Rob Riemen : aún podemos cambiar, pero el tiempo se agota
Rob Riemen es escritor, ensayista y filósofo, y el fundador del Instituto Nexus es autor de dos libros célebres: Nobleza de espíritu, un ideal olvidado y Para combatir esta era, consideraciones urgentes sobre fascismo y humanismo (`ambas en Editorial Taurus) Las preguntas que le interesan son, entre otras: ¿Cómo vamos a vivir? ¿Cómo podemos dar forma a nuestro futuro? ¿Podemos aprender de nuestro pasado? ¿Qué valores e ideas son importantes y en qué se basan?
Siglo octavo antes de Cristo. Delfos. Antes de entrar a consultar a la Pitia había una inscripción que decía:
«Te advierto, quien quiera que fueses, ¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la Naturaleza, que, si no hallas dentro de ti mismo, aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera.
Si tu ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿Cómo pretendes encontrar otras excelencias?
En ti se halla oculto el tesoro, de los tesoros.
¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses»
¿No está resumido aquí, de alguna manera, uno de los pilares de su libro Nobleza de Espíritu?
Sí, es un resumen breve, conciso de una idea, de la nobleza de espíritu, que lo explico en mi libro mediante narraciones. Usted lo resume muy bien a través de esa inscripción griega que de hecho tiene ecos a lo largo de toda la historia.
Conocemos la famosa anécdota de Petrarca que escala el Monte Ventoso para admirar la aurora inolvidable. Saca del bolsillo el pequeño libro Confesiones de San Agustín donde el monje escribe: la gente sale a admirar los paisajes y se olvida de sí mismo.( «Viajan los hombres por admirar las alturas de los montes, y las ingentes olas del mar, y las anchurosas corrientes de los ríos, y la inmensidad del océano, y el giro de los astros, y se olvidan de sí mismos». Confesiones)
De hecho, él dice algo similar. En aquel momento Petrarca piensa: tengo que mirar hacia el interior, explorar mi propia alma.
Nobleza de espíritu se basa en la idea fundamental de que la vida es una búsqueda, de que somos seres que no podemos vivir sin tener una noción de ‘cuál es el significado de mi vida’. Es inherente a la existencia, a la conciencia humana. Todos nos hacemos en algún momento las preguntas: ¿quién soy? ¿qué debo hacer? ¿por qué ocurren estas cosas, por qué me pasa a mí?
Son las preguntas más nuestras. Cada ser busca algún sentido. Fue Nietzsche quien sentenció, quítale al ser humano todo sentido de su existencia y enloquecerá, porque no lo soportaría. No puede verse enfrentado al vacío total.
¿Cómo encontrar respuestas a ¿qué es el sentido de mi existencia? ¿Que tiene para mi suficiente valor como para seguir existiendo? Toda esa indagación se resume en la capacidad de ennoblecer el espíritu. No se trata de pertenecer a la nobleza o formar parte de una élite social privilegiada. Se trata de un ideal democrático fundamental del que cada ser humano puede apropiarse: considerar la vida como una búsqueda que no termina jamás.
Un poco después de Delfos, Sócrates –que era muy consciente de que hay que conocerse a sí mismo– dijo en su apología: todo conocimiento comienza con la investigación de uno mismo. La vida es una pesquisa, una búsqueda de significado que se renueva constantemente, que no acaba jamás. Para ello necesitamos lo que él llamaba Paideia[i] Para los alemanes es el ‘Bildung’. Nosotros podemos denominarlo formación espiritual. Son todos elementos relacionados con el ennoblecimiento del espíritu humano. La educación logra esta tarea enseñando el «cuidado del alma».
La palabra más célebre del periodismo, ¿pero… no cree usted que este ideal es solo para unos pocos? Dicho de otra manera, ¿que casi nunca es realizable?
¿Y por qué no?
Porque la gente está ocupada con otras cosas y no con su propio yo.
Es una elección. Son dos cosas distintas. Cada uno es libre para desechar la búsqueda del significado de la existencia. Cada uno es soberano para dejar que su vida sea dominada por el ansia del entretenimiento u otras formas del escapismo. Para pensar que lo más importante de la vida es ser muy famoso e inmensamente rico. Desgraciadamente hemos creado una cultura en la que creemos que las celebridades, los famosos y los ricos viven las vidas más envidiables. Cuando no es así. Pero son elecciones que puede hacer la gente en una sociedad libre.
Y la elite, ¿ha hecho esa elección?
Tenemos que pensar muy bien en el significado de las palabras.
¿Qué queremos decir con élite? Creo que usted quiere decir la
gente que en estos momentos ocupa determinados cargos de poder.
Sí. En dos aspectos cargos de poder, la gente que toma decisiones para todo el mundo. O sea, la economía, el estado. Y por otra parte los intelectuales.
Para ennoblecer tu espíritu en principio no necesitas mucho dinero, no es indispensable ninguna posición social determinada, no precisas ninguna religión. Puede que sí, pero no es obligatorio. Cada uno es libre de hacerlo. Pero todo tiene consecuencias.
Si consideras la sociedad en la que vivimos, es una realidad condicionada por una manera de pensar. Lo que se expresa merced a la gente que tiene influencia en nuestra sociedad. Es el mundo de la política, el de los empresarios, el del entretenimiento, el de la enseñanza, el mundo de los medios.
Naturalmente no es un mundo que apoya el ideal de la nobleza de espíritu. Yo lo describo como la existencia dominada por el kitsch. Pretende ofrecer algo importante, pero todo es apariencia carente de contenido.
¿Cuál es el resultado? El país más amante de las cifras, Estados Unidos. Las cifras son –no es ninguna invención, son los hechos- en EE. UU. cada día mueren 175 personas por sobredosis. Imagínese ahora un atentado terrorista donde perecen 17 personas. El mundo explota. Pero hay 175 personas que mueren de sobredosis. Las cifras de suicidios aumentan. El consumo de antidepresivos crece. Cada año mueren 50.000 personas como consecuencia de las armas.
Son el amargo fruto social de estar viviendo en una sociedad kitsch, donde todo es relevante menos aquello realmente importante, a saber, lo que verdaderamente tiene valor, lo que le da a tu vida cierto sentido, que te ayuda a comprender el mundo en que vivimos como tu propia existencia.
La élite intelectual dejó de existir hace mucho tiempo. El tiempo de un Octavio Paz, de un Unamuno, un Santillana, un Ortega y Gasset. Hemos perdido esa respiración de intelectuales públicos, en todos los terrenos.
¿Qué hemos conseguido a cambio? Porque ya no hay tampoco estudiosos. Tengo menos respeto por el mundo de la élite académica, que se dedica sobre todo a escribir notas de pie de página y después publican un textito que nadie entiende, que no tiene ninguna influencia en el debate público. Ese es el problema.
En el momento en que uno comienza a pensar por qué vivimos en este mundo… o más importante: por qué nos enfrentamos a una crisis tan profunda, que es mucho más honda que una debacle política, climática o social, inevitablemente constatamos que se trata de una crisis de civilización…
Es un déficit de enseñanza y volvemos a lo que usted dijo: conózcase a sí mismo. El ideal de la formación espiritual. La que ya no se ofrece. Ha sido reemplazada por tonterías o lo que se llama hoy día Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas y esas terribles escuelas business.
No tengo nada en contra de la ciencia. Como tampoco de la tecnología. La ingeniería también me parece muy importante y las matemáticas están por encima de cualquier discusión. Pero Wittgenstein ya lo dijo en sus tratados: en el momento en que hayamos resuelto todas las preguntas científicas, todavía no habremos resuelto ninguna pregunta sobre la vida.
Son dos discursos distintos. Es una antigua discusión. Pero hemos visto que el mundo académico, la así llamada enseñanza superior, desde hace mucho ha sido reducida a algo puramente utilitario. Todo tiene que ser rentable. Friedrich Nietzsche ya nos advirtió en sus cinco conferencias sobre el futuro de la enseñanza. Tenía 26 años, era catedrático en Basilea y fue invitado por la asociación estudiantil para hablar sobre lo que nos esperaba de la enseñanza. Nietzsche aceptó de buena gana.
En la primera conferencia Richard Wagner estaba en primera fila junto a su esposa Cósima y el hombre importante de la universidad Jacob Burckhardt. Nietzsche pronunció un discurso en el que decía –hace 150 años- señoras y señores estudiantes, les tengo compasión porque dejó de existir la escuela de la civilización. Ya no se os ofrece. Vuestra enseñanza será reducida a todo lo que beneficia a la economía y al Estado. Nada más. Y lo peor es que os parece maravilloso. Porque lo único que interesa es ganar dinero y, en lo posible, mucho dinero. Naturalmente se les imparte un poco de cultura porque sería algo incómodo no saber quiénes son Mozart, Bach y Beethoven. Pero no debe ser mucho más que eso. Sería invertir tiempo en desmedro de la enseñanza de cómo ganar más. Os convertirán en gente corriente. Todos seréis canjeables como el dinero.
Lo dijo Nietzsche hace 150 años. No tenía idea de lo terrible y acertado que sería su pronóstico, porque toda la enseñanza ha sido mermada a mera tontería o a lo que es beneficioso para la economía, para el Estado, para el management. Solo les importa el dinero y colectivamente no saben nada. Los niños, el futuro, ya no saben nada. La gente que es el producto de esa enseñanza, como nuestra actual élite política tampoco sabe nada.
Es entonces cuando entiendes por qué no tenemos ni idea qué hacer con Europa, por qué no sabemos a dónde debe ir este mundo y por qué se producen fenómenos como el Brexit.
Discernir. Ser capaz de juzgar lo bueno y lo malo. Separar lo prioritario de lo accesorio. Lo que conduce a una vida digna y lo que lleva al despeñadero. Cómo se hace eso.
Para empezar, haciendo caso a ese dicho sabio de Pascal que la dignidad humana está en el hecho de que somos capaces de pensar. Existen muchas especies en este mundo –mientras exista– pero el único ser que sabe pensar es el ser humano. Es capaz de discernir. Privar a la gente de la inteligencia para reflexionar sobre sí misma, de pensar, de poder determinar qué tiene valor y qué no, es privarla de lo que debe o no hacer con su vida.
El dilema está planteado: debo seguir al grupo porque quiero pertenecer a él o atreverme a decir en un momento: no, porque a mí me importa otra cosa. Quiero algo distinto.
Resumo: despojar de eso a la gente provoca que muchas realidades se diluyan. Entre otras, la distinción entre el bien y el mal. Ya no eres capaz de juzgar. El mundo cambia: en lugar de atrevernos a tener nuestra propia personalidad, nos dejamos llevar por identidades colectivas. Renace el nacionalismo. O el tribalismo, o formas de fundamentalismo. La gente busca ser parte y se deja llevar por el colectivo. Los líderes deciden lo que debe hacer la gente. La masa no piensa. Ir a un estadio de futbol. Nada malo, pero en el momento en que el comportamiento de un partido de fútbol se convierte en algo político, se producen evoluciones peligrosas. Cosas que ya hemos visto a lo largo de la historia, y en su forma más horrible en la primera mitad del Siglo XX.
Por una parte, es incomprensible. Pero aun y todo, ocurre.
En sus libros Para combatir esta era y Nobleza de Espíritu usted habla mucho sobre la masa. ¿Cree que hay cada vez menos ciudadanos y cada vez más masa?
Es un hecho. Espero que mucha gente conozca todavía la obra de Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Aproximadamente treinta años antes, hubo un sicólogo francés, Gustave Le Bon, quien fue el primero en escribir sobre el fenómeno de la identidad colectiva.
Ocurre lo siguiente. En la historia europea se produce la revolución francesa que es un momento decisivo, porque el pueblo se rebela. No acepta más el absolutismo de un monarca. Se terminó. La revolución francesa comienza con la promesa de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Pero esa promesa no se cumple. Muy pronto la revolución desemboca en un baño de sangre, en el terror (1793-1794). A continuación, vuelven los antiguos poderes. Pero ya no es posible el absolutismo del monarca. El pueblo ha ocupado su lugar. Es cuando –Rousseau desempeña un papel central en ese proceso– el absolutismo del monarca es reemplazado por el absolutismo del pueblo, el de la soberanía popular. Así nace la nación. Un pueblo que se convierte en historia mediante un idioma, con una determinada tradición cultural. Hay pueblos que se universalizan. Y de ahí, paso a paso nace el nacionalismo. Repito, eso significa que la gente ya no debe su identidad a ‘conocerse a sí mismo’ sino al hecho de ser francés, alemán, bávaro, holandés o qué sé yo. Es cuando se interrumpe el pensamiento. El resultado es la identidad colectiva. Le Bon señala que frecuentemente esos líderes son hombres de acción, hombres fuertes, personas que rayan en determinada forma de locura.
Veamos la historia. Hemos tenido a Franco, Mussolini, Hitler. Los hombres fuertes que determinaron en esos momentos la vida de los pueblos.
El segundo punto: si hablaras con individuos de la masa, estoy convencido de que 99 de cada 100 dirían que no quieren pertenecer a la masa. Nadie quiere ser solo parte de la aglomeración anónima. Pero la gente ya no tiene la capacidad de rechazarla porque todo el mundo escucha la misma canción. Se avecina el verano y ya llega alguna tonta canción de temporada. Mil millones de personas la escuchan.
De dónde viene la idea de que, si alguien tiene un millón de ‘likes’, es estupendo. Es un fenómeno de masa. Todo igual de bobo y vulgar; sin embargo, la gente desea pertenecer al grupo porque existe el temor de no pertenencia, de ser alguien ajeno, extranjero, de llevar los zapatos equivocados, la camiseta errada, el miedo de ser menospreciado, excluido del grupo. Ese miedo está muy arraigado entre nosotros, porque no hemos aprendido a desarrollar una personalidad propia.
Y no la conseguiremos porque necesitamos a las fuerzas tontas que son útiles a nuestra economía, en nuestro mundo comercial, bovinos para votar.
En breve, tenemos que vérnosla con una estupidez organizada. Nuestra sociedad existe gracias a la organización de la imbecilidad.
Las sociedades dominadas por el miedo son sensibles a las falsas promesas de la ideología fascista y sus líderes autocráticos. ¿Tenemos que ver actualmente con el neofascismo? ¿O tenemos que hablar sencillamente de populismo, que es algo distinto?
¿Qué significa populismo?
Populismo existe a derecha e izquierda. No tiene camisa. El fascismo sí. Fascismo siempre habla de violencia, el populismo no. Creo -pero no soy experto como usted- que el populismo ha aprendido la lección del fascismo.
Para empezar el populismo es la palabra más vacía de sentido. Si uno deduce de dónde viene, significaba algo totalmente distinto que hoy día. Proviene de la historia rusa. Hubo gente como Alexander Herzen, Tolstoi y Toergenjev, que eran verdaderos populistas. Querían que los campesinos tuvieran voz, o sea que eran de izquierdas.
Que la palabra ha quedado sin significado está demostrado por el hecho de que los académicos tienen que añadir muchos términos para describir algo que no son capaces de hacerlo simplemente.
Tenemos que ver con temas fundamentales. En primer lugar, ¿por qué utilizamos el término populismo? Dos razones.
En primer lugar, porque ya no hay pensadores políticos. Fueron reemplazados por científicos políticos. Ellos buscan ser científicos y debido a ello se embarcan en un paradigma que no cabe en el mundo de la política. Porque la política no es un objeto científico. Al igual que la existencia humana que tampoco es un objeto científico.
Todo lo que utilizamos para comprender a la madre naturaleza, no pertenece al arquetipo con el que podemos entender al ser humano y su mundo. Es una crítica que pronunció Jean Baptista Fico contra el pensamiento de Descartes: no cometas ese error. Para comprender al ser humanos necesitas la historia, la poesía, la literatura, la música, la filosofía, la teología.
Pero estos científicos políticos desconocen todo eso. Son vasallos de sus definiciones y teorías. Hurgan y buscan algo que no existe y entonces lo llaman populismo.
La segunda razón por la que hemos comenzado a utilizar la palabra populismo es porque estamos enfrentados a una realidad dolorosa, vergonzosa que preferimos no ver.
Nadie quiere saber de verdades molestas. Cuando en la vida te ves enfrentado a una verdad incómoda, dolorosa, lo primero que haces es negarla. No, no puede ser verdad. Lo mismo ocurre en política. Lo hemos vivido en los años setenta cuando el club de Roma publicó su informe: si continuamos en nuestra sociedad industrial considerando el crecimiento económico como el dogma más relevante, inevitablemente se producirá una crisis del medio ambiente y estaremos destruyendo la tierra. Lo decían en los años setenta.
Y ¿cuál fue la reacción? La negación… Y ahora es casi demasiado tarde.
La dolorosa verdad a la que nos vemos enfrentados es que todos somos responsables del regreso del fascismo. Porque es el retorno del fascismo. No otra cosa.
No hay ninguna teoría detrás del fascismo. Eso lo sabía Benedetto Croce (“El fascismo ha sido un movimiento de defensa del orden social, patrocinado, en primer lugar, por los industriales y agricultores y, en cuanto tal, no sólo es indiferente a la literatura y a la cultura, sino íntimamente hostil, al ver que de la cultura y del pensamiento han venido todos los peligros del orden social”).
No necesitamos buscar una definición, porque no existe. Se reconoce por varias características. Y las que hoy vemos son idénticas a las de los años treinta.
Se argumenta que el señor Donald Trump o Geert Wilders u Vicktor Orbán o Tayyip Erdogan no son Hitler. Es cierto. No lo son. Pero hay muchos tipos de fascismos. Mussolini era un fascista, Franco era un fascista, Videla lo era. Francia estaba llena de fascistas. Hablamos del fascismo, no del nazismo. El nazismo es algo distinto.
En tercer lugar. ¿No hay violencia? Mira lo que ocurre en estos momentos. ¿Cuáles son las consecuencias de la política de Trump? ¿Cuáles son las de la política de Orban? Observa las consecuencias de la política de Putin y su retórica. No hace falta mucho para hacer explotar una sociedad de masas, donde se puede azuzar a los unos contra los otros. Lo hemos visto en los Balcanes.
Entonces sí tenemos que ver con fascismo. Y ¿cómo es posible que el fascismo retorne, setenta años después de la guerra? Por varias razones.
La más importante es que la democracia es un determinado estado de espíritu. Las instituciones son posteriores. No se mantiene una democracia solo con más instituciones. Hay que cultivar el espíritu democrático. Ello supone que no tienes una sociedad de masas sino una sociedad de ciudadanos. De ciudadanos bien informados, no indoctrinados por todo tipo de propaganda que hoy día llamamos ‘fake news’. Son personas capaces de pensar críticamente, reflexionar, y que naturalmente tienen intereses propios. Todo ello posibilita que coexistan diferentes corrientes políticas.
En una democracia esa gente se reúne para deliberar sobre Qué es una buena sociedad y hacia Dónde tenemos que dirigirnos. Paso a paso y de vez en cuando con un retroceso. Esa es una sociedad culta, democrática.
Pero desde hace mucho tiempo que no tenemos esa democracia. Es una de las grandes mentiras a las que nos vemos enfrentados hoy. ¡Hace mucho que no vivimos en una democracia! De hecho, lo que tenemos es la forma perversa de una democracia de masas. No somos guiados por valores morales, espirituales, solo somos susceptibles a los deseos, el miedo, el odio y el resentimiento. Los demagogos se ocupan en exacerbar esos sentimientos.
El mundo de Facebook que nos quiere hacer creer que todo va bien si tienes suficientes ‘likes’.
Algo anda mal. No puede ir bien. Hay una gran diferencia entre nosotros, que vivimos en el occidente libre y quienes viven en Turquía, en Rusia, en Arabia Saudita, en China. Esa gente no tiene ninguna libertad. Nosotros todavía somos capaces de cambiar las cosas. Aunque gracias al PVV (el ultraderechista Partido por la Libertad) nosotros, el instituto Nexos, hemos perdido nuestra subvención en la provincia de Brabante. Pero yo todavía puedo decir lo que quiera y en Estados Unidos uno puede decir lo que quiera, aunque sea más difícil, pero aún es posible.
O sea, todavía podemos cambiar algo. Pero no tenemos mucho tiempo, el tiempo se agota.
Usted ha dicho que aún tenemos tiempo, pero poco. Tenemos espacio, pero poco. ¿Significa ello que a pesar de todo es optimista?
Hay una cosa que no quiero ser, pesimista. La energía tiene que venir de alguna parte. Porque si eres pesimista, igual puedes hacer política o ganar mucho dinero con algo muy baladí, comenzar un show en la tele… por decir algo
Pero sí quiero ser realista. Es la razón más importante por la que insisto en que de una vez por todas reconozcamos el regreso del fascismo. En el momento que entendamos eso, el paradigma cambia. Porque entonces sabemos que tenemos que ver con una religión secular en la que la gente quiere creer en un falso Mesías. Significa también que es inútil luchar contra el fake news, porque cuando la gente cree en algo, los hechos no importan.
Y todo cambia. Habrá una estrategia totalmente distinta.
Comencemos con el reconocimiento de que tenemos que ver con el regreso del fascismo. Escuchemos lo que decía Benedetto Croce, quien lo vivió todo. Necesitamos otros políticos, otras personas, que sí se atrevan a tener una visión (y no ir al oculista para ello), que sí se atrevan a optar por Europa. Que entiendan que la actual Unión Europea no tiene nada que ver con Europa, porque es una unión económica, que debe convertirse en una Unión Europea. Que en lugar de académicos necesitamos una élite intelectual, que también incluya a artistas, a todo tipo de gente capaz de cambiar este mundo mediante las ideas. Felizmente hay muchas iniciativas en todas partes. Pero todavía a escala reducida y no interconectadas.
Y los medios de comunicación establecidos no cooperan.
Una última acotación. Hace poco estuve en Estados Unidos por el Instituto Nexus. Hablé con amigos del New York Times y del Washington Post. Les pregunté por qué se niegan a pronunciar la palabra f…. Mientras que en México y en España no hay ningún problema. Pero los así llamados medios de calidad no se atreven.
Me dijeron, el uno independientemente del otro: No podemos hacerlo porque nuestros lectores no lo esperan de nosotros. Y yo dije ¿qué importa? Replicaron, es nuestro modelo business.
Les repliqué, lo que describís es lo que en Europa llamamos kitsch. En el momento en que en tu medio tienes en cuenta constantemente la expectativa de los lectores, lo que haces es kitsch. Tienes que educar a los lectores, informarles. Contarles la verdad. Contarles también las cosas que no quieren leer ni escuchar, pero que son la verdad.
Lo curioso es que si miras la televisión norteamericana… NBC solo cuenta cosas que quiere escuchar el consumidor medio. Y FOX igual. Esta mañana leí una historia curiosa. Para ser así, llamémoslo ‘neutral’, FOX quiso entrevistar también a un miembro del partido demócrata que habría de decir que naturalmente hay que separar a las madres de los hijos migrantes. Pero llamaron a la persona equivocada y dijo que era una enorme vergüenza lo que pasaba. En 20 segundos interrumpieron la entrevista.
No se debía escuchar, ¿entiendes?
Una vez más, de alguna manera el Washington Post y el New York Times hacen exactamente lo mismo. No se atreven a decir que Trump es un gran fascista, porque entonces no tendrían acceso a la Casa Blanca, etcétera.
En breve: el miedo, la hipocresía, la cobardía están en todas partes.
[i] Proceso de aprendizaje y crecimiento en el que se asimilan los valores éticos en armonía con la educación física e intelectual