El peligro no es el fascismo, es la degración democrática. Emilio Gentile

La democracia amenazada en un mundo amenazado. Quién es fascista es el título de un libro de uno de los mayores historiadores especialistas en la materia. El italiano Emilio Gentile aborda el empeño de demostrar que el uso fácil e irresponsable del término fascista oscurece los peligros reales que acosan a la actual democracia. Equidistante de capillas políticas, enemigo de manipular la historia para ceñirla a propósitos personales o ideológicos, Gentile basa sus argumentos única y exclusivamente en hechos comprobables

El historiador italiano Emilio Gentile
El historiador italiano Emilio Gentile

Una joven mujer holandesa, ex estudiante de derecho, en reunión con una amiga la sorprende con un comentario intempestivo: “es verdad que Hitler hizo cosas malas, pero también hay que reconocerle que hizo cosas buenas”. Irracionalismo.

Cientos de manifestantes gritan que se les devuelvan sus libertades conculcadas por las autoridades que combaten al Corona virus. Son del parecer que se trata de una gripe grave, que hay muertes, pero que las medidas perjudican a la economía y degradan a la democracia. La segunda ola registra más de cuatro mil 500 contagiados diarios en Holanda. Desdén por la realidad.

La encuesta del New York Times/Siena College da 49%-41% a favor de Biden, y ABC News/Washington Post, 54%-44% en contra Trump. Pero, más allá del sistema electoral, que el presidente pueda ser reelecto -pese a su inocultable ignorancia, a su manía mitómana, a sus desaciertos locales e internacionales- ilustra un momento de indigencia de las mejores causas democráticas.

Estos son, no todos, algunos de los ingredientes que explican el uso, abuso y tendencia al recurso de la palabra fascista para definir, denostar, insultar, descalificar, perseguir y condenar a los adversarios políticos.

Quién es fascista se trata de un libro indispensable para asumir que muchas veces nos dejamos llevar por concepciones que nos reafirman en nuestras creencias y prejuicios, independientemente de la verdad.

Flaco favor se hace a las causas de la libertad si las razones se sostienen en la falsedad.

Gentile hace honor a su apellido en esta entrevista concedida con gentileza y atendida con prontitud.

El libro Quién es fascista está destinado a demostrar que el fascismo histórico, el italiano de Benito Mussolini, fue derrotado en 1945 y no ha vuelto a aparecer, pese al uso y abuso del término para calificar a los adversarios políticos de todas las tendencias. ¿Por qué es usted tan categórico en desmentir del regreso del fascismo?

Hay dos razones, la primera es que es imposible imaginar hoy en día en cualquier país del mundo el regreso de un régimen político totalitario con una concepción imperialista de la política y el mito de una revolución antropológica destinada a regenerar al ser humano para crear el hombre nuevo.

Las características del fascismo de Mussolini son inimaginables en un mundo como el actual, en donde el único imperialismo que todavía puede tener eficacia global es el económico.

Los escasos regímenes sobrevivientes de partido único que tienen la ambición, incluso ya no proclamada, silenciada, de crear una nueva civilización en la tierra son los gobiernos comunistas que subsisten en Asia. Así es que me parece improbable el retorno del fascismo.

La segunda razón es que no podemos hablar de la vuelta del fascismo porque su naturaleza está determinada por ideologías, movimientos y partidos que responden a las ideas y mitos del fascismo de Mussolini. Son movimientos y concepciones que han estado presentes en Italia desde 1921 y todavía hoy perdura un partido italiano, los Fratelli d’Italia, que concibe explícitamente al fascismo como una experiencia importante y, en lo fundamental, positiva. Así que hablar de un regreso del fascismo es una paradoja porque el fascismo italiano añorado y derrotado, nunca se fue, aunque tampoco nunca más ha constituido un peligro real para la democracia.

No hay regreso del fascismo porque es la historia, no los recursos retóricos o ahistoriográficos, lo que así lo demuestran. Sin embargo, varias organizaciones y movimientos tienen entre sus ideales la pureza de la nación, el enemigo predilecto, el desprecio por la democracia representativa. No son el regreso el fascismo, pero se parecen a vecinos del mismo barrio.

El enemigo interno o el enemigo objetivo aluden al desprecio por la democracia representativa y son características del fascismo, pero no sólo de él. Estas concepciones estuvieron presentes antes del fascismo en diversas democracias occidentales como los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña. Además, aparecieron en otros continentes y aún perduran. En consecuencia, no pueden ser identificados con el fascismo, de lo contrario, habría que decir que el fascismo existió en el tiempo del primer racismo en Francia; o durante el siglo XIX, cuando se produjo el racismo en Inglaterra, o durante el mismo siglo XIX cuando era moneda corriente y ha permanecido desgraciadamente en muchos estados federales el racismo en Estados Unidos.

Así que desde este punto de vista me parece que el fascismo se desarrolló efectivamente con estos elementos que usted indica pero que no fueron características exclusivas de los fascistas ya que aparecieron y se practicaron en varias sociedades democráticas.

Antes del fascismo otros pueblos, no sólo occidentales también las adoptaron, como es el caso de la India, como sucede incluso en la actualidad en diversas naciones de África en las que se afirma una identidad nacional que excluye a poblaciones de grupos étnicos diferentes.

Tiene razón cuando dice que la falta de rigor histórico, el uso abusivo del término fascista perjudica, primero, entender cuáles son realmente los peligros que se ciernen hoy sobre la democracia y las políticas que pueden implementarse para superarlos. Usted habla de democracia recitativa, de políticos de habla fácil que usan las nuevas tecnologías para conectarse con gente que los elige por simpáticos, atrevidos. Finalmente, se supone, representan al pueblo más allá de los votos y cuentan con el apoyo de quienes prefieren obedecer a pensar. No es el fascismo, por cierto, pero renunciar voluntariamente a la libertad en favor del líder, es un rasgo fascistoide, por decir lo menos. 

Sin embargo, entre 1939 y 1945, durante los años de la Segunda Guerra Mundial, líderes carismáticos como Franklin Roosevelt en los Estados Unidos, débiles en la Francia libre; Winston Churchill en Gran Bretaña, fueron líderes con gran ascendencia popular, en quienes el pueblo confió su destino para liberarse del fascismo y el totalitarismo.

Ciertamente esta democracia recitativa, como yo la llamo, tiene una peculiaridad fundamental que consiste en hacer llamamientos directos al pueblo en favor de un líder o de un movimiento que exaltan el principio de la soberanía popular hasta el punto de llamar a implementar la democracia directa mediante el referendo.

Pero un fascismo que exalta la soberanía popular sería como un bolchevismo que exalta la propiedad privada.

Me parece una contradicción imposible de apoyar. Lo verdadero de hoy es que los riesgos de la democracia emergen de la propia democracia, a pesar de que pueda verse amenazada por expresiones fascistas o por movimientos antisemitas. El peligro verdadero es en el que se practica el método democrático de elegir a los gobernantes a través de una competición electoral y luego se los envía a casa si creemos que ya no responden a nuestra voluntad. Este concepto de democracia garantiza el gobierno de una mayoría, pero puede tratarse de una mala mayoría, una mayoría racista, una mayoría nacionalista, una mayoría iliberal como sucede en las democracias que se definen como antiliberales.

El otro aspecto es que, en mi opinión, la democracia como método basa su accionar en el propósito de alcanzar el ideal democrático. Esta fue la razón de las mayores luchas que se libraron en los siglos XIX y XX para conquistar una sociedad en la que cada individuo y cada comunidad pudieran desarrollar libremente sus destinos en un ámbito libre e igualitario. Cuando hoy abandonamos la realización de la democracia como ideal nos sumergimos en una democracia recitativa, que impide o entorpece una sociedad de libertades individuales y colectivas sin necesidad de recurrir al sistema fascista de poder.

El racismo, el enemigo predilecto, el partido único están destinados a crear sociedades desiguales en las que se excluye la posibilidad de que cada ciudadano, de cualquier religión, de cualquier condición social y de cualquier raza pueda desplegar libremente su personalidad. Espero que quede clara esta distinción que hago en mi libro «Quién es fascista».

Una de las críticas más recurrentes a su mirada histórica sobre el fascismo es que no le da la importancia decisiva que tiene la violencia en la fascismo. ¿Por qué?

Sinceramente no conozco estas críticas a mis estudios sobre el fascismo porque si se hacen basándose en lo que he escrito, sobre lo que he dicho, son absolutamente falsas. En el volumen que he dedicado a la historia del partido fascista, de unas 700 páginas, al menos quinientas de ellas están dedicadas a describir en todos sus aspectos y en todo momento la violencia utilizada por el fascismo para alcanzar el poder.

En cada libro hablo del fascismo totalitario. El totalitarismo es la institucionalización de la violencia de un partido contra todas los demás organizaciones y en contra de la sociedad. Por lo tanto, suponer que he subestimado la importancia decisiva de la violencia, que también está presente en mi taxonomía del fascismo, significa no saber lo que escribí o declarar falso lo que dije.

Dice Víctor Klemperer en La lengua del Tercer Reich que el discurso del fascismo es como mínimas gotas de cianuro que van envenenándonos sin que nos demos cuenta y cuando comprendemos lo que ha pasado, ya es demasiado tarde. No le parece que algo así ocurre hoy con los discursos del odio.

No está nada mal acudir a Klemperer para ilustrar nuestra realidad en la que sucede lo que él explica tan bien, pero no es porque el fascismo esté regresando, sino porque lo que se degenera y degrada es la democracia. Lo vemos hoy en los Estados Unidos, lo advertimos hoy en Polonia, ocurre hoy en Rusia. Es decir, hay países en los que la soberanía de los pueblos se somete indefectiblemente a una reducción de los derechos de los ciudadanos y ello es la gota de odio que contamina a todas las democracias, incluso a aquellas en donde no hay movimientos neofascistas.

Efectivamente lo que más abunda en el mundo son las encuestas que dan cuenta del descontento con la democracia, con los políticos. Es un hastío que aprovechan los populistas de todas las tendencias, desde la izquierda radical hasta la extrema derecha. Si Benedetto Croce, tenía razón, en 1944, cuando decía que el fascismo y el nazismo eran como “una enfermedad intelectual y moral”, generada por la crisis de la fe en la libertad, que había contagiado a todas las clases, ¿porque esos síntomas no serían los de ahora?

Creo que no podemos negar los síntomas. Están ahí por doquier. Lo que pasa es que no pueden ser identificados sólo con neofascistas, nacionalistas y racistas, ya que se trata de los síntomas que se pueden apreciar a través de las encuestas que se han llevado a cabo durante los últimos veinte años en todas las democracias, incluso las más tradicionales. Hay una desconfianza creciente en los gobernantes elegidos democráticamente porque se piensa que están pensando únicamente en las encuestas, en sus propios intereses.

Se puede decir que desde principios del nuevo siglo el desapego, el hastío social se basa en tres factores:

En primer lugar, desconfianza hacia los gobernantes sobre su capacidad para resolver los problemas de desigualdad en las sociedades democráticas.

Segundo, traición de los gobernantes a las promesas que hacen a los votantes cuando pretenden ser elegidos.

El tercer elemento es el más apremiante, la corrupción. Las democracias dependen de los demócratas. La corrupción es la que aparece ahora como el principal factor que hace que muchos votantes dejen de sufragar. Es lo más grave. La abstención en las elecciones ya no es un hecho fisiológico en las democracias occidentales, sino un hecho patológico porque aquellos que se niegan a expresarse en las urnas siempre votarán mal.

“En esta desconfianza democrática, como en el surgimiento de los populismo se hace patente el temor a la modernidad. El deseo de apoyar legislaciones proteccionistas, cerrar a cal y canto las naciones para proteger la identidad nacional acosada por la globalización y llegada indiscriminada de los inmigrantes que vienen a quitarnos el pan de la boca”

Las dictaduras latinoamericanas no son fascistas según su análisis. Recurro aquí al caso de Chile. Movimiento único, líder indiscutible, eliminación sistemática de los adversarios peligrosos, refundación del estado a partir de cero, policía con autoridad como la Gestapo. Militarización institucional. No es el fascismo. Pero tiene sabor parecido.

Ciertamente son aspectos que conciernen al fascismo, pero la misma catadura fascista que usted señala puede ser rasgo identificable de la China actual, de Corea del Norte, de la India nacionalista contemporánea. Son rasgos que aparecen en el fascismo, pero que no son propiedad inalienable del fascismo.

Téngase presente que la identificación del movimiento único, del líder incuestionable, la eliminación sistemática de los oponentes y así sucesivamente, fueron argumentos -por ejemplo, en un régimen que no era fascista- utilizados para llamar fascista al Irak de Saddam Hussein, asimismo al gobierno de Siria o al de la Libia de Muamar Gadafi.

Se trata de fenómenos que, lamentablemente, muy a menudo han acompañado también la lucha por la liberación de los pueblos del colonialismo y el imperialismo, que han generado esos tipos de regímenes que se asemejan al fascismo. No obstante, no es peregrino considerarlas nuevas formas de democracia totalitaria que pueden consolidarse en países en los que nunca se ha desarrollado realmente una democracia representativa basada en la igualdad de todos los ciudadanos.

Si el fascismo es un religión laica basada en la fe, el mito, el rito y la comunión, parece difícil, si no imposible cambiar a los creyentes fascistas.

Cambian de creencia, cambian de fe. Acerquémonos al caso italiano. Antes de la Segunda Guerra Mundial cientos de miles de jóvenes nacidos durante el fascismo crecieron con él y en los años treinta y principios de los cuarenta fueron los más revolucionarios y totalitarios. Los vimos cómo exaltaban el mito del fascismo como religión política. Persiguieron que el fascismo anidara, cada vez más, en una mente racista, totalitaria y fanática ligada al mito de la religión laica.

Más tarde, a través de la experiencia de la guerra, se convirtieron al comunismo, al socialismo y a la Democracia Cristiana. Las conversiones fueron posibles, pero se necesitó una guerra desastrosa y una de las más graves derrotas militares sufridas por Italia para que se llegara a entender que esos mitos de los sistemas políticos, que esas concepciones eran totalmente inhumanas y equivocadas.

¿Son los conservadores, por definición, propensos al fascismo?

No necesariamente, porque un conservador como Churchill impidió la victoria del fascismo en Europa, un conservador como el portugués Antonio de Oliveira Salazar prohibió los partidos fascistas y detestaba a Hitler y sus políticas nacionalistas racistas.

A veces el conservador es enemigo de los aspectos totalitarios revolucionarios del fascismo. Pero muy a menudo los conservadores han estado históricamente más inclinados a favorecer el fascismo para contrarrestar el miedo al bolchevismo o al socialismo. Pero no es inevitable que un conservador esté a favor del fascismo. A menudo puede ser, como incluso sucedió en la propia Alemania, un enemigo del fascismo.

Hablábamos de conservadores. Una mención a la izquierda ahora. ¿Por qué la izquierda tiene la tendencia a la división, a la fragmentación permanente, a debilitarse a sí misma?

Me temo que esta situación de la izquierda ha estado siempre presente, especialmente en el caso italiano, pero después de 1917 con la revolución bolchevique, se han disgregado todos aquellos intentos del socialismo reformista que, desde mediados del siglo XIX, hasta la Gran Guerra habían tratado de transformar gradualmente las sociedades oligárquicas y burguesas liberales, en sociedades abiertas al proletariado. Hoy en día este fenómeno se ha multiplicado porque hay disenso sobre el sentido fundamental de lo que debe ser el objetivo de la democracia: lograr una sociedad de libres e iguales sin abolir la libertad.

No nos amenaza el fascismo, estamos frente a un peligro grave que busca destruir o alterar decisivamente la democracia. Cuál son las principales políticas para evitar la catástrofe.

Soy un historiador que se ocupa del pasado que no tiene mucha capacidad para plantear soluciones para el presente. Lo que sí puedo decir es que lo que precisamos son demócratas que crean en la necesidad de lograr el ideal democrático de una sociedad tal y como lo dijera Abraham Lincoln:” Un gobierno por el pueblo, del pueblo para el pueblo” Sin embargo, hoy en día, existen peligros para las democracias sin que estas lleguen a convertirse en fascistas. Lo que seguimos teniendo es la democracia del pueblo, pero no para el pueblo.

Hasta aquí las respuestas de Emilio Gentile. Por esas coincidencias que a veces nos regala la vida, el domingo tres de octubre, mientras corregía las últimas líneas de este artículo, recibí una llamada telefónica. La mujer se identificó como la esposa de Jacob Drachman, un uruguayo sobreviviente del holocausto que vive en Israel. Yo había entrevistado a Jacobo para un reportaje conmemorativo de los 75 años de la liberación de Auswichtz. Pese a ello me pareció sorprendente la llamada.

Ella me recordó que yo había llamado a su casa hace algunos meses. Efectivamente era así. Dejé el mensaje en el contestador automático porque no estaban en casa. Quería contarles cuando saldría el programa. Sin darme tiempo para agregar algo dijo que estos eran días de fiesta en Israel, la celebración del Sucot o fiesta de las cabañas. Se trata de una conmemoración bíblica sobre las vicisitudes del pueblo israelí durante su deambular por el desierto. Así, se relaciona con la humildad y la precariedad.

Ella me contó que aprovecha estos días para saldar cuentas con la vida. De allí que mi número aparecía en su lista de pendientes.

Le comenté que me parecía una hermosa y sabía costumbre.

Jacob estuvo en tres campos de concentración y su más grande venganza por lo sufrido, por todas las humillaciones padecidas, fue seguir con vida, fundar una familia y ocupar parte de su tiempo para contar, sobre todo a las nuevas generaciones su experiencia trágica.

¡Qué cosas ¿verdad?!

José Zepeda

Periodista, productor radiofónico, capacitador profesional.

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