Sin las mujeres no existe la iglesia. Habla la presbítera Cristina Moreira
La actual crisis de la iglesia católica excede en mucho a las agresiones sexuales. Se ha producido una grieta entre los creyentes y el clero. La vocación sacerdotal decae y cuesta en ciudades y pueblos encontrar quién oficie misa. Prevalece el machismo en las autoridades eclesiásticas y aumenta el descontento de la feligresía.
La presbítera Christina Moreira, junto a otras seis mujeres, reclama al Vaticano la igualdad de género, y pide al papa Francisco que ordene sacerdotisas para acabar con la discriminación femenina.
Juan José Tamayo, teólogo español nos recuerda que el movimiento de Jesús fue de seguidores y seguidoras. Las mujeres fueron las primeras que vivieron la experiencia de la resurrección, ante la incredulidad de los discípulos. Es esta experiencia la que da origen a la Iglesia cristiana. Ellas son parte de la fundación del cristianismo, aunque todavía hay muchos que lo niegan.
Cristina Moreira, desde la Coruña nos atiende con simpatía y firmeza

Dedicarle una parte importante de la vida, de la existencia a la fe y a las actividades eclesiásticas supone dos cosas separadas o unidas. Una es la vocación y la otra es el llamado o la vocación y el llamado. Cuando la sintió usted.
En mí, se han dado conjuntamente ambas cosas y de forma instantánea. Creo que tenía diecisiete años, o sea que hace mucho tiempo ya.
¿Cómo fue eso?
Una experiencia que hoy llamaría mística. En aquel momento no tenía ese tipo de hermenéutica de los hechos místicos como para darle ese nombre. Pero sí, ahora, después de leer mucho, dije bueno, pues esto se cataloga como una experiencia mística, un encuentro personal con el Señor, en el que escucho, dirigido a mí, de forma especialmente potente, el llamado a hacer esto en memoria mía, en una meditación sobre el relato de la Última Cena. Resuena muy fuerte, me interroga, me hace pensar, buscar y al final me doy cuenta de que tiene todos los rasgos de algo que no se va a ir, que no me va a abandonar en toda mi vida, porque pasan los años y no desaparece. Es así como comienzo a identificarlo con una llamada a lo que mi Iglesia, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, llama el presbiterado. Descubro que eso precisamente es lo que está prohibido a las mujeres.
Y en un momento determinado usted se ordena como presbiterado, como parte de un grupo superior a 125 mujeres que también lo son. ¿Usted sabía que cuanto diera ese paso iba a crear un revuelo de esos grandotes?
Revuelo grandote no hubo, porque lo hicimos de forma casera dentro de una comunidad, sin armar revuelo, sin convocar a la prensa. Los medios no se interesaron por mí hasta después de mucho tiempo.
Hay muchas maneras de hacer las cosas. Mi comprensión del presbiterado es un hecho natural cuando después de la resurrección del Señor, se reúnen sus amigos para hacer memoria de Él y se le reconocía después de resucitado por cómo rompía el pan. Es algo consustancial y tendría que estar haciéndolo todo el pueblo de Dios. Deberíamos todos de preocuparnos por mantener vivo su signo.
Para mí lo más importante era estar en comunidad con mi gente. La primera ordenación diaconal fue en mi comunidad de la Coruña y luego la presbiteral en Estados Unidos, porque en aquel momento vivía en Colombia y era imposible para una obispa desplazarse. Barak Obama había dicho que Colombia era muy peligrosa durante ese tiempo. Entonces nos organizamos y nos fuimos a Florida, a la comunidad de la obispa. Fue un acto comunitario entrañable. La palabra entrañable es importante porque es parte del sacramento, es fundamental porque si no, no sirve para nada. Es un mero rito mágico.
Cuando digo escándalo me refiero, no a la ceremonia, no al realizar las cosas con cautela y sin gran publicidad, sino a este rechazo categórico de las autoridades vaticanas.
Si el Vaticano no organizó nada, de hecho, no he tenido noticias suyas nunca. Tal vez ahora, cuando decidí salir a hacer un poco de lío, porque tenemos al Papa Francisco que nos pide hacer lío. Me comprometí con las mujeres del apostolado que se ha creado en París el 22 de julio pasado, el día de Santa María Magdalena. Ese día decidí participar en un revuelo mediático, como decimos en francés. Fue alabanza, creación de un acontecimiento comunicativo que resuene por todo el planeta y que llame a la desobediencia civil, tal y cual lo que hacían las sufragistas, los negros en tiempos de Martin Luther King y todavía hoy, es decir, crear, visibilizar la situación de las mujeres en la iglesia y crear conciencia al respecto.
Varias homólogas suyas han sido excomulgadas.
Sí, lo sé.
Es decir, para explicarlo con todas sus letras, han sido, al menos de jure, privadas de la presencia de Dios.
¡No! privadas de la vida sacramental en la Iglesia oficial. Es decir, se les prohíbe participar de los sacramentos, pero pueden estar en una misa, como en cualquier ceremonia, pero en teoría se les prohíbe acceder a los sacramentos, lo cual es como decirle, no quisiera usar una palabra así, muy llamativa, pero es por lo menos sorprendente, porque estamos hablando de personas que celebran ellas mismas los sacramentos, con lo cual privar a una persona que celebra los sacramentos de los sacramentos no deja de ser un poco gracioso, por decirlo finamente.
Entonces no surte efecto. Ellas tienen sus comunidades como yo tengo la mía.
No me he sentido nunca excomulgada porque, entonces, para qué la comunión con la comunidad. A nosotras no nos falla porque tenemos comunidades firmes, que nos apoyan, son entrañables. En donde hay cariño, apego, en donde el proyecto nuestro es acogido y deseado. Por donde me muevo por el mundo, siempre me preguntan dónde está su comunidad, queremos ir y es porque se trata de una colectividad que describo como acogedora, inclusiva, que permite la libertad de opinión y expresión, que estimula a ser quien tú eres. Eso atrae a la gente.
Permítame insistir en este punto porque aparece como fundamental. De tal manera que los fieles no la ven como una persona ajena.
No. No sé si lo sabe, pero me ha recibido el Nuncio Apostólico el pasado dos de octubre y de forma muy amable, acogedora. Hemos hablado abiertamente. Lo único es que no estoy autorizada para revelar el contenido de nuestro diálogo, porque él consideraba que se trataba de un encuentro personal, que deseaba saber quién era yo. No era un diálogo para hacerlo de cara a la galería, con las ventanas abiertas, era un encuentro para dilucidar quiénes somos en este momento. Yo le comuniqué mi deseo de conseguir una audiencia como el Santo Padre, con el Papa Francisco para exponerle lo que estamos haciendo. Cuáles son los aportes que podemos hacer a la Iglesia oficial si se nos incorpora; qué hemos aprendido. Nuestros ministerios empiezan a ser numerosos y valiosos. Cuánto podríamos aportar a la casa grande.
De hecho, mi candidatura es mi disponibilidad para lo que dispongan. Si me quieren enviar a alguna parroquia o darme una misión, estoy aquí para aceptarla. Ahora que me he formado, que tengo experiencia, que he pasado por varios cargos podría poner todo esto al servicio de la iglesia. Ese es el contenido de lo que yo iba a decir y él lo ha acogido.
Cristina ¿usted tiene familia?
Sí, sí, claro. Estoy casada y tengo una hija.
O sea que no sólo quiere que cambie la relación con las mujeres, sino también quiere que termine el celibato.
¡Uf! Más cosas, muchas más. De entrada, nosotras nos postulamos como lo que somos, casadas, solteras, con hijos y abuelas, incluso homosexuales. Es decir, aceptamos a las personas como nos las manda el Señor, como están en la vida. Si la vocación le viene a una homosexual, pues la vocación es acogida primero, es confirmada, valorada, discernida y luego realmente no nos importa cómo ama esa persona y a quién. Porque esas son sus circunstancias.
No estoy a favor del final del celibato. Estoy a favor de que el celibato sea opcional, libremente consentido y recupere todo su valor. Es un bien muy preciado el hecho de que una persona quiera y sea capaz de entregar toda su capacidad de amar a su iglesia o a Dios. Eso es muy de apreciar. Lo respeto y lo admiro. No es mi opción, pero la celebro. Puede ser que otras personas sí lo sientan y yo conozco algunas que son auténticamente célibes y felices de hacerlo. Pero es una minoría. Es una aptitud, un compromiso para élites, y hay que respetarlo. Pero al mismo tiempo, diría que supeditar la ordenación y la puesta al servicio del pueblo de una persona, si tiene familia o no, es privarnos de gente muy valiosa, de ministerios que ahora mismo son urgentes, importantes y que además serían diferentes. Sabemos que, al tener una familia, quienes están al servicio de la comunidad tienen conocimientos, experiencias, han aprendido habilidades, han tenido que buscarse la vida, trabajo; llevar a sus hijos adelante, etcétera. Esa gente tiene conocimientos que ayudan a llevar una comunidad, a comprender a los demás. Yo recibo personas que han vivido situaciones tremendas, sobre todo mujeres, están casadas, tienen hijos y saben que yo las voy a entender porque tengo corazón de madre.
Según las encuestas, hay cinco veces más monjas que curas en el corazón de la Iglesia Católica. ¿Por qué no basta, conformarse con la labor de monja?
Pues porque la labor de monja no responde a mi vocación.
Yo no he sido llamada a rezar encerrada, sino para hacer memoria del Señor, como todos los apóstoles desde la resurrección de Cristo.
Lo que yo le puedo confirmar y me gustaría que esto se reflejara, es que muchas mujeres que han sido llamadas a lo mismo se han metido monjas porque es lo único que se les permitía y lo único donde podían desarrollar mínimamente una labor pastoral o estar más cerca del Señor, que era su propósito. Son monjas que no están en su lugar, son monjas que desearían hacer otra cosa y no les voy a dar nombres porque además están en secreto, salvo alguna que se ha atrevido a abrir la boca. Han tenido problemas. Yo las conozco, porque precisamente por ser mujer recibo sus testimonios.
Puedo decir que ese sobrepeso de las mujeres en la vida contemplativa se debe a vocaciones reconducidas de manera artificial, porque ese no era el propósito. Es terrible. Y puedo decir que se pierden unos tesoros que podrían hacer mucho bien al mundo. Y ahí están, en sus conventos.
Señora Moreira, nada más alejado de mi propósito que crear controversias absolutamente innecesarias. Luego, es inevitable citar aquí las últimas palabras del Papa respecto al tema de la mujer. Creo que tiene dos partes, aunque se ha insistido mucho en la más polémica. La primera parte, es cuando él dice que no sólo se trata de integrar a la mujer más a la Iglesia, sino que la Iglesia tiene que impregnarse del espíritu de la mujer. Creo que esa es una declaración valiosa. Lo que pasa que acto seguido dice que no se trata de tener un diálogo de carácter feminista, porque el feminismo es un machismo con faldas, todo el feminismo.
Bueno, le contesto, no sé por dónde empezar. Al Papa Francisco le quiero mucho, pero le falta que yo me encuentre con él y le diga unas cuantas cosas.
Primero, el feminismo no es machismo con faldas, es un humanismo que busca devolverle a la humanidad sus dos alas, sus dos piernas y que pueda volar. La humanidad está lastrada por separaciones, divisiones y jerarquización de los seres que la componen, no sólo hombres y mujeres, sino por tipos de forma de amar, por colores de la piel, por procedencia. Un indígena le dirá que su vida vale menos que un blanco de ciudad. Todo eso que se ha creado son divisiones falsas, exclusiones y formas de establecer hegemonías. Eso es pecado. Separar hombres de mujeres. Yo no digo la mujer, sino las mujeres, porque cada una de ellas es diferente. Y cuando decimos la mujer estamos creando una categoría de idea, una entelequia que no existe. Puede existir algo llamado el amor o la guerra, pero no hay algo llamado la mujer. No es verdad. No es un campo ideológico que flota por ahí como un concepto filosófico. Existen mujeres como existen varones, y entonces somos todas diferentes y todas aportamos algo y a nuestra manera. Hay una diversidad que no se tiene en cuenta. Mujeres que, por ejemplo, ejercen muy bien la autoridad, el poder, la responsabilidad, son muy organizadas y serían Papas excelentes.
Entonces le diría al Papa Francisco usted conózcanos y luego verá para qué servimos de verdad. La Iglesia nos tiene que escucharnos en nuestra diversidad. Una de las cosas que le pido al Papa Francisco es que escuche también cómo Dios llama a las mujeres y hasta qué punto no hacerlo constituye un pecado contra el Espíritu Santo.
No tiene usted la impresión que estamos generalizando como si el feminismo fuera uno solo. Yo conozco expresiones y la mayor parte de ellas que me parecen positivas y están viviendo su momento histórico. Es decir, la recuperación de sus derechos. Pero también conozco expresiones feministas que piensan que el problema no son las mujeres, sino que son los hombres.
Es lo que le comentaba. Somos diversas, múltiples y hay corrientes de todos los colores, gustos y formas, y no podemos evitarlo.
Sé que algunas mujeres están muy enfadadas, también en las formas de expresarse. Pero hay mujeres trabajando el campo de las violaciones, en el ámbito de la trata de mujeres, de las mujeres desaparecidas, de los feminicidios. Estoy pensando en México, Guatemala, en situaciones extremas y entiendo que estén enfadadas.
Además, es que la postura de estos señores digamos que estaría cerca a pedir su castración, porque así ya no nos violan. Nos han cortado tanto las libertades, la capacidad de expresarnos, de salir a la calle. La semana que viene en Estrasburgo, capital de Europa, habrá una manifestación gigantesca para pedir que las mujeres puedan salir de forma segura a la calle. Estamos hablando de Europa, de un país civilizado, Estrasburgo. De Francia, una república creada sobre la libertad y ya las mujeres no pueden salir con faldas. Se juegan la vida, les atacan por ir de falda. Es una cosa increíble.
Cómo no entender que en un momento dado nazca un feminismo de reacción que pide cosas tremendas, pero desde la supervivencia. Fíjese que a veces, desgraciadamente, las mujeres hablamos desde el cerebro reptiliano, desde la sobrevivencia, hasta el extremo de pensar: cada vez que veo a mi hija salir por esa puerta, tiemblo hasta que vuelva, porque no sé si va a regresar y cómo va a volver. En mi ciudad, la Coruña no es infrecuente escuchar que una chica fue agredida cuando abría la puerta de su casa. Puedes tener a tu hija siendo violada en el portal de tu casa porque alguien le ha hecho ilusión hacer esa barbaridad. Y entonces, pues igual yo me vuelvo radical si eso ocurre y cuando lo pienso, tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para decir bueno, vamos a vivir en paz. Pero si me toca a mí, soy una fiera y las fieras estamos ahí también. Ese feminismo no es prescindible, también hace falta.
¿Y los hombres? Creo que no deberían tomarlo para sí. Cuando una mujer habla así, está hablando de violadores, de agresores, habla de quienes utilizan su virilidad para someter, para torturar, para conseguir que seamos sus sirvientas, para que complazcamos todas sus necesidades y deseos. Resumiendo, que nos consideran objetos para usar y tirar. Sí, hay un feminismo radical, pero nace de ahí.
Ahí está planteando el tema de las mujeres y su relación con la jerarquía eclesiástica del Vaticano. ¿Tiene esperanzas de que la situación realmente cambie? Se enfrentan ustedes a un poder muy significativo que ha prevalecido por sobre las mujeres durante más de 2000 años.
Sigue prevaleciendo. No se ha terminado. Esperanza siempre, es una virtud teologal que practico a diario. Procuro mantenerla viva, porque si no, la vida no tiene sentido. Si no tuviera esperanza no estaría comprometida como lo estoy. No viajaría estos diez días fuera de mi casa en plena temporada de Covid 19. He viajado desde que me entrevisté con el Nuncio, haciendo entrevistas, celebrando encuentros, predicando en una parroquia de Estrasburgo que quería saber cómo hacemos las cosas las mujeres católicas. Dedico y voy a dedicar todos mis esfuerzos -porque creo que es posible- y creo que el momento es ahora.
Una compañera cita mucho a Víctor Hugo, que dijo esta frase maravillosa: “No hay nada en el mundo más poderoso que una idea cuyo tiempo ha llegado” Ha llegado el momento, ha llegado la hora.
Creo que Francisco se vale de nuestro movimiento para ir diciendo cosas todos los días. Francisco habla a diario de las mujeres, se está convirtiendo en un tema recurrente. Además, tengo la sensación de que ya tiene mi carta en las manos porque utiliza ideas que están ahí. Entonces digo: qué maravilla, nos está escuchando. Y si nos está escuchando es porque tiene intenciones.
Otra cosa es que su plan de ruta sea difícil, está lleno de tropiezos, de barreras, de zancadillas, porque no es el solo. Y como usted bien dice, la jerarquía es una máquina vieja y pesada, lastrada por muchas cosas, pero le estamos apoyando desde abajo. Eso es un mensaje que siempre digo: nos tiene aquí, úsenos, hable de nosotras porque estamos aquí y no vamos a bajar la guardia porque es una causa justa y una causa del Evangelio.
Jesús en el Evangelio, no tenía a las mujeres como criaturas sometidas ni infantilizadas, sino como seres capaces de dignidad y capaces de demostrar toda la grandeza de la humanidad.
Me siento una aliada de Francisco porque sé por dónde va. Si Francisco no quisiera hacer nada por las mujeres, simplemente no hablaría de ellas ni crearía dos comisiones sucesivas sobre la historicidad de las diaconisas. La Comisión Bíblica Internacional dictaminó que no había ningún tropiezo, ningún impedimento histórico para ordenar diaconisas, porque ya las había en los primeros tiempos. Están en los Hechos de los Apóstoles, en las cartas de Pablo. No hace falta ni siquiera ser biblista para verlas. En los primeros momentos de la iglesia las mujeres celebraban la cena en sus casas. Estábamos en el mundo greco romano y en ese imperio las mujeres no tenían capacidad de poder político. Entonces se apartaron del ejercicio. Se lo dije al Nuncio, usted sabe que las mujeres fuimos las primeras, empezando por María Magdalena, que salió de la tumba corriendo a decirles Señores, ha resucitado y hay que contarlo a todo el mundo. Nos vemos en Galilea. Hoy no seríamos cristianos sin ella.
Y por qué no se hace monje? Todos los hombres católicos se hacen monjas. A propósito, en que seminario ha estudiado? O es que las mujeres cura no tienen esa obligación? Y por favor, que no hable en nombre de todas las mujeres católicas cuando solo representa a una exigua minoría. El común de las católicas queremos que no se nos niegue el sacramento del bautismo.
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maravillosa y necesaria entrevista. Ella es la coprotagonista de un libro maravilloso y necesario también que triunfa en el mundo hispano: SACERDOTAS de Yolanda Alba, editado por Almuzara en España