El reverso de la historia, la crisis de la universidad y las humanidades
Jordi Ibáñez Fanés es profesor de Estética y Teoría de las Artes del Departamento de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra desde 1995. Su libro El reverso de la historia, como él mismo confiesa no es para poner el mundo patas arriba. Pero discretamente sí para buscar su reverso, para saber de qué está hecho el mundo, la historia y las cosas del mundo, el reverso de la historia contemporánea.
Las voces que están de moda juzgan y deciden con criterios de rentabilidad económica, de éxito, de sostenibilidad. Por el contrario, parecen perder fuelle las voces que nos hablan de que la mejor civilización, la mejor sociedad es aquella que más favorece a los seres humanos, a su espiritualidad, a su libertad.
Las voces que están de moda consideran innecesarias a las humanidades, en verdad ya están suprimiéndolas aquí y allá sin darse cuenta que empobrecen el pensamiento libre, la crítica, el cuestionamiento a las verdades inamovibles. A lo mejor se dan cuenta perfectamente y lo que quieren es reafirmar el anhelo de tener seres obedientes, respetuosos de la autoridad, individualistas y egoístas, espectadores apacibles.
La voz de Jordi Ibáñez Fanés se alza para esbozar una crítica serena a la doble crisis, la de la enseñanza superior y la de las humanidades, con un fin explícito: asumir las propias responsabilidades académicas en el desarrollo de las dificultades, a la vez que propiciar, con determinación y claridad el pensamiento libre, el vicio de pensar, leer y discutir, la risa ante la gravedad de lo necio, la impaciencia ante lo previsible, la intransigente vigilia de lo frágil y perecedero y a pesar de ello decisivo. El respeto vivo por la importancia de lo importante, por el valor de lo valioso, por la maravilloso y lo verdadero, la dignidad de los libres, de los independientes.
Extracto de la entrevista:
Como periodista no podía pasar desapercibido el hecho que usted defienda que es preferible pensar que se aprende a hacer las preguntas pertinentes y adecuadas, aquellas que suponen una respuesta creativa y no simplemente destructiva, u obscena o cínica. Dos alusiones sobre el tema.
La primera es que para hacer preguntas que importan se necesita pensar y ese es un pilar de su libro. Las humanidades como camino para aprender a pensar. Soy consciente del casi inabarcable alcance de la cuestión, que excede los límites de esta entrevista. A pesar de eso, puede usted mencionar algunos aspectos que deben tenerse en cuenta para aprender a pensar.
La primera cuestión sería, para aprender a pensar en qué sentido. Las humanidades, sin duda, ofrecen modelos, estrategias, relatos e incluso capacidades de imaginación simbólica distintas de las que ofrecen las ciencias experimentales como también diferentes a las de las ciencias exactas e incluso distintas a las ciencias aplicadas al mundo social, aunque sean colindantes. Esa diferencia se tiende a vivir como una especie de minusvalía. Yo le diría que se trata de una diferencia enriquecedora y que las sociedades que renuncian a ella pueden iniciar el camino de los cangrejos, es decir, van hacia atrás.
Pensar es un verbo que se conjuga de muchas maneras. Creo que el matemático no tiene por qué pensar igual que el político o que el sociólogo o que el filósofo. Pero, es verdad que hay formas de pensar libres y hay otras más sujetas a un fin a menudo espurio, cortoplacista.

En este aspecto la actitud crítica es indispensable.
Sí. En el mundo de las letras y del pensamiento en general tiene un componente de tradición crítica desde por lo menos la ilustración, incluso desde el racionalismo del siglo XVII que puede empezar a incomodar.
Ahora, es una cosa muy curiosa, en el mundo universitario anglosajón, hace unos quince años, se escribía sobre la crisis de las humanidades y ahora se están publicando muchos libros sobre la libertad de cátedra. Lo cual es realmente un síntoma extraordinario de la evolución de las cosas. Hacía principios del siglo XXI la cosa era, “oiga que nos quitan las humanidades”. Hoy, la cuestión comienza a ser, “oiga que no nos dejan contar lo que queremos”. Y, cuidado, los que impiden que se cuente lo que queremos no son los llamados poderes fácticos, no son banqueros o generales, es la modalidad puritana que se ha instalado en los campus universitarios norteamericanos.