palabras menos, extiende el certificado defunción de la izquierda. Cumplió su cometido histórico, ahora corresponde, si no tiene nada más que ofrecer que derivas derechistas, que salga del escenario hasta cuando esté en condiciones de volver con renovados ímpetus a defender sus principios de igualdad, libertad, fraternidad.

Sería un diagnóstico equivocado. Lo que yo sostengo es que el ideario, los principios normativos no pierden vigencia. Nuestro compromiso es con la libertad, con la doctrina de radicalización del concepto de ciudadanía. Lo que sí debe preocuparnos es cómo diseñar las instituciones para la realización de ese proyecto, que es lo que ha fracasado parcialmente, no los principios de distribución igualitaria. Porque sería como decir, mire cómo fracasó el telégrafo, la comunicación humana no tiene continuidad. No. Lo que hago es señalar que debemos disponer de una mejor herramienta, como puede ser el email.

El mismo reto político lo resolveremos con conocimientos solventes, no pensando a la guevariana, “cuando aparezca el hombre nuevo estará todo resuelto porque la gente será generosa”. Hay problemas de coordinación, independientemente de  la buena o mala disposición. Están ahí y no se marcharán sin nuestra intervención. De lo que se  trata es de ver cómo los ideales se realizan en las circunstancias históricas presentes con lo que hemos aprendido de la naturaleza humana.

La orfandad ideológica puede llevar a respaldar ideales que están en contradicción con las mejores causas de la izquierda. Vale la pena aludir a tres de ellas:

El multiculturalismo.

Es la fragmentación del ideal de universalidad que compromete a una comunidad democrática y al proyecto emancipador.

Por supuesto, no somos seres de otro planeta sino que tenemos biografía, distintas fuentes de identidad. Pero eso es la historia no el horizonte, lo que nos une, lo que nos caracteriza como ciudadanos, aquello que nos lleva a proporcionar razones atendibles por todos los demás. El multiculturalismo supone una especie de encapsulamiento, una racionalidad privada e incomprensible por parte de los demás. De otro modo, yo, en virtud de una supuesta identidad –entre paréntesis, estas cosas ni se aguantan en virtud de la psicología compatible con la biología ni con el resultado de la historia -sea homosexual, religiosa, nacionalista o cualquier otro particularismo, enfatizo la diferencia y defiendo que esas circunstancias son innaccesibles para los otros, todos somos casos especiales incapacitados para la convivencia democrática.

Todo lo contrario, nosotros lo que buscamos es un ámbito de entendimiento, razones que los demás puedan entender. No reivindicar singularidades cognitivas  sino volvernos al espacio común ciudadanos todos, libres e iguales. El multiculturalismo supone una suerte de desprecio del afán de universalidad y de tiranía del origen. Si afortunadamente podemos escapar a nuestras limitaciones, a las condicionantes del origen,  es deseable que así sea para no ser condenados a vivir envueltos en una suerte de parque temático, separados en distintas plantas como en los grandes almacenes. Eso solo conduce a un modelo antidemocrático.

-La discriminación positiva

No es un ideario. En todo caso se trata de propuestas institucionales. Primero, es una respuesta parcial a un problema reconocible. Ejemplo: imagínese a un negro de Alabama en los años 60. A un propietario de una tienda le gustaría contratarlo. En una sociedad racista el empleador no se atrevería a dar ese paso porque no vendría nadie a comprar al local. Pero si se establece por ley una posición laboral para que este hombre se incorpore, a partir de cierto momento los clientes reconocerán que ese individuo es tan competente como cualquier otro. Será cuando el talento, la capacidad de cada cual sea reconocida con independencia del contexto racista.

Es cierto que los segmentos desatendidos, porque la democracia tiene esos rasgos aristocráticos, en el peor sentido, es decir, los pobres no tienen oportunidad de tener representación en el parlamento, como fue el caso de las mujeres durante un tiempo. El problema no es que los poderosos los odien sino que, simplemente como no los conocen no aparecen en la agenda política. Como yo no tengo problemas motrices, no se me pasa por la cabeza que un señor tenga dificultades para subir la escalera, ni se me ocurre pedir que se ponga una rampa. Son problemas circunstanciales y parciales.

Ahora, a partir de ahí, esa suerte de atribución de responsabilidades de grupo es antiigualitario (además de antiliberal) porque la unidad de valoración moral es el individuo y el concepto de igualdad es entre personas. En ese sentido la discriminación positiva no está justificada. Como sucede con una parte del feminismo, es simple despropósito la atribución de responsabilidades de grupo, como en el caso de los varones con algunos delitos sexuales. Se desatiende conquistas jurídicas como la presunción de inocencia y los principios igualitarios.

El nacionalismo

El nacionalismo es el responsable de los dos desastres europeos más siniestros, las dos guerras mundiales. Hay un concepto característico de la democracia, que está en Marx, la adscripción a la comunidad política exige que mutuamente nos comprometamos a la defensa de los derechos y libertades de cada uno de nosotros, no a otra cosa. A ese pensamiento ilustrado heredado de la revolución francesa se le antepone otro que dice: No, nuestra principal singularidad es que participamos de una identidad cultural, y quien no la tiene, es un ciudadano de segunda. De este modo se levanta una frontera, un muro, que rompe el vínculo de ciudadanía. Ese es el marco teórico.

En la práctica, donde yo vivo, en Cataluña, se manifiesta en la falta de genuina libertad para un segmento de la población y en este caso con carácter de clase. Voy darle datos: 55% de los catalanes tenemos como lengua materna el español, el 33% el catalán. La gente que habla español son fundamentalmente los trabajadores. Si se observa la constitución de las entidades políticas que disponen del poder, ese 55% está representado con un 7%. Ahí sí que tendría razón la discriminación positiva ¿Por qué ese sector de la población es ignorado, desatendido? ¿Por qué  no tiene poder ni aldabas? ha sido excluido. Esa injusticia es en nombre de la preservación de la identidad.

Antes de pasar a la religión, va siendo tiempo de aludir a la condición humana. Usted lo dice con todas sus letras, no somos ni santos ni demonios. A lo mejor habría que agregar que se trata de una ecuación variable en el tiempo. Hay períodos en que los egoístas son más que los solidarios, y al revés. Ojalá. Todo lo anterior para poner en duda las mejores virtudes y lamentar las crecientes mezquindades en la hora que vivimos.

Hablemos del votante. Se trata de una persona poco informada, muchas veces su pensamiento es infantil, como el niño que prefiere un caramelo ahora en lugar de cinco mañana. Dicho de otro modo, prefiere una retribución inmediata aunque eso suponga una catástrofe a mediano plazo. La gente vota en función de características arbitrarias. Hoy sabemos mucho de la naturaleza humana, hay resultados tanto de la psicología económica como de las ciencias cognitivas, o de cómo influyen las emociones en el comportamiento de los individuos. Mire, hay situaciones en las que el egoísmo resuelve muchos problemas en los que antes de embarcarnos en otras metas necesarias, loables e irrenunciables, y en ese sentido que no se requiere la intervención institucional: usted va a conducir por la derecha mientras los que vengan de frente también lo hagan por la derecha. A cada uno le conviene mantenerse por su derecha. A cada uno le conviene mantenerse por su derecha Si acaso, necesitamos una intervención inicial y, a partir de ahí, basta con que cada uno se preocupe por su vida, para resolver un problema de coordinación social. Quiero decir que no hay una condena genética del egoísmo.

(El intercambio que se da entre dos personas, tú me das eso y yo te doy esto. Ambos se benefician y no afectan a terceros. El compartir con un amigo algunas actividades o aficiones: el billar, la música de jazz, un buen espectáculo. El bienestar, la felicidad pasa por quererse a uno mismo. Está en el mandamiento: amaras a tu prójimo como a ti mismo. La segunda parte a veces se olvida, no podemos querer a los demás si no somos capaces de querernos a nosotros mismos)

En otras ocasiones sabemos que los seres humanos tenemos comportamientos altruistas. Aquí, cuando hubo el atentado en Madrid, en Atocha (11 de marzo del 2004), con 193 muertos y 2000 heridos, la gente donaba sangre, estaba dispuesta de dar a comer a otras personas, todo por parte de una especie que tiene un repertorio de comportamientos bastante razonables.

En todo caso cuando nos preocupa la vida colectiva, cuando aparecen esos gestos egoístas positivos -no siempre el egoísmo es patológico,  un tipo que piensa en lo suyo no significa que desee el mal ajeno- que da buenos resultados, pues adelante con ello.

En otras ocasiones cuando ese comportamiento tiene consecuencias inconvenientes hay que sancionarlo. Como aquel que no paga impuestos en una sociedad que desea una sanidad y una educación pública, pues mire usted no quiere contribuir, entonces nos obliga a penalizarlo.

Pero lo que no podemos hacer es caer en la presunción de que todos somos unos malos bichos y diseñar al mundo como si esa falacia fuera cierta. Ni mucho menos presumir que somos una especie angelical pervertida por el sistema. Venimos de una historia de por lo menos 200 mil años, con una psicología configurada fundamentalmente en la sabana y eso la ciñe a propiedades muy diferentes, pero hemos logrado escapar a esas constricciones.

En todo caso, hay una naturaleza humana compleja que no podemos ignorar a la hora de hacer propuestas políticas. Eso debe ser un axioma de la acción política.

La religión le importa a usted en la medida en que pretende dictar comportamientos democráticos a partir de ordenanzas celestiales. De modo más directo, “así deben vivir porque lo ordena el Señor”. Nada que discutir. Ahí está reciente carta del dimisionario Benedicto, en el que regresa con ímpetus la discusión. ¿son realmente un peligro para la democracia quienes se guían solo por la  fe?

El modelo de pensamiento religioso supone fundamentalmente, por una parte la idea del bien público, que se refiere a todos. Si a un católico le parece mal el aborto, le parece mal no solo el suyo, si no cualquier aborto. Es una posición pública. No es como aquel que dice, yo y mis amigos somos de Star trek, nos juntamos por la tarde, nos vestimos a la usanza de la película y hablamos, es mi afición privada, y no aspiramos a que el mundo se regule por nosotros. En el caso del aborto es totalmente distinto, se trata  de una idea política y como tal debe ventilarse en el ámbito político.

Eso va unido con dos cosas más. Cuando reclamo argumentos si el interlocutor me da razones atendibles podemos dialogar, pero si recurre a un texto sagrado para presentarlo como verdad por su condición divina, entonces apela a un acceso epistemológico privilegiado con razones que son válidas solo para él. No son susceptibles de ser argumentadas en la plaza pública porque se trata de una expresión religiosa que esgrime un texto sagrado para fundamentar una doctrina moral con la que aspira a que vivamos todos.

Y si a todo ello le agrego un tercer pie, y es que si además, oso contradecirlo, ¡cuidado! es blasfemia, islamofobia. O sea me propone ideas sobre la vida compartida, pero no está dispuesto a esbozar razones deliberativas, susceptibles de control democrático y para peor me impide criticarlo. Esa triada erosiona la vida democrática.

Los tres pies son incompatibles con la posibilidad de debate porque la argumentación es inaccesible a los demás, por la aspiración a regular la vida de todos y por considerar toda crítica una ofensa.

El nacionalismo a su vez encarna esas características, con una visión particular herderiana que entronca con el nazismo, “el alma o el espíritu del pueblo”: ideas que rigen la vida colectiva pero que no son accesibles a todos (cada lengua es un mundo de identidad, nos dirán) y que además se ofende a la mínima. Y como insisto, impermeable a la crítica porque afecta a su sensibilidad, lo que supone una afrenta en ese mundo de la queja en el que cualquiera se siente ofendido cuando lo contradicen.

El cristianismo, mal que bien, ha resuelto el dilema debilitando a la religión misma, diciendo que es una cosa privada o en el peor de los casos condenando al infierno, una amenaza que, en todo caso, afectará al creyente.

He traído el tema a colación por algo más significativo. Es que los hombres desde que son han tenido vocación de trascendencia que se traduce hasta ahora, mayoritariamente, en su creencia en los dioses. Si esto es realmente así no se puede despedir el asunto con la simple calificación de ignorancia. Quiero insistir antes de su respuesta, no hablo de la pretensión de verdad divina, sino de esa inclinación histórica de creer y crear dioses. De los mitos como presencia ineludible. Sin ir más lejos, si usted le dedica tantas páginas es porque el tema lo amerita.

Que la religión se ancla en una parte sólida de nuestro sistema neurológico y que tenemos necesidad de sentido, es indiscutible. Somos máquinas de atribuir sentidos, de encontrar sentidos. Las explicaciones científicas son un caso particular. La religión otra. La diferencia es que las creencias científicas están fundamentadas, son racionales, entre otras cosas porque contemplan su revisión.

La necesidad de sentido, de trascendencia, no siempre cuaja en religión. Desde una perspectiva evolucionista fuerte somos simples vehículos de genes que se reproducen. Otra cosa es que, como también somos máquinas de lanzar interpretaciones, tratemos de decorar nuestras disposiciones. Un evolucionista radical diría que el amor se puede entender como una de esas mentiras con la que nos decoramos, que nos entretiene la vida, nos impulsa a escribir poemas, a ser felices; o desgraciados y componer tangos, pero que, a la postre no es más que un subproducto evolutivo. Lo que no quita que nos complique la vida, como la cornamenta a los grandes arces, cuando se mueven en el bosque. Luego nosotros como especie humana le hemos añadido una literatura sobre la cual hemos sustentado una cultura, si quiere decirlo así. Naturalmente nos podemos instalar en ese segundo plano “cultural” si creemos que nos permite una vida bastante entretenida como para que valga la pena enfangarse en ese sentido sobre añadido. El subproducto ha generado un mundo aparte que, por lo general, está bastante bien, aunque de vez en cuando nos desmonte la vida.

La otra cosa es si la religión no ha contribuido a debilitar el diálogo democrático, o como dice Ratzinger, la ideología del diálogo, porque, según él, retrasa la misión y la urgencia del llamado a la conversión.

Creo que sigue siendo una parte importante de la crítica ilustrada oponerse a una verdad divina, con vocación política, pero que rehúsa jugar según las regla de la democracia. Sin ignorar como usted dice, que hay afán de trascendencia en cualquiera de nuestras acciones, no solo las de la religión.

Félix Ovejero agrega en La deriva reaccionaria de la izquierda un argumento al vale la pena darle vueltas: “los teólogos no aspiran a probar o demostrar nada a nadie. Si la religión dependiera de una demostración o de una simple argumentación, dejaría de ser religión. Más bien, se busca aclarar en qué consiste el fundamento de las creencias”.

Siempre he creído que despedirse en una entrevista de hondo contenido como esta, es deseable no dejar en el aire un halo de pesimismo, ni mucho menos un optimismo estúpido. Me pregunto si es sensato o factible eludir ambos extremos.

Vivir la vida cabalmente es el objetivo de todos. Hacer una vida digna de ser vivida, eso es lo importante. Eso requiere una razonable cartografía como cuando uno se pone a navegar necesita un buen mapa para saber a dónde quiere ir y cómo arribar de manera segura.

Los datos están ahí, uno no puede ignorarlos ni ocultarlos porque no le gustan sus ingratas implicaciones. Nos podemos engañar un rato, pero, a largo plazo, vivir en la mentira nos hace infelices, peores personas y entristece el mundo, el nuestro, y el de los que queremos. Si hay un punto medio, debe estar por ahí.

El pesimismo constitutivo como el optimismo incondicional carecen de sentido. Nuestro mundo es mucho mejor que el de hace doscientos años, también tenemos peligros muy serios. Pero si lo que importa es la dicha bien fundamentada hay que vivir con saludable alegría, como lo hace mi gran amigo Fernando Savater, que las tristezas las lleva con alegría. Perdone este pequeño homenaje para un amigo del alma.

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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