Ha muerto Jorge Edwards, nos deja una gran herencia: sus libros
La lluvia era insistente en Ámsterdam ese jueves nueve de noviembre. Llegué empapado a la Universidad de Ámsterdam, lugar de la conferencia Spinoza 2017. El orador invitado era Jorge Edwards.

El chileno es escritor, crítico literario, periodista y diplomático. En 1994 se le otorgó con el premio Nacional de Literatura, y en 1999 con el premio Cervantes.
Es autor de numerosas novelas, ensayos y artículos periodísticos. Por nombrar solo algunas obras: Persona non grata, Los convidados de piedra, El inútil de la familia, Adiós poeta, Pablo Neruda y su tiempo, La muerte de Montaigne, Los círculos morados (autobiografía).
La velada -organizada por la Universidad de Ámsterdam, con el respaldo de las embajadas de España y Chile, y el Instituto Cervantes- comenzó literariamente, si estamos de acuerdo en que la literatura no es el lugar de las certezas. El título anunciado para esa noche era sugerente: tres narradores del tiempo y de la muerte. Edwards dijo de entrada que no le gustaba, que él es partidario de títulos sencillos y este era pomposo, que no tenía idea de dónde había salido. Salvo que los organizadores se hubiesen tomado al pie de la letra el resumen de un ensayo que, entre otras cosas, les envió Edwards hace unos meses.
El asunto se resolvió por lo sano, el escritor dijo que hablaría de Stendhal y asunto concluido.
Fue una charla motivadora, de acercamiento apasionado al autor de Rojo y Negro, de la Cartuja de Parma, de Recuerdos de egotismo, entre otros.
Al igual de Stendhal, memoria y extensión de sí mismo, Edwards hizo numerosas digresiones, como fue el caso de Pablo Neruda y su poema el tango del viudo.
OH Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre… […]
El poema se refiere a un hecho real ocurrido en Rangún, Birmania. En 1927 el poeta es designado cónsul. Allí conoce a una mujer con la que comienza una relación amorosa. Ella, Josie Bliss, resulta ser una celosa peligrosa. Neruda despierta una noche y ve a la birmana con un cuchillo en la mano. Ella se paseaba sin decidirse todavía a matarlo. Neruda huye de Rangún para salvarse de la maligna.
En otro momento, este hombre de 86 años, que como se dice en Chile “está como una tuna” contó que tenía varios proyectos en marcha, un ensayo sobre Stendhal y su ascendencia en América Latina, la segunda parte de su autobiografía, y terminar una novela que ya tiene bastante avanzada.
Nuestra conversación tuvo lugar en el hotel Ambassade de la capital holandesa. Un hotel especializado en recibir escritores. Esa mañana había cinco de ellos. De allí que varios salones tengan estantes repletos de libros regalados por los propios autores o las editoriales holandesas que los invitan al país.
El ruido de fondo en el salón corresponde a las visitas del bar-café del hotel.
Fue la última vez que lo vi, hace poco menos de seis años. Falleció en Madrid alrededor de las cinco de la tarde del viernes 17 de marzo. Murió como quisieran tantos, mientras dormía.
Finalmente, agregó no a este obituario, si no a este homenaje, una entrevista realizada el año 2002, porque creo que de cierto modo consigna las dos pasiones de Edwards, la literatura y la reflexión política.
En su libro El sueño de la historia, la primera página contiene ya una frase decisiva. Es bueno decir que estamos hablando del regreso a Chile de uno de los protagonistas de la novela en los últimos años de la dictadura militar. Ignacio dice: “Es malo comenzar con miedo, pero no había manera de evitarlo”. ¿Se ha marchado definitivamente el miedo?
Creo que sí. O sea, yo no veo que nadie en Chile hoy día tenga miedo. Yo conocí tener miedo hasta de hablar y a veces de mirar por encima del hombro y pensar que cada vez que había una reunión literaria, cuando se presentaba un libro en una librería, había soplones ahí adentro. Eso se acabó. Chile ha cambiado mucho. A veces desde Europa no se nota y los europeos a veces me dicen: Ah, usted vive en Chile. Es un país represivo, oprimente. Digo no mayormente, no más que Holanda o Suiza, y a veces me parece que menos. Así que no, eso no existe.
Otra frase sugerente es que el protagonista dice que a veces el pasado no le deja vivir el presente y yo creo que esto permanece, por lo menos en un sector de la población chilena.
Hay un peso del pasado que es característico de un mundo como el chileno. Y no terminamos de liberarnos de ese peso y a veces me da la impresión de que no nos vamos a liberar nunca. Es lo peor, porque no tenemos conflictos con el pasado y hay cadáveres en el armario en la vida chilena. Y eso, en cierto modo, es uno de los temas de mi novela y uno de los temas de la vida chilena.
Un detalle al pasar. No es lo más importante, pero las trivialidades forman parte del diario vivir. Usted menciona a un personaje de la Plaza de Armas, aquel hombre que anuncia la llegada del Mesías “el gran Pulento” como él lo llamaba. ¿Usted sabe qué pasó con ese personaje?
No tengo idea de lo sucedido con su vida, pero saltaba por ahí en la Plaza de Armas. Una especie de loco que anunciaba catástrofes. Pero fíjese, tenemos una tradición chilena de anunciadores de catástrofes. Un gran clásico nuestro del siglo XVIII, Manuel de Lacunza, era un jesuita que escribió un libro apocalíptico: La venida del Mesías en gloria y majestad. Un anuncio del fin del mundo y de la llegada del Mesías. Hay algunas menciones apocalípticas de Lacunza, que yo deslizado en esta novela sin dar más indicaciones. Pero la idea del fin del mundo, el fin de los tiempos, también está en la vida chilena. ¿Por qué será? A veces me pregunto si no es porque somos un país de cataclismos, de terremotos, de maremotos.
Ya es hora de decir que el autor, no el narrador, es decir, Jorge Edwards, se regocija aquí y allá en la obra con el idioma y concretamente con las palabras y los decires.
Con el sonido.
Exacto, por ejemplo, usted escribe que el narrador probó la palabra paladeo, porque la palabra le parece curiosa. Es el asombro permanente de un hombre que tiene que ver con las letras, con el idioma.
Creo que el escritor tiene una sensibilidad particular para las palabras y el lenguaje. Todo parte de ahí y el que no tiene ese gusto por el lenguaje no es un verdadero escritor. Eso es lo que define a un escritor frente a cualquier otro tema. Lo primero es el lenguaje, el sonido de las palabras. Con eso se hace literatura.
Me muevo mucho entre España y Chile. Siempre estoy observando los cambios de las palabras y me sorprendo con palabras que se cree que no son españolas, pero son deformaciones del español. Por ejemplo, acabo de leer en una novela española del siglo XIX, muy famosa, La Regenta de Leopoldo Alas, Clarín, que a las personas que llevaban una levita determinada les decían los trajes, porque esa levita se llamaba Fu Traken. Era una levita más o menos elegante o formal. Entonces a la persona se le da el nombre de la levita en tono burlón. Yo pienso que los cutres chilenos deben haber sido lo mismo porque fueron tipos que se vestían un poco mejor, con una chaqueta media cerrada y a lo mejor esa chaqueta, en el lenguaje del norte de España, pasó a llamarse Futre o algo parecido. Es una hipótesis, a lo mejor incierta, pero todas esas relaciones de las palabras me divierten. Me gustó la palabra Maseo, la palabra part, claro, y muchas otras palabras que están mencionadas en ese libro.
Escuche usted: “Andaba en apuros porque era de pata ancha y se gastaba todo en ramadas, escuchando a las de Petrarca empinando el codo” Aparte de nosotros, quien entiende todo esto. (Risas)
Es muy bueno. Quien entenderá. A veces me compadezco de los pobres españoles que me tienen o me quieren leer y les hago algunas concesiones. Hago un lenguaje que es el término medio entre el realmente popular chileno y el otro. Me divierte. He notado que hay dos tipos de reacciones en el lector español: uno que se indigna y dice porqué me escribe así este caballero, no entiendo nada. Y otro, en cambio, que se interesa y le toman el gusto a ese tipo de cosas. Se imaginan, que puede significar. A veces acuden a un diccionario de chilenismos. No me extrañaría que estén en la academia, porque hay hoy día una actitud distinta frente al lenguaje. Antiguamente existía el purismo. Si uno escribía una cosa que no era española, de la meseta de Castilla, era un escritor impuro, incorrecto y qué sé yo. Pero ahora no. Hasta he conversado del tema con el presidente de la Academia que acepta que el idioma es algo vivo, que está cambiando y que hay una creación en cada región donde se habla el castellano. Creación válida que hay que incorporarla a la corriente general del idioma.
Página 65 del libro. Intento resumir el párrafo en cuestión. Se trata de un personaje que se encuentra al filo de los 80 y está, por añadidura, hundido en un asiento. Se pone de pie, se endereza con la vista clavada en los árboles del crepúsculo y en la culminación del desplazamiento, estira su largo brazo derecho en un apasionado saludo nazi. Describe usted a una categoría de chilenos, lo peor de la derecha dura.
Una novela está hecha con invención, con memoria. Ese gesto lo vi de una manera fantástica que está mencionada en la novela. Lo vi cuando alguien habló del rey don Juan Carlos, rey de España, como un rey democrático. Este señor, indignado, no dijo nada, su respuesta fue un gesto; pararse con gran dificultad porque era medio cojo, yo creía que se iba a morir, porque fue un acto de una pasión loca y su saludo nazi. Yo acababa de llegar a Chile. Me quedé helado. Pero esas cosas pasaban.
Y los aires democráticos ¿han contribuido a que muchos bajen su brazo derecho?
Creo que sí, felizmente. Si alguien tuviera hoy ese impulso lo disimulara.
Pasemos al tema del general Pinochet. Usted pasó parte importante del tiempo en que estuvo detenido Pinochet en Londres reclamando el derecho de los chilenos a juzgarlo en Chile. Que había condiciones y era posible encauzarlo. Pero echo el balance, ¿no habría que ser menos optimista de lo que usted fue en aquel entonces?
Yo no era tan optimista, pero pensaba que un juicio a Pinochet en España era distorsionador de la transición chilena, porque además los españoles, en su experiencia histórica, no hicieron ningún juicio y declararon una amnistía general para todo el franquismo. Entonces era difícil explicar que los españoles fueran tan rigurosos para juzgar a una persona de Chile. Si todavía tenían una estatua de Franco en Madrid. Entonces en un artículo dije, por qué no comienzan por botar la estatua de Franco y después juzgan a Pinochet.
Creo que Chile, dentro de los países que han salido de una dictadura es de los que ha ido más lejos en los juicios. No es que se pueda llegar a la justicia total, pero ha ido bastante lejos. Hay que pensar que un ex jefe de Estado, un tipo que mandó durante más 15 años, es muy fuerte que se le haya quitado el fuero parlamentario, que no podía regresar al Senado, que haya estado preso en su casa con residencia vigilada. Es una condena moral enorme y que el pueblo chileno lo siente como algo merecido, porque la mayoría era partidaria del juicio de Pinochet en Chile y de una condena que no era necesariamente colgarlo de los pies, como a Mussolini, pero era una condena moral enorme. Tanto es así que Joaquín Lavín, que viene del Pinochetismo, nunca mencionó a Pinochet en su campaña presidencial y hoy no lo menciona porque Pinochet se convirtió en lo que se llama en jerga chilena un bacalao político mayúsculo. Es una gran condena histórica y política.
Pero el señor Pinochet tenía, hasta hace no mucho tiempo, una cantidad nada despreciable de partidarios. Una cifra no inferior al 33% de la población.
Ese porcentaje es el del plebiscito, claro, pero ese porcentaje se ha reducido notablemente porque ahora se empieza a vislumbrar la posibilidad de una derecha democrática, civilizada. No digo que la derecha chilena sea todavía democrática, pero hay sectores que empiezan a hablar un lenguaje moderno, no un lenguaje cavernícola.
El mundo ha cambiado y Chile también. Creo que si hoy se hace una elección, Pinochet tiene 3%, no 30%, es mucho en pocos años.
¿Es cierto que existe una suerte de desánimo entre los partidarios de los que han gobernado por más de 12 años en el país, una especie de pérdida de la mística, de abandono de los proyectos colectivos? Me refiero a la clase política, al abandono de proyectos destinados a las mayorías y más preocupados hoy de la situación personal, del éxito, de la fama, y eso lleva a la posibilidad nada despreciable de que el próximo presidente de Chile tenga un color político distinto al actual.
Hay algo de eso, porque lo que hay es una larga historia. Chile tuvo una experiencia traumática, de querer hacer grandes cosas de carácter social sin tomar demasiado en cuenta las bases de la economía. Eso fue el Allende. Una experiencia muy generosa, utópica en cierto modo, pero que no tomó en cuenta problemas como la inflación, el equilibrio presupuestario. Ahora tenemos una centroizquierda que trata de no incurrir en esos errores. Andan con mucho cuidado y eso a veces exaspera. Hace pensar que los ideales políticos, las utopías, las ilusiones con sentido de pueblo chileno, ya no existen y eso produce desaliento, reacciones de irritación, incluso ataques de gente que pertenece a los partidos de gobierno.
Bueno, es una consecuencia de la racionalidad con que se quiere actuar, del respeto a las leyes modernas de la economía. Es complejo el tema, pero yo pienso igual que el gobierno, que se trata de un progreso social que va despacio, que hace un esfuerzo en la educación, en los temas laborales. Así que, en la línea gruesa, apoyo esto. Comprendo que hay impaciencias, pero encuentro que hay que tener paciencia. No podemos volver a caer en situaciones demagógicas y malos manejos de la economía, porque tenemos un vecino que es víctima de ello y un ejemplo impresionante. Cuando estoy en Chile veo a colegas periodistas, escritores que eran bastante conocidos en Clarín, en La Nación, llegando a Chile a pedir trabajo, que les dejen escribir una columna en la prensa chilena, que les dejen publicar un fascículo sobre Neruda, porque antes lo habían hecho sobre Borges. Es muy triste.
No es un elogio, sino una constatación. Usted es uno de los pocos intelectuales chilenos que ha llamado seriamente la atención sobre el tema indígena, concretamente sobre el indigenismo, y ha dicho que hay un malentendido indigenismo en América Latina, sobre todo que se hace en español y no hay nada aymara, en quechua o en quiché, y esto impide a veces solucionar el problema del indigenismo. Pero ¿no es cierto también que quienes entorpecen solucionar el problema de los indígenas no son éstos, sino otros los que consideran que el indígena es un borracho, un incapaz y que para lo único que sirven es para estar en un discurso en un museo.
Existe mucho prejuicio racial todavía en América y en Chile en particular. Nosotros pensamos que no somos racistas, pero la verdad es que cuando se escarba un poco se encuentra el racismo entre nosotros. Creo que debemos tener una conciencia más abierta, progresar en ese aspecto. Existe una inquietud real hoy día en el mundo mapuche chileno y eso es un problema serio, no se lo puede mirar con indiferencia, porque puede tener un desarrollo de largo plazo.
Soy partidario de asumir el problema con claridad, de ayudar a ese mundo, porque es subdesarrollado, vive en regiones pobres, agrícolas, con escasa ayuda. Hay que enfocar el tema e integrarlos a la sociedad chilena de verdad, porque en realidad poco se ha hecho.
A veces hay un aprovechamiento dogmático de cultura del mundo indigenista con la ecología. El país tiene que desarrollarse, no puede estar alumbrado con luz de velas, y eso implica una intervención en la naturaleza. Es inevitable. Para crear la ciudad de París hubo que cortar miles de árboles. La naturaleza no puede ser un nuevo fanatismo. Tenemos que encontrar fórmulas para hacerlo sin alterar más de lo necesario la naturaleza y sin afectar las culturas tradicionales.
Es un tema complejo y que hay que enfocarlo con generosidad.
Hace muy pocos días finalizó una cumbre Unión Europea-América Latina en la que se firmó un tratado bilateral entre Chile y la Unión Europea. Usted escribió un artículo en el que toca el tema de la sensibilidad. Hay desde América Latina una especie de búsqueda histórica de acercamiento hacia Europa para no depender sólo de una hegemonía como la de los Estados Unidos. Una diversificación de relaciones. ¿Pero eso no se ve así desde Europa?
Es posible que desde Europa no se vea así o haya dejado de verse así, porque a cada rato vienen malas noticias de América Latina, noticias negativas de Perú a veces, de Ecuador, de Venezuela, de Argentina, y en el pasado de Chile.
Creo que la influencia de no solo de la economía, sino que, de la cultura europea, porque la idea democrática es de origen europeo. A veces los mismos europeos se olvidan de esto, se vuelven un poco amnésicos. Esas mismas ideas también se produjeron en la revolución norteamericana en el siglo XVIII. Todo ese conjunto de principios nos sirve a nosotros, porque a veces caemos en la barbarie política o en la barbarie sin adjetivo. Por eso es importante que sepamos que hay un foco de cultura con el que tenemos una relación. Pero como digo, es necesario que los europeos también tengan conciencia de eso.
En una reunión hace un par de meses atrás en Radio Nederland, con representantes del Estado una integrantes de la Comisión Nacional de Comunicaciones de Holanda se hacía la siguiente pregunta ¿Por qué Radio Nederland tiene tanto interés en América Latina y no la tiene por los países árabes? Y a veces tengo la impresión de que es exactamente lo que usted dice, que los europeos se olvidan de que, a nuestra manera, con nuestras circunstancias, seguimos siendo parte de una misma cultura occidental.
Somos una periferia, pero una periferia de Occidente. He citado una frase de Góngora que es muy bonita, dijo que América era el último occidente, pero Occidente. O sea, formamos parte de esta cultura. Nosotros somos emigrados de acá, que allá nos encontramos con un mundo indio. En el fondo lo que quedó es un gran idioma occidental, el español. Y hoy día los españoles reconocen que nosotros, los de allá, los bárbaros, usamos bien el español. También lo usamos con originalidad, con imaginación, con espíritu de creación. Esto hay que entenderlo, esto a veces los europeos no lo quieren entender, yo creo que hay que repetírselo. Nosotros tenemos una relación de espíritu, de cultura, de historia, de conciencia con Europa. Borges dijo una cosa divertida pero reveladora. Borges era un humorista que decía cosas serias. Dijo: ahora los europeos somos nosotros. Borges tenía una relación tan personal y directa con gente como Platón o Shakespeare o los filósofos ingleses de la época de Berkeley, de Hume, de pensamientos que se han olvidado en Europa y que él sabía mejor que los europeos.