Joan Garcés. La batalla moral del 11 de septiembre del 73 la ganó Allende
Fue el asesor principal y amigo de Salvador Allende. El presidente, el 11 de septiembre de 1973, a las 11.15 le ordenó que abandonara La Moneda, con lo que le salvó la vida. Fue artífice de un equipo plurinacional de diez abogados, en un proceso seguido contra Augusto Pinochet en España, Inglaterra y Francia. Pinochet estuvo detenido en Londres entre octubre de 1998 y marzo de 2000. En 2005 logró que el banco Riggs indemnizara en más de ocho millones de dólares a las víctimas de Pinochet por blanqueo de capitales. Joan Garcés es doctor en ciencias políticas, licenciado en derecho, profesor de relaciones internacionales y autor de una decana de libros sobre la experiencia chilena
Esta es una entrevista exclusiva con Joan Garcés
Señor Garcés, terminaron las conmemoraciones de los 50 años del golpe militar. Le solicito una evaluación porque da la impresión de que vivimos una suerte de esquizofrenia. De una parte, Chile profundamente dividido en posiciones que parecen irreconciliables y la abrumadora mayoría del planeta que tiene solo una lectura sobre lo sucedido.
Creo que la respuesta se encuentra en el microclima político y mediático que ha subsistido en Chile después de la dictadura, que ha mantenido la hegemonía de los medios de comunicación que apoyaron el golpe, la dictadura y luego la impunidad. Esos sostenes mediáticos no han sido afectados ni alterados en su hegemonía durante la transición política desde el año 1990 hasta hoy. Un ejemplo de ello es que el principal medio periodístico del país, antes del 73, que era Clarín, con mayor patrimonio, sigue hoy confiscado y ocupado por la Fuerza Armada.
El pluralismo informativo se encuentra muy acotado. Eso explicaría, en parte, junto con la influencia de determinadas escuelas que se formando en los medios educativos, parte de ese microclima. Así, se cocina la distancia de la realidad interna de Chile con la percepción de lo que pasó en el golpe de Estado hace 50 años. Eso explica lo que había detrás de la percepción interna y la visión que se tiene desde el extranjero.
En plena controversia sobre los 50 años del golpe militar los detractores del presidente Salvador Allende aseguran que su propósito era cambiar radicalmente el sistema chileno -destruirlo lo llaman- e implantar palabras más, palabras menos un régimen parecido a los socialismos de la órbita de la ex Unión Soviética. ¿Qué socialismo quería realmente Allende?
La respuesta a su pregunta la formuló el propio presidente Allende en su proyecto de nueva Constitución, que iba a someter a referendo a partir del 11 de septiembre del año 1973. Es un texto que ha sido publicado gracias al material que rescató don Eduardo Novoa Monreal, presidente del Consejo de Defensa del Estado, a su vuelta del exilio. Allí se define con claridad la estructura de poder y los pilares de la democracia participativa que tenía proyectado el Presidente para el futuro de Chile. De modo que cualquier comparación con los sistemas de la Europa del Este o con Cuba no tienen absolutamente ningún fundamento, ni asidero, en la realidad.
Las últimas palabras de Salvador Allende eluden la mención a la Unidad Popular. ¿Sería por la incomprensión que tuvieron los que deberían respaldar sin matices el proyecto del Gobierno y optaron por caminos que, de alguna manera, cuestionaban o abiertamente rechazaban la visión del Presidente?
Yo no lo veo así. El presidente Allende, en el año 1973, culmina una larga carrera que empieza en los años 30, buscando la unidad de las fuerzas populares -con la idea de superar los defectos del sistema capitalista- en una orientación socialista.
A lo largo de esa larga carrera, Allende apoyó su programa y proyecto en distintos partidos con diversos líderes políticos. En ese mensaje último del día 11 de septiembre, él rememora, en mi opinión, todo lo que es su carrera política y el proyecto por el cual luchó. Se presentó tres veces a la Presidencia en elecciones sucesivas y por la cual finalmente dio su vida.
En ese sentido, el sujeto del discurso son los ciudadanos, los trabajadores que describe en su alocución.
Usted es el autor de un libro decisivo, Soberanos e intervenidos, en el que demuestra con abundante documentación que es imposible analizar el golpe del 11 de septiembre de 1973 sin la variante exterior y, concretamente, sin el empeño explícito y público del gobierno de los Estados Unidos de derrocar al Gobierno de la Unidad Popular.
Traigo a colación este antecedente decisivo porque parece que hay demasiada gente que padece de amnesia autoinducida.
50 años después, gracias a las decisiones del Congreso de Estados Unidos y de los presidentes demócratas de los años 90 y de la última década está absolutamente demostrado, con documentos oficiales del propio gobierno de Estados Unidos, que desde los años 58 y en particular desde 1964, el Gobierno norteamericano busca evitar que la candidatura que personaliza Salvador Allende pueda llegar al gobierno. Cuando gana las elecciones de 1970 está igualmente demostrado que la decisión del presidente Richard Nixon lleva fecha: primero de septiembre del año 1970. A petición del dueño del Mercurio, que le pide un golpe de Estado para impedir que el presidente Allende asuma y a partir del 15 de noviembre del año 70, es decir, al día siguiente que se instala en La Moneda Salvador Allende como presidente, la decisión del gobierno de Nixon es hacer todo cuanto esté en su poder para evitar que se consolide el gobierno.
Pensando en la influencia que podía tener ese gobierno en Europa occidental y particularmente en Italia, dice literalmente el memorándum del 5 de noviembre del año 1970 que el éxito en la consolidación del gobierno de Salvador Allende alteraría los equilibrios del mundo entero y la propia posición de Estados Unidos dentro de ese mundo.
¿Qué, un pequeño país de apenas 11 millones de habitantes, tan alejado de las costas de Europa y de Asia, podía amenazar? El sentido que describe el memorándum era una concepción geopolítica, es decir, la posibilidad de que dentro del sistema capitalista hegemonizado por Estados Unidos, de manera democrática y participativa por el conjunto del pueblo, se gestara una forma de organizar la economía, la producción y la distribución de los recursos del país de manera distinta a como funciona el sistema capitalista. Todo a través de una vía democrática, con mayor libertad y participación.
El proceso estaba siendo observado muy de cerca desde Europa occidental, particularmente desde Italia y Francia. François Mitterrand viajó a Santiago para conversar con el presidente Allende y estudiar como se desarrollaba el proceso chileno.
Todo eso preocupaba al gobierno de Nixon y es lo sostuvo la visión geopolítica de destruir el proceso que se desarrollaba en Chile. Tardaron tres años y finalmente lo consiguieron, porque la correlación de fuerzas era tan distinta y desigual.
Desde la distancia pareciera que el presidente Allende no calibró en su justa medida los propósitos desestabilizadores de la oposición. Y creyó, con ingenuidad, que los demócratas chilenos jamás avalarían un golpe militar. La sagacidad reconocida del presidente se vio entorpecida por su convicción democrática que sus enemigos no estaban dispuestos a reconocerle.
Esa no es una visión que se corresponde con la del presidente Allende, que, desde antes de su elección en 1970, tenía asumido que iba a encontrarse en situaciones muy difíciles y con una obstrucción de los sectores y de los intereses que se vieron afectados por su programa de gobierno.
El progreso de la conspiración y de los intentos de golpe a lo largo de los tres años era seguido puntualmente desde el gobierno, que intentó atajarlos con los medios legales que disponía.
A su vez, hay que tener presente que la estrategia del gobierno norteamericano era crear una situación de crisis que empujara al gobierno a una tentación que nunca tuvo: recurrir a medidas de fuerza, con la seguridad de que, si el gobierno seguía el camino de reprimir al movimiento sedicioso, eso conduciría a la respuesta de la oposición con el apoyo norteamericano a las medidas de fuerza. Ese era el diseño subyacente en la estrategia norteamericana, hasta tal extremo que, en las memorias de Henry Kissinger, el primer volumen que publica el año 1974, meses después del golpe, dice que el presidente Allende estaba preparando un autogolpe. Es decir, es el deseo por parte de los norteamericanos de que el presidente recurriera a medidas de fuerza, porque si hubiera entrado en ese terreno, que nunca se lo propuso, la contrafuerza aplastante hubiera no solamente derrocado al gobierno de Allende, sino que lo hubiera deslegitimado de cara al futuro.
La batalla de la moneda, la resistencia del presidente el 11 de septiembre, es una batalla política, de naturaleza moral. No es militar porque no hay enfrentamiento de cuerpos armados. Esa, la última batalla política, Allende la ganó. Por eso, 50 años después, el mundo y particularmente los chilenos, tienen presente conmemorar la tragedia a la que fue sometido el país por parte de la principal potencia hegemónica.
No es lo decisivo, pero en cierta lectura popular las cosas tienen cierto asidero. Mientras el Gobierno intentaba llevar a cabo la reforma agraria, pequeños sectores radicalizados de Chile se empeñaban en hacer lo que podríamos llamar la revolución chiquita. Interviniendo cines, pequeñas empresas, que, en lo fundamental, profundizaban el odio creciente.
Efectivamente, en todo el proceso revolucionario y en todo proceso democrático siempre hay sectores y núcleos que discrepan de la línea principal. También eso se produjo en Chile. Pero la posición del Gobierno era clarísima. En el proyecto de Constitución nonato hay un artículo en que se prevé y dispone que la pequeña y mediana propiedad en la industria, en la agricultura, en el comercio, no son susceptibles de nacionalización. De este modo se demuestra que el gobierno tenía muy claro cuáles eran las áreas de propiedad estatal de los sectores estratégicos de la economía. Pero a su vez, que la pequeña y la mediana industria, la pequeña y la mediana propiedad debían regirse por las reglas del mercado.
Durante años creíamos que había consenso nacional sobre algunos temas, como el rechazo a la dictadura y la condena a la violación de los derechos humanos. Ahora, cuando las máscaras están por los suelos, aquello parece como si cierto sector nunca dejó de ser pinochetista.
Ese problema se puede ver desde el ángulo de las Fuerzas Armadas. En mi análisis, la transición del sistema dictatorial al bipartidista en Chile sigue el modelo de España que, desde el franquismo al actual régimen monárquico tiene como presupuesto la destrucción del Ejército republicano español entre 1936 y 1939. La derrota del Ejército republicano en España es el sustento de la dictadura del general Franco y el de la monarquía actual en España. El mismo fenómeno se produce en Chile. El 11 de septiembre se destruye la componente republicana del Ejército de Chile. El Ejército republicano muere el 11 de septiembre.
Lo explico. Nunca en la historia de las Fuerzas Armadas chilenas, el comandante en jefe de la Marina había sido arrestado y destituido por una conspiración de sus subordinados (Raúl Montero Cornejo). Nunca en la historia de Chile, el director general de Carabineros y los seis generales de mayor graduación habían sido destituidos por un general, sin mando de tropas y apoyado evidentemente para ese golpe interno en Carabineros (El general César Mendoza era el sexto en antigüedad en la institución). Nunca en la historia de Chile, desde la fundación de la República, el jefe del Ejército se había sublevado contra el jefe del Estado.
Los mecanismos de control de la democracia chilena sobre la Fuerza Armada desaparecen. ¿Cuáles son esos mecanismos de control? Nadie podía ser comandante, capitán de navío o coronel con capacidad de mando sin previo acuerdo del Senado y a su vez, nadie podía ser general o almirante sin una decisión del jefe del Estado, el Presidente de la República en cargos de confianza estricta de éste, y podían ser removidos si perdían su confianza. Eso fue destruido en 1973, 50 años después no ha sido recuperado. Por consiguiente, Chile tiene un ejército, jerarquizado, estructurado, pero su vena republicana fue destruida el 73 y sigue así sin que las instituciones representativas de la soberanía popular tengan el control de los nombramientos de los mandos que acabo de describir.
El mayor movimiento social de las últimas décadas, el llamado estallido social, “se fue a las pailas”, en gran medida porque las cosas se hicieron mal y se tuvo en torpe medida la mirada de la mayoría de los chilenos sobre ciertos aspectos culturales del país. Ello sin desconocer la sistemática, permanente campaña política y comunicacional de la derecha para fomentar el miedo en el país.
Sí, la situación es muy preocupante, efectivamente, porque las estructuras de poder consolidadas durante la dictadura a sangre y fuego han sido mantenidas sustancialmente desde el año 1990 por los gobiernos que se han sucedido. Entonces, lo que se vivió en el año 2019 en Chile fue lo que se llama un estallido, como respuesta a los efectos de esas estructuras económicas, de esas políticas sociales que se han venido llevando adelante. El estallido y las elecciones que han buscado atacar los efectos en la vivienda, en la educación, en el la distribución de la riqueza, etcétera. Pero las causas de esos fenómenos contra los cuales se protestaba han quedado intactas. De hecho, la acción de quienes estaban protestando el año 2019 y los meses y los años posteriores no ha sido dirigida porque no había liderazgo en ese estallido. Y la falta de conducción y de un proyecto político ha significado lo que hemos vivido en los últimos meses y lo que usted acaba de describir.
En la historia ningún movimiento de cambio social en cualquier fase ha tenido posibilidades de sostenerse y de seguir adelante sin un liderazgo. Ese liderazgo que no existía en la calle en el año 2019 y de hecho digamos que está todavía por gestar en Chile. Quizás esa sea la explicación al fenómeno que usted acaba de mencionar.